Publicador de contenidos

Volver 2024_03_04_FYL_hermanas-virreyes

Las Mujeres en las Artes y las Letras en Navarra (16). Hermanas y sobrinas de los virreyes de Indias

04/03/2024

Publicado en

Diario de Navarra

Ricardo Fernández Gracia |

Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

Diario de Navarra, en colaboración con la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro de la Universidad de Navarra, aborda, mensualmente, de la mano de especialistas de diversas universidades e instituciones, aspectos sobre la relación de la mujer con las artes y las letras en Navarra

La importancia y amplitud de algunos proyectos artísticos del siglo XVIII, denominado por Caro Baroja como el de La Hora Navarra, tuvo su origen en el parentesto directo de algunas religiosas con tres de los virreyes navarros en Indias, concretamente con la hermana de don José Armendáriz, virrey de Perú, en las Benedictinas de Corella; las hermanas de don Manuel de Guirior, también de Perú, en las Agustinas de San Pedro de Pamplona y la sobrina de don Sebastián Eslava, virrey de Nueva Granada, en las Comendadoras de Puente la Reina.

En las Benedictinas de Corella, la hermana del virrey Armendáriz

El gran ejemplo de un hermano con alta posición social, que protegió a la comunidad de Benedictinas de Corella, es don José Armendáriz y Perurena (1670-1740), que siguió la carrera militar con éxito, como capitán de caballería, en Flandes, maestre de campo en Cataluña, Portugal y Gibraltar. Tras la batalla de Villaviciosa fue nombrado caballero de Santiago y marqués de Castelfuerte. Intervino en la pacificación de Aragón y en el sitio de Barcelona de 1714, pasando posteriormente a Cerdeña. Fue inspector general de la caballería y de los dragones de Aragón, capitán general de Guipúzcoa y caballero del Toisón de Oro, capitán general de los ejércitos, culminando su carrera como virrey del Perú entre 1724 y 1736. Contó con uno de los palacios más importantes de la Pamplona del siglo XVIII y proyectó su imagen, como notable de la sociedad, con generosos donativos para las capillas pamplonesas de San Fermín y de la Virgen del Camino, para la Virgen del Rosario de los Dominicos, en donde tenía su enterramiento y para la titular de la catedral de la mismísima catedral, la Virgen del Sagrario.

El marqués tenía en el convento de las Benedictinas de Corella a su hermana Tomasa de San Benito, razón por la cual socorrió a las monjas con distintas limosnas y dádivas especiales. Sor Tomasa ingresó en la clausura corellana en 1690, hizo su profesión solemne en noviembre de 1692, aportando como dote 800 ducados y 600 ducados, en concepto de la renuncia a su herencia.  Falleció a los noventa años de edad, en 1761. El virrey costeó el retablo mayor de su iglesia, tal y como señaló Arrese, tomando una nota de la crónica conventual que afirma que, por muerte del virrey, fue su hermano don JuanFrancisco el que costeó los dos colaterales y el retablo mayor, cuyo coste ascendió a 2.300 pesos. De su ejecución material se hizo cargo entre 1741 y 1744 el retablista tudelano Baltasar de Gambarte, siguiendo las trazas del veedor pamplonés José Pérez de Eulate, por encargo ya de su sucesor en el marquesado su hermano don Juan Francisco Armendáriz y Perurena, que también encargó el sepulcro en piedra negra de Calatorao a Juan Bautista Eizmendi.

En el retablo aún quedan evidentes muestras de la munificencia del virrey. Concretamente, en los tableros del banco se esculpieron sus armas, orladas con la cruz de Santiago, la corona de marqués y el Toisón de Oro, si bien el campo del emblema heráldico se sustituyó posteriormente por la cruz de san Benito.

Otras piezas remitidas por el virrey, según la documentación, fueron una Virgen de Copacabana de plata, cuatro grandes candeleros, sesenta pebeteros argénteos y una custodia. La práctica totalidad de las piezas ha desaparecido al haber sido enajenadas por necesidades de la comunidad o para invertir su producto en otros enseres más necesarios.

A los candeleros se refiere la crónica conventual así: “envió el Excelentísimo señor don José Armendáriz, virrey del reino de Perú a esta comunidad cuatro candeleros de plata grandes que pesaron 409 onzas”. La Copacabana también se recoge, con la advertencia de que era grande y con sus puertas para cerrarse y con toda la copa de plata.

Respecto a la custodia, se afirma: “Mas envió dicho Excelentísimo señor Armendáriz a esta comunidad una custodia que pesó diez y ocho onzas de plata, sobredorada y muy bien labrada y envió juntamente sesenta pebeteros de plata”. El ostensorio se ha conservado en el monasterio de Benedictinas de Miralbueno, a donde se llevó desde Corella en 1970. Se trata de una pieza apenas conocida, pero que por sus características guarda semejanzas con los ostensorios peruanos conservados en Navarra, como el de Arriba (c. 1685), Fustiñana (1693), Añorbe (fines del siglo XVII), o el de los Franciscanos de Olite (1740-1750), con el que más se relaciona por la cronología, si bien el que nos ocupa no tiene esmaltes. La pieza sigue las líneas generales de los ostensorios limeños barrocos, con cuatro patas de garra que se clavan en formas esféricas y culminan en hojas vegetales y sostienen una base cuadrada con cuerpo inferior convexo y un amplio gollete troncocónico de perfil curvo que culmina en plato circular. En el astil se superponen un cilindro entre platos aristados, nudo ovoide y una pequeña taza que sirve de asiento al sol. El sol es de traza rica y compleja, simulando un resplandor calado a modo de encaje con rayos de motivos geométricos rematados por perillones. La decoración es superpuesta, con motivos fundidos en base a elementos vegetales y esfinges que aparecen en varios lugares del astil y en la base del sol.

La familia del virrey siguió protegiendo a las Benedictinas de Corella, porque sor Tomasa seguía en el claustro, hasta su fallecimiento en 1761, y sus relaciones con sus hermanos y sobrinos debieron ser importantes. El dorado del retablo mayor se hizo, en 1755, a costa de don Juan Esteban de Armendáriz, sobrino del virrey y de sor Tomasa. Su coste ascendió a 9.000 pesos. Al año siguiente, en 1756, las monjas, con permiso del obispo de Tarazona, enajenaron los pebeteros enviados por el virrey por 4.499 pesos y con parte de su producto procedieron a dorar los retablos colaterales de la Virgen del Socorro y san Benito. El dorado ascendió a 3.000 pesos, el resto del importe de la venta se invirtió en lucir la iglesia y rehacer el pórtico principal con sus puertas.

Las religiosas respondieron a semejantes dádivas con la aplicación de distintos sufragios, concretamente con un aniversario para el virrey, la misa del día de la traslación de san Benito para don Juan Francisco y la misa del día de san Esteban por el alma de Juan Esteban.

Los Guirior y las Agustinas de San Pedro

Otro ejemplo con la misma relación, en este caso con sendas monjas del monasterio de Agustinas de San Pedro de Pamplona, es el de don Manuel de Guirior (1708-1788), caballero de Malta, capitán general de Nueva Granada entre 1772 y 1776 y virrey de Perú entre 1776 y 1780. La tradición secular venía recogiendo que los dos hermosísimos ternos, el rojo y el blanco, con sus correspondientes frontales, habían sido regalo de don Manuel a sus hijas. Tratando de comprobarlo, pudimos averiguar que en el monasterio vivieron sor María Ana Felipa y sor Ana Josefa (o María Josefa en otros documentos), documentadas en la comunidad, entre 1733 y 1765 la primera y 1733 y 1805 la segunda. Contrastando datos y, sobre todo, la cronología del virrey y las religiosas, hay que concluir que ambas religiosas no fueron hijas, tal y como se venía repitiendo entre las religiosas y se recoge en su crónica, sino hermanas, dato que viene corroborado por el testamento del que llegaría a ser virrey, otorgado en Cádiz en 1753, cuando dejó treinta pesos anuales, de por vida, a cada una de sus hermanas religiosas que vivían en el convento de San Pedro de canónigas regulares de San Agustín, de nombre Ana Felipa y María Josefa. La fecha de los ternos se podría poner en relación con un acontecimiento muy especial, cual fue el llamamiento a Cortes de don Manuel de Guirior, cuyo expediente se data en 1765, y en cualquier caso sería antes del fallecimiento de Ana Felipa, hacia 1766.

Todos esos datos han llevado a Alicia Andueza, especialista en el tema del bordado, a atribuir los dos ternos a Francisco Lizuain, importantísimo bordador de Zaragoza, del que se conservan destacados conjuntos a lo largo de la geografía navarra.

Las Comendadoras de Sancti Spiritus de Puente la Reina

Por último, señalaremos que todo el despliegue artístico realizado por las Comendadoras de Puente la Reina estuvo motivado, no sólo por las saneadas rentas de la comunidad, sino por la llegada de notabilísimas religiosas que profesaron allí, entre las que hay que mencionar a la sobrina del virrey don Sebastián de Eslava y hermana de Gaspar de Eslava, primer marqués de la Real Defensa, doña Agustina de Eslava y Monzón, que llegó a ser priora en varias ocasiones. Fue hija de Francisco de Eslava y Berrio y María Narcisa de Monzón. Entre los hermanos de su padre, además del mencionado virrey de Nueva Granada y defensor de Cartagena de Indias, figuraban Agustín, primogénito que profesó dominico y el padre José Fermín, jesuita. La partida de defunción de doña Agustina lo deja meridianamente claro, cuando señala su implicación en la nueva fábrica del convento e iglesia, erigidos entre 1751 y 1759, así como en la reforma espiritual del mismo, ya que a su iniciativa y a la de otras religiosas se hicieron las nuevas constituciones, preparadas por el capuchino Tomás de Burgui, en tiempo del obispo Miranda y Argaiz, en 1762. La necrológica de sor Agustina, redactada por don Cristóbal Pérez, vicario del convento, se data el 4 de noviembre de 1789, y tras señalar que falleció de forma no esperada, agrega: “dicha señora fue priora en cinco trienios y gobernó el convento en lo espiritual y temporal con el mayor celo y prudencia y fue la primera, entre las demás, que contribuyó mucho a la reforma del convento y a la práctica de las nuevas constituciones que se formaron año 1762 y también la que más padeció y sufrió en la reforma de persecuciones y tribulaciones que son inseparables de ella, por graduarla los humanos de singularidad”. Doña Agustina había nacido en Enériz, en 1719, ingresó en 1737, profesó en 1738 y fue priora los trienios 1763-1767, 1770-1773, 1779-1782 y 1784-1787. En el mismo convento de Puente la Reina tenía una hermana de nombre Clara, que había profesado antes que ella, en 1733.