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Algunas representaciones de la Resurrección en el arte navarro

21/04/2025

Published in

Diario de Navarra

Ricardo Fernández Gracia |

Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

El día de la Pascua Florida o de Resurrección, como otros del calendario festivo, cuenta en ciudades y pueblos de Navarra con ritos y costumbres seculares, en torno a unas celebraciones lúdicas de gozo, que acababan con las austeridades, privaciones, silencios y tristezas de la Cuaresma y la Semana Santa. Sabemos que en los siglos del Antiguo Régimen había también indultos con motivo de las Pascuas de Navidad y de Resurrección.

Veamos cómo nuestros antepasados visualizaron aquel hecho representado, a veces, de la mano de prefiguraciones veterotestamentarias y, más frecuentemente, en las escenas sucesivas de la propia resurrección: las Marías ante el sepulcro vacío y las cinco variantes de Cristo saliendo de la tumba, para finalizar con la imagen sola de Cristo resucitado.

Las Marías ante el sepulcro vacío

Con ese pasaje del Nuevo Testamento se glosó, con gran fortuna en Occidente, la Resurrección. Hay que recordar que los textos de los evangelios no coinciden en algunos aspectos como el número de las Marías: san Juan habla de una santa mujer: María de Magdala; san Mateo nombra a dos: María Magdalena y María de Cleofás; san Marcos cuenta a tres: María Magdalena, María, madre de Santiago (María Cleofás) y María Salomé y san Lucas suma a las dos, un número indeterminado de mujeres. Respecto a los ángeles, también hay cierta divergencia. Juan no menciona a ninguno, Mateo y Marcos se refieren a uno, sentado sobre el sepulcro, y Lucas habla de dos hombres con vestiduras deslumbrantes.

En algunos ciclos también aparecen, según refiere Emile Mâle, las Marías comprando los perfumes y la mirra para embalsamar el cuerpo de Cristo, preservándolo de la “mordedura del gusano”, todo siguiendo una escena popularizada en los autos sacramentales.

En Oriente el sepulcro aparece con forma de tugurium, de cueva o cabaña, mientras que, en Occidente, menos familiarizados con los monumentos de Tierra Santa, se prefiere el tradicional sarcófago. Por lo que respecta a los soldados, hay que recordar que se introdujeron, sin relación con los textos evangélicos, por razones apologéticas, para refutar la acusación de haber retirado el cuerpo los discípulos. Su número es variable. Suelen estar acostados, con reacciones dispares y con armas y vestimentas anacrónicas.

La figura del Salvador adopta distintas posturas y posiciones respecto al sarcófago. En algunas ocasiones se incorpora en él (Christus in sepulcro); en otras, apoya un pie sobre el borde; en otras, pasa la pierna fuera del mismo (Christus uno pede extra sepulcrum); en otras lo encontramos de pie ante el mismo (Christus extra sepulcrum) y, finalmente, también lo podemos encontrar con el pie sobre la tapa (Christus supra spulcrum).

El arte medieval nos ha dejado escenas tan delicadas y sobresalientes en el patrimonio navarro como las de la portada de San Miguel de Estella en el Románico o el tímpano del Santo Sepulcro de Estella y el relicario del Santo Sepulcro de la seo de la capital navarra en el periodo gótico. En pintura podemos destacar la del banco del retablo de Santa Elena de la parroquia de San Miguel de Estella.

A partir de la Contrarreforma, Cristo no aparecerá sacando la pierna del sepulcro. Además, no todos los soldados duermen, al menos uno, suele aparecer despierto. Numerosos relieves y pinturas del pasaje de la Resurrección encontramos en diversos retablos renacentistas, frecuentemente con esquemas derivados de los grabados de Durero y más tarde de Cornelis Cort y otros burilistas.

Aparición a la Virgen María y sus fuentes literarias

Entre los temas ligados al ciclo de la Resurrección que no aparece en los Evangelios, figura el de la aparición de Cristo a su madre. Como en otras ocasiones de otras etapas de su vida, particularmente del Nacimiento, fueron otros textos, otras fuentes literarias las que inspiraron una serie de composiciones figurativas, con detalles y motivos muy del gusto del pueblo, siempre sediento de imágenes con las que aprender y asimilar los misterios de los que se les hablaba en las predicaciones. Aquellos textos y las representaciones teatrales sagradas, fueron los responsables de pasajes como el que hoy nos ocupa.

La tradición que sitúa a Cristo visitando a su madre para anunciarle su vuelta a la vida se encuentra en fuentes como el Liber Virginitate de san Ambrosio de la segunda mitad del siglo IV, popularizándose a fines de la Edad Media a través de otros escritos, sobre todo de la Vita Christi de Ludolfo de Sajonia, conocido como el Cartujano, que influyó muchísimo en san Ignacio de Loyola y santa Teresa de Jesús. El primero considera la contemplación de este misterio en la cuarta semana de sus Ejercicios Espirituales. Otros autores de gran proyección trataron el tema, como san Vicente Ferrer o sor María Jesús de Ágreda, ésta ya, en pleno siglo XVII.

Según L. Réau, el tema de la aparición de Cristo a su madre, tras la Resurrección, se representó de dos modos: el primero presentándose ante una María que estaba orando en su aposento y el segundo con la presencia de los patriarcas del Antiguo Testamento, tras bajar a los infiernos.

Las primeras representaciones pertenecen al siglo XV. De gran éxito fue la versión de Rogier Van der Weyden, realizada en torno a 1443 por encargo del rey Juan de Castilla, que se entregó a la Cartuja de Miraflores y hoy se encuentra en la Gemäldegalrie de los Staatliche Museen zu Berlín. El modelo fue copiado en varias ocasiones, destacando la versión de Juan de Flandes, pintor al servicio de Isabel la Católica, hoy en el Museo Metropolitano de Nueva York.

Con el modelo de María sola en su casa, en oración, sorprendida por el Resucitado, tenemos en Navarra una tabla pintada en el retablo mayor de la parroquia de Arre, obra de Ramón de Oscáriz, realizado poco antes de 1570. Un Cristo, algo paralizado, bendiciendo en una gran nube sorprende a su madre, bajo dosel vestida con tocas de viuda y ante un reclinatorio con su libro que se muestra al verlo en actitud orante. Una versión en un gran relieve se puede ver en el retablo mayor de Santa María de Tafalla (Pedro González de San Pedro, 1581-1588) y otro de menor calidad en Zabal.

Otra composición pictórica más complicada y cerca del segundo modelo iconográfico se encuentra en el retablo de la Asunción del monasterio de Fitero, obra de filiación aragonesa realizada hacia 1590. En esta ocasión, vemos una puerta en la zona inferior, sin duda la de la bajada de Cristo al limbo y a unos personajes, entre los que se distinguen a Adán y Eva. Se trata una pintura más evolucionada y de esquema más dinámico que la de Arre, de filiación aragonesa, colorista y romanista a la vez, como corresponde a las últimas décadas del siglo XVI. Destaca la figura de Cristo, mostrando intencionadamente sus llagas, con el manto rojo y la agitada banderola, con la cabeza orlada de las tres potencias del alma -memoria, entendimiento y voluntad-, asociadas a la Trinidad. San Buenaventura en el Itinerario de la mente hacia Dios considera la memoria como imagen del Padre, el entendimiento propio de la imagen del Hijo y la voluntad como propia del Espíritu Santo.

Escasa iconografía de la imagen exenta del Resucitado

Contra lo que cabría esperar en ámbitos cristianos, en que la Resurrección de Cristo es la gran fiesta por antonomasia, no existen apenas representaciones del tema de Cristo Resucitado.

Si comparamos el número de imágenes de Cristo triunfante en el día de su Resurrección con las de los diferentes pasos de su pasión, especialmente con los crucificados, observamos, de inmediato, que apenas encontramos, entre nuestro rico patrimonio, ejemplares de las primeras. Se podría decir que se reducen a unas pocas, en casos muy concretos. La ausencia de tallas procesionales se puede explicar por la presencia en los desfiles pascuales de Cristo en la Sagrada Forma, en la Eucaristía, dentro de suntuosos ostensorios. La presencia real del Salvador en la Sagrada Forma hacía innecesarias sus representaciones iconográficas. En las procesiones del Encuentro, la imagen de la Virgen de escultura o de vestir está presente, pero la de Cristo no, porque se sustituye por la Eucaristía portada bajo palio.

Entre las imágenes que se han conservado, podemos distinguir varios tipos. En primer lugar, en algunas parroquias cuya advocación es el Salvador. Por tal motivo, la escultura del Resucitado, semidesnudo, con su capa roja envolvente preside los ámbitos de sus templos. Así ocurre, entre otros casos, en el retablo mayor de Azagra, obra del tudelano Francisco San Juan, de comienzos del siglo XVIII. Procedente de la antigua parroquia del Salvador de Tudela, se ha salvado una imagen expresivista del segundo tercio del siglo XVI. En Arróniz, la escultura tardogótica del antiguo titular de la parroquia, la hallamos en el retablo barroco de la Virgen del Rosario. Otras variantes del tema encontramos en los siglos del Barroco, en Sangüesa o Izalzu, con la figura de Cristo vestida con túnica y capa, portando la cruz desnuda.

Como pieza excepcional hay que señalar al Cristo Resucitado del retablo mayor de la parroquia de Santa María de Tafalla, obra de Juan de Anchieta y de su discípulo Pedro González de San Pedro. En este último caso encontramos la imagen del Resucitado, en una de las más genuinas representaciones, que copia con bastante fidelidad el de Santa María Sopra Minerva de Roma, obra de Miguel Ángel. Tanto en este ejemplo de Tafalla, como en del retablo mayor de Andosilla, la figura hercúlea de Cristo con su cruz, aparece victorioso sobre el pecado -representado por una serpiente o dragón- y la muerte significada por una calavera.

Hay que hacer notar que la figura de Cristo Resucitado tuvo su lugar también en algunos monumentos del Jueves Santo, como ocurría en el de la catedral de Pamplona, en donde se mostraba una gran imagen del siglo XVIII, obra de los Ontañón, escultores de origen cántabro establecidos en la capital navarra. Al parecer, la imagen se colocaba, el domingo de Pascua, en el lugar en que días atrás se ubicaba la urna eucarística.

La mayor presencia del Resucitado en los retablos se centra en las puertas de los sagrarios y en menor medida en los expositores, para resaltar e insistir en su presencia real en la Eucaristía reservada en su interior. Es ahí, en las puertas de los sagrarios, donde las gubias de los escultores y las encarnaciones de los policromadores se esmeraron visiblemente. En primer lugar por su significado simbólico en la reserva eucarística y en segundo lugar por ser una pieza que estaba muy cerca de los ojos de cuantos contemplaban el ámbito celebrativo. Destaquemos los de Roncal, Legaria o monasterio de Oliva -hoy en Tafalla-.

Existen también contados retablos dedicados al Resucitado, citaremos los de Mendigorría, la basílica de los Remedios y del Milagro de Luquin o la parroquia de Miranda de Arga.