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La pieza del mes de julio de 2006

PROYECTO DEL ARQUITECTO PAMPLONÉS MIGUEL GORTARI BEINER PARA EL TEATRO NACIONAL DE LA ÓPERA DE MADRID (1964)

Javier Azanza López
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

En 1963 la Fundación Juan March auspició un Concurso Internacional de Anteproyectos para la construcción en Madrid de un nuevo Teatro Nacional de la Ópera; el edificio se ubicaría en el Centro Comercial del Sector Norte de la capital, conocido también como AZCA, una manzana rectangular de 204.330 metros cuadrados en la prolongación del Paseo de la Castellana desde Nuevos Ministerios hasta el Estadio Santiago Bernabéu, en la que el plan urbanístico del arquitecto Antonio Perpiñá planteaba un nuevo concepto de centro comercial que aglutinaba igualmente funciones de tipo social, cultural y de recreo mediante la clara definición de espacios.

Al concurso, uno de los de mayor entidad en el panorama de la arquitectura española del momento, se presentaron un total de 143 anteproyectos que abarcaban un amplio abanico de posibilidades, desde el sobrio racionalismo hasta el organicismo más personal y contundente sin dejar de lado soluciones formalistas, naturalistas, expresionistas, brutalistas y estructuralistas, siendo posible rastrear influencias en ellos de Van der Rohe, Le Corbusier, Aalto, Wright, Mendelsohn, Poelzig, Rudolph, Johnson o Utzon entre otros. El Jurado Internacional encargado de fallar el concurso otorgó el primer premio al anteproyecto del equipo polaco dirigido por el arquitecto Jan Boguslawski, si bien su renuncia a llevar a cabo la obra por desacuerdos con la comisión organizadora propició que ésta recayese en Fernando Moreno Barberá, autor junto con el austríaco Clemens Holzmeister del proyecto que había logrado el segundo premio. Finalmente, dificultades de diversa índole llevaron a la anulación del proyecto, cuyo solar fue destinado a zona verde ocupada paulatinamente por edificios oficiales de entidades financieras o bancarias que confieren al conjunto una imagen heterogénea e incoherente debido a las diversas voluntades de estilo de sus arquitectos.

Entre quienes concurrieron a la convocatoria se encontraban arquitectos navarros como Rafael Moneo, cuyo proyecto de cuño personal planteaba un acertado juego de volúmenes de disposición variada aun dentro de un orden que rompía con la monotonía; o Carlos Sobrini, integrante de un equipo cuya propuesta organicista mereció la segunda mención honorífica del Jurado. Y también el pamplonés Miguel Gortari (1920-1977), uno de los arquitectos más prolíficos en el panorama de la arquitectura navarra del tercer cuarto del siglo XX, en quien la apuesta por lo moderno, el funcionalismo, y el urbanismo y la importancia concedida a los valores de la ordenación colectiva, se convierten en premisas fundamentales de su labor profesional. Tras recibir las bases del concurso y recopilar diversa información sobre los accesos y el emplazamiento que había de ocupar –una superficie rectangular de 25.000 metros cuadrados-, la tipología arquitectónica del sector, y los requisitos que debía reunir el edificio, Gortari enviaba a finales de marzo de 1964 su anteproyecto; en él tenía muy en cuenta las directrices facilitadas por el arquitecto del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid José Fonseca en su libro El proyecto de un teatro de ópera y sus problemas, resumen claro y sistemático de la experiencia acumulada por un grupo de arquitectos tras dos viajes de estudio por Europa con el objetivo de cooperar al éxito de la iniciativa planteada por la Fundación Juan March.


Proyecto para el Teatro Nacional de la Ópera de Madrid (1964), por Miguel Gortari Beiner

Proyecto para el Teatro Nacional de la Ópera de Madrid (1964), por Miguel Gortari Beiner
 

Se atenía el pamplonés en su anteproyecto a las bases y programa que propugnaban la construcción de un edificio con carácter representativo cuya dignidad y nobleza fuesen garantes de su permanencia estética. Con tal premisa, Gortari concibió un edificio cerrado de líneas geométricas con claro predominio de la horizontal y sentido unitario de volumen que se muestra compatible no obstante con cierta disposición escalonada, al traducir al exterior los diferentes espacios interiores; destaca en este sentido la presencia de un cuerpo definido por un conjunto de pilastras que rodean la sala de espectadores describiendo su forma y tamaño como motivo principal del edificio, así como un volumen prismático más elevado que acusa al exterior el elemento obligado y sobresaliente del escenario. La fachada principal, con un cuerpo inferior abierto y otro superior a modo de galería corrida, quedaba orientada hacia la Avenida del Generalísimo, desde la cual se accedía a un vestíbulo principal y escalera central que comunicaba con el piso del Foyer; escaleras laterales y ascensores conducían a los pisos de palcos y anfiteatro. Particular atención dedicaba al escenario, para el que aceptaba íntegramente la propuesta de las bases con planta de cruz, escena principal para alojar cuatro podiums de 3’50 x 16 metros, y embocadura de 16 metros de anchura extensible hasta 30 metros, con una altura de 9 metros. En cuanto a la sala, ésta contaba con un patio de butacas con capacidad para 1.476 espectadores, un anfiteatro para 937 personas, y 36 palcos para 216 personas, lo cual daba un total de 2.629 asientos –las bases exigían que el teatro tuviese una capacidad mínima de 2.400 localidades-, a los que había que sumar cinco palcos de honor. En su cubrición se empleaban tijeras metálicas sustentadas por las pilastras anteriormente mencionadas. Otros puntos abordados por Gortari tenían que ver con las condiciones de acústica y visibilidad de la sala, la zona de explotación y los departamentos auxiliares, y el sistema constructivo y materiales de revestimiento con el empleo del hormigón armado, granito y piedra de Colmenar.

Concluía el arquitecto pamplonés su memoria con sendos comentarios fuera de programa y de concurso en los que realizaba apreciaciones de interés. Así, aunque apreciaba la dignidad del emplazamiento y las perfectas dimensiones del solar, lamentaba la necesidad de tener que encajar todo el complejo de la ópera en un espacio rectangular, lo cual a su juicio sumaba dificultades y restaba posibilidades de actuación. Señalaba también que había introducido fuera del programa exigido en las bases un Museo cuyo acceso principal tenía lugar por la fachada norte y que contaba con salones destinados a la celebración de actos culturales, académicos o musicales. Y manifestaba por último su preferencia por que el concurso hubiese planteado no un Teatro de la Ópera, sino la “Ciudad de la Ópera y de la Música”, un magno complejo cultural en el que la composición separada de edificios con sus propios volúmenes y formas, y la posibilidad de conexión y circulación entre sí, eliminara problemas, mostrase la verdadera composición arquitectónica y dejara la puerta abierta a futuras modalidades artísticas y ampliaciones del programa.

En suma, el anteproyecto para el Teatro Nacional de la Ópera de Madrid de Miguel Gortari nos aproxima a los grandes concursos de anteproyectos de carácter oficial convocados en los años sesenta, momento de intenso debate acerca del camino que debía seguir la arquitectura en el que también participó el arquitecto pamplonés.