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24 de septiembre

El culto a san Miguel en Navarra

Luis Javier Fortún
Doctor en Historia
Miembro Correspondiente de la Real Academia de la Historia

El culto a san Miguel arranca de su aparición en el monte Gargano (Italia) en el 490, que convirtió a este lugar en un santuario y centro de peregrinaciones. En el siglo VI el culto micaélico pasó a Francia y recibió un considerable impulso tras la aparición del santo arcángel al obispo san Auberto de Avranches y la fundación de Mont Saint Michel en el 704. Sirvió para sustituir o cristianizar cultos a dioses paganos en las alturas. Se hizo presente también en la España Visigoda y aunque no hay testimonios concretos de ello, el rastro de su fiesta del 29 de septiembre puede percibirse en los calendarios litúrgicos de rito mozárabe-visigodo. Según Caro Baroja el culto a san Miguel cobró auge a partir del siglo VIII como protector de los cristianos que iniciaron la Reconquista en la zona septentrional y de los pastores que vivían en los montes. Hay testimonios de ello en santuarios repartidos desde Asturias (Lillo) a Rosellón (Cuixà), pasando por León (Escalada), Castilla (Pedroso) o Barcelona (Fay).

 
Aparición de San Miguel en el monte Gargano (490), representada en el retablo central de la parroquia de San Miguel de Cárcar (1728)
Foto de L. J. Fortún

En este contexto europeo e hispánico hay que inscribir el culto a san Miguel en Navarra. Para Roldán Jimeno la devoción a san Miguel respondería a un tercer momento de la cristianización: tras las ciudades y las llanuras rurales, las alturas. Los monasterios micaélicos en las alturas supondrían un triunfo frente a prácticas residuales paganas, aunque sólo se atestiguaría arqueológicamente en Aralar en el siglo IX. 

Desde estos presupuestos es preciso abordar, en primer lugar, la realidad de dos santuarios en altura dedicados a san Miguel en Navarra, Aralar e Izaga, por más que su incidencia fue desigual. Enclavado cerca de la cumbre de la sierra de Aralar, el santuario de San Miguel de Excelsis es, sin duda, el más importante y el que más noticias aporta, pues nos habla a través de su edificio y de sus documentos. El edificio es, sin duda, subyugante y problemático. Íñiguez Almech, su arquitecto restaurador, veía en él un edificio del siglo IX de influencia carolingia, cuyos testimonios eran el basamento de los ábsides y del primer tramo del templo, las ventanas de herradura del ábside central, la nave única con dos edículos (que luego generarían los ábsides laterales, el pórtico y sobre él la capilla en altura. El problema reside en la falta de testimonios gráficos sobre la excavación que ayudó a conformar esta visión. Una segunda etapa sería un edificio del siglo XI, formado por tres naves con bóvedas de cañon sin fajones, del que quedaría buena parte del alzado de los muros perimetrales. Es posible situar su consagración en torno a 1074. La tercera etapa correspondería al templo consagrado en 1141 e influido por la catedral de Pamplona consagrada en 1127: renovaría el muro septentrional, recrecería los ábsides, implantaría bóvedas con fajones y sustituiría la capilla interior en altura por la actual a pie llano, además de construir el nártex. Y esta compleja trayectoria no excluye la existencia de un previo Ara Coeli, un lugar de culto pagano.

Pero San Miguel de Aralar nos habla también a través de sus documentos, publicados hace más de un siglo por Mariano Arigita, que se han glosado secuencialmente, pero que no se han interpretado de forma sistemática y crítica. Por eso sólo me atrevo a trazar tres etapas a modo de hipótesis interpretativa, a la espera de poder hacerlo de forma más completa. La primera corresponde a buena parte del siglo XI, en la que San Miguel de Excelsis parece una dependencia de Zamarce (que, a su vez, lo era de la catedral de Pamplona) y los cinco diplomas conservados han sido considerablemente interpolados. El primer documento que menciona el santuario, atribuido a 1032, lo cita para iniciar la descripción del límite noroccidental de la diócesis de Pamplona y el tenor actual del diploma responde a una redacción de finales del siglo XII, cuando se vivieron problemas fronterizos en Guipúzcoa con la diócesis de Bayona. Otros problemas podrían plantearse a las donaciones de 1054 y 1074, por más que esta última ofrece una cifra razonable para la consagración del templo. Quizás el documento más significativo sea la donación de bustalizas (terrenos de pasto) por Sancho el de Peñalén, que deben interpretarse más bien como cesión de los cobros por uso de esos pastos, pues la corona navarra siempre consideró la sierra de Aralar como un realengo y posteriormente se incorporó al Patrimonio del Estado, hasta su cesión a Navarra en 1987.

La segunda etapa (1096-1150) es la de auge y está definida por el apoyo de los reyes navarro-aragoneses, cuyas donaciones ciertas, dirigidas en exclusiva a San Miguel de Excelsis e imitadas por otras de la nobleza, permitieron su desvinculación de Zamarce. Abrió el camino Pedro I con dos donaciones en 1096 y 1103. La segunda abarcó la villa de Arguindoáin y dos monasteriolos. Al año siguiente comenzaron las donaciones nobiliarias con otras dos villas. Alfonso I el Batallador incluso dio posesiones en sus recientes conquistas de la Ribera Tudelana a partir de 1119. Las más numerosas donaciones provinieron de García Ramírez el Restaurador, que presenció la dedicación de la iglesia de Aralar en 1141. El resultado era un San Miguel de Excelsis separado de Zamarce, dotado de un patrimonio notable y que contaba con una comunidad dirigida por un abad. 

La tercera etapa corresponde a la segunda mitad del siglo XII, definida por dos hechos. Uno fue la extensión del culto a san Miguel en todo tipo de grupos sociales del entorno, que dio lugar a la formación de una multitudinaria cofradía, cuya presidencia y control asumió el obispo de Pamplona en 1191. En 1206 el obispo Juan de Tarazona creó la dignidad de chantre dentro del cabildo de Pamplona y le asignó una parte del patrimonio catedralicio, entre cuyos bienes estaba el “honor de San Miguel de Excelsis”. Este recorrido histórico ha mantenido prudentemente al margen el relato de la experiencia vital de Teodosio de Goñi y su retiro como ermitaño en Aralar, de la que arrancaría la existencia del santuario. Y lo he hecho porque carezco de elementos para evaluar un relato puesto por escrito en la cuarta década del siglo XVI y porque poco puedo añadir al estudio de Caro Baroja.

El segundo santuario en altura, San Miguel de Izaga, aparece consignado por primera vez en un documento de 1087, que lo define como una iglesia en el monte Hiiga con su monasterio de San Miguel y un patrimonio propio. Pertenecía a una viuda de la alta nobleza, Sancha Oriol, que lo donó al monasterio de Leire. No son muchas las noticias posteriores, pero es indudable su pujanza en el siglo XIII, cuando se rehízo totalmente la iglesia, con tres naves, arcos y bóvedas apuntadas, pilares circulares y ábside central poligonal al exterior y circular y con bóvedas gallonadas al interior, como el que se considera que existió en Aralar. 

Teniendo en cuenta los datos que aportan ambos santuarios, parece evidente que hay un impulso al culto a san Miguel en altura desde mediados del siglo XI, alentado por la monarquía navarra y la alta nobleza, lo cual no excluye su existencia anterior. 

Otro capítulo es considerar el culto a san Miguel en toda Navarra. Un listado de advocaciones de parroquias, fruto de una visita pastoral del obispo Arias y Teijeiro en 1800, arroja un conjunto de 45 parroquias dedicadas a san Miguel en Navarra, escalonadas de norte a sur del reino: en la vertiente cantábrica (2), Barranca-Burunda (2), Pirineo Oriental (2), vertiente meridional de la divisoria de aguas de Velate (12), cuencas prepirenaicas de Pamplona y Lumbier-Aoiz (16), Zona Media (14) y Ribera (6). Pero tan significativo como el despliegue vertical de los datos es su consideración horizontal, que arroja 37 parroquias de san Miguel en la zona occidental de Navarra, 8 en el centro y 9 en la zona oriental. Son cifras que pregonan que el impulso más importante a la expansión del culto micaélico en Navarra provino de San Miguel de Excelsis o de Aralar. Las cifras pueden incrementarse con los datos de Roldán Jimeno, que sólo en la “Navarra nuclear” (aproximadamente, la mitad septentrional) recuenta 54 iglesias, que con monasterios altomedievales llegan a 82. Algunos de estos templos pueden ser de los siglos VIII-IX, pero parece más acertado situar la conformación definitiva del mapa parroquial navarro en los siglos X al XII. La persistencia de la expansión de la devoción a san Miguel más allá de los siglos medievales puede percibirse a través de las ermitas que fueron atribuidas al santo arcángel. Roldán Jimeno recoge noticias de 16 ermitas medievales, mientras que asigna una cronología dudosa a otras 94. Es difícil que exista en un pueblo una ermita si antes no hay una iglesia parroquial (salvo las que previamente fueron iglesias de lugares luego despoblados) y por eso el centenar de ermitas o bastantes de ellas indican una persistencia en la devoción a san Miguel, con posterioridad a la configuración de la red parroquial. 

Otro aspecto de la difusión del culto a san Miguel en Navarra es su papel como santo protector e impulsor de la Reconquista navarra, que, si bien no se pregona explícitamente, se puede rastrear en las dos etapas fundamentales que ese proceso tiene en Navarra. La primera tiene lugar en el primer cuarto del siglo X, durante el reinado de Sancho Garcés I, y se articuló en dos campañas que aportaron la mitad inferior de Navarra (salvo la Ribera Tudelana). En la primera (907) Sancho Garcés conquistó la fortaleza de Monjardín y todo el valle del Ega, hasta el Ebro. Es probable que arrancara desde Villatuerta, situada en el límite de la tierra alta de Deyo (Deyerri, Yerri) y que cuenta con la ermita de San Miguel y sus relieves del siglo X. San Miguel pudo ser el protector al que se confió el avance cristiano, pues es sintomático que san Miguel es el santo al que se dedicaron las dos parroquias de los pueblos en los que culminó el avance: Cárcar, situado en el valle del Ega como puesto avanzado frente a Calahorra, y Lodosa en el Ebro, para controlar el vado del acueducto romano que atravesaba el río Ebro. La campaña del 915 supuso la conquista de las cuencas bajas de los ríos Arga, Cidacos y Aragón. La primera conquista en el Arga fue Larraga, cuya parroquia también se dedicó a san Miguel, mientras que el último avance hay que situarlo en Cadreita, cuya parroquia también se dedicó a san Miguel, frente a la vecina localidad de Valtierra, que permaneció en manos musulmanas dos siglos más. La segunda etapa de la reconquista navarra abarcó la Ribera Tudelana y tuvo lugar en 1119 por iniciativa de Alfonso I el Batallador. En la cuenca del Alhama (situada en la vertical del Arga), la principal plaza ocupada fue Corella, cuya parroquia se dedicó a san Miguel. La participación de los navarros en la conquista de Zaragoza y el establecimiento en la ciudad de una colonia de navarros condujo a la creación de la parroquia de San Miguel de los Navarros, que todavía subsiste. Son hechos que evidencian el recurso a san Miguel en su condición de príncipe de las milicias celestiales por parte de las milicias terrenales navarras en sus empresas reconquistadoras, a tenor de los templos que se le dedicaron, probablemente como acción de gracias a su protección.

Y para terminar, una incógnita. ¿Puede considerarse a san Miguel como patrono del reino de Navarra en su singladura medieval?. Es innegable que fue un referente devocional para los reyes navarros, como lo atestiguan el Códice Vigilano de finales del siglo X, las donaciones a Aralar de Pedro I, Alfonso I y García Ramírez en el siglo XII o la devoción de los monarcas de la casa de Evreux en el siglo XIV. Pero no existe propiamente un concepto nítido de patronazgo del reino, como sí se hará evidente en el siglo XVII con san Francisco Javier y san Fermín.