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La pieza del mes de abril de 2010

EUGENIO ARRAIZA. "PROYECTO DE AYUNTAMIENTO Y PLAZA MUNICIPAL PARA PAMPLONA" (1945)
 

José Javier Azanza López
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarr
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Desde la década de 1930, sucesivas corporaciones municipales venían planteándose la necesidad de ampliar la Casa Consistorial de Pamplona o de levantar un edificio de nueva planta, dado que el erigido a mediados del siglo XVIII resultaba insuficiente para poder instalar en él con un mínimo de comodidad los servicios de oficinas y representatividad. La reforma del Consistorio no se planteaba de manera aislada, sino que vendría a integrarse en un proyecto más amplio de reorganización del planeamiento urbano de esta zona de la ciudad para mejorar sus comunicaciones y dotar de mayor amplitud a sus calles, cuya estrechez dificultaba el tránsito de peatones y vehículos.

En el complejo proceso que se desarrolló en los años siguientes y que culminará con la aprobación del proyecto definitivo firmado en Madrid en junio de 1951 por los hermanos José María y Francisco Javier Yárnoz Orcoyen (proyecto que contemplaba la demolición del edificio del siglo XVIII, respetando únicamente su fachada, y la construcción de uno nuevo con ampliación hacia la Plaza de Santo Domingo), se sucedieron numerosas propuestas, desde las que propugnaban el traslado del edificio concejil a otro emplazamiento diferente al que ocupaba, hasta las que abogaban por respetar su ubicación y aprovechar los edificios colindantes para proceder a su ampliación. Por esta interesante página de la arquitectura y urbanismo de la Pamplona del siglo XX desfilan arquitectos como Víctor Eusa, Francisco Garraus, el madrileño Luis Cabrera Sánchez, el extremeño Eduardo Escudero Morcillo, o el aragonés Antonio Cámara Niño; y también Eugenio Arraiza, cuyo proyecto de reforma de la Casa Consistorial pamplonesa, en caso de haber prosperado, habría cambiado por completo la imagen de esta parte de la ciudad.

Movido por el cariño que profesaba a su ciudad natal, el concejal y arquitecto pamplonés Eugenio Arraiza Vilella (1908-1968) elaboró un Proyecto de Ayuntamiento y Plaza Municipal para Pamplona, firmado el 15 de junio de 1945, en el que abordaba el problema de la nueva Casa Municipal. En la memoria del mismo, Arraiza recogía en primer lugar una serie de consideraciones acerca de su necesidad y emplazamiento. No tenía ninguna duda sobre la necesidad de acometer con urgencia un proyecto de reforma de la Casa del Regimiento, debido al aumento de la población que obligaba a un mayor número de servicios, y a la deficiencia de las instalaciones municipales, incluso en los despachos y salas de la parte noble o representativa; y tampoco cabía discusión posible en cuanto al emplazamiento, por cuanto se mostraba partidario de mantener el edificio actual y acometer una ampliación del mismo en los terrenos circundantes, apartándose así de la propuesta de un grupo de concejales de construir un nuevo edificio en el solar que resultase de la compra o expropiación de la casa nº 11 del Paseo de Sarasate, correspondiente con la antigua Casa de los Baños, tomando, en caso de necesidad, parte o la totalidad de la antigua Plaza del Vínculo (en aquellos momentos del 22 de Agosto). Se servía en su discurso de razones de carácter patrimonial, basadas en el respeto y conservación del legado recibido de nuestros mayores, máxime cuando se trataba de la casa de todos los ciudadanos; e invocaba a su vez la necesidad de preservar los rasgos identitarios de la ciudad que, con el aspecto moderno de las edificaciones del Ensanche, corría el peligro de perder carácter y personalidad, adquiriendo un tono anodino. A todo ello se unían motivaciones histórico-simbólicas, pues cuando a mediados del siglo XVIII la Corporación Municipal se encontró ante similar disyuntiva, no consideró otra posibilidad que no fuera la de conservar la misma ubicación que ocupaba el edificio anterior, fiel reflejo de la estima hacia el lugar señalado en el Privilegio de la Unión; y además Pamplona constituía uno de los escasos ejemplos en los que nunca hubo otro emplazamiento para el Ayuntamiento de la ciudad. 

Aclarados los puntos concernientes a la necesidad y emplazamiento, Arraiza daba principio a su proyecto con una introducción histórica en la que repasaba de forma sintética la evolución tipológica y urbana de las casas concejiles, desde los humildes edificios medievales –muchas veces de prestado-, hasta los armónicos conjuntos en los que el Ayuntamiento preside –o lo hizo en su momento- un espacio de primera categoría, entre los que citaba Madrid, Salamanca, San Sebastián y Vitoria como ejemplos representativos. La idea de conjunto uniforme y cerrado que vincula a la Casa Consistorial con su entorno urbano inmediato resulta fundamental en la visión del arquitecto pamplonés, dado que en torno a ella giraba su proyecto para Pamplona. Éste conservaba el actual emplazamiento histórico y respetaba el edificio existente, acompañándolo de otras edificaciones que supondrían una puesta en valor del mismo. A partir de las anteriores premisas, su propuesta contemplaba la compra o expropiación de las casas que quedaban a ambos lados del edificio en la Plaza Consistorial, para acometer una reforma en profundidad de este ámbito urbano que permitiera configurar un conjunto unitario en la tradición de la plaza mayor española asociada al edificio municipal, siempre dentro de las limitadas posibilidades que ofrecía el callejero pamplonés. Dicha plaza se convertiría en una especie de salón público de la ciudad que proporcionaba el marco adecuado para las grandes celebraciones, ya fueran las que marcaban el calendario anual –festividad del Corpus, fiestas de San Fermín-, ya aquéllas de carácter excepcional en forma de visitas ilustres o acontecimientos históricos.

Capítulo importante era la distribución de las dependencias municipales. El actual Ayuntamiento, que se erigiría en elemento representativo de todo el conjunto, quedaría reservado únicamente a la parte noble, albergando el salón de sesiones, las salas de recepciones y de comisiones, y los despachos de alcaldía y tenencias de alcaldía, así como del secretario; en definitiva, “todo cuanto suponga ornato, recepción, puestos de honor y alta dirección”, concluye Arraiza a este respecto. Quizás pudiera instalarse también aquí el Museo Municipal. Flanqueando a ambos lados este cuerpo principal se erigirían dos edificios contiguos que, además de cerrar espacialmente la plaza, albergarían las oficinas públicas y técnicas, así como los servicios administrativos y los cuerpos de guardia urbana y rural, buscando en todo momento la funcionalidad de cada uno de estos ámbitos. Con todo, para facilitar las comunicaciones entre los distintos servicios, se creaban unos pasos elevados que, además de cumplir con dicha función utilitaria, cerraban la plaza confiriéndole su característico ambiente recogido. El acceso a la misma tendría lugar a través de arcos de medio punto abiertos en la parte inferior, a modo de los característicos soportales de las plazas mayores, que permitían la comunicación con las calles de Santo Domingo y Bajada de Carnicerías; sobre estos se elevaría, coincidiendo en altura con el tercer nivel de la fachada principal, un cuerpo abierto por balcón. 

Las fachadas de los nuevos edificios, que asomarían a la Plaza Consistorial y a las calles Carnicerías, Santo Domingo y Mercaderes, resolvían sus alzados en un nivel inferior adintelado y dos alturas superiores, manteniendo unidad con el lenguaje barroco de la fachada consistorial. Especial protagonismo adquiría en el conjunto la denominada Torre del Reloj, levantada sobre un espacioso arco rebajado que ponía en comunicación la plaza con la calle de San Saturnino, y a la que quedaba reservada la mayor riqueza decorativa. Se trata de un elemento desde siempre vinculado a la arquitectura concejil, la torre o campanil para alojar las campanas o carillón, así como el reloj municipal, que culminaba en un airoso chapitel bulboso decorado con pirámides, placas recortadas y otros motivos ornamentales, que se elevaba por encima del resto de las construcciones y dotaba al conjunto de cierto carácter centroeuropeo.

El proyecto conllevaba, a juicio de su autor, incuestionables ventajas, no sólo en el plano estético, sino también en el funcional, por cuanto la superficie destinada a usos municipales llegaba a duplicarse, pasando de los 620 metros cuadrados del Ayuntamiento actual, a los 1.368 metros cuadrados del conjunto de los edificios. Y suponía, a su vez, una mejora del planeamiento urbano, siempre y cuando se llevasen a la práctica las actuaciones contempladas en él, una de las cuales consistía en la reforma de calles, encaminada a resolver la siempre difícil circulación interior en vías como Santo Domingo y Bajada de Carnicerías, que verían aumentar notablemente su anchura no sólo en el espacio para el tráfico rodado, sino con la presencia de porches cubiertos que posibilitaban el tránsito cómodo de los peatones. También resultaba significativo en este sentido la apertura de un pasaje comercial que pondría en contacto directo las plazas Consistorial y del Castillo, sin necesidad de efectuar un rodeo por la calle Chapitela o por el pasadizo de Machiñena; para ello sería necesario aprovechar la belena ya existente entre los cafés Kutz e Iruña, que asomaban a la Plaza del Castillo, y prolongarla hasta la Plaza Consistorial, previa compra del local que albergaba la guarnicionería de Nagore. Este paso cubierto protegería tanto de la lluvia como de las altas temperaturas, y en él podrían instalarse establecimientos de un comercio selecto, siguiendo el ejemplo de las galerías y pasajes parisinos.

Eugenio Arraiza adjuntaba a su memoria y presupuesto –que ascendía a un total de seis millones de pesetas- una reducida documentación gráfica, en la que destacaban una planta de este sector de la ciudad con los nuevos edificios propuestos y su unión con el actual Ayuntamiento, así como la vinculación entre la Plaza Consistorial y la Plaza del Castillo a través del futuro pasaje comercial; y una vista perspectiva de la Plaza Consistorial a escala 1/500 –de la que se conserva también una magnífica reproducción coloreada a mayor tamaño- con el sorprendente aspecto que mostraría tras la reforma a que debía ser sometida.

Reunida el 20 de junio de 1945 la Comisión Especial designada para el estudio de la ampliación o nueva instalación de los servicios municipales, su decisión resultó unánime en cuanto a la conveniencia de llevar a la práctica el proyecto de Eugenio Arraiza, tanto por la belleza y singularidad urbanística que confería al conjunto de la Plaza Consistorial, como por las soluciones aportadas en materia vial con la ampliación de las calles Santo Domingo y Bajada de Carnicerías, permitiendo en ambas la circulación en doble sentido. En consecuencia, emitió un dictamen favorable que fue elevado al Pleno de la Corporación Municipal celebrado el 2 de julio de 1945, en el cual se adoptó el acuerdo de confiar a Eugenio Arraiza la formación del anteproyecto que desarrollase la idea aprobada. Sin embargo, dificultades económicas a la hora de llevar a cabo la expropiación y compra de las casas afectadas, hicieron inviable el proyecto. Y aunque cuatro años más tarde el arquitecto pamplonés tuvo oportunidad de desarrollarlo más por extenso con un conjunto de planos, plantas y alzados, agrupados bajo la denominación Proyecto de Reforma y Ampliación del Ayuntamiento, el proyecto de Eugenio Arraiza pasó a formar parte de la “Pamplona soñada”, de esa “arquitectura en papel” que no llegó a liberarse del plano para hacerse realidad.

 

Eugenio Arraiza. Proyecto de Ayuntamiento y Plaza Municipal para Pamplona (1945). Perspectiva

 

Eugenio Arraiza. Proyecto de Ayuntamiento y Plaza Municipal para Pamplona (1945). Planta

 

BIBLIOGRAFÍA
 AZANZA LÓPEZ, José Javier, “Proyectos, ideas e imágenes para la nueva Casa Consistorial de Pamplona entre 1939 y 1953 (en el 250 aniversario de su fachada barroca)”, Revista Príncipe de Viana, LXXI, nº 250, 2010, pp. 305-348.