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La pieza del mes de julio de 2010

"LA MUERTE DE SANTA ISABEL" EN UN LIENZO FLAMENCO DEL MONASTERIO DE AGUSTINAS RECOLETAS DE PAMPLONA
 

José Luis Requena Bravo de Laguna
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

 

Uno de los episodios iconográficos del ciclo de la Vida de San Juan Bautista más insólito, y por lo tanto menos representados en la historia del arte es el de la muerte de Santa Isabel. La escena está inspirada en los relatos apócrifos de Nicéforo I de Constantinopla y Jorge Cedreno, Padres teólogos de la Iglesia Oriental. La historia nos cuenta como durante la matanza de los Inocentes ordenada por Herodes el Grande, Isabel huyó a las montañas de Judea junto al pequeño Juan donde permanecieron escondidos en el interior de una cueva. Transcurridos cuarenta días fallecía la anciana Isabel dejando al niño a cargo de unos ángeles que lo alimentaron y cuidaron hasta que el joven Juan pudo valerse por sí mismo. 

Entre la abundante oratoria sagrada del siglo XVII figuran numerosos ejemplos que se hacen eco de lo narrado por ambos teólogos bizantinos. Buena prueba de ello lo encontramos en el Libro de la vida y excelencias maravillosas del glorioso San Juan Bautista, del franciscano Juan de Pineda, publicado en Salamanca en 1574:

Yo siguiendo a Nicéforo y a Cedreno (conforme a la primera opinión) digo que de menos de tres años comenzó el niño San Juan su penitencia; y su razón es muy buena, que cuando Cristo estaba desterrado en Egipto huyendo de la persecución de Herodes que mató a los inocentes por solo matarle a él entre ellos (lo cual según más razonable parecer de doctores fue al segundo año de su nacimiento) que el Bautista ni más ni menos era criado de su madre secretamente en la montaña en una cueva, de miedo que se le mataran, no pudiendo ser escondido, por haber sido su nacimiento tan lleno de maravillas públicas; y como se hubiese criado en la soledad, que de ahí le vino a ser contentar con tal vivienda, especialmente teniendo por guía al Ángel del Señor: que dice Cedreno haberle acabado de criar en el monte, sin querer tornarse aun ya hombre a poblado. Esto es de Nicéforo, y de Cedreno, y confirmarse con que dicen el bienaventurado S. Crisóstomo y Pedro Mártir Arzobispo Alejandrino que el bienaventurado Zacarías padre del Bautista fue martirizado de Herodes porque no quiso entregar a su hijo para que le matasen con los otros Inocentes: y dice más este doctor Alejandrino, y otros con el que de esta muerte de este Zacarías se entiende lo que Cristo dijo a los Judíos, que había de venir sobre ellos la sangre de todos los justos, que había sido derramada desde el justo Abel hasta la sangre de Zacarías, el hijo de Barachias, el cual muerto en el templo, y así fue muerto allí. Decidme los que bien consideráis si hayáis a un niño de tres, o cuatro años una legua si quiera de poblado, por más llana y cultivada que fueses la tierras: por ventura no lo terniades por ocasión de que aquel niño muriese de hambre, o se ahogase en cualquier arroyo que topase, o se lo comiesen lobos? Y si al niño de tres, o cuatro años le corren tantos y tan probables peligros, que diréis de el que no había más de año y medio que nació, como con razón concluye Nicéforo, y se saca de la verdad Evangélica, pues su ida al monte fue cuando herodes mataba los inocentes? Más diréis que el niño san Juan no se fue, ni se le ha de imputar a el aquella salida, sino a su madres que le llevo en brazos,: y concediendo esa razón, pues el niño por entonces no sabía ni podría andar, añado con Gregorio Cedreno que se le murió la madre a los cuarenta días después que huyó con el al desierto, y que con quedar el niño de la edad que decimos, se quedó en la montaña para siempre.

Por otro lado, la Venerable Sor María de Jesús de Ágreda en su Ciudad Mística de Diosrelata en semejantes términos el periplo de ambos sagrados personajes sin citar expresamente a Nicéforo y Cedreno: 

Conoció asimismo la divina Señora que Santa Isabel, después de tres años de aquella vida solitaria, moriría en el señor y Juan quedaría en aquel lugar desierto, comenzando una vida angélica y solitaria, y que no se apartaría de allí hasta que por orden del Altísimo saliese a predicar penitencia como precursor suyo. (...) Y desde entonces con voluntad del mismo Señor los enviaba frecuentemente a visitar con los ángeles que le servía y con ellos mismos le remitía algunas cosas de comida, que era el mayor regalo que tuvieron en aquel yermo el hijo y madre solitarios. (...) Y cuando llegó la hora de morir Santa Isabel, le envió grande número de sus ángeles, para que la asistiesen y ayudasen junto a su niño Juan, que entonces era de cuatro años, y con los mismo ángeles enterró a su madre difunta en aquel desierto.

El tercer relato se lo debemos al fraile dominico Fray Baltasar Arias quién en sus Discursos predicables, publicados por vez primera en Valencia en 1614 no duda a recurrir recurre al testimonio de los citados padres bizantinos para narrar el extraordinario suceso:

De manera que al niño siendo su madre muerta, o estando en eso, le tomaron los ángeles, y le metieron en lo más íntimo, y secreto del desierto: y allí ellos mismos le criaron, y sustentaron, y fueron como nodrizas, y amas de leche de este santo niño. Oh nobleza rara, y grandeza particular de este glorioso santo, que los ángeles del cielo le sirviesen de nodriza y ama. ¿A quién no admirará un portento, y maravilla semejante? ¿Quién jamás tal vio? De Rómulo y Remo se cuenta que les crió a la orilla del río Tíber una loba. (…) Y de otras personas señaladas hemos leído prodigios semejantes; pero que les hayan criado, y servido de nodrizas solo los ángeles, eso no sé yo que se cuente de nadie, ni a nadie Dios tal merced ha concedido, sino a nuestro Bautista. Y con ser este santo criado en el desierto por los ángeles, después vino a volar mucho más que aquellos, dejándolos muya atrás. Les sucedió a los ángeles con este santo niño, lo que dice Jeremías que le sucede a la perdiz con los huevos que cría. Perdix fouet quae non peperit: in dimidio dierum suorum derelinque teas. La perdiz, dicen los naturales, que cuando no tiene huevos propios, se va al nido de otras aves, y de allí las toma, y las trae a su nido y allí las cría. Y cuando has salido ya los pollitos, y son grandecitos, sucede que oyendo la voz de sus propias madres salen del nido, y van tras ellas, volando tan alto, que a veces dejan a la perdiz que les crió muy atrás. Asimismo los ángeles (como no tenías hijos naturales, querían adoptarse uno; y echaron mano del mejor de los nacidos, que fue San Juan: y tomándole del nido, de la cuna, o pecho de la madre Santa Isabel, lo llevaron al desierto, nido de gente angelical, y allí le criaron. Y criado vino a ser tan grande en santidad y voló tan alto por esos coros del cielo, que dejó muy atrás a los ángeles que le habían criado, pues (como dice San Bernardo en el sermón de las excelencias de San Juan) Antecellit Angelos. Exceden santidad a los ángeles. De manera que de año y medio se fue este santo al desierto, y comenzó a hacer penitencia (…) Oh santo niño, y divino anacoreta. Oh ermitaño soberano, y del cielo, quién te viera trepar por aquellas breñas, caminar por aquellos montes, y discurrir por aquel desierto, conversando con solo Dios y sus ángeles.

Pues bien, sobre una de las sobrepuertas del claustro alto del monasterio de Agustinas Recoletas de Pamplona se encuentra un lienzo de formato apaisado (75 x 171 cm.) que incorpora dos episodios de la Vida del Bautista en una, contribuyendo así a incrementar los recursos narrativos de la escena. Por un lado, la muerte de la anciana Isabel, y la inmediata asistencia de San Juan niño al cuidado de unos ángeles. Aunque a día de hoy desconozcamos su procedencia probablemente formó parte de un ciclo dedicado a santas ermitañas, hoy perdido. 

La solución compositiva del anónimo pintor fue llevar las cuatro figuras al margen izquierdo del lienzo, dejando la otra mitad para el paisaje. Además, el artista muestra en esta composición una formación pictórica con referencias explícitas a la pintura flamenca del seiscientos. Curiosamente, el marcado protagonismo del paisaje recuerda a lo realizado por la importante colonia de pintores flamencos en Roma por aquellas fechas. En efecto, el artista ha construido un entorno sombrío pero apacible gracias a la superposición de planos y masas de vegetación, reduciendo el celaje a la mínima expresión, muy semejante a lo practicado por artistas como Paul Bril o Martín de Vos. Como estos últimos, nuestro artista se recrea en pintar numerosos detalles que proporcionan amenidad a esta imagen campestre, en la que incluye algunos animalillos y vistosas plantas silvestres. 

 

Anónimo Flamenco, La Muerte de Santa Isabel. Convento Agustinas Recoletas. Pamplona
 

Anónimo Flamenco, La Muerte de Santa Isabel (detalle). Convento Agustinas Recoletas. Pamplona
 

Para componer la escena el anónimo artista recurrió a una estampa del mismo asunto abierta por Adriaen Collaert sobre composición de Martín de Vos que pertenece a un conjunto de veinticuatro aguafuertes impresos en Amberes hacia 1600 con el titulo de Solitudo, sive vitae foeminarum anachoritarum, y dedicados a la vida de santas anacoretas. Cada escena va acompañada de unos versos escritos en latín, compuestos por el fraile carmelita Corneille Van Kiel. La primera estampa de la colección corresponde a la Muerte de Santa Isabel, y lleva por título: ELIZABETHA. Le acompaña el siguiente texto: “Elizabetha fugit cum prole senex in eremum:/Angeli opem celeres auxiliumque ferunt:/His dulcem moriens gnatum commendat; & inde/Defuncta in caelum tollitur ætherium”. 

La fidelidad del pintor con respecto a la estampa es muy evidente, y nos muestra con su elección un marcado gusto por el paisaje, semejante a la serie flamenca de ermitaños que guarda el monasterio de las Descalzas Reales de Madrid. A penas existe variación entre el modelo grabado y la obra del convento pamplonés, que tan sólo sufre alteración en el formato apaisado del lienzo, y otros pequeños detalles como los ángeles psicopompos llevando el alma de la santa al paraíso celestial o el bastón que acompaña a la anciana Isabel.
 

Grabado de la Muerte de Santa Isabel por Adriaen Collaert

Grabado de la Muerte de Santa Isabel por Adriaen Collaert