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La pieza del mes de octubre de 2021

UN RETRATO INÉDITO DE ESTEBAN JOAQUÍN DE RIPALDA Y MARICHALAR, PRIMER CONDE DE RIPALDA

 

Pilar Andueza Unanua
Universidad de La Rioja

 

En la colección navarra de Íñigo Pérez de Rada Cavanilles se custodia un retrato inédito de Esteban Joaquín de Ripalda y Marichalar, primer conde de Ripalda, fechado en el siglo XVIII, que ahora damos a conocer.

Retrato de Esteban Joaquín de Ripalda y Marichalar, h. 1724-1731.

Una vida al servicio de la Monarquía hispánica

Hijo de Antonio de Ripalda y Ayanz de Ureta (Górriz, 1633) y Catalina de Marichalar y Vallejo (Pamplona, 1640), señores del palacio y villa de Ripalda, en el valle de Salazar, Esteban Joaquín vio la luz en Górriz en 1665, en cuya parroquia fue bautizado. Tuvo por hermanos a los militares Antonio y Luis, caballero de Santiago, y Antonia. Pertenecía, por tanto, a una familia de la nobleza palaciana de Navarra cuyos miembros –los señores del palacio y lugar de Ureta, los señores del palacio y villa de Ripalda, y los señores de la casa Marichalar de Lesaca– habían gozado y gozaban entonces de diversas mercedes de acostamiento concedidas por los monarcas e igualmente los dos últimos solares poseían, además, asiento en las Cortes Generales del reino en el brazo de los caballeros.

Como primogénito sucedió en el mayorazgo familiar y fue elegido, además, heredero tanto por su padre como por su madre de acuerdo con sus testamentos otorgados en 1685 y 1715 respectivamente. De este modo pudo gozar del palacio y villa de Ripalda, del patronato sobre su iglesia con potestad para nombrar abad, de los acostamientos y el llamamiento a Cortes, así como de tierras blancas, viñas y molino en aquella localidad del valle pirenaico. Igualmente poseyó una casa en Górriz con sus tierras, así como varias viñas en Itoiz y Orbaiz y cinco casas en Aoiz, donde también tenía tierra blanca. Sin embargo, a pesar de ser palaciano y disfrutar de unas rentas, su vida transcurrió ligada al ejército, lo que le llevó a residir buena parte de su vida fuera de su reino natal. Los servicios militares prestados por sus antepasados y, sobre todo, su apoyo a la causa borbónica durante la guerra de Sucesión cimentó, como en el caso de tantos navarros de la época, las bases para su posterior progresión social y profesional centrada en el servicio de la Monarquía hispánica, lo que nos permite situarlo dentro del fenómeno que Caro Baroja denominó “la hora navarra del XVIII”.

Siguiendo la estela de su progenitor, que falleció siendo capitán de infantería, y de sus tíos paternos, con siete años “lo aplicaron sus padres […] a los exercicios de la guerra en la ciudad de Pamplona”. En la capital navarra estuvo como soldado entre 1672 y 1682, momento en el que, con diecisiete años, pasó al presidio de Larache, en África, donde sirvió dos años y ocho meses como alférez y capitán. De regreso a Pamplona, en 1687 capitaneó una de las tres compañías de su presidio. La contienda que enfrentó al candidato francés y al austriaco por la sucesión del trono español lo situó como coronel de uno de los regimientos que levantaron las Cortes de Navarra en Sangüesa para apoyar al ejército borbónico en las fronteras entre Aragón y Cataluña. El 1 de noviembre de 1705 combatió en Fraga con el ejército enemigo encabezado por Antonio Desvalls, donde resultó gravemente herido con dos balazos en la pierna.

A pesar de aquel contratiempo, su reputación no decayó, sino que por el contrario Felipe V le concedió en 1708 la encomienda de Molinos y Laguna Rota de la Orden de Calatrava. En 1710 fue proclamado gobernador político y militar de Zamora, cargo que ocupó hasta 1724 y durante el cual fue ascendido a brigadier según despacho de 5 de junio de 1719. El 23 de marzo de 1724 alcanzó la cúspide de su carrera profesional y su máximo prestigio social al ser intitulado conde de Ripalda, pero también al ser designado intendente general del ejército de Andalucía, asistente de la ciudad de Sevilla y superintendente de las rentas reales de ella, a la vez que se le concedía la mariscalía de campo.

El cargo de asistente, del que tomó posesión en la capital hispalense el 29 de julio de 1724, era similar al de corregidor en otras ciudades castellanas, de modo que su papel se centraba en el ejercicio de la jurisdicción real. Su trabajo y sus logros desempeñando aquel puesto merecieron la prórroga en 1727, lo que le permitió gestionar y organizar el extraordinario recibimiento que ofreció Sevilla a la familia real el 3 de febrero de 1729, fecha en que dio inicio el denominado Lustro Real. De hecho, a él dedicó Pedro Alcántara de Arriba la Succinta verídica descripción del sumptuoso aparato, que se dispuso en la muy Noble y muy Leal Ciudad de Sevilla, para la festiva Entrada de los Reyes Católicos. En su primera página loaba la figura de Ripalda, no solo al servicio de la reales personas sino también de los pobres, y ensalzaba “su feliz gobierno, que se ha conseguido Vuestra Excelencia que todos le aclamen Padre de Pobres. No es lisonja esta, Señor, porque es tan público, que aun hasta los niños lo vocean, indicio cierto de que lo oyen comunicar a sus padres; y en esto cesaré, Señor, por no ofender su gran modestia”.

Copia de carta, en que se hace una succinta verídica descripción del sumptuoso aparato, que se dispuso en la muy Noble y muy Leal Ciudad de Sevilla, Sevilla, 1729. Foto: Biblioteca Virtual del Patrimonio Bibliográfico.

En relación con su título nobiliario cabe señalar que fue Carlos II quien le concedió un título de Castilla el 23 de marzo de 1699 como reconocimiento de los servicios militares prestados por su tíos carnales paternos Lorenzo, Martín, Luis, José, Agustín, y por su propio padre y sus hermanos Luis y Antonio, que sirvieron fundamentalmente en Flandes, en diversas plazas del norte de África, Cataluña y en la armada del océano en las tres últimas décadas del siglo XVII. Pero llegado 1724, correspondió a Luis I oficializar y concretar el título como conde de Ripalda.

La familia conservó la real cédula de concesión del título como un auténtico tesoro: doce hojas de vitela con el texto precedido por el escudo de armas de los Ripalda –tres bandas y tres flores de lis– e ilustrado con los retratos de Carlos II, Felipe V y Luis I, todo ello encuadernado en terciopelo carmesí adornado con cinco chapas de plata en cada lado: la central con las armas familiares y cuatro cantoneras. Tenía pendiente una cadena de plata con el sello real. El ejemplar se custodiaba dentro de una caja de plata en cuyos lados estaban también esculpidos los escudos de armas con la inscripción: RIPALDA. Esta caja estaba metida a su vez en otra forrada de tafetán encarnado.

Joaquín Esteban falleció en Sevilla el 9 abril de 1731. De su muerte dio buena cuenta la Gazeta de Madrid el 17 de abril (nº 16, p. 64) con el siguiente texto: “Murió en Sevilla el día 10 el conde de Ripalda, su asistente y mariscal de campo de los ejércitos de Su Majestad. En estos empleos y en otros que tuvo políticos y militares manifestó un grande celo y desinterés al servicio del rey y del público, por lo que se ha sentido mucho su muerte”. El navarro fue enterrado en la Casa Profesa de la Compañía de Jesús, orden a la que le unían estrechos lazos; no en vano, había sufragado, por ejemplo, el solemnísimo octavario que se celebró en su iglesia con motivo de la canonización de san Luis Gonzaga y san Estanislao de Kostka entre el 13 y el 20 de noviembre de 1727.

Las honras fúnebres por el finado se celebraron en aquel templo el 19 de abril y en ellas predicó el padre Antonio de Solís y Federigui, que, estableciendo un paralelismo con san Esteban protomártir para estructurar el sermón, ensalzó las virtudes del conde, especialmente la piedad y conmiseración con los pobres, enfatizando también su relevante papel en el abastecimiento de grano a la ciudad andaluza en tiempos de carestía. Cerró su intervención con unos versos de los que destacamos los siguientes:

Y habiéndole dado Navarra (región casi
Oriental respecto a nosotros) cuna, le dio
(en correspondencia) Sevilla, occidental par-
te de España, sepulcro, para que de Oriente a
Poniente, desde el nacimiento
del sol hasta el ocaso fuese
conocido, y celebrado su heroico
Nombre.

Antonio de Solís, Sermón en las exequias… Del señor Don Esteban Joachin de Ripalda, Sevilla, Imprenta de la Viuda de Francisco de Leefdael, 1731. Foto: Biblioteca de la Universidad de Sevilla.

No solo Solís actuó de panegirista del noble navarro, sino que en la edición impresa de este sermón hasta el propio censor, el licenciado Baltasar Pérez de Vargas, alabó su figura:

es gloria de esta ciudad haber tenido por asistente un sujeto de tan cabales prendas que todas servirán de norma y regla para que cuantos le sucedan en el empleo procuren mirar la acertada conducta de su buen gobierno. Ni satisficiera Sevilla con menor expresión a lo mucho que debió al señor Ripalda, pues fueron tantas y tantas repetidas las ocasiones en que le manifestó su amante corazón, que bastará para crédito de su amor las muchas que experimentamos en este año en que sin menor celo y cariño que el suyo no pudiera haber tenido tanto alivio, como debió a su fineza y cuidado este pueblo.

A pesar de haber recorrido a lo largo de su vida tantos lugares en virtud de sus cargos y servicios, llama la atención que las últimas voluntades de Esteban Joaquín de Ripalda fueran las otorgadas en Fraga cuando fue herido en 1705. Merced a este testamento, resultó su heredera su hija natural Jerónima, nacida de Jerónima de Beinza, de Aoiz, soltera, estado civil que también compartía Esteban Joaquín en el momento de su nacimiento. No obstante, la niña quedó bajo el cuidado de la abuela Catalina Inés de Marichalar, encargándose el padre de su educación y alimentos. Aunque en el mencionado documento Ripalda reconocía a su hija como tal, tuvo que esperar al 24 de diciembre de 1726 para que Felipe V emitiera una real cédula legitimando a Jerónima. Este documento le permitió convertirse en segunda condesa a la muerte de su progenitor, pero no pudo suceder en el mayorazgo familiar, que fue reclamado ante los tribunales en 1737 por Joaquín Vélaz de Medrano, vizconde de Azpa, que alegó sus derechos por su condición de varón nacido de legítimo matrimonio como nieto de María de Ripalda Ayanz de Ureta. En 1724 Jerónima casó con su pariente Juan Luis de Ripalda y Yoldi, natural de Murillo de Lónguida, recibiendo de su padre en los contratos matrimoniales 2.000 pesos de plata y el aprovechamiento y usufructo de los bienes que por entonces él gozaba.

Esteban Joaquín no permaneció siempre soltero; por el contrario, en la familia se produjo un doble matrimonio. Él y su hermana Antonia contrajeron matrimonio respectivamente con los hermanos Leonor y Miguel de Unda y Garibay, nobles vecinos de Viana, cuya casa solar se ha conservado en uno de los flancos de la plaza del Coso de esta ciudad. Miguel fue personaje relevante, pues llegaría a ser maestre de campo, miembro del Consejo de Indias, del de Hacienda y superintendente de las minas de Almadén desde 1696. Del matrimonio de Esteban Joaquín con Leonor nació un niño, Jorge, que no llegó a edad adulta. Ella falleció en 1695 en Pamplona.

Casa de los Unda y Garibay, Viana.

El retrato

El cuadro, un óleo sobre lienzo de formato vertical y con unas medidas de 197 cm de alto por 104 cm de ancho, nos muestra a Joaquín Esteban de cuerpo entero, vuelto parcialmente hacia su izquierda, con aire digno y la mirada fija puesta en el espectador. Presenta una postura firme, con cierto envaramiento y un rostro de rasgos realistas. Viste a la francesa, con la indumentaria impuesta definitivamente en España con la llegada de los Borbones al trono, muy similar a la que luce, por ejemplo, Felipe V en el retrato custodiado en el Museo Cerralbo, obra de Miguel Jacinto Meléndez, pintado en 1712: una vistosa casaca carmesí con largos faldones hasta la altura de las rodillas, cuajada de botones y abundantes bordados dorados en el frente y en los vueltos de las mangas; bajo ella asoma la corbata blanca guarnecida de encajes y los puños de la camisa, igualmente de encajes. A la altura de la boca del estómago y pendiente de una cinta textil, exhibe una insignia circular esmaltada con cerco de oro de la Orden de Calatrava, joya que no solo servía de adorno a los caballeros, sino que además proyectaba ante la sociedad una imagen de nobleza y la pertenencia a un grupo social privilegiado y minoritario. Se engalana con una larga peluca rizada que cae por delante del hombro y un sombrero negro con ribete de plumas y un lazo. El atuendo se completa con calzones blancos hasta debajo de la rodilla, medias de igual color y zapatos negros con tacón rojo, modelo puesto de moda por Luis XIV, que incorpora detalles colorados y hebillas de plata.

Retrato de Esteban Joaquín de Ripalda y Marichalar, detalle.

Retrato de Esteban Joaquín de Ripalda y Marichalar, detalle.

Retrato de Esteban Joaquín de Ripalda y Marichalar, detalle.

El retrato, de calidad discreta, responde a modelos cortesanos europeos y no hace sino repetir la pose que consagró en 1701 Hyacinthe Rigaud en su retrato de Luis XIV (Museo del Louvre). De este modo, el protagonista aparece girado de tres cuartos, con una pierna más avanzada que otra, mirando al espectador, con el brazo izquierdo doblado sobre la cintura y el derecho apoyado en un objeto, en este caso la espada, propia del oficio militar. Lógicamente aquí se han suprimido los emblemas, símbolos e indumentaria del poder real que acompañaban al Rey Sol.

Frente al mencionado retrato francés y otros retratos barrocos propios de las cortes europeas, en este los accesorios escenográficos como los cortinajes y arranques de columnas han desaparecido para dar paso a un fondo paisajístico con tonos pardos con una luz que nos sitúa en un amanecer o en atardecer. Sobre este paisaje, a la derecha del retratado, y en pequeño tamaño, se narra un episodio bélico que creemos que se corresponde con el enfrentamiento que Ripalda tuvo en Fraga con el ejército austracista el 1 de noviembre de 1705 en el que resultó herido en una pierna, pues un personaje vestido con casaca roja yace tendido frente a varios soldados con uniforme claro. Este episodio habría que ponerlo en relación con la herida que luce Esteban Joaquín en su pierna derecha. Este recurso con una escena secundaria en último plano ya venía siendo utilizado en nuestro país en la pintura religiosa del siglo XVII. Sirva como ejemplo el lienzo de san Fermín de Ximénez Donoso conservado en la Real Congregación de San Fermín de los Navarros, o Cristo en casa de Marta y María de Velázquez, de la National Gallery de Londres. E igualmente ocurrió en la pintura de historia donde se narraban episodios bélicos, como lo atestiguan los cuadros de Maíno, Pereda y Salgado, Cajés, Carducho, Leonardo, Zurbarán o del propio Velázquez del Salón de Reinos en El Retiro.

La idea pasó al siglo XVIII, tanto para la pintura popular, como los exvotos, como para el retrato, que situaba como telón de fondo alguna escena relacionada con el protagonista. Nuevamente el ejemplo más elocuente lo hallamos en el retrato de Luis XIV de Rigaud conservado en el Museo del Prado (1701), donde el monarca aparece posando de igual modo que en el ejemplar antes mencionado, pero ahora con armadura francesa sobre un paisaje en el que se desarrolla una batalla. Este concepto de retrato se prolongó, aunque con otros matices, a lo largo del siglo XVIII. Muestra de ello, por citar un par de ejemplos diversos, resultan el retrato de Antonio de Ulloa, de Andrés Cortés y Aguilar, donde a través de una ventana se divisa un galeón al fondo que refiere su expedición científica en América, o el retrato de Sebastián de Eslava, virrey de Nueva Granada, conservado en el palacio de Guendulain de Pamplona, que recoge a su lado una marina con varios barcos aludiendo así a la defensa de Cartagena de Indias que dirigió frente a los ingleses.

El cuadro se completa con una inscripción que aparece ocupando toda la parte inferior sobre lo que pretende ser un pergamino enrollado: El Exmo. Sor. Dn. Esteban Joaquín de Ripalda y Veaumont Marichalar y Ayanz, Conde de Ripalda, Comendador de/ Molinos y Laguna rota en el orden de Calatraba, Asistente de Sevilla, Maestre de Campo General, Superinten/dente General de la Real Hacienda, e Yntendente Genel de Justicia, Hacienda, Policía y Guerra de las Tropas y Extos/ de los 4 Reynos de Andalucía. En la función de Fraga del año de 1703 le rompieron una pierna de un fusilazo.

Retrato de Esteban Joaquín de Ripalda y Marichalar, inscripción.

Aunque el cuadro pudo ser pintado una vez fallecido el conde, e incluso pudo haberse añadido esta inscripción con posterioridad a su ejecución, nos inclinamos a pensar que fue ejecutado en vida, entre 1724, año en que llegó a Sevilla, y 1731, fecha de su fallecimiento. Su estado de conservación, necesitado de una limpieza que le devuelva la luminosidad perdida, nos impide acercarnos con mayor precisión a su autoría, seguramente algún pintor de la escuela sevillana, escuela que por aquellas fechas había perdido la brillantez desplegada en el siglo anterior.

El retrato debió de ser encargado por el propio Esteban Joaquín con el fin de remitirlo a su familia en Navarra para hacerse presente entre los suyos, aunque fuera en efigie. Se demostraba así la gran relevancia que adquirió este género pictórico entre la nobleza, a través del cual lucía con orgullo las gestas de sus miembros y antepasados en sus casas y palacios. Según nos indica su actual propietario, el cuadro fue pasando a los sucesores del título durante varias generaciones y por ello colgó de las paredes del desaparecido palacio de Ripalda en Valencia. También debió de exhibirse en el palacio que los condes tuvieron en Alfafar, en la comarca de La Huerta de Valencia, como atestigua una etiqueta en el reverso (ALFAFAR Nº 1), aludiendo posiblemente a un inventario. Finalmente, vía herencia, el retrato recaló en manos de los condes de Berbedel, cuyos descendientes lo pusieron en el mercado de antigüedades, donde fue adquirido por Íñigo Pérez de Rada.
 

FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA

ANTONIO DE SOLÍS, Sermón en las exequias solemnissimas que en la Casa Professa de la Compañía de Iesus se hicieron a la tierna, respetable memoria de don Esteban Joachin de Ripalda, Conde de Ripalda, Imprenta de la Viuda de Francisco Leefdael, 1731.

Archivo Real y General de Navarra, Tribunales Reales, Proceso 111113: Luis y Jerónima de Ripalda, condes de Ripalda contra Joaquín Vélaz de Medrano, vizconde de Azpa, sobre entrega de diferentes casas con sus frutos.

Archivo Real y General de Navarra. Protocolos Notariales diversos.

Copia de carta, en que se haze una succinta verídica descripción del sumptuoso aparato que se dispuso en la muy Noble y muy Leal Ciudad de Sevilla para la festiva Entrada de los Reyes Católicos. Día 3 de Febrero deste año de 1729.

BRAVO LOZANO, C. y QUIRÓS ROSADO, R., “Esteban Joaquín Ripalda y Marichalar, I conde de Ripalda (1668-1731)”, Identidad e Imagen de Andalucía en la Edad Moderna. Gazeta de Madrid, nº 16, 17 de abril, 1731, p. 64.

OZANAM, D., “Esteban Joaquín de Ripalda y Marichalar”, Diccionario biográfico de la Real Academia de la Historia.