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La pieza del mes de julio de 2022

EL RETABLO RENACENTISTA DE SANTA CATALINA DE ENÉRIZ, OBRA DEL IMAGINERO JUAN DE OBERÓN

Pedro Luis Echeverría Goñi
Universidad del País Vasco

Entre el ajuar mueble que custodia la parroquia de la Magdalena de Enériz destaca el pequeño retablo renacentista de Santa Catalina, que perteneció al anterior templo románico y, más tarde, presidió la ermita de su advocación aneja al cementerio. Restaurado en 1997, se dispone hoy en la pared del lado del evangelio frente a la puerta principal. Sobre su autoría, tan solo sabemos que Juan de Arbizu, vecino de Puente la Reina, cedía en 1567 a maestre Juan de Oberón, imaginero, la mitad del arrendamiento de la primicia de Enériz por tres años a razón de 55 ducados anuales, sin duda para garantizar el cobro del importe de este altar. Conserva el retablo su policromía original con el dorado bruñido y bellos grutescos esgrafiados en el panel del fondo de la titular, que podemos atribuir a Juan de Larequi (c. 1532-1583), aventajado pintor de Pamplona según declaración del propio Oberón, quien en 1569 lo presentó como su fiador en la citada escritura.

Hijo del entallador francés Guillén de Oberon († 1563), vecino de Puente la Reina, Juan de Oberón (1531- c. 1578) fue un imaginero renacentista que ejecutó no solo tallas de nogal y obras de fusta, sino también estatuas y escudos pétreos, por los que recibía mayor salario. En 1559 labraba a las órdenes de Martín de Mazquiarán, cantero de Cegama, las estatuas de la primitiva portada de la parroquia de Mendigorría, de la que se conservan en la actual las de san Pedro, san Pablo y san Andrés. Se formó en el taller familiar, colaborando primero en empresas de su padre y, ya como oficial, trabajó para entalladores de Puente la Reina como Juan de Iturmendi y Juan de Irisarri, y de Pamplona como Pedro de Contreras. Es el autor de piezas expresivistas como la Virgen del Rosario y san Miguel de Artazu, percibiéndose en algunas, como los relieves del retablo de Enériz, ciertos rasgos que anticipan el Romanismo.


Enériz. Parroquia. Retablo de Santa Catalina.

El retablito de Santa Catalina es un conjunto manierista que consta de dos cuerpos, tres calles y ático rematado en frontón triangular con una cabeza de ángel. Las pilastras cajeadas se decoran con ensartos de trofeos, cintas, tarjetas y frutos, en tanto que los frisos van enlazados por telas colgantes con escudetes cruzados. El protagonismo de la santa titular se plasma con la única talla de bulto y, sobre ella, la historia de su decapitación, ambas de mayor escala que el resto. En las calles laterales las flanquean los altorrelieves de santa Lucía, santa Apolonia, san Benito y santa Margarita, los dos últimos de menor tamaño, que están identificados por inscripciones con sus nombres en letras capitales.

Alberga las imágenes de cinco vírgenes mártires muy populares desde la Edad Media, en una asociación que se repite en otros retablos navarros como el mayor de Aróstegui o el colateral de Santa Catalina de Ochagavía. Sus historias legendarias proceden de la Leyenda Dorada de Santiago de la Vorágine y, aunque diferentes, tienen varios puntos de coincidencia. Casi todas pertenecieron a familias nobles y, convertidas al cristianismo, sufrieron terribles martirios, defendiendo su fe y su virginidad, de los que salieron milagrosamente vivas para morir finalmente decapitadas, acorde a su rango.


Talla de Santa Catalina. Detalles esgrafiados con grutescos y morescos.

Preside el retablo la majestuosa talla de santa Catalina de Alejandría entronizada y coronada, con el emperador Majencio a sus pies. Sujeta con su mano derecha la espada de su martirio, que cruza en diagonal, y en la otra lleva un libro cerrado, símbolo de sabiduría. Este esquema nos recuerda al de la tabla tardogótica de santa Catalina, titular de su retablo en la capilla del Rosario de la iglesia de San Pablo de Zaragoza, con las lógicas diferencias estilísticas. Se conserva otra talla de santa Catalina erguida de su mano en la iglesia de San Saturnino de Artajona, de similares características, que fue tasada en 1562 por Roberto Carlit en ocho ducados. Tras María, es la mujer más representada en todas las artes e integra el grupo de las “Cuatro Vírgenes capitales”, junto a santa Margarita, que también aparece en este retablo. En Navarra llevan esta advocación iglesias como la de Muniáin (Guesálaz), ermitas como la de Azcona, casi medio centenar de retablos y cofradías establecidas en Pamplona, Tafalla y Sangüesa.


Fotomontaje de la decapitación de santa Catalina. A. Durero. Sayón de una flagelación. Miguel Ángel. Esclavo. Cámara secreta de la Capilla Medici. A Durero y D. Campagnola. Martirios de santa Catalina.

La única escena de este retablo es la decapitación de santa Catalina, que se representa en altorrelieve en el ático sobre la titular. Esta composición, que encontramos ya en xilografías tardogóticas alemanas y del Primer Renacimiento, nos muestra a la santa arrodillada en actitud orante con la rueda dentada, y el verdugo detrás en el momento de descargar su alfanje. Este viste a la morisca con turbante, calzón y polainas, como reflejo de la hostilidad generalizada hacia estos falsos conversos. Ante un fondo de paisaje con planos lineales de profundidad, contrasta el expresivismo de la santa con la rigidez y verticalidad del sayón, mientras un ángel con los brazos abiertos revolotea en el cielo. La disposición de la santa la vemos en grabados como el de Durero, de 1496-1497, pero por su tensión y dinamismo se acerca más a la del realizado por el veneciano Domenico Campagnola en 1517. El verdugo que va a degollar a la santa nos recuerda en esta acción, no así en el movimiento, al de un esclavo dibujado a carboncillo por Miguel Ángel en 1530 en la cámara de la capilla Medici de Florencia, que coincide en su pose con la del Apolo-David del maestro florentino.

Flanquean a santa Catalina, las vírgenes Lucía y Apolonia, formando una de las trilogías femeninas más repetidas en la retablística del Renacimiento. Al ser una asociación privilegiada, el relieve de santa Lucía de Siracusa se sitúa a la derecha de la titular, puesto que es una de las siete incluidas en el canon de la misa. Sus atributos característicos son la bandeja con sus ojos que sostiene en su mano izquierda, como sanadora de los problemas de la vista, y la palma del martirio. A la izquierda se efigia a santa Apolonia de Alejandría como una mujer joven, pese a que la Leyenda Dorada la describe como una anciana. Era invocada ante los dolores de muelas y otras enfermedades bucodentales, ya que en su martirio le arrancaron todos los dientes con unas tenazas de herrero, que ostenta como su atributo. Su esquema procede del grabado de santa Inés de Marcantonio Raimondi de la serie de los “Pequeños Santos” (c. 1520), del que toma la disposición de tres cuartos, el giro del rostro a su derecha, el contraposto, el brazo izquierdo con el que sujeta el libro y las prendas de su indumentaria. La principal variación es la sustitución de la palma que porta Inés por las tenazas del martirio de santa Apolonia.


Fotomontaje con san Benito, santa Lucía, santa Apolonia y santa Margarita. M. Raimondi. Santa Inés.

El relieve de san Benito de Nursia responde a la iconografía renacentista posterior a la reforma de la Congregación de Valladolid, es decir, como un joven imberbe con amplia tonsura. Su característico hábito negro de la Orden se compone de túnica talar con capucha o cogulla de gran holgura y amplias mangas. Sus atributos como fundador son el libro de la Santa Regla cerrado, que aprieta con la mano izquierda, y el báculo abacial con voluta floreada, símbolo de su autoridad pastoral, que sujeta con firmeza. Adopta una disposición frontal, si bien gira el rostro a su izquierda en virtud de la ley de la correspondencia y apoya su pie derecho en un escabel con doble voluta. Situado a la izquierda de la decapitación vemos el relieve de santa Margarita de Antioquía, que aparece como una joven con corona de princesa, un vestido de talle alto, ceñidor y manto que voltea sobre la rodilla izquierda. Su atributo específico es el diablo antropomorfo retorcido a sus pies, al que mantiene sujeto con una cadena, en tanto que porta en su mano derecha la palma del martirio y en la izquierda, un libro devocional. Le invocaban las embarazadas para tener un buen parto.

Revaloriza este retablo una bella policromía del manierismo fantástico con generosidad en el dorado bruñido y plateado en la espada, alfanje y tenazas. Entre las labores esgrafiadas vemos fondos rajados con arreboles, concentrándose las ordenanzas de grutescos de más calidad en el fondo azurita de la caja de santa Catalina. Se representa seriada una psicomaquia o lucha de antagonistas entre un muchacho desnudo con detallado estudio anatómico y un ave fantástica para evitar que se acerque a un jarrón repleto de frutos de la virtud. En las cenefas de los mantos de las tres santas del primer cuerpo, y especialmente en el envés del de la titular, se simulan morescos que copian patrones de bordados y ornamentos similares a los de F. Pellegrino (1530) o J. A. du Cerceau (1545).

FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA

Archivo General de Navarra. Procesos. Sign. 325869.

ECHEVERRÍA GOÑI, P. L., “Contribución del taller de Puente la Reina a la imaginería del siglo XVI”, Príncipe de Viana, Anejo 11 (1988), pp. 97-108.