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La pieza del mes de diciembre de 2021

LOCALIZADA GRAN PARTE DE LA CAJA DEL ÓRGANO BARROCO DE LA CATEDRAL DE PAMPLONA EN GALLUÉS

 

Alejandro Aranda Ruiz
Delegación de Patrimonio Histórico-Artístico
Arzobispado de Pamplona y Tudela

 

La construcción de un órgano para la catedral de Pamplona (1740-1742)

Gracias a los datos y documentación aportada por Sagaseta y Taberna primero (1985: 268-271) y María Gembero (1995a: 50-53 y 1995b: 353-363) después, conocemos muy bien el proceso constructivo del órgano barroco de la catedral de Pamplona –realizado entre 1740 y 1742–, los artistas que intervinieron en su realización, así como el nombre de su principal comitente.

Pues bien, el estado lamentable del órgano principal de la seo pamplonesa, situado en una tribuna en el lado norte o del evangelio, sobre la sillería del coro mayor localizada en la nave central, propició que en 1740 el Cabildo Catedral acordase la construcción de un nuevo instrumento, tras años de sucesivas reparaciones. El ofrecimiento del arcediano de la Cámara, Pascual Beltrán de Gayarre, conocido por su gran liberalidad en el terreno de las artes, de “hacer a sus expensas el órgano con su caja”, debió de inclinar la balanza a favor de comisionar un nuevo órgano (Sagaseta y Taberna, 1985: 269).

Como arte híbrido, en la construcción de un órgano intervenían la música y el arte de la construcción de instrumentos, por un lado, y las labores de escultura y pintura, por otro. Lo primero, es decir, la construcción del instrumento musical, corría a cargo del organero. Por su parte, en la ejecución de la caja podían llegar a intervenir muchas personas: arquitectos, ensambladores, carpinteros y escultores, a quienes correspondía la traza o diseño de la caja y su ejecución a través de la talla de los numerosos elementos decorativos y esculturas que ornaban estos espectaculares muebles. A ellos se sumaba el dorador y policromador encargado de dar color a la envolvente exterior del instrumento. La vinculación tan estrecha entre el instrumento y la caja hizo que los organeros reclamasen el derecho a construir también esta última, algo a lo que los carpinteros del Gremio de San José y Santo Tomás de Pamplona se opusieron con ahínco (Morales, 2014: 46). En consecuencia, las más de las veces fueron los maestros encargados de realizar retablos y otras piezas de amueblamiento litúrgico quienes acometieron la mayor parte de las cajas de órganos en Navarra (Fernández Gracia, 2011: 139). La colaboración entre organeros y carpinteros era tal que incluso llegaron a existir parejas profesionales más o menos consolidadas que trabajaban en equipo, como por ejemplo la formada a finales del XVIII por los ragueses Diego Gómez, organero, y Miguel Zufía, maestro arquitecto y escultor.

En el caso del órgano de la catedral de Pamplona, el encargo de su construcción recayó en dos personas muy vinculadas a la seo y a la diócesis: Matías de Rueda y Mañeru y José Pérez de Eulate. El primero fue sobrino y discípulo de uno de los maestros más sobresalientes del taller de organería de Lerín, José de Mañeru y Ximénez, a quien sirvió seis años como aprendiz y once como oficial (Sagaseta y Taberna, 1985: 188; Jambou, 2000: 119-120 y 2002: 463; Sales y Ursúa, 2007: 49). Matías acabó afincándose en Pamplona, en donde al igual que su maestro ejerció el cargo de organero o encargado del mantenimiento de los órganos de la catedral entre 1732 y 1748 (Gembero, 1995a: 49). En lo que respecta al segundo, oriundo de Legaria, desde 1719 fue aprendiz del destacado escultor pamplonés Fermín de Larráinzar, con cuya hija Juliana terminaría casando y cuyo taller y puesto de veedor de obras del obispado acabaría heredando en 1741 (Fernández Gracia, 2002: 390-391). A ellos se sumó, en las labores de dorado y policromía de la caja, Juan Francisco de Ariño (Sagaseta y Taberna, 1985: 269).

En octubre de 1741 la construcción de la caja debía de estar ya terminada o cuando menos muy avanzada, a juzgar por el informe de José Díaz de Jáuregui, quien a grandes rasgos emitió un juicio positivo. De esta forma, el órgano fue presentado por Rueda en 1742, si bien las reparaciones y mejoras en él realizadas no permitieron considerar totalmente terminada la obra hasta 1745 (Gembero, 1995a: 52).

La desaparición del órgano de Rueda y el destino de su caja (1885-1905)

El órgano construido entre 1740 y 1742, y en consecuencia su caja, permaneció en su lugar más de cien años. A pesar de las pequeñas reformas y modificaciones a las que fue sometido, el instrumento llegó al ochocientos conservando las características esenciales de un órgano barroco (Gembero, 1995a: 52). Sin embargo, el órgano catedralicio acabó sucumbiendo a los nuevos vientos que soplaban con fuerza en el ámbito de las artes litúrgicas. De este modo, en 1885-1888 el órgano de Rueda fue reemplazado por uno nuevo construido por los hermanos Roqués de Zaragoza en el que se incorporó parte del instrumento dieciochesco (Sagaseta y Taberna, 1985: 269). Como no podía ser de otra manera y como reflejo de los nuevos valores estéticos, el renovado instrumento romántico fue acompañado por una severa caja neogótica en madera de su color, construida por el carpintero de la catedral José Aramburu y Echaide (Alvarado, 1904: 33).

Con el desmantelamiento del viejo órgano barroco, la caja de José Pérez de Eulate no desapareció, sino que, desmontada, se depositó en dependencias catedralicias, donde permaneció hasta 1905. Aquel año el Cabildo, previa licencia del obispo, acordó enajenar los restos del mueble a favor de la parroquia de Gallués por las 250 pts. que había ofrecido el párroco. En este lugar sus piezas, combinadas con otras de distinta procedencia, sirvieron para construir un nuevo retablo mayor. La extraña configuración de este retablo no pasó desapercibida para los autores del Catálogo monumental de Navarra, quienes lo achacaron al hecho de que se hubiese acoplado a la cabecera del templo “una caja de órgano que hace ahora las veces de retablo mayor” (García Gainza y Orbe Sivatte, 1989: 446). Lo que nada hacía pensar era el origen de aquellas piezas: la catedral de Pamplona.

La caja del órgano barroco desde el punto de vista documental

Si desde el punto musical son bien conocidas las especificidades técnicas del órgano de Rueda, gracias al contrato de construcción y a los informes emitidos a lo largo de su proceso constructivo, no sucede lo mismo con la caja que lo acogía. Aunque hemos tratado de encontrar el contrato, que sin duda alguna debió de establecerse entre el Cabildo Catedral y José Pérez de Eulate y en el que se recogerían las características del mueble, no nos ha sido posible. Son fuentes indirectas las que nos aportan los pocos datos con los que se cuentan. Así, en uno de los informes que Rueda y Pérez de Eulate encargaron sobre el órgano que estaban construyendo, se indicó que la caja tenía siete castillos destinados a alojar los tubos exteriores (Sagaseta y Taberna, 1985: 269). De manera indirecta también sabemos que no todos los tubos de la fachada del órgano eran de los llamados “tubos canónigos” o de adorno, sino que algunos de ellos tenían una función práctica, alojándose en la fachada, por ejemplo, el bajoncillo, la chirimía y un oboe (Gembero, 1995a: 52). Concretamente y según revela el proyecto de Rueda, los registros del bajoncillo y del clarín, acompañados de la trompeta de batalla, se localizaban en la fachada, según era propio del órgano ibérico, en forma de artillería (Gembero, 1995b: 354). El mueble construido por Pérez de Eulate fue descrito de manera somera por el escritor galo Víctor Hugo como “una ancha caja de órgano, del gusto del siglo pasado, muy rica y muy dorada, domina todo el coro y no lo estropea. Encima se lee un versículo que, por otro lado, está inscrito en casi todos los órganos de España: Laudate Deum in chordis et organo. Más abajo está la fecha: ANO 1742” (Jusué, 2006: 487).

El retablo mayor de Gallués

Tal y como indicamos más arriba, los restos del órgano catedralicio forman hoy en día el retablo de la iglesia parroquial de Gallués. Este se compone de sotabanco, banco, cuerpo de tres calles y ático.


Retablo mayor de Gallués, conjunto. Gallués, iglesia parroquial. Foto: Alejandro Aranda Ruiz.

En el sotabanco el frontal de altar es flanqueado por dos grandes ménsulas de planta semicircular decoradas por una cabeza de querubín y guirnaldas de flores y cintas, cuyos extremos caen por los laterales de la placa a la que se adosa la ménsula. Cada una de las ménsulas y el panel en el que se inscriben aparecen flanqueadas, a su vez, por sendos pinjantes de flores y frutos rematados por cabezas de ángeles.

El banco, por su parte, acoge cuatro placas con roleos y ces vegetales: dos en los extremos correspondientes a las calles laterales del retablo y dos en el centro, enmarcando un sagrario del siglo XVII.

El cuerpo de calles es el ámbito más complejo del retablo. Cuenta con una especie de banco dividido en tres partes, correspondientes a cada una de las calles del retablo, en medio de cada una de las cuales hay una ménsula. Las de los extremos son de planta triangular y lucen una cabeza de querubín con una venera en su parte inferior. Cada una de las ménsulas, a su vez, se apoya en una placa con decoración de roleos y ces vegetales. La ménsula de la calle central, por el contrario, es de planta circular con un diseño idéntico a las dos situadas en el sotabanco, si bien de un tamaño algo menor. Estas ménsulas se acompañan de distintos paneles con abundante decoración tallada, que en los extremos del retablo adquiere una forma convexa. En lo que respecta al ámbito principal del cuerpo de calles, cabe mencionar los tres doseles de planta semicircular que con decoración calada cubren cada una de las calles creando una especie de hornacinas para los santos del retablo. Los doseles de los extremos se rematan por sendos escudos de armas y el del centro, por un copete formado por una cabeza de querubín con venera y decoración de ces. Las tres calles del retablo se ven separadas por una suerte de entrecalles que se cubren con decoración de cabezas de ángeles y pinjantes de flores y frutos. Las entrecalles que custodian la calle central son de planta triangular, lo cual dota de cierto dinamismo a la planta de un retablo eminentemente plano. Pero sin lugar a duda, el elemento más llamativo del cuerpo de calles son los dos grandes telamones o atlantes, colocados en los extremos del retablo con el que forman un ángulo de noventa grados.


Retablo mayor de Gallués, detalle del cuerpo de calles. Gallués, iglesia parroquial. Foto: Alejandro Aranda Ruiz.

Sobre el cuerpo de naves se erige el ático que, tomando la forma de un arco de medio punto, se adapta a la cabecera del templo. Esta parte de la máquina, como el cuerpo de calles, cuenta con su propio banco formado por placas con la misma decoración de roleos y ces que vemos en el banco del retablo. Similares motivos decorativos, pero de mayor tamaño, invaden la práctica totalidad del resto de la estructura en el que se adivinan tres ménsulas, semicircular la central y triangulares las de los extremos, que sirven de soporte a sendas esculturas. Otro elemento destacado del ático es el dosel que corona el centro, con una cabeza de querubín en su frente y decoración calada.


Retablo mayor de Gallués, detalle del ático. Gallués, iglesia parroquial. Foto: Alejandro Aranda Ruiz.

El retablo se completa con varias esculturas. El cuerpo de calles acoge a san Juan Bautista en el medio y a la Virgen con el Niño y san Pedro en los laterales. El ático, a su vez, aloja a san Vicente con dos angelotes a sus pies, flanqueado por las alegorías de las virtudes cardinales de la Fortaleza y la Justicia. Finalmente, los dos grandes telamones ejercen la función de peanas para san Rafael y el Ángel de la Guarda, acompañados de sendos niños o angelotes.

Elementos de la caja de Pérez de Eulate en el retablo de Gallués

Vistos los elementos que componen el retablo, queda por esclarecer cuáles proceden de la desaparecida caja del órgano. Aunque no resulta sencillo determinar de manera taxativa qué fragmentos del retablo pertenecieron al órgano y cuáles no, a grandes rasgos puede afirmarse que gran parte del retablo de Gallués está compuesto por fragmentos que en su día formaron parte del evolvente exterior del instrumento catedralicio. De esta forma, a la caja labrada por Pérez de Eulate pertenecieron con toda seguridad las ocho ménsulas, los cuatro doseles semicirculares, los dos grandes telamones y la práctica totalidad de las placas y elementos decorativos de talla dorada. Complemento del mueble serían las esculturas de las virtudes de la Fortaleza y la Justicia, los angelotes que flanquean a san Vicente y las imágenes de san Rafael y el Ángel de la Guarda con sus respectivos niños. A todo ello se suman los dos escudos que coronan los doseles de las calles laterales y que corresponden a las armas del obispo don Antonio de Venegas y Figueroa, que ocupó la cátedra de San Fermín entre 1606 y 1612.


Escudo de armas de Antonio de Venegas y Figueroa, obispo de Pamplona entre 1606 y 1612

Lo primero que llama la atención es la presencia de unos escudos que por su hechura parecen contemporáneos al resto de piezas de la caja del órgano y que, sin embargo, representan las armas de alguien que fue obispo más de cien años antes de la construcción del órgano. Sin embargo, como en otros tantos enigmas relacionados con la catedral, es el eruditísimo prior don Fermín de Lubián quien nos da la explicación: “En esta Santa Iglesia de Pamplona [don Antonio de Venegas y Figueroa] hizo el órgano grande, cuya caja tenía sus armas en varias partes y cuando se aumentó y renovó año 1742, también se volvieron a poner” (Lubián, 1954: 103). No obstante, en el caso presente, el escudo de Venegas no aparece coronado por las armas del Colegio de Cuenca de Salamanca –del que el prelado fue colegial en su juventud–, tal y como él solía acostumbrar colocándolas sobre el escudo y debajo del capelo, sino por una suerte de Cruz de Jerusalén, formada mediante la colocación de cuatro cruces en los ángulos de una cruz procesional acolada. Este hecho tampoco pasó desapercibido al sabio prior, quien se fijó que, efectivamente, “sobre sus armas no estaban las de su colegio, sino las de cinco cruces a modo de Jerusalén y así se volvieron a poner, sin que se pueda discurrir la causa, porque no tiene símil con haber sido del Consejo de la Suprema” (Lubián, 1954: 103). Sea como fuere, la decisión de conservar las armas del obispo en el nuevo órgano, decisión en la que debió de tener parte muy activa el propio Lubián, es una clara muestra de la sensibilidad y respeto que existía por la memoria e historia de la catedral y de sus prohombres.

Pues bien, la supervivencia de estos elementos nos ofrece algunas pistas acerca de cómo pudo ser este mueble, del lenguaje artístico que empleaba y de su relación con otras cajas de órgano del Barroco en Navarra. La documentación conservada nos permite suponer que, aunque el órgano sería visto desde la nave lateral del evangelio a través de uno de los arcos de comunicación de naves, este contaba únicamente con una fachada, la que daba al coro. Como todos los órganos de su tiempo, la caja de la seo pamplonesa estaría articulada horizontalmente en dos cuerpos o niveles: el primero a modo de base, destinado a servir de soporte a toda la estructura y a albergar el teclado empotrado en la caja (la ventana); el segundo, de mayor altura y empaque, destinado a los tubos organizados en castillos, campos y artillería. Si bien resulta imposible saber cómo era la planta y alzado de la caja construida por Pérez de Eulate, sí se puede afirmar con cierta seguridad que el alzado del órgano catedralicio tendría una forma de T, con un cuerpo superior mucho más largo que el cuerpo inferior. En este sentido, el órgano de la seo imitaría la estructura de cajas de órganos anteriores, como la del monasterio de Fitero construida entre 1659 y 1660 o la de la catedral de Tudela realizada en 1671 y en las que el cuerpo destinado a los tubos es más largo que el del teclado. Esta articulación obligaría en la caja de la catedral, como en las de Fitero y Tudela, a establecer una transición entre ambos cuerpos que, a la vez que asegurase la estabilidad del mueble, ofreciese una visión agradable y armónica. En Fitero este problema se resolvió por medio de la inclusión de dos sirenas que, apoyadas en los extremos del cuerpo del teclado, soportan la estructura superior. En Tudela la transición se llevó a cabo colocando en los extremos de la base dos grandes roleos. En Pamplona, Pérez de Eulate optó por una solución mucho más novedosa empleando, en vez de sirenas o roleos, una pareja de telamones o atlantes de potente musculatura. Tomadas de grabados de la época, las figuras, inclinadas hacia afuera, se llevan las manos hacia atrás, sujetando un paño con el que cubren gran parte de su torso. Estos atlantes, tan propios de la arquitectura barroca, no solo situarían el órgano catedralicio en sintonía con los gustos del momento, sino que terminarían siendo imitados. El propio Pérez de Eulate volvió a incluir atlantes en el retablo del oratorio del Palacio Episcopal que labró poco después, entre 1748 y 1749 (Fernández Gracia, 2002: 393). Otras cajas de órgano ejecutadas con posterioridad a la de la catedral, y con la que compartían una estructura en T, también emplearon el recurso de los telamones, como la del órgano de Los Arcos llevada a cabo por Diego de Camporredondo en 1759.


Retablo mayor de Gallués, ménsula. Gallués, iglesia parroquial. Foto: Alejandro Aranda Ruiz.

Las ocho ménsulas, por su parte, indican que la fachada del órgano combinaba los castillos semicirculares y triangulares. La combinación de castillos de distinta planta también sitúa a la caja de Eulate en la línea trazada por órganos anteriores y posteriores al de la catedral, como pueden ser, en el siglo XVII el de Santo Domingo de Pamplona y el de San Miguel de Corella, o el de Larraga en el último tercio del XVIII. Estos castillos, además, se remataban con doseles con decoración tallada que, como si de cortinajes se tratara, cubrían parcialmente la parte superior de los tubos que alojaban. En este caso, esta decoración característica de los castillos de los órganos barrocos estaba parcialmente calada con el objetivo de potenciar la sonoridad del instrumento, al igual que sucede en otras cajas realizadas por estos mismos años como las de Santa María de Tafalla (1735), Lerín (1738-1739) o Villafranca (1739-1740).


Retablo mayor de Gallués, telamón. Gallués, iglesia parroquial. Foto: Alejandro Aranda Ruiz.

Los restos que nos han llegado hasta nuestros días también nos permiten suponer que la caja del órgano de la catedral de Pamplona estaría invadida de una decoración menuda y nerviosa, propia del barroco decorativista de finales del siglo XVII y primer cuarto del XVIII. Las ces, veneras, roleos, las cabezas de querubín y los pinjantes de flores y frutos se repartirían a lo largo de la fachada del mueble, sirviendo en muchas ocasiones para articular la estructura. Por ejemplo, los pinjantes rematados por cabezas de querubines podrían situarse enmarcando los castillos y campos de la fachada. También es posible que parte de la decoración tallada, situada hoy en día en el ático y extremos del retablo, adquiriese la forma de aletones dispuestos a los lados de algún castillo o de la propia caja, según se ve en los precedentes de Fitero o Tudela. A todo ello se sumaría una rica decoración escultórica de al menos ocho esculturas. La disposición de los brazos de las actuales imágenes de la Fortaleza, la Justicia, san Rafael y el Ángel de la Guarda permite suponer que en su día pudieron sostener alguna clase de instrumento como trompetas, chirimías, cornamusas o violines. Asimismo, al igual que sucede en otros órganos, estos ángeles aparecen vestidos de manera muy particular, ya que los actuales san Rafael y Ángel de la Guarda lucen corazas de gusto romano y la Fortaleza y la Justicia, túnicas abiertas en su mitad inferior, y una especie de sobreveste. Estas esculturas se completarían con los cuatro ejemplares de niños, los dos que flaquean a san Vicente, y los que acompañan a san Rafael y al Ángel de la Guarda. Al igual que las primeras, es posible que estos cuatro angelitos también pudiesen portar algún instrumento u objeto entre sus manos. Todas ellas se repartirían por la fachada del órgano, bien entre los castillos y campos, bien coronando el conjunto, y serían, junto con el órgano, una metáfora de las jerarquías angélicas, tal y como señala Fernández Gracia (2011: 138).


Retablo mayor de Gallués, san Rafael. Gallués, iglesia parroquial. Foto: Alejandro Aranda Ruiz.


Retablo mayor de Gallués, Ángel de la Guarda. Gallués, iglesia parroquial. Foto: Alejandro Aranda Ruiz.

FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA

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