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7 de abril de 2009

Salida interdisciplinar

UNA TARDE EN LA PARROQUIA DE SAN MIGUEL DE OTEIZA

Arte, música y literatura en torno a la Semana Santa. 
La integración de las artes

SELECCIÓN DE TEXTOS (D. Javier Medrano Chivite)

 

SANTA TERESA DE JESÚS

Vamos a empezar por leer dos textos de Santa Teresa cuya producción poética es muy limitada en extensión, como la de todos nuestros poetas del Renacimiento. La santa es gran prosista, siempre por obediencia. Declara abiertamente no corregir : “Yo tornar a leer, jamás hago”, con lo cual está bien claro que la espontaneidad, el lenguaje coloquial, lo rige todo. Algo de eso sucede también en su poesía, que es ocasional : para la toma de hábito o profesión de una monja, para que estas canten la noche de Navidad o también para un desahogo lírico propio.

La cruz fue siempre objeto especialísimo de devoción y amor de la santa : la quiso como único adorno de las celdas de sus monjas. El primero de los poemas que vamos a leer lleva por título Loa a la Cruz Redentora. El poemita ,como casi todos de la autora, es breve, pero bien centrado y resumido. Lo componen tres estrofas de siete versos con un estribillo octosilábico. Su fondo de inspiración es un eco del himno litúrgico Vexilla Regis Prodeunt comenzando ya por el primer verso en el que proclama a la cruz como la bandera o insignia de los ejércitos de Cristo. Toda la composición puede ser considerada como un apóstrofe a la cruz en el que la santa muestra su entusiasmo por la misma. El agustino, P. Ángel Custodio, editor de su poesía, aventura que pudo ser escrita tras un éxtasis. No es , desde luego una canción para cantarse en comunidad.
Dice así :

Cruz, descanso sabroso de mi vida:
Vos seáis la bien venida.
¡Oh bandera, en cuyo amparo
el más flaco será fuerte!
¡Oh vida de nuestra muerte!,
¡qué bien la has resucitado! 
Al león has amansado,
pues por ti perdió la vida:
Vos seáis la bien venida.
Quien no os ama, está cabtivo
y ajeno de libertad;
quien a Vos quiere allegar,
no tendrá en nada desvío.
¡Oh dichoso poderío,
donde el mal no halla cabida!:
Vos seáis la bien venida.
Vos fuiste la libertad
de nuestro gran cautiverio;
por Vos se reparó el mal
con tan costoso remedio.
Para con Dios fuiste medio
de alegría conseguida:
Vos seáis la bien venida


El segundo poema teresiano que vamos a leer se titula A la exaltación de la cruz y también tiene como primera inspiración el mencionado himno latino. Así la letrilla que se glosa recuerda el versículo “Qua vita mortem pertulit/et morten Vitam protulit”. De este himno toma también la imagen del árbol. Pero bien pronto, por asociación de ideas, la imagen del árbol de la cruz le lleva a la imagen del árbol del huerto del Amado (procedente del Cantar de los cantares y de S. Juan de la Cruz) y, ya al final, al árbol de la vida del Apocalipsis.

En la cruz está la vida
y el consuelo,
y ella sola es el camino
para el cielo.
En la cruz está el Señor
de cielo y tierra,
y el gozar de mucha paz,
aunque haya guerra.
Todos los males destierra
en este suelo:
y ella sola es el camino
para el cielo.
De la cruz dice la Esposa 
a su Querido, 
que es una palma preciosa 
donde ha subido.
Y su fruto le ha sabido
a Dios en el cielo; 
y ella sola es el camino 
para el cielo
Es una oliva preciosa 
la santa cruz, 
que con su aceite nos unta 
y nos da luz.
Alma mía, toma la cruz 
con gran consuelo: 
que ella sola es el camino 
para el cielo.
Es la cruz el árbol verde 
y deseado 
de la Esposa, que a su sombra 
se ha sentado 
para gozar de su Amado, 
el Rey del cielo: 
y ella sola es el camino 
para el cielo.
El alma que a Dios está 
toda rendida, 
y muy de veras del mundo 
desasida, 
la cruz le es “Árbol de Vida” 
y de consuelo: 
y un camino deleitoso 
para el cielo.
Después que se puso en cruz 
el Salvador, 
en la cruz está la gloria, 
y el honor; 
y en el padecer dolor, 
vida y consuelo, 
y el camino más seguro 
para el cielo.


LA SAETA

Antonio Machado publica por primera vez este poema en 1914. Forma parte del grupo de poesías escritas cuando el poeta está ya en Baeza entre 1913 y 1917. El poemita es muy conocido por haber sido popularizado con acierto por Serrat hace ya bastantes años. Se trata de un comentario que parece sugerirle al poeta la audición en medio de la fiesta de una saeta que coloca al principio de su texto. Encuadrado dentro de sus poemas anticasticistas, tiene como sentido fundamental temático el rechazo frontal a la religiosidad popular andaluza que él detesta.
Es interesante hacer notar que al rechazar esa religiosidad andaluza no lo hace partiendo de una actitud antirreligiosa, sino desde otra actitud religiosa que mira a otro Jesús distinto a ese del madero. Tal vez haya que ver en esto un reflejo de sus propias inquietudes religiosas, de su búsqueda y sus dudas por esa época o poco antes. Sánchez Barbudo, un agudo comentarista de Machado, piensa que sobre todo hay que ver en este poema un eco - si se me permite, yo diría confluencia – de la religiosidad afín al protestantismo de Unamuno. Hay que reconocer que mientras el lector percibe perfectamente cuál es el Cristo que el autor rechaza, el Cristo de los gitanos, queda sin embargo mucho menos claro cuál es el Cristo al que adhiere. En el último verso dice preferir al Jesús “que anduvo en la mar”. ¿Es, en una interpretación literal del texto evangélico, al Jesús que se sostuvo milagrosamente sobre las aguas, es decir, al sobrenatural, al que quisiera cantar nuestro poeta? ¿O es que el mar, como tantas veces en Machado, representa simplemente al mar del mundo? O incluso, como interpreta algún crítico también, ¿al vencedor de la angustia?
Antonio Machado creía por entonces y después, como Unamuno, que para que emergiera en el pueblo una nueva religiosidad auténticamente cristiana había que empezar por destruir y anular la religiosidad popular. A eso se le llamó entonces “cercanía al protestantismo”, hoy se llamaría “deslinde de campos”.
Dice así :

¿Quién me presta una escalera 
para subir al madero, 
para quitarle los clavos 
a Jesús el Nazareno?
(Saeta Popular)

¡Oh, la saeta, el cantar 
al Cristo de los gitanos, 
siempre con sangre en las manos, 
siempre por desenclavar! 
¡Cantar del pueblo andaluz, 
que todas las primaveras 
anda pidiendo escaleras 
para subir a la cruz! 
¡Cantar de la tierra mía, 
que echa flores 
al Jesús de la agonía, 
y es la fe de mis mayores! 
¡Oh, no eres tú mi cantar! 
¡No puedo cantar, ni quiero 
a ese Jesús del madero, 
sino al que anduvo en el mar!


FIGURAS DE LA PASIÓN DEL SEÑOR : ANÁS


Figuras de la Pasión del Señor, libro escrito por Gabriel Miró entre 1916 y 1917, es el libro que mejor representa la personalidad artística de su autor y aquel en el que mayor número de excelencias estilísticas concurren. El tema, totalmente olvidado en esa época, debió provenir de su trabajo en una Enciclopedia Sagrada que él dirigió en Barcelona entre 1914 y 1920, lo que le permitió familiarizarse con los evangelios. En él Miró recrea figuras principales de La Pasión de Cristo como Judas, Herodes Antipas, Pilatos, etc. y otras accidentales que tienen poca o ninguna relevancia en el texto evangélico como Barrabás, Simón de Cirene, el joven que huye desnudo al ser atrapado a la salida del huerto de los olivos, que resulta ser el mismo chico rico que no se atreve a seguir a Jesús y se va triste,etc.
Las catorce escenas están concebidas como cuadros: son paisajes con figuras. En ellas sobresalen las pinceladas impresionistas de las descripciones paisajísticas. Y aquí es donde Miró echa mano de su paisaje local que tiene a la vista. Por eso se ha dicho que describe las tierras de Galilea evocando la campiña de Alicante. Caballero Bonald ha señalado que “las palmeras, las rutas polvorientas, los luminosos contrastes cromáticos del Mediterráneo constituyen la vía estética de la religiosidad”. Esa vía estética no es otra que la del impresionismo, está claro. También ha añadido que ”No sería impropio [... establecer una correlación de modelos entre las tonalidades líricas de Miró y el luminismo impresionista de su coetáneo Sorolla”
Miró en general respeta el evangelio, pero también incorpora escenas fruto de su imaginación que no tienen más sentido que el estético.
Vamos a leer, incompleto, el capítulo correspondientes a Anás, no por otra razón sino por la de que es el mas breve y, por otra parte, puede servir para evocar en nuestra mente el arte de Miró.


(…) La rapaz era flaca y rígida; iba descalza, esquilada y ceñida de un harapo de franjas pardas y ocrosas. 
Se arrojaba, cogía la dádiva, y con los brazos tendidos y vibrantes, se iba crispando y le socavaba más las oquedades de sus axilas y de su vientre. Después daba un grito de pardal de laguna y se despeñaba retozando por la ladera de Sión.
Annás se doblaba para mirarla. Le parecía que, aspirada por uno de sus brincos, pudiera quedarse la mendiga en el aire azul, serena, aguda y leve como un dardo.
La niña pasaba junto al padre inmundo, dejándole la moneda, y se perdía entre los vertederos de las torres.
Las soledades de Hiinom se recortaban limpiamente sobre el claro cristal del cielo. Prorrumpían un collado de abundancia, con gradas de hortalillos y felpas de alcaceres, y la desolladura de una cantera. Encima se asomaba, blanca y gozosa, una quinta de placer de Kaifás, y en el ocaso, los cincelados sillares ardían como un ámbar. A la izquierda, en la montaña sativa de los olivos, se alzaban los dos viejos cedros de la “familia sacerdotal”.
Venían los cinco hijos de Annás, que fueron también pontífices, y su yerno Josef Kaifás, que en aquel tiempo gobernaba el Santuario, y humillando la frente y los ojos, le advertían al padre:
- Mira que murmuran de ti porque te complaces en la misericordia de un hombre extranjero y llagado del mal aborrecido. Todos los leprosos viven lejos de Ofel y del Monte Santo, y de todo camino de gentes por mandamiento de nuestros libros, y sólo el egipcio mereció tu gracia.
Se encendían las doradas pupilas del anciano y le temblaba sobre el carmesí de su túnica la rizada nieve de su barba olorosa de bálsamo y esencia de azafrán, y les decía:
- Más menudo es vuestro corazón que un grano de mijo. Yo me afano por vestiros de grandeza delante de todo el pueblo, y a vosotros os devora mi pecado de lástima por un inmundo.
(…)


GERARDO DIEGO

Gerardo Diego explica que en la primavera de 1924 sintió por primera vez la necesidad no de cantar, sino de rezar en verso. Nació así un Vía Crucis publicado en 1931 que recorre las catorce estaciones de la Pasión y muerte de Cristo de la devoción popular. Más tarde, en 1971, sus versos religiosos fueron recogidos en un volumen titulado Versos divinos que incluye también el Vía Crucis. Gerardo Diego es un caso único dentro de la Generación del 27 que no fue nada religiosa.
En el Vía Crucis el poeta eligió la décima como estrofa única del poemario buscando el tono quejumbroso que se atribuía en la tradición de nuestros clásicos a esta estrofa. Pretendía así, según confesión propia, subrayar el patetismo de los motivos. De este modo, el rigor estricto de la estrofa de arte menor contrarrestaba la efusión de los afectos, que no debía ser excesiva, exagerada. El autor prefirió mantenerse en un cierto tono abstracto, convencional si se quiere, pero de muy honda ternura. Frente a esta, se sitúa la narración concisa, simplemente aludida, del texto evangélico o de la tradición popular que sustenta la estación correspondiente. Cada una de las estaciones consta de dos décimas : la primera de ellas dedicada, como digo, a la alusión evangélica y la segunda más centrada en las repercusiones que en el alma devota tiene el episodio aludido. A este respecto, por lo general abunda en las segundas décimas sobre todo el tópico del “Tú sufriendo y yo pecando” junto con la petición de perdón. Todo, pues, dentro de la más estricta piedad tradicional. El equilibrio entre el decoro poético y el decoro religioso está perfectamente conseguido.
A la edición de 1931 se añaden en la de 1956 dos romances de entrada y salida, de los cuales vamos a leer el primero para pasar después a la lectura de algunas de las estaciones y terminar con un soneto espléndido de Versos divinos.

El romance primero lleva por título “La Oración en el Huerto” y propiamente no forma parte del Vía Crucis. Obsérvese que en él no hay respuesta del alma devota, como en las décimas, sino que es la propia Naturaleza (las chumbera, las pitas, la luna, las aceitunas, la lechuza), quien responde al dolor de Cristo.


Por la puerta de la Fuente 
fueron saliendo los once. 
En medio viene Jesús 
abriendo surco en la noche. 
Aguas negras del Cedrón, 
de su túnica recogen 
espumas de luna blanca 
batida en brisas de torres. 
Jesús viene comprobando, 
Pastor, sus ovejas nobles, 
y se le nublan los ojos 
al no poder contar a los doce. 
“Pues la Escritura lo dice, 
me negaréis esta noche. 
Herido el Pastor, la grey 
dispersa le desconoce”. 
Entre los mantos, relámpagos 
de dos espadas relumbran. 
La luna afila sus hielos 
en las piedras de las tumbas. 
Ya las chumberas, las pitas 
erizan sienes de agujas 
y quisieran llorar sangre 
por sus coronadas puntas. 
Ya entraron al huerto donde 
las aceitunas se estrujan, 
Getsemaní de los óleos, 
hay almazara de angustias. 
Ya Pedro, Juan y Santiago 
bajo un olivo se agrupan, 
como un día en el Tabor, 
aunque hoy sin lumbre sus túnicas. 
La noche sigue volando 
–alas de palma y de juncia- 
y, llena de sí, derrama 
su triste látex la luna. 
Se oye el rumor a lo lejos 
de cortejos y cohortes. 
Y el sueño pesa en los párpados 
de los tres fieles mejores. 
Jesús, solo, abandonado, 
huérfano, pavesa, Hombre, 
macera su corazón 
en hiel de olvido y traiciones. 
“Padre, apártame este cáliz.” 
Sólo el silencio le oye. 
La misma naturaleza 
que le ve, no le conoce. 
“Hágase tu voluntad.” 
Y, aunque lleno hasta los bordes, 
un corazón bebe y bebe 
sin que nadie le conforte. 
El sudor cuaja en diamantes 
sus helados esplendores, 
diamantes que son rubíes 
cuando las venas se rompen. 
Por fin, un Ángel desciende, 
mensajero de dulzuras, 
y con un lienzo de nube 
la mustia cabeza enjuga. 
Ya la luz de las antorchas 
encharca en movibles fugas 
y acuchilla de siniestras 
sombras el huerto de la luna. 
Los discípulos le despiertan. 
Huye, ciega, la lechuza. 
Y Jesús, lívido y manso, 
se ofrece al beso de Judas.


En la primera estación, que leeremos a continuación, aparece ya la implicación del sujeto orante; en la décima estación, sobresale la petición final expresada bajo la forma de una metáfora de carácter popular, y en la penúltima se adivina con facilidad el grupo escultórico genérico en el que se basa.

PRIMERA ESTACIÓN
Jesús sentenciado a muerte. 
No bastan sudor, desvelo, 
cáliz, corona, flagelo,
toro un pueblo a escarnecerte. 
Condenan tu cuerpo inerte, 
manso Jesús de mi olvido, 
a que, abierto y exprimido, 
derrame toda su esencia. Y
a tan cobarde sentencia 
prestas en silencio oído. 

Y soy yo mismo quien dicto 
esa sentencia villana.
De mis propias labios mana 
ese negro veredicto. 
Yo me declaro convicto. 
Yo te negué con Simón. 
Te vendí y te hice traición 
con Pilatos y con Judas. 
Y aún mis culpas desanudas 
y me brindas el perdón.

DÉCIMA ESTACIÓN
Ya desanudan al que viste 
a las rosas y a los lirios. 
Martirio entre los martirios 
y entre las tristezas triste. 
Qué sonrojo te reviste, 
cómo tu rostro demudas 
ante aquellas manos crudas 
que te arrancan los vestidos 
de sangre y sudor teñidos 
sobre tus carnes desnudas.

Bella lección de pudores 
la que en este trance dictas, 
tus candideces invictas 
coloridas de rubores 
Tú, que has teñido las flores 
de tintas tan sonrosadas, 
que en las castas alboradas 
las nubes vistes de oro, 
ay devuélveme el tesoro 
de mis flores marchitadas. 

PENÚLTIMA ESTACIÓN
He aquí helados, cristalinos 
sobre el virginal regazo, 
muertos ya para el abrazo, 
aquellos miembros divinos. 
Huyeron los asesinos. 
Que soledad sin colores. 
Oh, Madre mía, no llores. 
¡Cómo lloraba María! 
La llaman desde aquel día 
la Virgen de los Dolores. 
¿Quién fue el escultor que pudo 
dar morbidez al marfil? 
¿Quién apuró su buril 
en el prodigio desnudo? 
Yo, Madre mía, fui el rudo 
artífice, fui el profano 
que modelé con mi mano 
ese triunfo de la muerte 
sobre el cual tu piedad vierte 
cálidas perlas en vano.

Finalmente, el soneto de Versos divinos que vamos a leer lleva por título “Primera caída”. Gerardo Diego llama al ciprés de Silos “prodigio de delirios verticales” interpretando en él su verticalidad como aspiración al cielo, a lo divino; aquí , en la caída de Jesús, observa lo contrario, la horizontalidad, como símbolo del fracaso. Por otra parte, resulta impresionante que el poeta hace hablar a la tierra , el mal, que se alegra de su caída.

PRIMERA CAÍDA
Caer, caer, caer. Triple caída 
y la más grave ésta, la primera. 
Bajo el agobio atroz de la madera 
se derrumbó el cenit. Ya está vencida 

la excelsitud, la vertical fallida 
en el Hijo del Hombre. Ya está fuera 
de ley, de causa la confianza entera. 
Ya la tierra venció. “Mía la Vida, 

el Ser, la Plenitud, sí, que sucumba 
hasta hundirse, pudrirse aquí en mi tumba.” 
Jesús de la Pasión y la Esperanza, 

¿no te levantarás? Y Él nos escucha 
y, concentrando esfuerzos, débil lucha; 
fuerte, se yergue; y, voluntario, avanza.