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21 de agosto de 2013

Ciclo de conferencias

EN TORNO A LA EXPOSICIÓN: "ESTRELLAS Y LISES DEL BARROCO ESTELLÉS"

Arte, promotores y artistas: Estella en el siglo XVIII

Dña. Pilar Andueza Unanua.
Cátedra de Patrimonio y Arte navarro

El entramado urbanístico de la ciudad de Estella, así como algunas de sus construcciones más relevantes, ponen de manifiesto su origen medieval y su desarrollo histórico ligado al Camino de Santiago. Sin embargo, sobre esa base de naturaleza románica y gótica, se asentaron posteriormente otros estilos artísticos, destacando especialmente el barroco, cuyas huellas se muestran hoy bien visibles y patentes. 

Si el siglo XVII acentuó el carácter monástico y conventual de la ciudad del Ega, merced a los nuevos cenobios levantados por las clarisas y benedictinas en Los Llanos, el Siglo de las Luces resultó determinante para la configuración definitiva de su urbanismo y fue testigo de la construcción de señalados edificios tanto religiosos como civiles, mientras todas sus iglesias se nutrían con ricos ajuares litúrgicos y destacados retablos. En este proceso transformador influyeron diversos factores como el desarrollo demográfico, el florecimiento económico de la ciudad, la presencia de un potente foco artístico, las profundas convicciones religiosas de sus pobladores, así como, más puntualmente, la llegada de dinero o piezas de arte desde América.

Dentro del ámbito religioso Estella se enriqueció en el arranque del siglo XVIII con la construcción del convento de concepcionistas recoletas bajo el patronato de Paula María de Aguirre y Beroiz. Siguiendo los modelos del convento concepcionista de Ágreda, se levantó a partir de 1688 en las afueras del núcleo urbano con trazas del prestigioso maestro de obras de origen francés Juan Raón. Problemas económicos dilataron la finalización del edificio cuya iglesia se consagró solemnemente en 1731. El templo de cruz latina presenta una magnífica fachada de cuño vignolesco propio del arte postridentino, presidida por la Inmaculada Concepción. 


Convento de Concepcionistas Recoletas

Convento de Concepcionistas Recoletas
 

Las devociones religiosas de la época llevaron también a los estelleses a la reforma de las capillas de sus santos patronos, fenómeno, por otra parte, muy habitual en el ámbito hispano de aquellos momentos. Así se comprueba en la ampliación de la basílica de Nuestra Señora de Rocamador (1691) o en la desaparecida basílica barroca de Nuestra Señora del Puy, destacando la extraordinaria reforma de la capilla de San Andrés en la parroquia de San Pedro de la Rúa. En 1699 Miguel Iturmendi reedificaba la media naranja que fue profusamente decorada por Vicente López Frías, el maestro escultor más importante del foco estellés por aquellas fechas. La capilla se cerró con una magnífica reja realizada en 1706 por uno de los herreros más importantes del norte peninsular, el guipuzcoano Antonio de Elorza, y quedó presidida por un retablo rococó para alojar las reliquias del santo titular, robadas en 1979, que, junto con las credencias, nos muestran la delicadeza y finura propias del rococó.


Capilla de San Andrés

Capilla de San Andrés
Parroquia de San Pedro de la Rúa

 

Las obras dieciochescas también afectaron a las parroquias que, aunque de origen medieval, fueron objeto de algunas reformas. Sirvan como ejemplo el recrecimiento de muros y la construcción de la torre de ladrillo en 1718 en la parroquial de San Miguel o las portadas de Santa María Jus del Castillo y San Pedro de Lizarra. Más significativo resulta el ajuar litúrgico y el mobiliario con el que las iglesias estellesas fueron dotadas en el Setecientos. Debemos mencionar el monumental retablo barroco que preside la parroquia de San Miguel, tallado a partir de 1734 con trazas de Juan Ángel Nagusia, figura relevante de la retablística navarra de las décadas treinta y cuarenta. Por su parte la parroquia de San Juan acogió los retablos churriguerescos de Santiago y Santo Tomás, que salieron de las gubias de Lucas de Mena en los primeros años de la centuria. Más avanzados, en 1765, Miguel de Garnica, realizó la mazonería rococó de los retablos gemelos dedicados a San José y a la Virgen de las Antorchas, sufragados por un anónimo devoto, mientras las imágenes fueron encargados a Lucas de Mena y Martínez, que plasmó la elegancia aprendida en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde estuvo matriculado.
 

Retablo de la Vigen de las Antorchas. Detalle

Retablo de la Vigen de las Antorchas. Detalle
Miguel de Garnica. 1765
Parroquia de San Juan 

 

Capítulo sobresaliente dentro del panorama artístico estellés es el arte de la platería, presente en parroquias y conventos. Hasta nuestros días ha llegado un nutrido y rico conjunto de obras dieciochescas, con varias tipologías, incluyendo bandejas o azafates correspondientes del ámbito civil. Proceden de talleres estelleses, donde destacaron los plateros José y Manuel Ventura, pero también hay piezas de otros centros plateros peninsulares como Zaragoza o Córdoba, según nos informan sus punzones, e incluso americanas, como el cáliz de las concepcionistas y un copón de las clarisas procedentes de la Ciudad de México que a mediados de la centuria remitió Miguel Francisco Gambarte. La basílica del Puy cuenta con unas preciosas vinajeras con su bandeja de origen peruano. Para el adorno de la imagen mariana cabe destacar asimismo, aunque de origen nacional, un rostrillo barroco decorado con hojarasca y piedras semipreciosas y un halo rococó compuesto por nubes, querubines, rocallas, la imagen del Padre Eterno y una elegante orla de rayos rematados en estrellas. 

Aunque el siglo XVIII no modificó notablemente el urbanismo estellés de origen medieval, dejó una impronta sustancial que todavía puede verse en su arquitectura doméstica y especialmente en su arquitectura señorial. Siguiendo la tónica propia de la Zona Media de Navarra, esta arquitectura recibió tanto influencias del norte de Navarra, de donde llegó el uso de la piedra, como de la Ribera, de donde se tomó el empleo del ladrillo. Por ello lo más habitual fueron las edificaciones con la planta baja erigida en sillar, mientras sus tres, cuatro e incluso cinco alturas emplean el ladrillo. Entre todas estas edificicaciones destacan las grandes mansiones que fueron levantadas por familias acaudaladas, tanto por el uso de elementos de la arquitectura culta como por su ubicación en el trazado urbanístico y ceremonial de la ciudad, ya que se sitúan en los espacios urbanos más significativos de la ciudad: la plaza de los Fueros y la calle Mayor. 

La plaza de los Fueros se configuró definitivamente en el siglo XVIII, dotándose de un aspecto plenamente barroco, hoy muy diluido por haberse perdido incomprensiblemente buena parte de sus edificaciones. No obstante, todavía quedan dos majestuosos bloques (nº 4 y 25) que nos hablan de la monumentalidad y magnificencia que alcanzó tiempo atrás este espacio festivo y comercial, centro neurálgico de la vida cotidiana estellesa, cuyas funciones eran similares a las plazas mayores. Aunque la plaza no respondía a un plan previo, de donde se deriva su irregularidad, y no presentaba fachadas uniformes, como ocurre, por ejemplo en Tudela, estaba dotada de los típicos soportales y largas balconadas que se convertían en auténticas tribunas para participar de los festejos que allí se celebraban, especialmente las corridas de toros. Elemento característico procedente de la Ribera del Ebro fue también una galería de arquillos con que se coronaban algunas de las fachadas. 

Por su parte la calle Mayor acoge dos magníficos ejemplares de arquitectura señorial. Uno, que se corresponde con el nº 41, fue levantado por Juan Antonio Munárriz en 1761 con los caudales que trajo de América, ofreciendo una extraordinaria y escenográfica fachada barroca, mientras el segundo, abierto también a la calle Gaiteros y plaza de San Francisco, está ligado a la figura de Manuel Modet. Fue este hombre de negocios de origen francés persona relevante en la vida estellesa. Abrió una fábrica de tejidos en la ciudad y fundó junto al bayonés Juan Faurie la compañía Faurie y Cía, dedicada a la distribución de los géneros textiles por él producidos y de otros productos de origen diverso, cuyo campo de acción se extendió por todo Europa. De mentalidad claramente ilustrada, optó para su casa por un diseño mucho más depurado que el edificio de los Munárriz, cuya única concesión a la decoración se centró en los balcones, que siguen modelos de rejería francesa, y en el escudo de armas que colocó en 1780 por lo que fue denunciado. Los tribunales navarros no reconocieron su nobleza hasta dos años después. 

En la misma calle debemos mencionar la extraordinaria escalera imperial cubierta por una cúpula que articula el interior del la casa de los Ruiz de Alda, adecuándose así al gusto por la teatralidad propia del barroco, así como por el protocolo, las reglas de cortesía y de etiqueta el momento.
 

Casa de los Modet

Casa de los Modet
 

En el ámbito de la arquitectura civil debemos también referirnos a la antigua Casa consistorial. Situada en la plaza de San Martín y por tanto en un emplazamiento nacido a finales del siglo XI, el edificio fue construido a partir de 1693, si bien no se reconoció y tasó la obra hasta 1706. No obstante, estas obras debieron de corresponderse al interior del inmueble, pues la fachada pétrea de tres cuerpos articulada por pilastras y columnas corintias, ofrece una portada y sendos balcones enmarcados por gruesos bocelones mixtilíneos que nos obligan a retrasar su construcción varias décadas. El frontispicio se completa con una galería de arquillos de remate, un alero tallado y sendos escudos de la ciudad timbrados por corona, con mascarón inferior y orlados por niños desnudos. 

No podemos finalizar este recorrido por el barroco estellés sin hacer una mención al interior de las viviendas, es decir, al espacio doméstico. Aunque no existen estudios al respecto, conocemos los bienes que poseyeron los duques de Granada de Ega (Antonio Idiáquez y Mª Isabel Aznárez de Garro) en su casa estellesa (actual Museo Gustavo de Maeztu) a mediados del siglo XVIII. Muy extensa fue su colección de piezas de plata destinada al servicio de la mesa, del tocador, del escritorio e iluminación, así como la decoración textil con que se adornaba la casa a través fundamentalmente de cortinajes, colgaduras de camas y tapicerías con temas como la Historia de Salomón, el Incendio de Troya, la Caza de Carlos V, estaciones del año o heráldica. La casa contó con abundantes muebles de tipologías todavía ancladas en el siglo XVII como contadores, escritorios o escaparates, si bien las novedades dieciochescas venían de la mano de espejos, cornucopias y algunas piezas acharoladas. Numerosos eran los cuadros y láminas, todos ellos de temática religiosa, merced a las profundas convicciones religiosas del duque, destacando un enconchado de San Francisco Javier de origen novohispano. De las Indias procedían también objetos exóticos y de otras latitudes piezas como un Crucificado de marfil o dos Niños Jesús de origen napolitano. Finalmente la casa contaba con una galería de retratos, tanto de antepasados como de miembros de la familia real, mostrando así, como hacía el Ayuntamiento con su propia galería, su fidelidad a la corona.