09/10/2025
Publicado en
Diario de Navarra
Javier Erro |
Investigador del Instituto de Biodiversidad y Medioambiente BIOMA y profesor de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Navarra.
En plena época de demanda de vivienda, el premio Nobel de Química 2025 ha recaído en tres químicos que han construido alojamientos moleculares gracias a su ingenio, tesón, paciencia y colaboración.
Susumu Kitagawa, Richard Robson y Omar M. Yaghi han sido galardonados por el desarrollo de un nuevo tipo de arquitectura molecular. Las estructuras obtenidas están basadas en la combinación de metales y moléculas orgánicas creando andamios metalorgánicos (MOF) con grandes cavidades interiores para alojar diferentes moléculas. La arquitectura de dichos constructos recuerda a las esculturas de Chillida y Oteiza, pues el valor está en crear y esculpir el vacío.
Tan interesantes son dichas construcciones moleculares como el proceso recorrido para llegar a ellas.
Robson, profesor de la Universidad de Melbourne, tuvo su inspiración preparando una clase para sus alumnos. Quería que construyeran moléculas simulando los átomos con bolas de madera y los enlaces con barras. Así, al pensar dónde agujerear las bolas para enlazarlas, imaginó una construcción mayor uniendo moléculas con los enlaces adecuados. De esa forma, combinó moléculas para formar, cual maquetas de Lego, estructuras regulares con cavidades para albergar otras moléculas.
Por su parte, Kitagawa leyó a un antiguo filósofo chino, Zhuangzi, que cuestionaba lo que creemos útil. Defendía que lo valioso puede no conllevar un beneficio inmediato. Desgraciadamente, si bien investigó desde ese espíritu, no pensaron igual quienes debían subvencionar su investigación. De cualquier manera, consiguió obtener estructuras metalorgánicas tridimensionales muy estables, blandas, flexibles y maleables.
Por último, Yaghi presentó al mundo el MOF-5 que comprendía una superficie de un campo de fútbol en dos gramos. Así, podía captar moléculas cambiando de forma y soltarlas recuperando su forma original como si fuese un pulmón.
Los equipos de estos tres investigadores sentaron las bases para sintetizar miles de estructuras metalorgánicas en laboratorios de todo el mundo con diferentes propiedades.
Por ejemplo, se han diseñado para captar agua del aire del desierto y disponer de esa agua al calentar el MOF, para extraer contaminantes del agua, para capturar dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero, para almacenar hidrógeno, para administrar fármacos o para atrapar el gas etileno de las frutas y retrasar su maduración. Una vez propuestas estas estructuras, sus posibilidades son enormes para el beneficio de la humanidad, hasta el punto de que se habla de ellas como el material del siglo XXI.
El resultado de la cooperación de investigadores de diferentes partes del mundo, de la combinación de material orgánico e inorgánico y de la unión de saberes (filosóficos, arquitectónicos, docentes o químicos) desemboca en la creación de espacios donde caben todos. Un gran aprendizaje científico y humano.