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La pieza del mes de agosto de 2018

LA CASA DEL MAYORAZGO DE LARRAGA, UN EDIFICIO NOBILIARIO DEL SIGLO XVII

Pilar Andueza Unanua
Universidad de La Rioja

 

Uno de los ejemplares más significativos de la arquitectura doméstica de la villa de Larraga es la conocida como Casa del Mayorazgo, ubicada en la calle sor Julia Ruiz. La denominación del edificio, que se repite en algunas destacadas construcciones civiles de otras localidades navarras, como Urbiola o Allo, resulta en realidad incompleta, fruto de la economía del lenguaje y su evolución lingüística a lo largo del tiempo. Su nombre completo y original debió de ser, en realidad, casa principal del mayorazgo Rodríguez.
 

Casa del Mayorazgo. Larraga.

Casa del Mayorazgo. Larraga. Fotografía de Pilar Andueza.
 

Los mayorazgos

El mayorazgo era una figura jurídica por medio de cuya fundación un noble vinculaba una serie de derechos, propiedades y bienes, generalmente bienes raíces, censos y dinero, aunque también podía unir bienes muebles como destacados objetos de plata, mobiliario o joyas. A la cabeza de todo aquel patrimonio situaba su palacio o la casa familiar, habitualmente solar del apellido, que recibía el nombre de “casa principal del mayorazgo” y se erigía ante la sociedad como imagen del linaje. Como norma habitual el nuevo vínculo recibía el nombre del apellido del fundador e imponía en no pocas ocasiones a los sucesivos propietarios la obligación de mantener aquel apellido identificativo en primer lugar. Desde 1583, en Navarra se hizo imprescindible que dichos bienes tuvieran un valor mínimo de 10.000 ducados y fueran capaces de producir una renta anual de 500. En la escritura fundacional que se rubricaba ante un notario, el promotor o fundador no solo enumeraba los bienes de manera pormenorizada, sino que también establecía el orden sucesorio en su posesión y disfrute. De este modo estos vínculos podían ser electivos, lo que daba libertad de elección al propietario para elegir sucesor entre sus hijos, pero mucho más habituales fueron los mayorazgos regulares, en cuya sucesión primaba siempre el hijo mayor y sus descendientes sobre los hijos menores y los suyos, así como el hombre sobre la mujer. Aunque se detectan desde la Baja Edad Media, los mayorazgos tuvieron su máximo desarrollo entre los siglos XVI y XVIII, desapareciendo en 1820 con la legislación liberal. En suma, se trataba de una institución del derecho civil que evitaba la partición y disgregación del patrimonio familiar, garantizando así la preeminencia económica y social de un linaje, pues los bienes iban pasando generación a generación sin sufrir mermas dado que eran indivisibles e inalienables. De hecho, los bienes vinculados no podían ser vendidos ni hipotecados si no mediaba la autorización correspondiente del Consejo Real de Navarra. El pago de dotes, de deudas o la mejora de los bienes del mayorazgo fueron las causas fundamentales que llevaron a los propietarios de los vínculos a solicitar de la justicia real dichos permisos.

Entrar a poseer un mayorazgo a la muerte de su poseedor -generalmente el padre- no significaba obligatoriamente ser también el heredero en sus bienes libres. Sin embargo, en buena parte de Navarra, donde primaba el sistema de heredero único, fue muy habitual que recayeran en las mismas manos el mayorazgo y la herencia formada por los bienes libres, reforzando así la posición de la familia.


Los Rodríguez de Arellano

La Casa del Mayorazgo de Larraga era, como ya hemos adelantado, la casa principal del mayorazgo Rodríguez. Esta saga procedía de la casa de los Rodríguez de la localidad de Arellano, desde donde pasaron a Caparroso y desde allí a Larraga, donde se estableció una rama del apellido.

Durante la primera mitad del siglo XVII las figuras más relevantes de esta estirpe fueron Diego Rodríguez y García y su hijo Blas Rodríguez y Solórzano, a quienes debemos filiar con la fundación del mayorazgo Rodríguez, con la construcción de la casa principal y con los escudos que ostenta la fachada.


Cuadro genealógico de los Rodríguez.

Cuadro genealógico de los Rodríguez. Fotografía de Pilar Andueza.
 

Diego Rodríguez y García -hijo de Pedro Rodríguez y Catalina García- y su esposa Sebastiana Solórzano y Pérez -hija de Juan de Solórzano y Catalina Pérez-, fueron familiares del Santo Oficio. De su matrimonio nacieron Blas, que casó con Magdalena Igal; José, que contrajo matrimonio con Antonia de Sada en Sangüesa; Diego, bachiller, presbítero beneficiado de Larraga y notario del Santo Oficio; y Magdalena, que unió su vida a Bernardo Eraso, de Mendigorría. La varonía de esta familia raguesa siguió a través del mencionado Blas, posiblemente el primogénito. Su trayectoria vital estuvo muy ligada a la carrera de las armas, sirviendo a la monarquía hispánica. De hecho, estuvo presente en el conflicto hispanofrancés que estalló en 1635. Acompañando al entonces virrey de Navarra, marqués de Valparaíso, en 1636 participó en la fracasada incursión a Labourd (Francia), en la que, a pesar de la toma de Uruña, Ciborue, San Juan de Luz y quema de Azcaine, las tropas de Felipe IV tuvieron que retirarse sin haber presentado batalla. Dos años después, ante el célebre sitio de Fuenterrabía, Navarra, bajo el mando del nuevo virrey, marqués de los Vélez, aportó una leva de 4.500 navarros con 500 nobles voluntarios, entre los que se hallaba Diego, que el 4 de julio de 1638 fue nombrado capitán de una de las compañías formadas para aquella misión. En esta campaña realizó “particulares servicios”, como dirigir una manga de arcabuceros, y peleó “con grande esfuerzo”, según reconocía años después el monarca. Un año más tarde se encontraba al mando de una compañía en las tierras navarras del Bidasoa ante una nueva amenaza francesa y posteriormente se halló como capitán de infantería del tercio del conde de Javier.

Pero la relación de esta familia con el mundo de las milicias no se limitaba a Blas. De hecho, su padre Diego también sirvió “a su costa” en una compañía de infantería en el mismo conflicto contra los franceses. En 1636 fue nombrado capitán de la gente de guerra de Larraga, en uno de los tercios que se levantó en el reino. Entre otros servicios se encargó de comprar y conducir trigo y otras cosas necesarias para el ejército de Cantabria, mientras su hijo José -hermano de Blas- estuvo como alférez en la guerra de Cataluña en el tercio del maestre de campo Martín de Mújica. Otros antepasados habían servido al emperador Carlos V en Flandes, Borgoña y Alemania, según constaba en la hoja de servicios de Blas. Pero esta saga también tuvo protagonismo en Larraga. Tanto Blas como su padre Diego y su abuelo Pedro estuvieron insaculados en las bolsas del gobierno municipal de la villa, y de hecho Blas llegó a ser alcalde.


La fundación del mayorazgo Rodríguez

El 13 de enero de 1643 se firmaron ante el escribano Martín de Olcoz los contratos matrimoniales entre Blas Rodríguez Solórzano y Magdalena de Igal, hija de Simón de Igal, descendiente del palacio de Igal en Salazar, y Polonia Terrero, vecinos de Ujué, que ofrecieron a su hija una dote de 1.500 ducados. El novio, por su parte, recibió de manos de sus padres Diego Rodríguez y Sebastiana Solórzano la donación de numerosos bienes: piezas, viñas, censos y dinero, así como la nueva casa familiar de Larraga, creemos que recién construida, situada en la centena de San Andrés, que poseía dos huertos, era, corrales, alcaceres y pajares, así como otra casa con corral en frente de la anterior. Donaron asimismo bienes muebles por un valor de 2.000 ducados, 1.000 carneros viejos valorados en 2.000 ducados, 1.000 borregos evaluados en 1.500 ducados y 900 ovejas con sus corderos estimados en otros 1.400 ducados. Los donantes, que se reservaron para sí mismos 4.000 ducados, mostraron en la cláusula catorce del protocolo notarial su deseo de erigir un mayorazgo con todo aquel patrimonio:

todos los dichos bienes raíces dichos arriba, como son piezas, viñas, casa y censales desde el otorgamiento de esta escritura en adelante han de ir juntos, unidos y no separados y todos ellos han de gozar los dichos desposados después que murieren los donadores y han de ser dueños y señores de ellos usufructuándolos mientras vivieren sin poderlos partir ni dividir, y después de su muerte han de suceder en ellos sus hijos e hijas que Dios les diere, prefiriendo los varones a las hembras, con tal calidad que en dicho vínculo suceda el primero el hijo o hija que más apropiado fuere y les pareciere.

Se trataba por tanto de un vínculo electivo para cuya sucesión ahora señalaban a Blas, imponiendo a quienes entraran en su disfrute la obligación “de llevar el renombre de los Rodríguez, guardando todos la orden dicha arriba”. Este mayorazgo se fue enriqueciendo progresivamente a lo largo del tiempo con nuevas agregaciones realizadas a través de los correspondientes documentos, entre los que queremos destacar algunos. Así, el 12 de octubre de 1660 Blas otorgó su testamento, mandando ser enterrado en la parroquia de Larraga, donde estaba sepultada su esposa Magdalena, y ordenando la celebración de 4.000 misas en sufragio por su alma. Dejó distintas porciones de trigo al hospital de Larraga, a la basílica de Nuestra Señora del Castillo y San Andrés y a las ermitas de San Esteban, San Blas, San Gil, San Lorenzo y San Guillén. En dicho documento señalaba que durante su matrimonio había adquirido en compañía de su esposa nuevos bienes que agregaba ahora al mayorazgo. Entre ellos destacaba el palacio cabo de armería de Amátriain (Leoz) con llamamiento a Cortes, vecindades foranas en Olleta, Maquirriain y varios censales. Nombró heredero de sus bienes, así como sucesor de los bienes vinculados, a su hijo Diego José. El fallecimiento de Blas y la minoría de edad de su sucesor, Diego José, situaron nuevamente a la cabeza de la saga al abuelo, Diego, que asumió la tutoría del nieto y la dirección y administración de los bienes familiares. Y como tal, y a pesar de las escrituras mencionadas, todavía el 18 de diciembre de 1664, nuevamente ante Martín de Olcoz, el abuelo Diego otorgó la escritura definitiva de fundación del mayorazgo Rodríguez “para la conservación de mi casa, descendientes y sucesores de ella por perpetuamente para que tengan renombre, crezcan y acrecienten el estado de ella a perpetuo”, añadiendo entre otros bienes otra casa situada en la centena de San Miguel, que creemos se corresponde en la actualidad con una casa blasonada, de fachada muy maltratada, situada en la plaza de la Picota, según se desprende de su escudo de armas que acoge en sus cuarteles las armas del palacio de Amatriain y las de los Rodríguez en el primer cuartel, las de los Solórzano en el segundo, la de los García en el tercero y de los Pérez en el cuarto.


Casa de los Rodríguez en la plaza de la Picota de Larraga.

Casa de los Rodríguez en la plaza de la Picota de Larraga. Fotografía de Pilar Andueza.
 

Diego Rodríguez Igal casó con Antonia de Acedo y procrearon a Alonso, que contrajo matrimonio con Francisca Eraso y Amézqueta. En 1717, tras el fallecimiento de Alonso, su viuda volvió a agregar bienes al mayorazgo, y un año después realizó un inventario de bienes que resulta de gran interés por cuanto nos permite conocer algunos detalles del mayorazgo como el censal de 10.000 ducados impuesto sobre la villa de Larraga en 1701. Vinculadas al mayorazgo se hallaban también algunas destacadas piezas que servían para amueblar, vestir y alhajar la casa familiar. Así figuraban varios objetos de plata con peso de 47 libras: una fuente grande sobredorada, una jarra sobredorada, un velón, un taller, dos salvillas, una palangana, doce platillos y un salero, azucarero y pimentero sobredorados. Se sumaba también un joya compuesta por gargantilla y pendientes de cristal y oro. Estaban ligados al vínculo cinco reposteros con las armas del emperador Carlos V, siete cuadros con la historia de Jacob “originales de Basa”, otros seis con temas religiosos, uno muy grande con san Ignacio y san Francisco Javier, y otro también de gran tamaño del venerable fray Ignacio de Gerona, general de los capuchinos. De las paredes de la casa colgaban cinco retratos de miembros de la familia, así como seis de la casa de Austria, junto con varios de países, estaciones y fruteros. Cuatro espejos y tres doseles de grana y diversos objetos del oratorio (cuadro de la Inmaculada, bulto de la Purísima, cuadro pequeño con marco dorado “pintura de Roma” de San Sebastián y varios relicarios) completaban los bienes muebles del mayorazgo. Otros objetos, ya fuera del vínculo y distribuidos por la casa de Larraga, eran bufetes, arcas, escritorios, cofres, camas con sus colgaduras, braseros, o sillas de vaqueta de Moscovia con clavazón dorado.


El palacio de Amatriain

Desde la segunda mitad del siglo XVII los Rodríguez de Larraga pudieron asistir a las Cortes generales del reino en el brazo de los caballeros gracias al asiento que les otorgaba la posesión del palacio de Amatriain (Leoz). Dicho palacio llegó al mayorazgo Rodríguez a través de una donación. En efecto, avanzado el siglo XVI era propietaria de aquel solar de nobleza María de Egüés, quien en su testamento de 1578 lo legó a su hijo Fermín Ladrón de Cegama, apellido en cuyas manos permaneció el inmueble varias generaciones hasta 1649, momento en el que su entonces poseedor Juan Ladrón de Cegama, con motivo de las capitulaciones matrimoniales de José Rodríguez y Solórzano, de Larraga (hijo de Diego Rodríguez y Sebastiana Solórzano y hermano de Blas), con Antonia de Sada, donó a la mencionada Antonia el palacio con su llamamiento a Cortes por haberla criado en su casa y por considerarse deudo de José. Algún tiempo después, el 28 de enero de 1653, José y Antonia cedieron el palacio y su pertenecido a su hermano Blas, lo que le permitiría incorporarlo al mayorazgo Rodríguez en su testamento de 1660. Previamente, el 29 de octubre de 1655, Felipe IV emitía una real cédula en Madrid reconociendo en Blas la posesión del palacio y su derecho a asistir a las Cortes en el brazo de la nobleza por el mencionado palacio.


La casa principal de Larraga

En la Edad Media Larraga se desarrolló urbanísticamente en la falda de una colina, bajo la protección del castillo que coronaba el promontorio y dominaba una extensísima zona de Navarra, lo que desembocó en un trazado irregular, de calles largas y quebradas, adaptadas a la topografía. Pero al igual que en otras villas y núcleos de población hispanos, la Edad Moderna trajo consigo a partir del siglo XVI la expansión del caserío hacia las llanuras, naciendo nuevos ensanches con calles más regulares en las que se levantaban nuevas construcciones y plazas mayores. Y es precisamente en este contexto de expansión urbanística donde debemos ubicar la casa de los Rodríguez, que creemos debió de ser levantada en los años inmediatamente anteriores a 1643 por Diego Rodríguez García y su hijo Blas Rodríguez Solórzano. En una cultura visual como la barroca, la construcción de una casa con aspecto señorial resultaba fundamental como imagen del linaje, pues informaba de la posición económica y social de sus moradores, proclamaba su nobleza a través de los escudos de armas, y pasaba a formar parte de la fama de sus propietarios.


Portada de la casa de los Rodríguez.

Portada de la casa de los Rodríguez. Fotografía de Pilar Andueza.
 

La casa de los Rodríguez responde a la tipología de arquitectura doméstica nobiliaria desarrollada en el siglo XVII en la Zona Media de Navarra. Su fachada, con un formato de marcado acento horizontal, presenta tres niveles y está construida íntegramente en ladrillo, excepto un zócalo pétreo conformado por cinco hileras de sillares, material indiscutiblemente más resistente a la erosión y al paso del tiempo que el barro cocido. La puerta, formada por un arco carpanel, se dispone de manera descentrada, y queda flanqueada por sencillas ventanas rectangulares en las que destacan sus rejas de forja de sencillos barrotes verticales de sección cuadrangular que atraviesan por medio de aberturas otros tantos horizontales.
 

Ventana de la casa de los Rodríguez.

Ventana de la casa de los Rodríguez. Fotografía de Pilar Andueza.
 

El piso noble se abre a la calle a través de cuatro balcones rasgados sin saledizo protegidos por unos antepechos de forja cincelada formados por un nudo central aperillado y platos. Los dos vanos centrales se disponen más juntos, y entre ellos y los dos extremos se sitúan dos grandes labras heráldicas que debemos fechar en 1660, según la denuncia que recibió Diego Rodríguez García en aquella fecha por haber situado los escudos en su casa de Larraga. Fue absuelto por los tribunales navarros en sentencia de 27 de abril de 1663, otorgándole permiso a él y a su nieto Diego José para lucirlos. Ambos escudos presentan una estructura similar, con leones portantes, mascarón inferior y yelmo con gran penacho por timbre. Los campos lucen sobre cartela de cueros retorcidos y sobre cruz militar, propia del palacio de Amatriain. Del ejemplar situado sobre la puerta solo hemos podido identificar el segundo cuartel, correspondiente al palacio de Igal (Salazar). El otro escudo, partido, ofrece en el primer cuartel lo que creemos es una mezcla de las armas del palacio de Amatriain y de los Rodríguez, mientras el segundo cuartel, a su vez cortado, lleva las armas de los Solórzano arriba y los García abajo.

Escudo de armas

Escudo de armas. Fotografía de Pilar Andueza.

Escudo de armas

Escudo de armas. Fotografía de Pilar Andueza.
 

Corona la fachada en el tercer nivel una galería de arquillos dobles de medio punto, que debemos poner en relación con la arquitectura del valle medio del Ebro, que tuvo gran desarrollo en la Ribera y buena parte de la Zona Media de Navarra, y cuya influencia llegó incluso hasta tierras pamplonesas.

En el interior de la casa destaca el zaguán, con el suelo decorado con cantos rodados, la escalera de caja cuadrangular con balaustres torneados en las esquinas, así como el oratorio, presidido por un pequeño retablo de la Inmaculada Concepción.

 

FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA

Archivo General de Navarra, Procesos, nº 164841.
Archivo General de Navarra, Procesos, nº 259287.
Archivo General de Navarra, Procesos, nº 300720.
Archivo General de Navarra, Protocolos notariales de Martín de Olcoz (Larraga).
ANDUEZA UNANUA, P., “La arquitectura civil”, R. FERNÁNDEZ GRACIA (coord.), El arte del Barroco en Navarra, Pamplona, Gobierno de Navarra, 2014, pp. 57-107.
ANDUEZA UNANUA, P., “Arquitectura y municipio: el caso de Larraga”, Conferencia (22-IX-2017).
USUNÁRIZ GARAYOA, J. M., “Mayorazgo, vinculaciones y economías nobiliarias en la Navarra de la Edad Moderna”, Iura vasconiae: revista de derecho histórico y autonómico de Vasconia, 6, 2009, pp. 383-424.