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12 de junio

Ciclo de conferencias
TORRES Y CAMPANAS

“Centinelas de ladrillo y sillar”: una mirada a las torres campanario navarras

José Javier Azanza López
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

 

Las torres campanario, punto de referencia esencial en la configuración urbana de pueblos y ciudades, son elementos que dominan todo el paisaje, convirtiéndose en el lugar más alto de la población desde el que puede contemplarse cualquier punto de esta y sus alrededores. Si bien su uso y función varían a lo largo de la historia, en la Edad Media debemos señalar principalmente su carácter defensivo, integradas o formando parte del recinto amurallado de la localidad. Otra de sus funciones es la organización de la vida de la colectividad por medio de las campanas y el reloj, marcando los momentos más importantes del día y avisando a los fieles del comienzo de los oficios religiosos. Esta faceta de la torre resulta determinante en el contexto de una sociedad como la navarra, arraigada en una sólida e inquebrantable tradición religiosa en la que la asistencia a misa los domingos y fiestas de guardar era obligación grave, por lo que su presencia en los núcleos de población era imprescindible.

No debemos dejar de lado tampoco la función de la torre como conjuratorio. En una sociedad rural en la que el bienestar económico dependía en gran medida del clima, las tormentas y las sequías, las plagas y las enfermedades de los animales domésticos se combatían por medio de conjuros: ritos y oraciones dispuestos por la Iglesia invocando la intervención divina para bendecir los campos y ahuyentar unos males promovidos por el demonio; de ahí que los obispos de Pamplona exhortaran constantemente a los clérigos a que acudieran con cruces e hisopos a los conjuratorios de las iglesias para increpar a las nubes y rezar los “evangelios a las tempestades” al sobrevenir nublados peligrosos. Las ceremonias, preces y oraciones que componían estos conjuros oficiales realizados por el clero quedaban recogidos en los “rituales” o “manuales” de conjuros. Por último, las torres pueden desempeñar una función simbólica (símbolo de la importancia del lugar en el que se alza, de su pujanza económica y de la religiosidad y esfuerzo colectivo de sus habitantes) y estética (belleza de sus líneas arquitectónicas, a la que se suma la iluminación nocturna que muestran algunas de ellas en la actualidad).

Partiendo de esta realidad, un recorrido por las torres navarras tiene su primer punto de referencia en las torres medievales, entendidas muchas de ellas como bastión defensivo y concebidas con frecuencia como imponentes torres de planta rectangular dispuesta a los pies de la nave que confiere al conjunto un aspecto militar. Avanzando hacia las torres del siglo XVI, estas discurren entre la sobriedad escurialense y el alarde ornamental. A la primera modalidad pertenecen las torres de la parroquia de Santa María de Viana y la más tardía del monasterio de Irache (de marcada ascendencia herreriana), en tanto que la segunda encuentra su plasmación en la torre de Santa María de Los Arcos. En esta última, Martín de Landerráin (cantero de origen guipuzcoano natural de Régil) y su hijo Juan no solo muestran un perfecto dominio de la arquitectura del último gótico, sino que incorporan a su vez elementos arquitectónicos y decorativos plenamente clásicos, combinando armónicamente ambos lenguajes. Frente al consabido esquema monolítico de tradición medieval, la torre de Los Arcos consta de cuatro cuerpos de sillería: los dos primeros prismáticos, el tercero con volúmenes cilíndricos adosados a sus esquinas, y el cuarto de disposición poligonal pares de arbotantes con crestería. La contemplación de esta parte superior evoca la tracería de custodias procesionales y encuentra un posible antecedente en la torre de la parroquia de Santa María de Sádaba (Cinco Villas, Zaragoza), obra de 1549, si bien el lenguaje gótico de esta última es superado por el clasicismo de la navarra.


Torre de la parroquia de Santa María de Los Arcos

Torre de la parroquia de Santa María de Los Arcos.


Significativo en este recorrido resulta igualmente el último tercio del siglo XVII, momento en el que las torres más importantes se levantan principalmente en el Valle Medio del Ebro. Se trata de torres ejecutadas casi siempre en ladrillo –circunstancia motivada por condicionamientos geográficos– cuya estructura no se encuentra arquitectónicamente incorporada al edificio de la iglesia, sino que muestra su factura desde la base hasta la cúspide como un edificio independiente, siendo un añadido a la iglesia y no parte integrante de ella. Se componen de una planta cuadrada que comprende aproximadamente las tres cuartas partes de la altura total de la torre, y una segunda de planta octogonal y formada por un único cuerpo que busca un efecto más decorativo que funcional, pues en realidad confiere a la torre una apariencia más ligera, evitando la pesadez de las torres que desde la base hasta la cúspide desarrollan una planta cuadrada. En su cubrición se emplea una sencilla cubierta a ocho aguas de poca altura, que sustituye muchas veces al chapitel originario que las remataba. Predomina en ellas la sobriedad decorativa, si bien en ocasiones incorporan unas labores ornamentales de carácter geométrico de tradición manierista a modo de cadenetas inscritas en cuadrados y rectángulos que se distribuyen sobre su superficie.

Atendiendo a su tipología, todo este conjunto guarda relación con un grupo de torres que se erigen en diversas localidades de la Rioja Baja (levantadas por maestros cuya actividad se desarrolla en torno a la familia Raón), a las que se les ha denominado de estilo bajorriojano. A este grupo se adscriben las torres de la Colegiata de Tudela y de la parroquia de Santa Eufemia de Villafranca, a las que se suma, ya en una fecha más tardía de mediados del siglo XVIII, la torre de la antigua parroquia de San Juan Evangelista de Peralta.


Torres de la Catedral de Tudela y de las parroquias de Villafranca y Peralta

Torres de la Catedral de Tudela y de las parroquias de Villafranca y Peralta.


Pero sin duda el gran momento de las torres se produce en el siglo XVIII; satisfechas para este momento otras necesidades parroquiales, la sucesión de construcciones es tal que permite una cierta especialización a los arquitectos, que desarrollan en este período una incansable actividad. Atendiendo a la zona geográfica en la que se localizan las torres y las influencias que reciben de regiones limítrofes, pueden establecerse tres variedades tipológicas diferentes: Zona Media, Valle Medio del Ebro y valles septentrionales.

En la Zona Media de Navarra, principalmente en las merindades de Estella y Olite, se construyó en este momento un elevado número de torres relacionadas con obras del mismo tipo de la Rioja Alta y Rioja Alavesa, ya que los maestros que trabajan en ellas son con frecuencia los mismos: Francisco de Ibarra, José Raón, Francisco de Sarasúa, Juan Bautista de Arbaiza, Martín de Arbe y sobre todo Martín de Beratúa, maestro natural de Abadiño (Vizcaya), el más importante constructor de las torres denominadas de estilo riojano. Se trata de altas torres de sillar configuradas por un fuste prismático de dos o tres cuerpos y un cuerpo de campanas octogonal cubierto por una cúpula rematada en linterna octogonal. En estas torres destaca la decoración, pues a la belleza intrínseca de sus líneas suele unirse otra a base de elementos añadidos que se concentran en los cuerpos superiores.

Numerosos ejemplos de la Zona Media navarra se ajustan a esta tipología, en una evolución que parte de la sencillez de influencia herreriana presente todavía en el santuario de San Gregorio Ostiense de Sorlada, para alcanzar el abigarramiento rococó de la torre de la parroquia de San Pedro de Mendigorría, ya en la segunda mitad de la centuria. Entre una y otra se inscriben las torres de Dicastillo, El Busto, Villamayor de Monjardín, Arellano, Desojo, Sansol, Piedramillera, Mues, Aguilar de Codés, Mirafuentes y Larraga.


Torres de Sorlada, Villamayor de Monjardín, Arellano, Desojo, Mues, Aguilar de Codés, Larraga y Mendigorría

Torres de Sorlada, Villamayor de Monjardín, Arellano, Desojo, Mues, Aguilar de Codés, Larraga y Mendigorría.


Por su parte, en la zona del Valle Medio del Ebro abundan las torres de ladrillo, con altos fustes prismáticos divididos en varios cuerpos, a veces construidos en el siglo XVI, y cuerpos de campanas octogonales con arcos de medio punto coronados por óculos. Este tipo de torre se encuentra estrechamente relacionada con ejemplares aragoneses y riojanos de su misma área, incorporando a menudo una decoración geométrica común a la que no son ajenos modelos mudéjares que se entremezclan en ocasiones con otros motivos ornamentales de tradición clasicista. Ejemplos significativos son las torres de las parroquias de Andosilla, Cárcar, Cascante y San Adrián.

Una tercera variedad tipológica de torre barroca navarra del siglo XVIII queda configurada por aquellas levantadas en la zona septentrional de la comunidad, emparentadas con las soluciones empleadas en Guipúzcoa y Vizcaya, por lo que podríamos calificarlas de torres de estilo vasco. Se trata de torres construidas con piedra de sillería de buena labra, situadas preferentemente a los pies del templo, en el centro, por lo que sirven de acceso a la iglesia, pues en su cuerpo inferior abierto se alojan las portadas en el muro del templo; de esta manera, además de convocar a los fieles, tienen la finalidad de actuar como pórtico de entrada a las iglesias dando acceso a ellas por su parte inferior mediante un arco. Su esquema compositivo consta de dos partes bien diferenciadas, una cuadrada y otra octogonal, o en algunos casos cuadrada achaflanada, rematadas por una cúpula rodeada por jarrones o pirámides con bolas que contribuyen a su ornato. Las torres de las parroquias de San Martín de Lesaka y San Salvador de Irurita se erigen como los ejemplos más representativos.


Torres de las de Lesaka e Irurita

Torres de las de Lesaka e Irurita.


El tránsito del barroco al clasicismo vendrá de la mano de Santos Ángel de Ochandátegui en la torre de la parroquia de Santiago de Puente la Reina (1778), y se concretará poco después en la torres de San Juan Bautista de Mendavia, diseñada por el propio Ochandátegui, y de San Salvador de Arróniz, con traza de Pedro Nolasco Ventura. El epílogo a este recorrido se encuentra en las torres de la catedral de Pamplona, de base robusta y remate campaniforme, en las que Ochandátegui supo interpretar el “barroco a la romana” propuesto por Ventura Rodríguez.


Torres de Santiago de Puente la Reina, Mendavia y Arróniz

Torres de Santiago de Puente la Reina, Mendavia y Arróniz.


Bibliografía

AZANZA LÓPEZ, J. J., “Tipología de las torres campanario barrocas en Navarra”, Príncipe de Viana, nº 214, 1998, pp. 333-392.
VV.AA., El arte románico en Navarra, Pamplona, Gobierno de Navarra, 2005 (2ª ed.).
VV.AA., El arte del Renacimiento en Navarra, Pamplona, Gobierno de Navarra, 2005.
VV.AA., El arte del Barroco en Navarra, Pamplona, Gobierno de Navarra, 2014.
VV.AA., El arte gótico en Navarra, Pamplona, Gobierno de Navarra, 2015.