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Hace 400 años. Un intercambio de imágenes marianas entre Cervera del Río Alhama y el monasterio de Fitero en 1622

En el año 1622 tuvo lugar un acontecimiento extraordinario en la historia del culto a Nuestra Señora de la Barda en el monasterio y villa de Fitero, nada menos que el traslado de su imagen por nueve días al pueblo riojano de Cervera del Río Alhama, mientras a la localidad navarra llegaba la Virgen del Monte. Una escritura notarial, protocolizada por el escribano de Fitero Miguel de Urquizu y Uterga, nos da cuenta de detalles y pormenores de todo lo ocurrido en aquellas celebraciones.

Aquel singular evento se debe contextualizar en el periodo de la Contrarreforma, que trajo consigo un claro acicate en todo lo referente al culto mariano, tanto en advocaciones generales como la Inmaculada, el Rosario o el Carmen, como en las particulares de pueblos y ciudades, que entraron en una auténtica competición, con la construcción de nuevas fábricas para sus advocaciones locales, así como de dotación de sus capillas. Las leyendas de sus prodigiosas apariciones, en tiempos en que imperaba el maravillosismo, las estampas devocionales, los gozos, las procesiones y las ferias y fiestas en su honor hicieron de muchos santuarios lugares de peregrinación y, por supuesto, de romerías, algunas de las cuales han pervivido hasta nuestros días.

En el monasterio de Fitero se acababa de dotar la capilla de la Virgen de la Barda con pinturas, nuevo retablo, a la vez que la imagen se iba enriqueciendo con  sobresalientes preseas, especialmente coronas de plata. Asimismo, el hecho de que su capilla iba a ser parroquial para el pueblo de Fitero, hizo que su culto y cariño entre sus habitantes fuese creciendo y su intercesión fuese pedida en momentos de pestes, guerras y sequías. Aquel proceso culminó en 1785, con el voto del ayuntamiento para la celebración de su fiesta en el día del Dulce Nombre de María y la consideración como patrona de Fitero.

Plano de Fitero y sus alrededores (c. 1600), en donde se sitúa el término de la Serna, en donde se produjo el intercambio de las imágenes. Archivo Real y General de Navarra

Todo el texto manuscrito de 1622, al que nos vamos a referir, refleja costumbres plenamente barrocas. Pese a ser un acta notarial, pertenece al género literario de las Relaciones y su texto está redactado en tono laudatorio, con bastante detalle, tendencia a la exageración y propósito de revivir, con su lectura, aquellas jornadas festivas. Su examen y análisis detenido nos recuerda los elementos que intervenían en la fiesta barroca, todos ellos destinados a la exaltación del gaudium, con la unión de música, lo efímero, los desfiles y procesiones, los sonidos y luces que maravillaban y conmovían los sentidos.

La iniciativa del intercambio partió de los vecinos de Cervera, que delegaron la petición en uno de los eclesiásticos de aquella localidad riojana, el beneficiado Jerónimo Jiménez. El motivo no fue otro que el de una sequía pertinaz. El mencionado clérigo se entrevistó con el prior del monasterio, fray Martín Jimeno, proponiéndole juntar a los dos pueblos con las imágenes marianas en el paraje del prado de la Serna e intercambiarlas durante un novenario. El escribano de Fitero, el roncalés Miguel de Urquizu y Uterga, afirma que “por todos fue admitida su embajada con sumo gozo por la conformidad y unión que de tan santas procesiones y trueco se podía seguir”. Para corresponder protocolariamente, se envió desde el monasterio a su fabriquero, fray Dionisio de la Iglesia. En la entrevista de este último con los de Cervera se determinó realizar la ceremonia de cambio el día 8 de mayo de aquel año de 1622, a la sazón domingo.

Llegado el día señalado, salió desde Fitero la comitiva precedida por la cruz alzada, el prior y la comunidad cisterciense, el alcalde y jurados de la villa y los vecinos, con el paso procesional de la Virgen de la Barda portado por los monjes, con acompañamiento de más de cincuenta hachas encendidas y otras luces, los pendones de las cofradías y la imagen del Cristo de la Vera Cruz, de gran veneración en Fitero. La ausencia del abad de Fitero, fray Hernando de Andrade, en todos los actos se debió a que estaba aquella temporada en Pamplona. Desde Cervera llegó un cortejo, precedido por la cruz procesional, los pendones de las cofradías y la Virgen del Monte “con mucha decencia y luces”. Ambos elementos, relativos al decoro/dignidad y a la iluminación se repiten a lo largo del relato y encajan perfectamente con el contexto de la Contrarreforma y el culto dado a las imágenes, en el que tanto se insistía en las constituciones sinodales de todas las diócesis y en las visitas pastorales hechas a las parroquias.

Litografía coloreada de la Virgen de la Barda, realizada en Pamplona por Antonio Urrizola en 1854. Colección particular

En el encuentro de las comitivas con sus respectivas imágenes, se hicieron “las obediencias que se acostumbran”. Indudablemente, con ese término se alude a los saludos y venias preceptivas. En el lenguaje monacal se denominaba obediencia al permiso que daba el superior para ir a predicar o realizar un viaje u otra encomienda de oficio para otro convento. La expresión también puede significar, según el Diccionario de Autoridades, someterse al gusto del otro. No podemos descartar, incluso, el saludo de ambas imágenes, en forma de inclinación de sus pasos procesionales.

A los lados del altar se habían dispuesto sendos lugares para ambas Vírgenes, que se colocaron “con mucho adorno había hecho fabricar el dicho padre prior, arrimado a las paredes de la dicha Serna”. El concepto adorno también encaja perfectamente con la cultura del Barroco, que se iba abriendo paso en la década de los veinte del Seiscientos ya en todos los aspectos.

La misa la cantó el padre Fermín de Álava y fue armonizada por los monjes, con el órgano y el canto de motetes divinos en loor de las santas imágenes”. Sobre la presencia de la música de órgano, hemos de pensar que fue gracias a uno de los denominados realejos o portativos que poseía el monasterio, dos de los cuales aún se conservaban en la sacristía a comienzos del siglo XX. Isabel Ostolaza, al tratar de la biblioteca de fray Ignacio de Ibero, abad de Fitero entre 1592 y 1612, señala que también trajo un órgano desde Cataluña, que hubo que poner en lugar reservado porque los pajes y muchachos estaban continuamente tocándolo. En cuanto a los motetes, hemos de recordar que al monasterio habían llegado, de la mano del mencionado abad Ibero, partituras de los grandes maestros como Palestrina, Cristóbal de Morales, Tomás Luis de Victoria, Fernando de las Infantas y otros compositores italianos de primera línea. La interpretación de polifonía con las voces de los monjes jóvenes y novicios queda así documentada, como señala la mencionada profesora Ostolaza.

Tras la celebración litúrgica y hechas las cortesías o ceremonias de despedida, cada imagen partió a su destino. A la Virgen de la Barda la llevaron las autoridades de Cervera a aquella localidad, mientras que la del Monte se trajo con mucha luminaria y música al monasterio. Esta última se colocó en el altar de la capilla de Nuestra Señora de la Barda, con numerosas velas blancas y durante los nueve días en que estuvo allí “se celebró una misa cantada con diácono y subdiácono a canto de órgano, y a la tarde se hizo cada día una procesión solemne, saliendo de la misma capilla y volviendo a ella. Y en este tiempo hubo mucha frecuencia de oración, acudiendo el cabildo y gente principal de la dicha villa de Cervera a visitar a Nuestra Señora del Monte. Y del dicho Real Monasterio fueron cada día dos religiosos a visitar a Nuestra Señora de la Barda, y otras muchas personas principales y honradas de la villa”.

Transcurrido el novenario, el 17 de mayo, con la misma comitiva que días atrás, se condujeron a ambas imágenes al paraje de la Serna para proceder a su devolución. En esta ocasión, se extremaron los detalles más aún, ya que a la luminaria y autoridades se añadieron dos elementos por parte de Fitero. El primero, la presencia en el cortejo romero y procesional de la escultura del Niño Jesús de escuela castellana, realizada hacia 1612, bajo los auspicios del prior fray Bernardo Pelegrín con el fin de establecer una cofradía del Dulce Nombre de Jesús. El segundo fue la incorporación de “danzas y una compañía de soldados con su capitán, alférez y sargento, bandera, pífanos y tambores”. La presencia de luces, soldados, instrumentos musicales y tantos adornos forman parte de la estética de aquella cultura que intentaba captar y mover a los individuos, más por los sentidos que por la razón, por ser aquéllos mucho más vulnerables que el intelecto.

Desde Cervera, afirma la Relación que trajeron a la Virgen de la Barda con mucha luminaria y los pendones antes mencionados. Se cantó la misa ante las dos imágenes marianas y la mencionada escultura del Niño Jesús que se colocó en “un relicario que estaba hecho con mucho adorno”. El oficio litúrgico corrió a cargo del padre Fermín Álava, monje-vicario de la villa de Fitero, acompañado de “diácono y subdiácono y el santo convento con mucha música la ofició, cantando a tiempos muchos motetes divinos”.

Terminada la misa y con los saludos y agradecimientos de rigor, cada comitiva regresó con su imagen a su pueblo, al son de las salvas de arcabucería. Como no podía ser de otro modo, el cronista, en este caso el escribano, apunta a las masas de gentes que asistieron al acto. Al respecto recuerda que según juicios de los que en ella se hallaron hubo más de cinco mil personas de los dos pueblos, de la villa de Cintruénigo, Igea de Cornago, Corella y otros pueblos de Castilla y Navarra que vinieron a ver la dicha procesión”.

El texto finaliza con los nombres de las autoridades del momento en ambas localidades: “Y en este tiempo, se advierte, era abad de dicho Real Monasterio el Reverendísimo don fray Fernando de Andrade y Castro que a la sazón estaba en Pamplona, y el padre fray Martín Ximeno prior, el padre fray Lope de Ezpeleta, subprior, y el padre Diego de Puelles cillerero del común y el padre Dionisio de la Iglesia, fabriquero, y el padre fray Rafael Aznarez cillerero del convento y el padre fray Tomás Herce archivista de los privilegios y executorias del dicho Real Monasterio, y alcalde en Fitero Juan Salvador, regidores: Francisco Inestrillas, Diego de Cuenca, Pablo Ximénez y Miguel Francés; y alcaldes en la villa de Cervera don Alonso de Angulo y Juan Remón”.

Para saber más

BONET CORREA, A., Fiesta, poder y arquitectura. Aproximaciones al Barroco Español. Madrid, Akal, 1990
FERNÁNDEZ GRACIA, R., “Niño Jesús”, Fitero: el legado de un monasterio, Pamplona, Fundación para la conservación del Patrimonio Histórico de Navarra, 2007, p. 356

FERNÁNDEZ GRACIA, R., Ocho siglos de historia, arte y devoción en Fitero. La Virgen de la Barda: de titular del monasterio a patrona de Fitero, Pamplona, Parroquia de Santa María la Real, 2018

OSTOLAZA ELIZONDO, I., La memoria de los libros. Las bibliotecas del Císter navarro hasta la Desamortización, Pamplona, UPNA, 2018

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