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El escultor romanista Juan de Anchieta

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Santo Cristo del Miserere de Tafalla

Esta excepcional imagen de Anchieta ha suscitado a lo largo de los siglos entre los vecinos de la villa del Cidacos y su comarca una devoción solo parangonable con la de los Crucificados andaluces, pues, como escribió su documentalista Cabezudo Astráin, “produce ante el que lo contempla la más pura emoción de fe y de arte”. Quizás nos hallamos ante una donación del propio escultor o, más probablemente, de su viuda Ana de Aguirre, a la iglesia que guarda su obra cumbre, el retablo mayor de Santa María, que no llegaría a ver terminado. Habrá que esperar al cambio de siglo para conocer el dato que acredita su autoría, pues en el contrato de 1600 entre el chantre, teniente de alcalde y vecinos con el pintor Juan de Landa para hacer un retablo mixto que lo acogiera, se dice que “es para poner el Cristo que está hecho de mano de Ancheta” y “para adorno del Cristo y de su capilla”, que era de patronato de la villa. Su origen está en la popular cofradía de la Vera Cruz, de la que era patrono el regimiento, impulsada desde su origen por los franciscanos y que tenía, según ha escrito G. Silanes, fines penitenciales y procesionales e indulgenciales.

Su nombre viene precisamente de la primera palabra latina, Miserere, con la que comienza el salmo 50, que relata la visita del profeta Natán a David tras su pecado con Betsabé. Previo reconocimiento de la culpa, se exalta en este salmo penitencial la súplica del pecador arrepentido, pidiendo misericordia al Señor, en el rezo de los laudes de todos los viernes. En el ambiente de la Contrarreforma, constituye toda una propaganda del arrepentimiento del cristiano y del sacramento de la confesión. En el ático, los patronos mandaron pintar a Landa un lienzo del Santo Entierro que, mediante efectos lumínicos pretenebristas, nos conmueve ante Cristo muerto.

Aunque no llega a superar al Cristo de la catedral iruñesa, realizado para el primer templo de Navarra, es una obra excepcional que agrega a sus evidentes valores técnicos y estilísticos, el de poseer todavía la encarnación coetánea aplicada por el pintor Juan de Landa en 1600, que convierte a este Dios hecho hombre muerto en el vencedor del pecado. Su comparación con el realizado para la Barbazana explica la madurez alcanzada por nuestro escultor por los diez años que median entre la ejecución de ambos. Aunque presentan el mismo esquema canónico de los crucificados romanistas, derivado de dibujos de Miguel Ángel, como el del Museo Británico, en este de Tafalla podemos ver claramente su rostro más sereno, al no tener la cabeza desplomada y recoger la cabellera hacia atrás. Reconocemos perfectamente ese tipo bizantino de nariz aguileña y barba corta y bífida que ya estaba consolidado. Aunque ha expirado, es un muerto que vive. La obra denota un mayor equilibrio, sin exageración en las torsiones ni en la curvatura del cuerpo. Como advirtió con gran agudeza García Gainza, el mayor clasicismo de esta imagen postrera se puede deber a la contemplación en el monasterio de El Escorial de las esculturas de Pompeo Leoni y Juan Bautista Monegro durante el viaje que hizo a este Real Sitio en 1583.

El magistral tratamiento anatómico de los planos musculares nos presenta el cuerpo atlético de un hombre de 33 años en su plenitud que, por su hiperrealismo, demanda más un estudio fisiopatológico que histórico-artístico. En lo que coincide plenamente con el crucificado de la catedral es en la representación de las manos semicerradas y contraídas por la acción de los clavos sobre el metatarso y el metacarpo, y del pie derecho montado sobre el izquierdo con la separación del dedo gordo en V. Se cubre con un paño de pureza mínimo o franja horizontal de tela anudada en su cadera diestra, que deja descubierto un desnudo apolíneo. La blandura de este cuerpo, tallado en un tronco de nogal, se obtuvo al finalizar la escultura en blanco, pero se revistió definitivamente con una epidermis gracias a la encarnación a pulimento que hizo del rey de armas Juan de Landa, que hubiera satisfecho plenamente a su autor Juan de Anchieta. Hasta en los finos hilillos de sangre y su recorrido sobre la piel se aprecia la maestría del pintor. Con este complemento, que todavía permanece, se dio a esta imagen de devoción, la última vida y expresión.

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aula_abierta_itinerarios_40_bibliografia

CABEZUDO ASTRAIN, J., “Iglesia de Santa María de Tafalla”, Príncipe de Viana, 67-68 (1957), pp. 426-431.

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TARIFA CASTILLA, M.ª J., “Los modelos y figuras del escultor romanista Juan de Anchieta”, en Fernández Gracia, R. (coord..), Pvlchrvm Scripta varia in honorem M.ª Concepción García Gainza, Pamplona, Gobierno de Navarra-Universidad de Navarra, 2011, pp. 782-790.

VASALLO TORANZO, L., Juan de Anchieta. Aprendiz y oficial de escultura en Castilla (1551-1571), Valladolid, Universidad de Valladolid, Secretariado de Publicaciones e Intercambio Editorial, 2012.