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Diseño al servicio del sentido

29/04/2025

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Adrián Larripa Artieda |

Profesor de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura Universidad de Navarra

El diseño nunca ha sido un fin en sí mismo, sino una actividad profesional al servicio de las personas, organizaciones y sociedades. No se trata de un adjetivo. No hay “objetos de diseño”, así como tampoco edificios “de arquitectura”.  Cuando escuchamos que algo es “de diseño”, a menudo se asocia con un producto que tiene una estética fuera de lo común, a veces extravagante. Incluso se utiliza como justificación para referirse a objetos que, en muchos casos, funcionan peor que aquellos que “no son de diseño”. El diseño no es esto. El diseño busca que todo lo que crea el ser humano, sean productos físicos, digitales o servicios, ofrezca la mejor experiencia de uso posible, al mismo tiempo que responde a los objetivos de negocio y sostenibilidad medioambiental.

A medida que nuestras necesidades cambian, también lo hacen las soluciones para satisfacerlas y, por tanto, los retos a los que nos enfrentamos como diseñadores. También cambian las herramientas con las que contamos para ello. La efervescencia tecnológica de las últimas décadas ha influido notablemente en cómo opera el diseño y en los límites del mismo. Recientemente, las tecnologías digitales han permitido la servitización de muchos productos. Ya no es necesario ser dueño de ciertos productos; puedes disfrutar del valor que te aportan pagando una cuota mensual, olvidándote de tareas que suelen ser una carga para el usuario, como el mantenimiento. En consecuencia, el diseño se ha expandido más allá de lo físico, hacia el diseño de lo intangible, creando especializaciones profesionales como el diseño de servicios.

Estamos a punto de presenciar una nueva disrupción en diseño debido a la inteligencia artificial (IA). Durante décadas, la brújula ha sido el diseño centrado en el usuario, un enfoque que sitúa a la persona en el núcleo del proceso creativo. Diseñamos a partir de lo aprendido en procesos cualitativos como entrevistas, observación participativa, no participativa, entre otros. A menudo son procesos costosos en cuanto a recursos humanos, poco escalables en volumen de usuarios y que arrojan insights muy valiosos sobre el problema a resolver, pero también subjetivos.

Con la aparición de la IA, las limitaciones de los métodos clásicos del diseño desaparecen. Gracias a la capacidad de manejar grandes cantidades de datos de uso en tiempo real, la IA puede mejorar y adaptar las soluciones diseñadas continuamente prácticamente a cada usuario. Netflix, por ejemplo, prueba constantemente iteraciones de su interfaz con millones de usuarios y adapta dinámicamente los contenidos a sus preferencias. Esto nos lleva al diseño de soluciones no estáticas, sino inteligentes y con intención, capaces de mutar y mejorar con base en el aprendizaje, siempre buscando un mejor servicio para el usuario. Desde objetos inteligentes en el hogar, en movilidad o hasta grandes plataformas digitales, como la mencionada.

Así, la práctica del diseño se orienta del problem solving al sense making.

El reto ahora es orquestar la colaboración entre humanos y máquinas para escalar el impacto positivo del diseño y, en definitiva, seguir estando, cada vez más, al servicio del sentido.

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