Nicolás Marcos Riego, estudiante de Arquitectura, detalla cómo vivió la visita de la capital francesa junto al resto de compañeros y profesores. “Nuestra estancia en París fue un viaje académico en el que recorrimos algunos de los monumentos, museos y espacios públicos más emblemáticos de la ciudad. Durante cinco días paseamos por sus calles, exploramos su arquitectura y descubrimos esa mezcla única de historia, arte y vida urbana que define tan bien a la capital francesa.
El primer día comenzamos en el Louvre, con su imponente fachada de Perrault y la icónica pirámide de vidrio que nos dio la bienvenida. Tras recorrer el museo, continuamos por los Jardines de las Tullerías, el Arco del Carrusel y Les Deux Plateaux, terminando la jornada en La Samaritaine, donde pudimos contemplar la elegancia parisina en todo su esplendor.
El segundo día nos reunimos en la Plaza del Trocadero para admirar la Torre Eiffel, una de esas obras que, por más que se conozcan, impresionan al verla en persona. Visitamos también la vivienda de Perret en la Rue Benjamin Franklin y el Grand Palais. Por la tarde, recorrimos la Biblioteca Nacional de Francia (Labrouste), con sus impresionantes salas de lectura y jardines interiores, y seguimos por Les Halles, el Ayuntamiento, Le Marais y la Plaza de los Vosgos. Uno de los momentos más interesantes fue la visita al Instituto del Mundo Árabe, donde pudimos observar de cerca cómo la arquitectura contemporánea dialoga con la tradición.
El tercer día lo dedicamos a Versalles: su palacio, los jardines y el Trianon nos permitieron entender la escala del poder y la sofisticación del barroco francés. Por la tarde, visitamos la Villa Savoye, de Le Corbusier, un auténtico manifiesto de la modernidad. De vuelta en París, terminamos el día en la Biblioteca Nacional de Francia (Quai François Mauriac), donde se nos presentó el enunciado del proyecto, en un entorno que combinaba arte, conocimiento y arquitectura contemporánea.
El cuarto día recorrimos el corazón histórico de la ciudad: Notre Dame, el Panteón, Santa Genoveva y la Bolsa de Comercio. Durante la visita a Santa Genoveva tuvimos la fortuna de coincidir con un organista tocando, y por unos instantes fue como sumergirse en pleno Barroco: la música llenaba el espacio, la luz se filtraba entre las columnas y todo adquiría una atmósfera casi mágica. Por la tarde visitamos el Musée d’Orsay, donde, al salir, recibimos oficialmente el enunciado del proyecto. Después, continuamos hacia la Plaza de la Concordia, La Madeleine, Place Vendôme, el Mercado Saint Honoré y las Galerías Lafayette, disfrutando de esa mezcla de monumentalidad y vida cotidiana que caracteriza tanto a París.
El último día comenzamos en el Arco de Triunfo y seguimos por el Boulevard Haussmann hasta llegar a la Ópera Garnier, cuya visita fue especialmente memorable: su interior tiene un misticismo especial que te transporta a otra época, haciéndote imaginar las noches de gala y el esplendor del París decimonónico.
Entre los muchos momentos que podríamos destacar, también Versalles dejó una huella especial. Pasear por sus jardines y estancias hacía inevitable imaginar cómo sería pasar allí un fin de semana, entre fuentes, salones dorados y el silencio majestuoso de los bosquetes.
Lo mejor de este viaje a París no ha sido solo todo lo que hemos aprendido, sino la forma en la que lo hemos vivido. Han sido días intensos, con un programa muy ajustado y muchas caminatas, pero cada paso ha merecido la pena. Pasear por las calles de París, detenernos frente a cada edificio, museo o plaza, y poder escucharlo todo de la mano de nuestros profesores ha hecho que la experiencia sea realmente especial.
Contar con María Angélica y Carlos en las explicaciones sobre historia, arte y los museos ha sido un auténtico lujo; su manera de transmitir el conocimiento ha hecho que cada visita cobrara vida. Tener también a Miguel Ángel como profesor de proyectos nos ha permitido entender la arquitectura desde dentro, conocer el porqué de cada decisión y conectar lo que veíamos con nuestro propio trabajo. Y gracias a Germán y Amaia hemos podido mirar más allá de lo estético, comprendiendo el funcionamiento de las estructuras y los sistemas que dan forma a la arquitectura que admirábamos.
Más allá de todo lo que hemos aprendido, lo que hace que este viaje haya sido tan especial es la convivencia con los compañeros y profesores. Ha sido una experiencia que nos ha unido mucho como grupo, entre risas, kilómetros recorridos y momentos compartidos. París nos ha ofrecido no solo belleza, historia y arquitectura, sino también la oportunidad de vivirla juntos, de aprender mirándola y de sentirla caminando.
Si algo me llevo de esta estancia es precisamente eso: las ganas de volver, de seguir explorando la ciudad sin mapas ni horarios, de perderme por sus calles y contemplarla con calma. Este viaje nos ha enseñado a mirar la arquitectura con otros ojos, a disfrutarla no solo como algo que se estudia, sino como algo que se vive”.
