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La pieza del mes de octubre 2020

SANTOS CRISPÍN Y CRISPINIANO EN LA IGLESIA DE SAN LORENZO, DE PAMPLONA

 

José Luis Molins Mugueta
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

 

Santos Crispín y Crispiniano: vida e influencia religiosa y cultural

Se tiene noticias documentales del culto a los santos Crispín y Crispiniano en la iglesia parroquial de San Lorenzo, como patronos de la cofradía de su nombre, aprobada en 1430, que agrupaba a los maestros de obra prima de Pamplona. Otra hubo con el mismo fin en San Nicolás, bajo la advocación de san Eloy. Una y otra, con su altar y retablo en el templo respectivo. También hay referencias de una asociación homónima en la villa navarra de Los Arcos, creada en la segunda mitad del XVIII. La peculiar denominación se aplicaba a los zapateros de nuevo, que no a los remendones de viejo, hecho que permitió a Mesonero Romanos escribir cierto verso...
 

Al glorioso san Crispín,
protector de la obra prima,
consagra solemnes cultos
su devota cofradía.

San Crispín y San Crispiniano. Aguada, lápiz y tinta negra sobre papel,
siglo XVII, Museo del Prado.

 

Hermanos de fe, y quizá de sangre, Crispín y Crispiniano, muy celebrados secularmente por la Iglesia de Francia, huyeron de su Roma natal mediado el siglo III a causa de las persecuciones. Se dirigieron a las Galias y se establecieron en Soissons. Allí durante varios años, día a día, anunciaban a Jesucristo y por la noche trabajaban como zapateros para procurarse el sustento, aunque reparaban gratis el calzado de los menesterosos. Sus predicaciones, avaladas por la santidad de su conducta, convirtieron a un apreciable número de paganos, hasta que, con motivo de la visita a la Galia Belga de Maximiano, co-emperador con Diocleciano, fueron denunciados, martirizados y decapitados, quizá entre 287 y 290, mediando en el doble homicidio el significado funcionario regional Rictio Varo. Aunque el relato de su passio no es fiable, su existencia real parece cierta: aparte de figurar incluidos en los Martirologios de san Jerónimo, Beda, Floro Diácono, Adón de Viena y Usuardo, es incuestionable el testimonio de Gregorio de Tours, que menciona una vieja basílica en Soissons erigida a la memoria de ambos mártires, todavía en pie y con perduración de su culto en el siglo VI.
 

Sebastián Martínez Domedel. Martirio de San Crispín y San Crispiniano (c. 1638). Palacio Episcopal de Jaén.
 

Quizá por su trabajo con cuero, en algunas ocasiones y distintos lugares han sido elegidos patronos de gremios de curtidores. En Francia su recuerdo mantiene cierta vigencia, cuando menos cultural, de modo que resulta frecuente visitar catedrales e iglesias y encontrarse con vidrieras recientes dedicadas a los santos Crispín y Crispiniano.
 

A la izquierda, en la iglesia de San Leonardo de Fougères (Francia), vidriera de François Lorin que incluye a los santos Crispín y Crispiniano (1959). A la derecha, vidriera y detalle con escenas de idéntico motivo en la basílica de San Salvador, en Dinan (Francia). Obra del taller de Louis Barillet, entre 1939 y 1951.
 

Los santos mártires ocupan un lugar en la literatura inglesa, y por ende en la universal, gracias a Shakespeare. El dramaturgo británico, en La vida del Rey Enrique V (acto IV, escena III), cuando la acción se acerca a la batalla de Agincourt o Azincourt, desarrollada el 25 de octubre de 1415, festividad de san Crispín y san Crispiniano, pone en boca del monarca un emotivo parlamento de ánimo en el que por seis veces invoca al primero y una, al segundo 1. Fue la de Agincourt una jornada decisiva para las armas inglesas, ya que supuso en el curso de la Guerra de los Cien Años el hito de una importante victoria de su ejército, muy inferior en número, sobre la pesada caballería feudal francesa de Carlos VI.
 

Batalla de Agincourt. Crónica de St. Albans, por Thomas Walsingham. c. 1422. Bibl. Pal. Lambeth (Wikimedia Commons).


En Pamplona

Los zapateros tuvieron una presencia relativamente numerosa en Pamplona, como atestiguan las dos cofradías, patrocinadas una por San Eloy, radicada en la parroquia de San Nicolás, y la otra, al amparo de los santos Crispín y Crispiniano, en la de San Lorenzo. En 1757 fue necesario modificar las ordenanzas para limitar los entráticos al ser excesiva la cantidad de talleres de confección de zapatos en la ciudad. José Joaquín Arazuri, cuando reseña en Pamplona. Calles y barrios el de “Curtidores” como un grupo de viejas casas, alguna en ruinas, en la orilla izquierda del Arga, aguas abajo del puente de Rochapea y bajo el Portal Nuevo, indica el nombre de la que fue popularmente conocida como “Casa de los maestros de obra prima”. Curtidores y zapateros tenían una interdependencia profesional evidente, lo que explica la existencia de un almacén de pieles y cueros que poseía la corporación zapateril en terrenos de la actual Taconera, para mayor comodidad de sus integrantes, que de este modo evitaban bajar hasta la orilla del río.
 

Tenerías en el barrio de Curtidores (1931-1934).
 

La industrialización del siglo XIX, sobre todo en su segunda mitad con la implantación de máquinas cosedoras y de otros tipos, en poco tiempo hizo económicamente insostenible la profesión artesana del calzado; aunque todavía en 1917 puede leerse en prensa la reseña de la celebración de la fiesta que el gremio los zapateros dedicó, el jueves 25 de octubre, en honor a sus patronos san Crispín y san Crispiniano, de la forma acostumbrada: con una celebración religiosa muy concurrida y con la obligada excursión al campo, que se vio favorecida por un tiempo “verdaderamente espléndido”.
 

Parroquia de San Lorenzo: sus imágenes

Editada en 1974, en una monografía centrada en el estudio de la Capilla de San Fermín aludí a las imágenes de san Crispín y san Crispiniano, situadas a los lados de su frontispicio de acceso, como barrocas de estilo, en origen pertenecientes al primer frontis, inaugurado a una con su ámbito en 1717 e integradas en la nueva portada académica, debida a la reforma proyectada por Santos Ángel Ochandátegui, realizada entre 1800 y 1805. En parte atinaba y en parte me equivoqué. Situadas a cierta altura y maquilladas como si fuesen de piedra o yeso, me pareció que pudieron formar parte de la primera fachada y que, por devoción, se rescataran para su reaprovechamiento. Las consideré barrocas, con recuerdos manieristas y que los pliegues en arista acusaban la influencia de Gregorio Fernández: hasta aquí, puedo ratificarme. Pero su origen se explica de otra manera.
 

San Crispín y san Crispiniano en el frontis de la Capilla de San Fermín.
 

Los autores del Catálogo Monumental de Navarra. Merindad de Pamplona, en el lugar correspondiente a la iglesia parroquial de San Lorenzo, señalan, posicionado con otros en el lado correspondiente al Evangelio, el retablo de san Crispín y san Crispiniano, encargado hacia 1649 por el gremio de zapateros a García de Peruzurguín, que para 1650 se encontraba finalizado. Esta circunstancia hizo posible el encargo de su dorado y policromía al maestro pintor Joan de Ibáñez, en la cantidad de 150 ducados. Ibáñez debía pintar al óleo en los tableros del pedestal los martirios de ambos santos, mientras que en los cuatro tableros de las columnas figurarían las imágenes enteras de los Evangelistas. Por su parte, las tallas de los titulares debían llevar sus labores de dorado, estofado y esgrafiado. De García de Peruzurguín, arquitecto de retablos, cabe decir que fue hijo del también ensamblador Miguel de Peruzurguín, naturales ambos de Arbizu. García mantuvo un largo pleito a partir de 1660 contra el vicario de Villanueva de Araquil, intentando el cobro del retablo principal y puertas de esa iglesia. Su viuda ya achacosa, Magdalena de Elola, también de Arbizu, prosiguió la reclamación en 1679, apoderando a su hijo Francisco de Peruzurguín, presbítero, como representante legal. Pero el pago no se obtuvo hasta abril de 1723, con otros protagonistas.

En 1881 se extinguió la Obrería y comenzó a ejercer sus funciones la nueva Junta de Fábrica de San Lorenzo, mediando la entrega y recepción del oportuno inventario. En él consta que la iglesia tenía diez altares, de los que cuatro eran de propiedad particular: uno de estos últimos, el de san Crispín y san Crispiniano, pertenecía la cofradía de los zapateros. Probablemente el desmantelamiento de este retablo, o lo que de él quedara, se produjo con ocasión de las grandes obras emprendidas por el párroco don Marcelo Celayeta entre 1906 y 1908. Quizá fue entonces cuando las imágenes de nuestro presente interés se colocaran en el frontispicio de la Capilla de San Fermín, donde estuvieron hasta mediar los años setenta y donde las hemos conocido; primero en el atrio del templo parroquial, más tarde en la sacristía, y finalmente, con sorprendente transmutación en los santos apóstoles Pedro y Pablo, con retorno a las hornacinas de la entrada.
 

Viejos utensilios de zapatero.
 

La iconografía de Crispín y Crispiniano se ha expresado en distintas posibilidades. Como mártires, en casos presentan palmas del martirio; predicadores del Evangelio, pueden portar el libro en la mano; como maestros zapateros, sostienen los utensilios del oficio: chaveta, pinza, martillo... No faltan escenas pictóricas o en relieve, donde se les representa confeccionando zapatos en un interior, confortados por la imagen o aparición de la Virgen con el Niño. En el caso pamplonés los conocimos con el libro en la mano izquierda y por lo menos uno, que supongo sea Crispín, con la chaveta en la derecha. Sería oportuno ayudarles a recuperar su personalidad cristiana e histórico-artística mediante una adecuada restauración técnica.

San Crispín, habilitado como san Pedro, y san Crispiniano, como san Pablo.

 

 El rey Enrique, en los prolegómenos de la batalla de Agincourt: “Este día es el de la fiesta de san Crispín; el que sobreviva a este día volverá sano y salvo a sus lares, se izará sobre las puntas de los pies cuando se mencione esta fecha y se crecerá por encima de sí mismo ante el nombre de san Crispín. El que sobreviva a este día y llegue a la vejez, cada año, en la víspera de esta fiesta invitará a sus amigos y les dirá: “Mañana es san Crispín”. Entonces se subirá las mangas, y, al mostrar sus cicatrices, dirá: “He recibido estas heridas el día de san Crispín”. Los ancianos olvidan; empero, el que lo haya olvidado todo, se acordará todavía con satisfacción de las proezas que llevó a cabo en aquel día… Esta historia la contará el buen hombre a su hijo, y desde este día hasta el fin del mundo la fiesta de san Crispín y Crispiniano nunca llegará sin que a ella vaya asociado nuestro recuerdo, el recuerdo de nuestro pequeño ejército, de nuestro feliz pequeño ejército, de nuestro bando de hermanos; porque el que vierte hoy su sangre conmigo será mi hermano; por muy vil que sea, esta jornada ennoblecerá su condición y los caballeros que permanecen ahora en el lecho de Inglaterra se considerarán como malditos por no haberse hallado aquí, y tendrán su nobleza en bajo precio cuando escuchen hablar a uno de los que han combatido con nosotros el día de san Crispín”.

 

BIBLIOGRAFÍA

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