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Patrimonio e identidad (98). Dibujos de hace tres siglos que recrean la vida cotidiana

17/11/2025

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Diario de Navarra

Ricardo Fernández Gracia |

Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

No cuentan todos los años con dibujos, de distinta índole, para poder glosarlos en una unidad cronológica que, además, nos sitúan ante la posibilidad de comentar e ilustrar distintas realidades de la sociedad del Antiguo Régimen. Vamos a comentar algunos aspectos de la vida cotidiana de nuestros antepasados en base a cinco dibujos datados en 1725, hace justo trescientos años, realizados en distintos ambientes y con fines dispares. El trabajo, la harina para el pan del molino, el agua de una fuente, el ornato y una carta de profesión de una monja de clausura son sus protagonistas.

El trabajo: un examen gremial

El acceso a las distintas profesiones desde la época bajomedieval estuvo regulado por los diferentes gremios y sus cerradas ordenanzas. Tras el aprendizaje de varios años, el examen consistía, en el caso de los plateros pamploneses, en un dibujo y luego reducirlo a la pieza, quedando constancia del primero en el libro de la hermandad dedicado a tal efecto, conservado en el Archivo Municipal de la capital navarra.

El autor del dibujo que presentamos es Juan José de la Cruz y Ruesta (Canfranc,1695 – Pamplona, 1777), perteneciente a una familia de artistas originaria de Huesca. Fue tío del famoso grabador Juan de la Cruz Cano y Olmedilla y de su hermano Ramón de la Cruz, célebre dramaturgo. Desde las vecinas tierras del obispado de Jaca, llegó Juan José a la capital navarra en torno a 1713 para aprender el arte de la platería en la casa y taller de uno de los más prestigiosos maestros de la ciudad, Fernando o Hernando de Yabar, en cuyo taller estuvo doce años. Al año siguiente de examinarse, 1726, contrajo matrimonio con una hija de su maestro, Mariana de Yabar, con la que tuvo nueve hijos e hijas entre 1727 y 1748. 

Las obras que salieron de su taller debieron de ser, en un gran porcentaje, alhajas, dado que en numerosas ocasiones se titula platero de oro. Quizás por ello su nombre no aparece tanto como pudiéramos suponer en la documentación de encargos para otras tantas instituciones eclesiásticas, aunque se le requirió en momentos importantes, como cuando se encomendó aprobar y tasar, junto a su cuñado José de Yabar, el gran frontal de plata de la capilla de San Fermín. Su nombre aparece entre los firmantes de las nuevas ordenanzas del gremio de plateros de Pamplona en 1743 y, entre los artistas que se formaron junto a él, destacaremos a su sobrino Isidro la Cruz, Juan Francisco de Muru y Benito Ancín.  

Su obra como grabador se confunde generalmente con la del gran artista y primo carnal suyo Juan de la Cruz Cano y Olmedilla, máxime cuando este último artista llegó a grabar el escudo de Navarra de la anteportada de los Anales del Reino de Navarra, en la magna edición de 1766. 

El dibujo que presentó para acreditarse como platero consiste en un delicado anillo, de frente y de perfil, inserto en una rica orla, rematada por el patrón del gremio, San Eloy. Entre los motivos decorativos de la aureola figuran la mayor parte del utillaje del taller del orfebre sostenidos por unos niños, a saber: el compás, el martillo, el cincel, la lima y el fuelle.

El pan: presa y molino de Santa Engracia

Las preocupaciones de las autoridades pasaron por caminos, abastecimiento y almacenamiento de aguas, construcción de presas y molinos, así como fijar precio a los consumos ordinarios de alimentos. En 1725, el prestigiosísimo Juan de Larrea (†1741), activo a lo largo de todo el reino en todo tipo de construcciones y obras de ingeniería, presentó un dibujo con la presa y el molino de Santa Engracia, que eran unos elementos citados en la documentación desde el siglo XIII. El molino fue utilizado por el burgo de San Cernin como arsenal en la Guerra de la Navarrería, posteriormente pasó a manos de las clarisas y a partir del siglo XVI sirvió como molino harinero municipal. La presa se construyó para dotar de energía hidráulica e incluye una zona de captación, una conducción y un depósito. Las crecidas del Arga se llevaban por delante aquellas presas y, en 1725, se decidió levantarlo, de nuevo, ante los desperfectos que tenía, como consecuencia de alguna avenida.

Dos dibujos conservados en el Archivo Municipal y estudiados por Carmen Jusué, presentan las trazas con bastante detalle. El primero presenta el puente con tajamares, el molino junto a la presa vieja y la nueva con mampostería y tarjaderas o tablas de madera para contener las corrientes de agua. El segundo ofrece las construcciones del molino con mayor detalle con el nuevo bocal a ejecutar, así como la derivación de las aguas mediante la presa.

El abastecimiento de agua: fuente para la ciudadela

El dibujo para la fuente del centro de la ciudadela en 1725 por Carlos Blondeaux, es del mismo año en que el célebre José Próspero Verboom, fundador del cuerpo de ingenieros del ejército, diseñó el proyecto para el arsenal de la misma ciudadela pamplonesa.

Las fuentes acapararon en el pasado múltiples funciones sociales, estéticas y artísticas. Presidieron conjuntos urbanos,  plazas, parques, encrucijadas, en los claustros de los monasterios, e incluso en el interior de salones y cámaras. Tal protagonismo se explica por sus funciones: abastecimiento, consumo, lugar de encuentro y tertulia. A todo ello hay que añadir su valor estético, pues se concibieron como un elemento de ornato, al que siempre coopera el agua, con sus juegos en sus surtidores, los chorros fluyentes, el ruido y la luz. En definitiva, las fuentes nos sitúan ante unos abanicos de amplios recursos plásticos y cromáticos de gran espectacularidad.

El autor del proyecto, Carlos Blondeaux nació en Flandes y falleció en Nueva España en 1733. Llegó a España acompañando a Verboom, antes de que se crease el Cuerpo de Ingenieros en 1711. Hizo una brillante carrera militar. Desde 1722 estuvo destinado en la ciudadela de Pamplona. En medio de esta última había una plaza circular en cuyo centro, en el que confluían radialmente las diez calles que se dirigían a los cinco baluartes, a las dos puertas y al punto medio de los otros tres lienzos de muralla. Con destino a la citada plaza proyectó la fuente con depósito cuadrado con un pilar, en cuyos frentes se disponían unos decorativos mascarones para los grifos. En la parte superior había un reloj de sol, con dos cuadrantes, orientados a levante y a poniente. 

Carta de profesión de una monja de clausura 

Lejos del mundanal ruido, detrás de las rejas de las clausuras femeninas, las celebraciones de las profesiones de las religiosas venían a romper la monotonía del devenir diario y del calendario festivo. Convites, músicas y sermones festejaban la determinación de permanecer entre los muros y las rejas conventuales. Familiares y amigos se juntaban en los refectorios y, en no pocas ocasiones, las autoridades eclesiásticas enmendaron o trataron de frenar por diferentes excesos y “profanos bullicios”.

En general, la profesión de las monjas se realizaba en manos de la prelada en el capítulo, aunque también podía desarrollarse en la iglesia ante un clérigo, desde el obispo al capellán, visitador o vicario, en cuyo caso las constituciones y ceremoniales exigían que se hiciese delante de la reja del coro bajo, pero teniendo en cuenta que quien recibía era la priora o la abadesa.

Un elemento de especial protagonismo, en tal ocasión, fue la carta de profesión. Se trata de uno de los signos más elocuentes de la profesión religiosa, un documento y vínculo jurídico intra muros otorgado por la novicia al emitir los votos en su convento o monasterio, al prometer, junto a la pobreza, castidad, obediencia, la estabilidad en la clausura. Es un documento privado de derecho canónico con el nombre de la profesa y de la abadesa o del obispo que, generalmente, está firmado por la monja.

El archivo del convento de las Benedictinas de Corella guardaba un total de 214 cartas de profesión y a diferencia de las de Estella, su práctica totalidad parecen haberse hecho dentro de los muros claustrales por religiosas con dotes para el dibujo. La que presentamos pertenece a sor María Micaela de San Agustín (1725), natural de Corella y fallecida el 29 de diciembre de 1757, a los cuarenta y ocho años de edad y treinta y tres de vida religiosa. Como en otros ejemplares del momento, la carta aparece acuarelada en varios tonos. Se compone de un marco de laurel con ángeles y guirnaldas de flores en los laterales y esquinas superiores, sobre un amplio basamento con roleos de flores y tallos vegetales, rematándose en una gran peana. Los cuatro ángeles sostienen filacterias con las inscripciones alusivas a los cuatro votos. El texto de la fórmula de la profesión está escrito en latín.

Cautivados por el ornato: frontal para la capilla San Fermín

Había pasado poco tiempo de la inauguración de la capilla de San Fermín de Pamplona, en 1717, como emblema y signo de identidad de la ciudad. El segundo cuarto del siglo XVIII iba a coincidir con el adorno a porfía de su interior y de la dotación de un importantísimo ajuar textil y argénteo del que no serían ajenos los indianos pamploneses y navarros. Bandejas, andas, frontales, sacras, joyas y capas bordadas son aún testigos de todo aquel fenómeno. Por la época, les tocó el barroco decorativo y ornamental, el mismo con el que triunfó en la capilla, tan diferente a su severo aspecto actual. 

El año 1725 fue testigo de la realización de un precioso diseño de frontal de plata para la capilla, que trazó sobre el papel, con plumilla y acuarelas, el orfebre Hernando de Yabar (c. 1671-1725), hábil dibujante, que falleció cuando aún estaba por entregar la pieza, el 6 de junio de 1725. A petición de su viuda fue pesado, tasado y evaluado el 5 de julio de aquel año por los plateros Diego de Arano, marcador y Luis Oudri, contraste. Yabar fue un destacadísimo platero que trabajó en otras ciudades y dejó obras de la categoría de la peana de la Virgen del Camino (1701), que hizo con el platero francés Daniel Gouthier.

Dos son las opciones que se presentaron en el dibujo, para elegir una de ellas, quedando la tercera en blanco, a la derecha. Todo ese diseño está acorde con modelos del momento en distintos monumentos como las yeserías de la capilla de Santa Ana de Tudela (1722-1725) o la portada de la Novísima Recopilación (Pamplona, 1735), grabada por el platero Juan de la Cruz. En la ejecución de la obra, se varió sustancialmente respecto a los diseños, porque se optó por una composición unitaria, presidida por un medallón oval con el relieve de san Fermín en la gloria, y dos figuras alegóricas del mérito y el premio, sin que falten los emblemas heráldicos de Pamplona.

Los frontales medievales, con pinturas y esmaltes, dieron paso en la Edad Moderna a otros de ricos tejidos, bordados o de plata. Estos últimos estuvieron al alcance de muy pocos templos. De la media docena que hubo en Navarra, solo se conservan dos, en la capilla de San Fermín.