aula_abierta_pieza_del_mes_2020_enero

La pieza del mes de enero de 2020

LA ROSA DEL DESIERTO. EL EDIFICIO DE CIENCIAS DEL CAMPUS DE LA UNIVERSIDAD DE NAVARRA

 

Juan Carlos Valerio Martínez de Muniáin
Arquitecto

 


Quiero analizar hoy uno de los edificios más magistrales del Campus, el edificio de Ciencias, realizado por el arquitecto Carlos Sobrini en 1967.

Hace muchos años descubrí en los desiertos de mi tierra, en el fondo de un barranco, una rosa del desierto. Años después tratamos de encontrarla de nuevo, pero fue imposible. La rosa del desierto es una formación geológica de cristales de yeso que forman como una flor rosada de pétalos en torno a un corazón. Traigo aquí esa imagen porque, siendo la arquitectura una formación geológica, si esta pretendiese acercarse a la naturaleza, a las plantas, esa sería su imagen más clara, y creo que eso hizo el edificio de Ciencias.


La Rosa del desierto

No sé si intencionadamente, o solo intuitivamente, el edificio, al reflejar un programa de ciencias, trató de acercarse al mundo de la naturaleza, y desde un corazón, expandirse en pétalos como una flor buscando la luz en lo alto.

A esta intención se añadió otro objetivo. En aquellos años, la arquitectura del Movimiento Moderno, basada en una composición abstracta sobre un plano, sin valorar nunca la sección, estaba empezando a agotar a los espíritus más libres y aventureros. El Movimiento Moderno había dado al campus edificios muy bellos: la primitiva biblioteca, la clínica; en ambos la composición refleja el cruce en un plano de líneas horizontales y verticales donde los movimientos interiores parecen decidir el funcionamiento del edificio, pero ello no es cierto, pues en el fondo subyace una composición pictórica de volúmenes que se cruzan intersectando y se expanden hacia el exterior en crujías muy estrechas buscando la luz.

El Movimiento Moderno trató de arrasar la arquitectura clásica rompiéndola en pedazos, y sobre todo trató de destruir el centro; por ello, en su arquitectura todo es movimiento, un movimiento sin sentido, aparentemente funcional, que nos envuelve en la maraña destructora de su idolatrada función. Esa ideología trataba al hombre como un muñeco, como un ser puramente fisiológico, sin alma, sin anhelos.

Basta ver cómo funciona la biblioteca antigua o la clínica, donde todo son pasillos sin un centro, sin poder detenerse. Ciencias es todo lo contrario, al entrar en el edificio alcanzamos inmediatamente su centro, su corazón, y todo el programa se organiza en torno a ese corazón.

Pero este rechazo de uno de los postulados del Movimiento Moderno exigía dar con un nuevo modelo, una nueva filosofía. Así, para organizar la arquitectura en aquellos años, si se anulaba el protagonismo de los recorridos, de la pura función, era preciso buscar un argumento, una nueva plantilla. Muchos arquitectos apelaron entonces a la geometría, se recurrió al triángulo, al cuadrado, pentágono, hexágono, octógono, al rombo; figuras todas ellas enigmáticas, cada una con una personalidad propia y cuya forma arrastra todo el programa y el edificio en su dirección. Así, el triángulo y el hexágono, por ejemplo, una de las figuras más serenas, impone una maravillosa trama estrellada que se puede descomponer en triángulos equiláteros, de 60°, y que a partir de sus radios y lados permite expandirse en otros hexágonos, o en cuadrados, o en triángulos, y alcanza una asombrosa variedad de espacios.

Al adoptar una figura geométrica, y la trama que ella conlleva, el arquitecto está rechazando las ideas abstractas compositivas del Movimiento Moderno y coloca a la arquitectura en un camino enigmático, desconocido, pues se abandona en manos de la geometría y de los números acercándose a la mente del Creador. Es una especie de adoración. Se introduce en las leyes de la geometría, de los números y los ángulos, de la matemática, de las fuerzas que actúan el interior de la materia.

Así, el edificio pasa ser un manifiesto contra la filosofía funcional y materialista, sin centro, sin corazón y sin alma, que dominaba y sigue dominando en parte el mundo actual.

El edificio se basa en un centro, en una geometría, que dispondrá de todos los espacios, pero a la vez va mostrando otras intenciones secretas. El Movimiento Moderno había exigido en sus fachadas un enfoscado blanco, impoluto, calvinista. En la Clínica y en la Biblioteca esa exigencia se matizó sustituyendo el enfoscado por una preciosa piedra blanca que, en su rugosidad, en su luz y en su propia materia, estaba en cierta forma huyendo de la frialdad de los cánones del Movimiento Moderno.

Pero aquí el corte es más radical y se busca para las fachadas un ladrillo rugoso y oscuro, pero además los ladrillos se agrupan de forma irracional en varias piezas unidas. Tanto el material como su disposición, su textura y su color son un manifiesto de una arquitectura nueva contraria a la perfección de la técnica, es un gesto romántico, en cierta forma brutalista, que se une a la elección del hexágono como un manifiesto antifuncionalista.

Pero aparece además un nuevo factor, la estructura, pues el edificio convierte la estructura, apoyada en la geometría del triángulo, en el elemento fundamental de los espacios. Una estructura muy compleja de vigas cruzadas de hormigón permite salvar las grandes luces del centro del edificio y también alcanzar luces amplísimas en el salón de actos, en la capilla y en todas las aulas.

Estaba claro que la decisión de la organización del edificio, de su aspecto y materiales, del dominio de la geometría, de la importancia de la estructura, todo iba dirigiendo al arquitecto hacia un edificio en cierta forma “medieval”. Y esto quiero demostrar aquí, que es el único edificio “medieval”, “gótico”, del campus, pero de ese gótico no lineal, sino centrado, de la capilla Barbazana de la catedral, que produjo luego la capilla del Condestable de Burgos, y todas las capillas y cruceros maravillosos españoles, que curiosamente, al buscar un espacio centrado y apoyarse en figuras geométricas, se acercaron o copiaron secretamente las cúpulas de la arquitectura árabe española.

Mirad el edificio en la noche, cuando estén iluminadas algunas de sus aulas, ved entre el oscuro del ladrillo sus techos de nervaduras blancas; evocan no solo la imagen de una gran capilla gótica, sino sobre todo de una capilla del mundo árabe español. Recordad las capillas del mihrab y de los espacios que lo anteceden en la mezquita de Córdoba, recordad las capillas de Eunate, de Torres del Río, y los artesonados árabes con hexágonos y octógonos de tantos techos hispanos.

Sería Ciencias entonces un edificio orgánico por su aproximación a la naturaleza, gótico por el dominio de la estructura, islámico por su geometría. Ahondando más en su enigmático carácter hispanoárabe, fijémonos en su contraste exterior-interior. En la arquitectura española, como secreta herencia del mundo mediterráneo y sobre todo del musulmán, el exterior oculta siempre el interior e interactúan en violento contraste. Tras los muros rojos y toscos de barro de la Alhambra aparecen las joyas de las cúpulas de yeserías luminosas del interior. Aquí sucede lo mismo: tras esa apariencia brutal y oscura, en su interior una celosía blanca marfil de luz lo invade todo. Ciencias es una “qubba”, las capillas de oración del islam español que se cubrían con una cúpula de gruesos nervios blancos entrelazados, una rosa del desierto descubierta tras atravesar sus muros oscuros.


La oculta capilla del Islam

Ahora fijémonos en otro aspecto del edificio, los grandes volúmenes emergen del edificio, de su corazón, y parecen flotar respecto al suelo. Los volúmenes más grandes y altos, los prismáticos, que contienen los laboratorios, y con un carácter muy pesado, se apoyan en superficies ligeras de vidrio. Esta actitud que busca provocar, sorprender por antiestática, recuerda el palacio gótico Ducal de Venecia con el gran peso de sus pisos macizos sobre la arquería de su planta baja. Aquí sucede lo mismo, enormes volúmenes oscuros y pesados flotan sobre vidrios ligeros, pero aún es más poderosa esta sensación en la entrada. ¿Habéis visto algún edificio que en la entrada mostrase su aspecto más hosco, más duro, que nos hace entrar por una pequeña fisura donde pesa en vuelo sobre nosotros un enorme volumen macizo y oscuro? Ese mismo efecto producen los volúmenes del salón y la capilla volando macizos sobre su basamento.

¿Qué está insinuando todo esto?

Parece como si quisiese mostrar el cáliz de una flor que flota y se despega de la tierra iniciando una ascensión hacia lo alto y donde su único punto estable estuviese en su corazón central que permanece oculto. Parece como si insinuase también que el edificio es una fortaleza, que entrar a él es difícil, que nos deja entrar costosamente bajo esa enorme masa que nos aplasta porque vamos a entrar a un tesoro, a un secreto maravilloso, y por eso nos debe costar pasar bajo esa grieta o fisura porque el interior debe ser protegido.

Otra característica que acentúa este carácter de fortaleza es el foso. Un complejo basamento rodeado de fosos, como un castillo, da paso a las piezas de vidrio para luego, sobre ellas, aparecer los grandes volúmenes prismáticos. Y fijémonos que las piezas triangulares singulares de la entrada, capilla y salón interrumpen ese alzado de vidrio con sus volúmenes macizos mostrando que en el proyecto hay dos mundos: el de los volúmenes prismáticos, más funcional, y el de las piezas triangulares, más simbólico, hijo más puro de la geometría del interior.

Observemos además cómo todos los volúmenes, prismáticos y triangulares, muestran siempre en sus hastiales paños ciegos de ladrillo dejando los huecos para las fachadas laterales; eso acentúa ese carácter de fortaleza inexpugnable.


La fortaleza

A su vez, los volúmenes triangulares se retranquean antes de acabar en lo alto, dejando a los prismas el dominio de la silueta; es como si acercándose al final, esas piezas, que son las más delicadas, fuesen atraídas por el corazón interior. Es el mismo juego de las bases de los pilares góticos, donde cada nervio va llegando escalonadamente, como las teclas de un piano, y unos quedan más altos y otros más bajos fingiendo una composición musical.

Otro detalle de una gran belleza es la ventana alta y muy estrecha que aparece en los laboratorios sobre las ventanas normales, manteniendo entre ambas un paño de ladrillo. Esa luz, alta, elegantísima, recuerda mucho a las celosías o ventanas altas de los palacios árabes, donde sobre la ventana normal aparece un lienzo opaco que pesa sobre ella y en ese lienzo surgen ventanas en celosía filtrando la luz. Recordamos la capilla de oración de la Alhambra y observamos que aquí la celosía árabe ha sido sustituida por el pavés, que también filtra la luz sin dejar ver el exterior.

La propia disposición del hexágono parece insinuar que un gran triángulo lo absorbe y que las puntas de ese triángulo son los espacios singulares del proyecto: la entrada, la capilla, el salón de actos, y sobre ellos las aulas inclinadas; es decir, el proyecto muestra dos mundos interpenetrados, el de los semihexágonos, casi triángulos salientes, y el de los prismas cuadrados, todos surgen del hexágono central pero los prismas son más “funcionales”, con laboratorios normales y solo tienen la singularidad de los cuerpos de vidrio en su base sobre el zócalo. Sin embargo, los semihexágonos son los de funciones más singulares (entrada, capilla, salón, aulas inclinadas) y estos carecen de la base acristalada, siendo por tanto más firmes, más anclados a la tierra. Podríamos decir que son las piezas aristocráticas, pues ellas acaban antes en la altura y se retranquean en el último piso volviendo a la línea del hexágono central, es decir, ellas parecen ser los hijos privilegiados del hexágono, protegidos por las piezas prismáticas que son sus escuderos.

Como dijimos antes, el Movimiento Moderno solo entiende de plantas, en cierta forma olvidó la sección. Sin embargo, aquí la sección es importantísima. Este no es un edificio horizontal, muy al contrario, se entiende ascendiendo, y por ello son claves las escaleras, pequeñas joyas de luz que iluminan el espacio central por sus grietas y que ascienden a los niveles que a su vez miran al patio común. La propia inclinación de las aulas ayuda a esa valiosísima sensación y muestra el enorme valor de la sección.

Este edificio, por tanto, lleva siempre a mirar a lo alto, a ascender, mostrando de nuevo su carácter gótico, medieval. Otros muchos enigmas se dan en este edificio extraordinario, por ejemplo: ¿Por qué las aulas de los prismas avanzan su mitad derecha rompiendo la unidad del volumen? Recuerdan las hojas que a partir de su peciolo empiezan una mitad un poco antes que la otra. ¿Qué significa?, ¿insinúa un giro, como si todo el edificio se dispusiese a girar? En ese pequeño quiebro las piezas prismáticas pierden la serenidad de sus frentes opacos y acentúan las articulaciones de vidrio de sus ejes, imponiendo un movimiento, la sensación de inestabilidad. ¿Era esa su intención, iniciar el giro de todo el edificio aislándolo así aún más de la realidad?

Toda esta complejidad de volúmenes e intenciones queda unificada en su espacio central, un espacio excepcional que logra que todos los espacios sin excepción vivan de él, se relacionen y contemplen. Es uno de los grandes triunfos del edificio, es el espacio sin función, su corazón, el más valioso y el más luminoso.

Y para finalizar, la última clave del edificio: todos los edificios del campus estaban muy preocupados por su aspecto; el Edificio Central, las bibliotecas, la Clínica, los colegios mayores… eran más clásicos, más renacentistas o barrocos, o Movimiento Moderno, pero aquí no sucede eso. Este edificio posee un corazón interior, cuidado, protegido, y a partir de él nace una ley de crecimiento, como una célula, como un organismo vivo. De él surgen unos pétalos más singulares, otros más fuertes, se articulan con la tierra y entre ellos y ascienden hacia lo alto, pero obedecen solo a esa ley interna, a su verdad enigmática y misteriosa. Nada les importa su aspecto exterior, ellos han nacido y crecido en libertad y verdad, saben que surgirán ante el espacio y el paisaje en la belleza que da la verdad.

Por ello es un edificio gótico que muestra sus pilastras, sus arbotantes, sus torres, sus pináculos, a los que, nacidos desde dentro, no les importa en absoluto el exterior; en definitiva, sabe que es verdadero y sin duda será bello.

Es por tanto este enigmático y maravilloso edificio, formación geológica, célula, flor, castillo, capilla gótica, oculta capilla del islam, caleidoscopio, diamante, todo ello en su vocación de verdad y de belleza, la joya del Campus.