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20 de marzo de 2013

Ciclo de conferencias

ARQUITECTURA SEÑORIAL Y PALACIAL DE PAMPLONA

El arte al servicio del poder institucional: el Palacio de la Diputacion de Navarra

D. Iñaki Urricelqui Pacho.
Cátedra de Patrimonio y Arte navarro

En el nuevo marco institucional surgido en el siglo XIX en España a raíz de la Constitución de Cádiz (1812), cobran especial relevancia las diputaciones provinciales, concebidas como órgano administrativo y político territorial. Pronto se vio la necesidad de remarcar su relevancia a través de la construcción de imponentes edificios palaciegos que tradujeran en piedra la importancia de tales instituciones, las cuales se convirtieron de este modo en uno de los principales promotores artísticos del siglo. El Palacio del Congreso de los Diputados de Madrid (1843-1850) marcaría un punto de inflexión en este tipo de construcciones, que tuvieron su parangón por toda la geografía española.

En Navarra, esta reforma se produjo especialmente a partir de 1841 con la promulgación de la Ley Paccionada. La diputación provincial tenía aquí un precedente en la Diputación del Reino, vinculada a las Cortes de Navarra. Como sucedió en el resto de provincias españolas, pronto se vio la necesidad de dotar a la máxima institución provincial de una sede fija, superando así un largo periodo de itinerancia por diferentes inmuebles de la ciudad. El momento propicio llegaría con la Desamortización de Mendizábal (1836), cuando quedó libre el convento de carmelitas calzadas existente en Pamplona desde el siglo XVII y que cerraba uno de los frentes de la Plaza del Castillo. Tras arduas negociaciones con el ramo de la guerra y el ayuntamiento, la Diputación recibió licencia real, iniciándose las obras en 1840 a cargo del arquitecto bilbaíno José de Nagusia. La construcción estuvo finalizada en 1851, pudiéndose celebrar la primera sesión en la nueva sede el 4 de diciembre.


Planta principal del Palacio de la Diputación

Planta principal del Palacio de la Diputación antes de la ampliación en la década de 1930
 

Estéticamente, el Palacio de la Diputación responde a la tendencia tardoclasicista del período isabelino, y, en opinión de Pedro Navascués “su proporción, nobleza material de la fábrica y gravedad expresiva hacen de él un dignísimo punto final al neoclasicismo español”. El conjunto vence por su rotundidad arquitectónica, de sobrias estructuras clásicas, revelando así la relevancia institucional del edificio, al tiempo que resuelve problemas estéticos al conciliar su fábrica con la del anejo Teatro Principal, con diseño de Pedro Manuel Ugartemendía y dirección de obras del propio Nagusia, en uno de los límites de la Plaza del Castillo.

A finales del siglo XIX se añadiría al conjunto el edificio destinado a Archivo de Navarra, con proyecto de Florencio Ansoleaga, dentro del gusto del eclecticismo finisecular. Una nueva ampliación, ya en la década de 1930, permitiría adaptar la sede institucional al nuevo entramado urbano del segundo ensanche, concebido por Serapio Esparza en 1919. Los trabajos, que fueron adjudicados tras concurso público, recayeron en los hermanos Yárnoz y se concretaron en la ampliación del edificio en la manzana enmarcada por la Avenida Carlos III y la calle Cortes de Navarra.

Todo el programa pétreo del palacio queda complementado por conjuntos decorativos, escultóricos y pictóricos, de temática histórica y alegórica, que se ubican en espacios del interior (Salón del Trono y Salón de Sesiones), con pinturas de artistas foráneos y locales, y en las fachadas de los edificios (Archivo de Navarra, fachada orientada a la avenida Carlos III y fachada orientada al Paseo Sarasate), donde destacan los trabajos de Fructuoso Orduna. 
 

Aspecto original de la fachada principal del Palacio de la Diputación

Aspecto original de la fachada principal del Palacio de la Diputacion a finales del siglo XIX y principios del siglo XX