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28 de junio

Patrimonio inmaterial: el calendario festivo de la catedral de Pamplona

Alejandro Aranda Ruiz
Técnico de bienes muebles del Arzobispado de Pamplona y Tudela

1. Introducción. El patrimonio material e inmaterial: dos patrimonios que se retroalimentan

Es muy probable que se estén preguntando por las razones de la inclusión de una conferencia sobre patrimonio inmaterial en un curso monográfico de arte mueble de la catedral. Para intentar justificar este hecho, permítanme que parta de la definición que la UNESCO da al patrimonio inmaterial en su Convención para la Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial de 2003: “Se entiende por patrimonio cultural inmaterial los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas –junto con los instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales que les son inherentes– que las comunidades, los grupos y en algunos casos los individuos reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural”.

Como vemos, la respuesta a nuestra pregunta se encuentra en la misma definición de la UNESCO que habla de “los instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales” que son inherentes al patrimonio inmaterial. Y es que el patrimonio inmaterial no solo se compone de elementos intangibles que le dan el nombre de inmaterial y que solo existen mientras se ejecutan (un baile o una pieza musical), sino también de unos elementos materiales que dan soporte a lo inmaterial y que sirven para representar los significados y mensajes que se quieren trasmitir con ese patrimonio inmaterial. En ocasiones, de hecho, el patrimonio material es imprescindible para la existencia de lo inmaterial. Un buen ejemplo de ello es la misa católica, cuya existencia depende (entre otras muchas cosas, por supuesto) de algo material y tan simple como el pan de trigo y vino de vid.

Por otro lado, la definición también incluye los espacios culturales, es decir, el marco en el que se desarrolla el patrimonio inmaterial y que, como lo material, es esencial para entender el porqué del patrimonio inmaterial. Pensemos en la procesión de San Fermín que cada año recorre las calles del Casco Viejo de Pamplona. Ahora pensemos en trasladar esa misma procesión, con todos sus elementos humanos y materiales (participantes, trajes, músicas, bailes), a la Quinta Avenida de Nueva York. ¿Sería lo mismo? Evidentemente no. Los recorridos y sus distancias, los ritmos (partes esenciales del rito, forjadas a lo largo de los siglos, fruto de pleitos y concordias) de la procesión quedarían alterados.

Por tanto, podríamos decir que el patrimonio inmaterial forma un tándem con el patrimonio material. El primero aporta al segundo sentido y significado, y el segundo aporta al primero un cuerpo y un espacio. Ambos patrimonios se retroalimentan y combinados dan lugar a lo que llamamos Patrimonio Cultural con mayúsculas.

2. Las fuentes de la liturgia catedralicia

Hasta el Concilio de Trento (1545-1563), las diócesis tenían cierta independencia en lo que a la liturgia se refiere. Obispos y cabildos legislaban con bastante libertad sobre estas cuestiones, de ahí que parte de la liturgia variase de una diócesis o de una catedral a otra. El mejor exponente de esto es la coexistencia junto al rito romano de diferentes ritos en la celebración de la misa y en oficio divino: el rito de Sarum en Inglaterra, el rito galicano en Francia, el rito ambrosiano en el norte de Italia o el rito mozárabe en la Península Ibérica. En esta diócesis, la liturgia mozárabe estuvo vigente hasta el siglo XI, en que fue impuesto el rito romano no sin resistencia de parte del clero. A pesar de la generalización del rito romano en la Cristiandad occidental a partir del siglo XI, las iglesias siguieron manteniendo sus tradiciones hasta la llegada del Concilio de Trento.

En el caso de Pamplona, sus tradiciones más antiguas quedan recogidas en parte en los breviarios de la catedral de 1332, 1349-1354, uno posterior a 1388 y otro de mediados del XV, y en las reglas de coro redactadas en el siglo XV y que recogen tradiciones del siglo XIV. A ello se suman hojas de misas sueltas y las antífonas de San Fermín, el Manuale secundum consuetudine ecclesiae Pampilonensis de 1489 y el Missale Mixtum Pampilonense, editado hacia 1500, y el Missale Pampilonense de 1557.

La llegada del Concilio de Trento supuso en Pamplona el abandono de los antiguos libros litúrgicos: en 1576 se promulgó el Misal Romano de 1570, hacia 1586 se abandonaron los breviarios y en 1598 las viejas reglas de coro fueron sustituidas por unas nuevas a instancias del obispo Antonio Zapata, quien fue el gran impulsor de la liturgia tridentina en la catedral. A pesar de ello, la aplicación del Concilio de Trento no acabó con infinidad de tradiciones propias que se insertaron sin mayores problemas en la nueva liturgia. Estas tradiciones se fueron transmitiendo con el discurrir del tiempo de generación en generación. El Cabildo velaba por la conservación y pureza de sus tradiciones tomando decisiones al respecto. En el siglo XVIII destacó la labor del prior Fermín de Lubián, una de las cabezas más brillantes de la Navarra de su tiempo, que recopiló todo el ceremonial vigente en su época y estudió su historia reflejándola en la crónica catedralicia titulada Notum y que comienza con una “Relación de todas las festividades ordinarias de entre año”.

A finales del siglo XVIII, y muy especialmente durante el siglo XIX, se aprecia una tendencia depuradora del ceremonial y liturgia catedralicia en un deseo de acabar con elementos que se consideraban abusivos o contrarios a la liturgia oficial. Existe un deseo de romanización, de uniformización, de una liturgia más grave y severa. En ese sentido destacará en esta época la labor de los maestros de ceremonias catedralicios, como Bernardo Astráin, Gregorio Lorea, Bartolomé de Oyeregui, su sobrino Pedro María Ilundáin, Desiderio Azcoita o José Magaña, que redactarán informes y memoriales al Cabildo exponiendo los fallos y abusos que se debían mejorar. También hubo intentos de redactar ceremoniales que compilasen la liturgia de la catedral. En 1820, el Cabildo encargó a Bernardo Astráin la recopilación de material para transcribir un ceremonial que finalmente no se hizo. Hacia 1877, Desiderio Azcoita redactó un ceremonial en el que se recogen todas las costumbres que habían sobrevivido hasta ese momento: el Manual teórico practico de las ceremonias de la Santa Iglesia Catedral de Pamplona en las principales festividades.

En 1931, el Cabildo aprobó un Reglamento de Coro de la Santa Iglesia Catedral de Pamplona en el que, a pesar del paso de los años, se compilaban numerosas tradiciones ya mencionadas en el Manual de Azcoita o en el Notum de Lubián. Fue a partir de mediados del siglo XX cuando el ambiente creado en torno al Concilio Vaticano II, la reforma litúrgica, la crisis vocacional y otros factores auspiciaron el fin más o menos abrupto de las tradiciones seculares que habían sobrevivido hasta el momento, si bien algunas, aunque modificadas, han llegado hasta nosotros como un pálido reflejo de lo que fue la vida litúrgica y ceremonial de la catedral.

En resumen, las fuentes de la liturgia catedralicia eran: la tradición local gestada por decisión de obispos o del Cabildo por medio de decretos, sínodos diocesanos o acuerdos capitulares, transmitida de generación en generación y conservada gracias al celo del Cabildo y de los maestros de ceremonias que tomaban notas y elaboraban ceremoniales. A ello se sumaban los libros litúrgicos de la Iglesia universal, especialmente desde el Concilio de Trento, como el Misal Romano, el Pontifical Romano, el Ceremonial de Obispos y los decretos de la Sagrada Congregación de Ritos, fundada por Sixto V en 1578 y con facultad para legislar en materia litúrgica para toda la Iglesia latina.

3. El patrimonio inmaterial catedralicio y uno de sus elementos más característicos: las procesiones

Las ceremonias que se desarrollaban en la catedral hasta mediados del siglo XX se reducían fundamentalmente a la celebración de la misa, al canto o recitación del oficio divino en el coro y a la celebración de procesiones. La solemnidad con que se ejecutaban estas ceremonias y ritos variaba según el tipo de festividad que se celebraba o el tiempo litúrgico en que tenía lugar. El año se organizaba en torno a los ciclos litúrgicos de Adviento-Navidad y Cuaresma-Semana Santa-Pascua. A estos dos tiempos se sumaban festividades y conmemoraciones de Cristo, la Virgen y los santos. La categoría de estas fiestas y, en consecuencia, la solemnidad litúrgica con la que eran celebradas variaba de una a otra. Ya en el breviario de 1332 se encuentra una jerarquización de estas fiestas dividiéndolas en excelentísimas y principales. La taxonomía empleada por las reglas de coro de 1598 organizaba las fiestas en función del número de caperos o canónigos que con capa y cetro debían estar presentes en algunas ceremonias: fiestas de seis capas, de cuatro y de dos.

Por razones de tiempo, de los tres tipos de ceremonias que se celebraban en la catedral (misa, oficio divino y procesiones), únicamente abordaremos de manera breve el de las procesiones. Estas se pueden dividir en dos categorías: aquellas en las que el desfile procesional se reducía a la catedral y su claustro (procesiones claustrales) y aquellas que salían fuera de los muros de la seo y recorrían las principales calles de la ciudad (procesiones generales).


Virgen del Sagrario en la procesión del Encuentro, años 2000.
Colección particular.

En lo que respecta a las procesiones claustrales, estas se documentan desde la Edad Media y se celebraban con carácter ordinario todos los días. Como señala Santiaga Hidalgo, algunas de ellas eran simples desplazamientos entre dos lugares en los que se celebran diferentes rituales y otras recorrían los espacios de la catedral y del claustro, pudiendo hacer paradas o estaciones en determinados lugares. En estas procesiones, el Cabildo desfilaba en filas, precedido del macero y del perrero o silenciero, ambos con sus varas o pértigas y cruz procesional entre candeleros. Con motivo de determinadas solemnidades, en el siglo XVI dos, cuatro o seis canónigos vestían capas de seda, y desde la Edad Media en la procesión podía incorporarse la imagen de la Virgen del Sagrario o diferentes reliquias. Esas procesiones iban acompañadas de determinados cantos y oraciones recopilados en los libros procesionales de la catedral que se conservan en el archivo de música. Estos cantos consistían generalmente en el canto de una antífona, un responsorio breve y una oración por parte del preste que oficiaba en la procesión. Solía ser habitual que se entonasen tantas antífonas, responsorios y oraciones como paradas o estaciones se hacían.

Las procesiones claustrales que podríamos denominar ‘prototípicas’ eran aquellas que se celebraban los domingos y días de primera clase, generalmente después de tercia. A ellas se sumaban otras particulares de determinadas festividades y que se caracterizaban por tener un ceremonial específico, como la procesión del día de Epifanía, las procesiones del Lignum Crucis los miércoles y viernes de Cuaresma y los días de la Invención (3 de mayo), Triunfo (16 de julio) y Exaltación de la Santa Cruz (14 de septiembre), las procesiones de Vexilla los domingos de Pasión y Ramos y los sábados inmediatos a ellos y las procesiones con la Virgen del Sagrario que se celebraban el Domingo de Resurrección y el 15 y el 22 de agosto.

Por su parte, las procesiones extramurales se denominaban generales porque a ellas concurrían las parroquias de la ciudad y en ocasiones los conventos y cofradías, el Ayuntamiento y los Tribunales Reales con el virrey. Estas procesiones las presidía el Cabildo Catedral y este hecho, y el que fuesen generales, hacía que los desfiles procesionales atravesasen las diferentes jurisdicciones parroquiales de la ciudad, cosa que una parroquia por sí sola no podía hacer. Aspectos como el empezar y acabar en la catedral, el acompañamiento de gremios, conventos, parroquias y Ayuntamiento al Cabildo, lugares de celebración de los oficios y otros detalles ceremoniales fueron fijados para muchas de estas procesiones en una concordia establecida en 1626. Las procesiones generales se dividen a su vez en aquellas propias de la Iglesia universal y en aquellas particulares de Pamplona.

Dentro del primer grupo se encontraban las procesiones de letanías mayores y menores y la del Corpus Christi. La procesión de letanías mayores tenía lugar el día de San Marcos y las de letanías menores los tres días anteriores al jueves de la Ascensión. El día de San Marcos la procesión iba a la iglesia de San Lorenzo y en los días de letanías mayores, hasta aproximadamente 1590, los lunes y martes iba a Burlada y Ansoáin y el miércoles a San Saturnino. Desde al menos 1598, el lunes se pasó a ir a San Nicolás, el martes a San Lorenzo y el miércoles a San Saturnino. A estas procesiones asistía con el Cabildo, por lo menos desde el siglo XVI, el Ayuntamiento de la ciudad. Además de estas procesiones se encontraba la del Corpus Christi, la procesión más importante de Pamplona, celebrada al menos desde 1320 y que en la Edad Moderna adquirió un gran impulso merced al Concilio de Trento y a la Reforma católica. La procesión tenía carácter general, salía y volvía de la catedral y a ella asistían las parroquias, conventos, gremios, Ayuntamiento, Tribunales Reales y virrey.


Relicario de San Fermín, cruz de reliquias y relicario de San Pablo, empleados junto con el relicario de San Esteban en las procesiones claustrales de primera clase. Foto: Alejandro Aranda.

Como decíamos, a las procesiones generales mandadas por la iglesia se sumaban las particulares de Pamplona, fruto en muchas ocasiones de algún voto realizado por el Ayuntamiento de la capital a algún santo en agradecimiento por el fin de alguna calamidad pública que afectaba a las personas o al campos y ganado del que dependía el sustento de la población. Estas procesiones, reguladas de manera definitiva por la concordia de 1626, tenían la característica de salir y volver de la catedral. En algunas de ellas (San Martín, San Nicasio, San Sebastián, San Gregorio Ostiense y Santos Abdón y Senén), la misa que seguía a la procesión se celebraba en la catedral. En otras, en cambio, la misa se celebraba en otro templo, como en la iglesia de San Saturnino (San Saturnino), en la de San Lorenzo (San Fermín) o en la ermita del santo al que se dedicaba la festividad (San Jorge y San Roque).

Estas procesiones generales, que se mantuvieron hasta el siglo XIX, no fueron las únicas, ya que en la Edad Media hubo otras que con el paso del tiempo o desaparecieron o se convirtieron en claustrales, como la del Lignum Crucis del 14 de septiembre. Así, en San Pedro se hacía procesión por la ciudad con la Virgen y el arca de reliquias o en el domingo después de la octava de San Pedro y San Pablo se celebraba procesión con la reliquia de la corona de espinas.