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20 de octubre

Patrimonio religioso en Estella. Las imágenes y sus soportes:
portadas y retablos

Alejandro Aranda Ruiz
Patrimonio Cultural. Arzobispado de Pamplona y Tudela

La ciudad de Estella cuenta con un abundante y rico patrimonio religioso atesorado con el paso de los siglos, desde algunas de sus iglesias parroquiales levantadas a finales del siglo XIII, hasta la basílica de Nuestra Señora del Puy, edificada a mediados del XX. Ante la imposibilidad de abordar todo ello en una conferencia, proponemos un pequeño paseo a través de una serie de obras que nos permitan una visión general de lo que es el patrimonio religioso de Estella desde la Edad Media hasta el barroco sin atragantarnos por el camino.

El hilo conductor de este paseo lo constituirá el papel que juegan las imágenes en el ámbito religioso, lo que no llevará a hablar de las imágenes y sus soportes, de las portadas y de los retablos.

El doble uso y función de las imágenes en el ámbito religioso

Las imágenes juegan un papel crucial en el ámbito religioso desempeñando una doble función. Por un lado, dan cuerpo a ideas y conceptos, y por otro materializan y hacen palpables las realidades celestiales. En consecuencia, la función de las imágenes es tanto catequética como cultual o devocional.

Nos enfrentamos por tanto a imágenes destinadas a formar a los fieles en la doctrina cristiana y en las principales verdades de fe. La predicación será un complemento esencial de estas imágenes, pues el predicador se servirá con frecuencia de ellas para explicar conceptos o episodios de la vida de Cristo, la Virgen y los santos. El pueblo iletrado tendrá en las imágenes su biblia, su medio principal de formación. El objetivo final de esta formación será la de orientar la conducta del pueblo fiel en una determinada dirección. En la vida de los santos el pueblo encontrará ejemplos de conducta cristiana, en la gloria del cielo verá el premio eterno que Dios promete a los que le son fieles, así como en las representaciones del infierno, de los pecados y sus castigos, verá las consecuencias de una conducta alejada de los preceptos de Dios.

Pero, por otro lado, las imágenes van a ser objetos de culto y devoción, haciendo visible lo invisible, per visibilia ad invisibilia. Ante las esporádicas tentaciones iconoclastas de algunos sectores, la Iglesia defenderá la licitud del culto a las imágenes y su papel en la formación y evangelización del pueblo en repetidos concilios, como en el II de Nicea del año 787 y, sobre todo, en la sesión 25 del Concilio de Trento (1545-1563), en la que se aprobará un decreto sobre las imágenes y el culto a los santos y reliquias que resume toda la doctrina católica al respecto. Esta doctrina hace referencia a la doble naturaleza de las imágenes como medios de evangelización y objetos de culto.

Dicha doble función de las imágenes es la que vamos a ver a continuación a través de las portadas y los retablos. Las primeras son un buen ejemplo de la función instructiva de las imágenes, y los segundos, de su carácter litúrgico o devocional.

Portadas: las imágenes como herramienta de evangelización

Uno de los lugares predilectos de la escultura monumental lo van a constituir las portadas, que enmarcan el lugar de acceso al templo, un lugar de paso obligado para todo aquel que sale y entra de la iglesia. Asimismo, las portadas se abren a la vía pública y están a la vista de todos, de manera que para su contemplación no es necesario entrar en el templo. De este modo, la portada es, por así decirlo, una carta de presentación del templo en el que se localiza. Sería como el escaparate de una tienda actual o una valla publicitaria, ya que una portada nos cuenta cosas del templo en el que se encuadra (quién es su titular, por ejemplo), nos habla de su promotor o promotores (qué devociones tenía, qué mensaje o idea quería transmitir encargando la portada) y nos informa acerca de la religiosidad y de la mentalidad del momento en el que se construyó (cómo se concebía a la divinidad o en qué enseñanzas hacía más hincapié la Iglesia). Por tanto, las portadas van a ser una poderosa herramienta de catequesis y evangelización.

Buenos ejemplos de esto los encontramos en la portada de San Miguel, esculpida hacia 1170-1180, cuyo programa iconográfico se adecúa de manera muy especial al contexto de una ciudad con mucho trasiego de personas, fruto del Camino de Santiago, y con presencia de minorías importantes de judíos y musulmanes, y en la portada del Santo Sepulcro, erigida ya en el período gótico, hacia 1340.


Tímpano de la portada del Santo Sepulcro, c. 1340.

Retablos: las imágenes como objetos de culto

Si en las portadas vemos las imágenes como herramienta de catequesis y evangelización, en los retablos las vamos a observar como objetos de culto. Aunque su función catequética no es pequeña, los retablos tienen sobre todo una función devocional y litúrgica, pues sirven de telón de fondo a la celebración de la misa, cobijan a la Eucaristía en el sagrario y exponen al culto las imágenes de Cristo, la Virgen y los santos. Es en los retablos donde mejor se percibe la función de las imágenes religiosas como objetos de culto.

El retablo es quizás una de las piezas de mobiliario litúrgico más importantes. Se trata de una estructura realizada en madera, piedra o mármol destinada a albergar representaciones pintadas o esculpidas. Sus orígenes se encuentran en la Edad Media, cuando aparece asociado al adorno de la mesa del altar en la que se celebra la misa. En un primer momento, los altares se van a adornar con frontales en los que se van a representar figuras. Sin embargo, los deseos de colocar a más personajes y dignificar todavía más la mesa de altar harán que estas representaciones se desplacen a una tabla colocada detrás de la mesa del altar, el retrotabulum, de donde deriva la palabra retablo. Los retablos irán ganando en complejidad y tamaño con el discurrir de los siglos. Asimismo, existirán dos tipologías de retablos: el retablo mayor, colocado en la capilla mayor o altar principal de la iglesia, y los retablos colaterales, situados en capillas laterales.


Retablo de Santa Elena, 1416. Estella, parroquia de San Miguel.

Los dos retablos de san Nicasio y san Sebastián y santa Elena, comisionados en 1402 y 1416 por Martín Périz de Eulate, mazonero de las obras de Carlos III el Noble, para su capilla del crucero norte de la parroquia de San Miguel, son un excelente ejemplo de retablo lateral medieval y de la función que este podía tener. Y es que el encargo de estos retablos es una muestra del desarrollo que experimentó la erección de altares laterales en la Edad Media merced al auge del culto a las reliquias y a los santos y a la celebración de misas privadas por los difuntos. Esta es la finalidad de estos retablos: servir para honrar a los santos representados en ellos, constituir un telón de fondo a la celebración de las misas en sufragio por los enterrados en la capilla, en las que se invocaría la intercesión de los santos del retablo, y servir como recuerdo y memoria perpetua de quien promovió la obra, cuya imagen y escudo de armas aparecen representados en los retablos.


Retablo mayor, 1563. Estella, parroquia de San Juan.

Por su parte, el retablo mayor de la parroquia de San Juan, contratado en 1563 por Pierres Picart y fray Juan de Beauves, es un excelente ejemplo de retablo mayor parroquial del renacimiento. Como es propio de esa época, el retablo está muy compartimentado y cuenta con una gran cantidad de relieves y esculturas de bulto. Dedicado a los santos Juan Bautista y Juan Evangelista, el retablo acoge relieves de su vida, combinados con escenas de la Pasión de Cristo. Complemento indispensable son los santos, muchos de tradición medieval como santa Lucía o santa Úrsula, y otros vinculados con Estella como san Andrés, patrón de la ciudad, o Santiago peregrino, muy apropiado en una ciudad jacobea.


Retablo mayor, 1678. Estella, iglesia conventual de las clarisas.

Finalmente, el conjunto de retablos del convento de las clarisas, formado por el retablo mayor, contratado en 1678 por Juan Barón de Guerendiáin y Juan Ruiz, y los dos retablos colaterales, contratados en 1698 por Vicente López Frías, es un buen exponente no solo de la retablística barroca, sino también del carácter, uso y función de los retablos de una iglesia conventual. De esta manera, en este conjunto de retablos encontramos una exaltación de la orden franciscana con algunos de sus principales santos: santa Clara, san Francisco, san Antonio y san Buenaventura. Tampoco podían faltar las devociones pujantes en el siglo XVII: la de san José y la de la Inmaculada, en cuya defensa se distinguió particularmente la familia franciscana. Por último, la vinculación con Estella tampoco podía pasarse por alto, de ahí la presencia de devociones locales como santa Catalina y santa Bárbara o la Santísima Trinidad, patrona de la cofradía de Hortelanos que tenía su sede en esta iglesia.