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21 de febrero de 2006

Ciclo de conferencias

NUEVAS LÍNEAS DE ACTUACIÓN EN EL PATRIMONIO

Un arte oculto. La pinceladura del siglo XVI

Dr. Pedro Echeverría Goñi.
Universidad del País Vasco

Iglesia de San Román de Arellano. Detalle de San Cristóbal.

Iglesia de San Román de Arellano. Detalle de San Cristóbal.
 

Con el título de “Un arte oculto. La pinceladura del siglo XVI”, Pedro Echeverría Goñi, profesor titular de Historia del Arte de la Universidad del País Vasco, ofreció una conferencia sobre esta desconocida especialidad pictórica. Con el término pinceladura se recupera la denominación de época con la que los propios pintores y sus patronos designaban en el 1500 a la pintura mural al temple de las iglesias. Su finalidad –precisó- era dar un acabado arquitectónico renacentista a fábricas góticas de mampostería, dotar a los paramentos y bóvedas de un ornamento “a la antigua” e ilustrar una catequesis por medio de retablos fingidos, “cielos”, medallones e imágenes. A lo largo de su exposición fue utilizando el lenguaje de época para referirse a los marcos arquitectónicos, pigmentos, motivos, ubicación y significado de las pinturas. En algunos edificios cuya historia constructiva lo permite no resulta extraño documentar una estratigrafía pictórica con ventanas o fragmentos de pintura gótica, cielos y grisallas renacentistas, pabellones barrocos y neoclásicos y distintas renovaciones hasta los últimos jaspeados, realizados antes de los años 30 del siglo pasado.
Tras el esplendor de la pintura al fresco gótica, principalmente durante el reinado de los monarcas de la casa de Evreux, este procedimiento decayó ostensiblemente y dio paso en el siglo XVI a una pintura en seco más popular. Ningún templo se daba por concluido si sus muros no habían recibido el mortero, el enlucido y las grisallas, por lo que se puede afirmar que todos los edificios fabricados en esta centuria tuvieron en mayor o menor medida labores pictóricas. Aún cuando se halla bastante generalizada en el norte de España, la pinceladura en nuestra área geográfica es una especialidad genuinamente alavesa, pues “maestros de pincelar iglesias”, como Pedro de Gámiz, Tomás de Oñate o Pedro de Frisa, fueron solicitados por patronos y pintores navarros para llevar a cabo algunas de las mejores decoraciones de nuestros templos o para examinar y tasar estas obras. Incluso algunos de ellos se trasladaron e instalaron su taller en el Viejo Reino, como Andrés de Miñano en Estella o Juan Beltrán de Otazu en Olite.

El único conjunto de iglesia totalmente pincelada en el siglo XVI que ha sido descubierta y restaurada en Navarra es el de Arellano, realizado por Diego de Cegama, pintor guipuzcoano residente en Munain de Álava, lugar desde el que atendió numerosos encargos de este tipo en localidades de la Llanada oriental, Tierra Estella y otras zonas de Navarra. Otros ejemplos a la vista son los de la ermita de Nuestra Señora de Arquitas en Zúñiga, la cripta de la iglesia de San Salvador de Gallipienzo o la iglesia de Yesa. Recientemente ha sido recuperada una parte de las pinturas que decoraron la parroquia de Ibiricu de Egües. También están apareciendo tras retablos de talla otros fingidos, pincelados en los muros, como los de Endériz, Azqueta o Dicastillo. En el arte de la pinceladura se deben de incluir obras de mayor calidad artística o complejidad de programa, localizadas en palacios como las pinturas que, procedentes del palacio de Oriz, se custodian en el Museo de Navarra con una gran variedad temática, las mitológicas con “mujeres fuertes” de la caja de escalera del palacio del marqués de San Adrián de Tudela, obra de Pietro Morone, y las recientemente descubiertas en la antigua capilla del palacio de Marcilla. 

Los ejemplos citados no son sino un tímido exponente de lo que fue la decoración interior de nuestras iglesias y palacios. Todavía permanecen ocultas otras pinturas bajo enlucidos, repintes y retablos que, paradójicamente las han preservado de su arranque. Los únicos templos que no van a poder recuperar sus pinturas murales son aquellos que no han sido picados. Me conformaría –precisó- con que se recuperara un 10 % de lo pintado, lo que sería suficiente para hacernos una idea de lo que fue un brillante patrimonio pictórico. Si son numerosas las pinceladuras que han desaparecido por el deterioro y la ruina de las iglesias que las sustentaban, son más las eliminadas por intervenciones indiscriminadas como la moda de “sacar la piedra”, perpetrada en su mayor parte entre 1960, como una repercusión negativa del Concilio Vaticano II, y nuestros días, donde el picado para sacar a la luz fábricas de mampostería y piedra vista ha sido retomado como una nueva moda minimalista, en algún caso. Concluyó señalando que el descubrimiento y recuperación de estas pinturas es una prioridad de nuestro patrimonio histórico-artístico y una deuda con las generaciones precedentes que se decantaron a lo largo de los siglos por el color en el revestimiento pictórico de iglesias y ermitas.