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Carta a Carlos

Ignacio Sols
Carta a un amigo ateo sobre la afirmación de que el cristianismo fue inventado por san Pablo y san Agustín.
Texto inédito, 13 de octubre de 2022.

Querido Carlos, me has pedido una crítica a un escrito tuyo en el que dices que se considera en la actualidad que el fundador del cristianismo no fue Jesús de Nazaret, sino que fueron san Pablo y san Agustín. A la crítica que me pides, dedico esta carta.

Decía Azorín que siempre que podía estar de acuerdo con la tradición daba gracias a Dios. Eso mismo supongo en ti, y en ese espíritu te escribo, siendo yo más conservador que tú, pero congratulándonos ambos de encontrar campos en que podamos estar de acuerdo, no ciertamente el campo de la fe, pues la tenemos distinta, pero sí en el campo científico, donde reza la universalidad de la ciencia. La intención de este escrito es centrarme en los aspectos científicos de esta cuestión -de ciencia historiográfica- en que es posible que estemos de acuerdo, dejando, al menos de momento, los aspectos del cristianismo en los que yo creo por fe, pero no pretendo que sean también tu creencia.

En este intento de acercamiento entenderé tu afirmación en modo amplio, de modo que pueda estar de acuerdo. Entenderé en primer lugar que al decir san Agustín, estás queriendo mentar a la patrística, al conjunto de los padres de la Iglesia de los primeros siglos, tanto los llamados padres orientales como los occidentales, siendo san Agustín representativo por ser uno de los más destacados, aunque esto también puede decirse de algunos padres apostólicos del siglo primero y principios del segundo (san Ignacio de Antioquía, san Clemente Romano, san Policarpo…) de obra mucho más reducida, pero investida de la autoridad de haber sido discípulos directos de los apóstoles; y puede decirse de los más destacados padres apologistas de los siglos segundo y tercero (san Justino, san Ireneo de Lyon, san Clemente de Alejandría, Tertuliano en el siglo II y san Hipólito de Roma, Orígenes y san Cipriano de Cartago en el siglo III); y, con mayor razón, puede decirse de las grandes figuras del siglo de oro de la patrística, siglos IV y V: san Atanasio, san Basilio el Grande, san Gregorio nacianceno, hasta san Ambrosio de Milán aún en el siglo IV; y ya en el siglo V, los contemporáneos de san Agustín: san Juan Crisóstomo, san Jerónimo, san Cirilo de Alejandría, y, algo más tarde san León Magno. Y no acabó con ellos la patrística, quedando aún alguna figura egregia como la de san Gregorio Magno al inicio del siglo VII, el siglo en que habrían de escribir en nuestro suelo san Isidoro de Sevilla y san Ildefonso de Toledo. Quizás pueda citarse a san Juan Damasceno, siglo VIII, como último gran padre de la Iglesia con este nivel de relevancia.

Todos ellos son agrupables, como recordarás, en padres griegos y padres latinos, según el idioma y la cultura en que escribieron. No permitiría un cristiano oriental, y probablemente tampoco un occidental, que antepusieses san Agustín a san Juan Crisóstomo en el kerigma de la predicación, o a san Jerónimo en el kerigma de la interpretación de la Escritura (en su famoso De Genesi ad literam, Agustín hizo diana, como Jerónimo y otros padres de la Iglesia, al insistir en que la lectura de la Escritura ha de ser espiritual, y no para dilucidar cuestiones de ciencia natural, algo que viene bien recordar para el objeto de esta carta).

Así pues, estoy de acuerdo en esa afirmación tuya tomada en este sentido amplio de que por san Agustín entendamos la patrística, la enseñanza de los padres de la Iglesia. Ellos condujeron la reflexión teológica de los primeros tiempos del cristianismo. No que ellos construyeran el contenido de la fe cristiana, sino que, recibida ésta de los apóstoles, fueron los primeros intérpretes históricos de la fe, donde “históricos” significa intérpretes desde su cultura -helénica o latina- y desde el tiempo que les había tocado vivir; su fe les aportó claves interpretativas no solo para su transformación personal sino también para la transformación de su tiempo y de la historia. Aun no expresándolo exactamente así, entendieron su fe como mensaje no solo escatológicamente salvador sino salvador también de la historia. Así lo expresaba en términos actuales, Ignacio Ellacuría en su Tesis sobre la posibilidad, necesidad y sentido de una teología latinoamericana, núm. 2, 21: “La teología ha sido históricamente reflexión sobre la fe, pero desde una situación determinada social y culturalmente… Esta reflexión, al ser situada y temporalizada, no sólo logra un resultado distinto por adición de dos cantidades fijas (dato revelado “más “ reflexión), sino que lleva a un sentido nuevo de lo revelado y, consiguientemente, a una nueva síntesis, en la que cobran un carácter distinto los dos elementos fundamentales en los que se analiza” En realidad se hace eco de una idea del Concilio Vaticano II (Ad gentes 22b): “Es necesario que en cada territorio sociocultural se promueva aquella consideración teológica que someta a nueva investigación, a la luz de la tradición de la Iglesia universal, los hechos y las palabras reveladas por Dios, consignadas en la Sagrada Escritura y explicadas por los padres y el magisterio de la Iglesia.” Con todo, cierto es que de entre todas las elaboraciones teológicas que todos los siglos y culturas, la propia de la cultura greco-romana tiene para los cristianos especial interés por ser la primera. Estudiamos aún cuidadosamente los conceptos nacidos en la filosofía propia de esa cultura porque en ellos se expresaron las formulas (dogmas trinitarios (siglo IV) y cristológicos del siglo V) que habrían de proteger de desviaciones iniciales -algunas de carácter gnóstico- la primera andadura del cristianismo.

Y yendo a tu mención de la obra de san Pablo, la entiendo también, en este mismo espíritu de acercamiento, como representativa de otros escritos también neotestamentarios, quedando la afirmación entonces en que no sólo los evangelios sino también las epístolas paulinas y otros escritos del nuevo testamento configuran el contenido de la fe cristiana. Así entendida, también he de mostrar mi acuerdo. Observa la diferencia entre esto segundo y lo primero, entre fe y teología2, pues al hablar de San Agustín y de otros padres de la Iglesia he hablado de “teología cristiana”, y he visto como valor y como riqueza su pluralidad3 en el espacio y en el tiempo, es decir su carácter histórico4. Aquí, en cambio, se trata del contenido mismo de la fe, no de nuestra reflexión teológica acerca de ella a través del tiempo; y el contenido de la fe es la enseñanza de Jesucristo transmitida a los apóstoles en el marco de una cultura muy particular, la cultura judía, y en el siglo primero; y el valor aquí no es la pluralidad sino la unidad: “Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo” (Ef. 4,5).

Aunque san Pablo no sea la única fuente de nuestra fe cristiana, sí puede decirse, dándote en ello la razón, que sí fue parte, junto con las otras que forman el Nuevo Testamento, y, también el Antiguo Testamento, lo que llamamos La Sagrada Escritura, o, vulgarmente, la Biblia. Y aun esta no es la única fuente de nuestra fe, sino también, y aun principalmente, la Tradición que nos ha entregado la Escritura y nos ha predicado su enseñanza5. Decías que el Concilio Vaticano II declaró dogma de fe que los evangelios son solo los cuatro que forman parte del Nuevo Testamento. Querido Carlos, desde 1870 no ha habido más que un dogma de fe, y consiste en una breve declaración solemne de fecha 1 de noviembre de 1950, que no trata de este tema. No todo lo que creemos los cristianos es dogma de fe: no hay ningún dogma de fe, por ejemplo, que diga que los apóstoles fueran doce, y, sin embargo, lo creemos.

Y ya que te referías al Concilio Vaticano II, que, repito, ningún dogma de fe ha definido, lo que a este respecto dice en la constitución Dei Verbum, artículo 18, es que “la Iglesia siempre y en todas partes ha mantenido que los cuatro Evangelios son de origen apostólico”; y dedica el artículo siguiente DV 19, a explicar con precisión el sentido de esta afirmación, no ciertamente que los cuatro evangelios hayan sido escritos por Marco, Mateo, Lucas, Juan, sino declaración abierta a la posibilidad de que hayan sido otros los autores materiales de los escritos (al menos esto es evidente en parte del evangelio de Juan: la que sigue al primero de sus dos finales). Veamos las palabras exactas: “La santa madre Iglesia ha defendido siempre y en todas partes, con firmeza y máxima constancia, que los cuatro Evangelios mencionados, cuya historicidad afirma sin dudar, narran fielmente lo que Jesús, el Hijo de Dios viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la eterna salvación de los mismos hasta el día de la ascensión (cf. Act 1, 1-2). Después de este día, los Apóstoles comunicaron a sus oyentes esos dichos y hechos con la mayor comprensión que les daban la resurrección gloriosa de Cristo y la enseñanza del Espíritu de la verdad. Los autores sagrados compusieron los cuatro Evangelios escogiendo datos de la tradición oral o escrita, reduciéndolos a síntesis, adaptándolos a la situación de las diversas Iglesias, conservando el estilo de la proclamación: así nos transmitieron siempre datos auténticos y genuinos acerca de Jesús. Sacándolo de su memoria o del testimonio de los “que asistieron desde el principio y fueron ministros de la palabra”, lo escribieron para que conozcamos la “verdad” de lo que nos enseñaban.”

En realidad, el hecho de que sean cuatro los evangelios es simplemente científico, puesto que, salvo excepciones que enseguida mencionaré, solo en novelas de ficción de un pasado reciente se ha dado crédito, como si se tratara también de obras del siglo primero, a otros escritos de siglos posteriores que llevan nombres de evangelistas, algunos de ellos instrumentos de infiltración gnóstica de los que ya previnieron los cristianos de entonces, y en los que se detecta fácilmente su posterioridad. No me refiero con ello a esos encantadores evangelios apócrifos escritos sin intención alguna de infiltración filosófica, sino con gran piedad y a veces ingenuidad (los leía con gusto en mi primera juventud). Y es que mezclan relatos ingenuos con ecos verdaderos de los cuatro evangelios, y con el eco a veces de tradiciones que no se hallan en el evangelio pero que han sido respetadas por los cristianos, como por ejemplo el nombre de los padres de la madre de Jesús, Joaquín y Ana, que aparece por primera vez en el evangelio de Santiago. Han merecido especial atención de los científicos, por ser quizá cercanos al tiempo de predicación de los apóstoles, el fragmentario evangelio de san Pedro aparecido en 1886, ubicado por la mayoría de los investigadores en siglo posterior al III, pero que algunos atribuyen al siglo segundo e incluso al primero; y el evangelio de santo Tomás6, al parecer tan primitivo como siglo II.

Pero sin necesidad de dogma alguno de fe, he acostumbrado a leer durante tiempo a los padres de la Iglesia (especialmente los más primitivos, apostólicos y apologistas) y puedo asegurarte que continuamente se refieren a los cuatro evangelios, referencias que aparecen ya en el siglo siguiente al de los apóstoles, atribuyéndolos invariablemente a los cuatro autores con que los nombramos. Se ha dicho, y no sin razón, que, si los cuatro evangelios se hubieran perdido, se hubieran podido reconstruir con solo las citas de los padres de la Iglesia. Y no es que nuestra fe consista en que esos cuatro sean los autores, sino -como te he dicho, citando el Concilio- en que lo contenido en ellos es la enseñanza de Jesucristo transmitida por los apóstoles. Transmisión oral primero -pues es obvio que primero se trató de predicación- y luego escrita, ya sea por los mismos apóstoles o a quienes ellos predicaron.

Pero, dado que los protestantes han prescindido de la tradición y han tomado como fuente de la fe la “Sola Scriptura”, es natural que haya surgido entre ellos, en el siglo XVIII, como versión “ilustrada” del cristianismo, la búsqueda de fundamentación científica -en la ciencia historiográfica- de la figura de Jesús. Esto tuvo de positivo que quedó así fundada una ciencia, o más bien una rama muy especial de la historiografía, en la que han hecho aportaciones importantes, en un ambiente ecuménico (dada la universalidad de la ciencia) cristianos de todas las confesiones, siendo el iniciador en mi confesión católica una de los principales y más respetadas figuras de esta ciencia el sacerdote francés Joseph-Marie Lagrange, siglo XIX (o, si quieres uno más cercano en el tiempo, profesor en la facultad de teología de Barcelona, donde esto escribo, puedo nombrarte a Armand Puig i Tàrrech, quien a sus artículos de investigación en revistas expertas -leí una selección en su obra Uncommon journey- ha añadido una muy interesante y amena publicación dirigida a público más amplio: Jesús. Un perfil biográfico -Proa. Barcelona, 2005-. Libro aún en venta, a tu disposición está, lo que me excusa de escribir cientos de páginas).

Junto a este aspecto positivo, al que tan apasionante ciencia hemos de agradecer, hay que considerar otro que yo entiendo negativo, porque creo ha inducido a error, aunque error que el avance de la investigación ha ido poco a poco corrigiendo: algunas obras siguiendo esa línea iniciada en el siglo XVIII (línea no mayoritaria, en general, en teología, pero sí mayoritaria en la corriente llamada “protestantismo liberal”) han disociado la persona de Jesucristo en un Jesús histórico del que poco o nada sabemos -alguno de esos autores han llegado a dudar de su existencia- y un Cristo de la fe que sería aquel en el que nosotros creemos, tanto en la ejemplaridad de sus obras -hayan sucedido o no- como en la sublimidad de sus enseñanzas -sean suyas o sean en realidad de maestros morales del primitivo cristianismo-. La idea de algunos de estos autores es que en las primitivas comunidades cristianas se predicaba una nueva ética de amor y de perdón, y que esas enseñanzas (no más que la verdadera fuente Q de la que luego hablaré) fueron luego articuladas en la biografía de un personaje inexistente o de dudosa existencia, o del que, en todo caso, muy poca cosa sabemos.

Y la razón de tal disociación entre Jesús histórico y Cristo de la fe es que, habiendo sido planteada la cuestión en época tan primitiva para la ciencia historiográfica, siglo XVIII, lo que inicialmente pudo reconstruirse del Jesús histórico fue muy poco, por falta de fuentes y por la limitación del método inicialmente empleado. Resultaba de esos pocos datos fiables una imagen de Jesús muy pobre en contenidos en comparación con la riqueza de contenidos de nuestra fe en él. La razón principal de su desconfianza de los evangelios como fuente fiable es que les parecía que más reflejaban el ambiente de las comunidades cristianas del mundo griego -por ejemplo, la enemiga que sufrían de las vecinas comunidades judías- que el ambiente de un mundo judío que probablemente ni conocieron sus autores, no ciertamente del siglo I, sino ya del siglo siguiente, muy lejanos pues de los pretendidos sucesos.

Como es lógico, en esta disociación entre Jesús histórico y Cristo de la fe, unos optaron por el Jesús histórico7, con un importante empobrecimiento del contenido de la fe, al no admitir de Jesús y de su enseñanza más que aquello que la ciencia historiográfica pudo reconstruir hasta la fecha; y otros optaron por el Cristo de la fe, sin pérdida alguna de contenidos en que creer, pero con importante pérdida en su fundamentación, quedando en una especie de gnosticismo donde se sigue con fervor una idea, pero no a una persona que realmente haya existido. Y ¿quién se va a enamorar de persona que ni existe ni ha existido? Porque el cristianismo no es una doctrina, sino una persona, y por amor de una persona, su seguimiento: “Quien me ame, guardará mis palabras, y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada” (Juan, 14, 23). El centro de nuestra teología es la cristología, la cual “entiende la vida cristiana como seguimiento y hace de la moral cristiana una praxis del seguimiento” (Ellacuría, 9.7.3). Esta disociación de ideal y persona -que termina en ideal sin persona- ha llevado, en algunos países y ambientes, a una disminución del fervor y de vidas que entreguen su vida.

Pero, como he dicho, y como es lógico, la ciencia ha ido avanzando, poniendo a nuestra disposición cada vez más fuentes, tanto fuentes civiles como rabínicas. De hecho, se ha dado un avance espectacular a partir de los años noventa8, en parte debido a los hallazgos del Qumrán (1947), la biblioteca esenia enterrada en el año 68 -con manuscritos que datan desde 250 aC hasta 66 pC- y descubierta por dos pastores beduinos en 1947, aunque hubo de ser en 1954 cuando se comprendiese su significancia (y la investigación sigue: en 2017 se encontró la duodécima cueva, es decir la colección de papiros 12Q). Tras décadas de tratamiento de conservación, de clasificación y de estudios lingüísticos y comparativos, han llegado a estar disponibles para reconstruir el modo de vivir y las expectativas religiosas y políticas del pueblo judío en la época de Jesucristo. El resultado ha sido el llamado giro historicista de los años noventa, estando actualmente en que los evangelios no reflejan la sociedad de las primeras comunidades cristianas griegas del siglo II como inicialmente supuso el protestantismo liberal, sino el mundo judío de la Palestina de la primera mitad del siglo I, es decir el marco local e histórico de la vida de Jesús. Resulta pues natural que fueran escritos por los mismos apóstoles o por sus discípulos, o, al menos, ninguna razón se puede aportar ya en contra de ello.

En particular, aparece claro que los evangelios de Mateo, Marcos y Juan están escritos por judíos, ya que no se equivocan en ninguna de sus costumbres, mientras que el de Lucas está claramente escrito por un gentil, quien comete errores de bulto, como por ejemplo al hablar del tejado de una casa, algo que no existía en las casas de Judea. Y es que, en efecto, Lucas era un gentil, converso en Antioquía de Pisidia al unirse a Pablo, junto con Silas, en su segundo viaje apostólico, cuando se embarca con ellos rumbo a Tróade (algo claro en el libro de los Hechos pues a partir del versículo 16,10 el autor empieza a hablar en primera persona del plural: “embarcamos, etc.”). Y se siente obligado a explicar las costumbres judías -algo que los otros evangelistas dan por supuesto- ya que se dirige a otros gentiles también conversos9. En cambio, como Mateo se dirige a la comunidad de judíos conversos en Antioquía de Siria, hace especial hincapié en el cumplimiento de las profecías como muestra de que Jesús es el Mesías esperado. Por eso es central en su evangelio la figura del Reino, ya que el Mesías era esperado como rey que había de liberar a Israel. Pero Jesús dirá: “Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo…” (Juan, 18, 36); y “El reino de Dios está ya en medio de vosotros” (Lucas, 20,21).

Por una parte, junto a descubrimientos arqueológicos de los que ya se disponía en el siglo XIX (como por ejemplo la piscina probática de Betesda, encontrada en Jerusalén por el arquitecto y arqueólogo Conrad Schick, con sus cinco pórticos tal como descrita en Juan 5,2-9), la ciencia arqueológica actual ha añadido nuevos descubrimientos que certifican con gran exactitud los datos locales de Mateo, Marcos y Juan. Y junto a fuentes civiles de las que ya se disponía, como Flavio Josefo10 (pero cuya fiabilidad estaba entonces en duda, habiendo quedado hoy fuera de cuestión), se han añadido nuevas fuentes no cristianas, como por ejemplo las rabínicas, donde Jesús aparece blanco de exactamente las acusaciones que en los evangelios formulan las autoridades judías. Así, por ejemplo, el tratado Sanhedrín 43a del Talmud de Babilonia incorpora un texto que se ha estimado que proviene del siglo II: “La vigilia de la fiesta de Pascua, Yeixu, el Nazareno, fue colgado. Durante los cuarenta días anteriores a su ejecución, un pregonero anunciaba: ‘Yeixu, el Nazareno, está a punto de ser apedreado porque ha practicado la magia, y ha seducido y descarriado a Israel. Quien quiera decir algo a su favor, que se presente y lo manifieste’. Pero como no hubo ninguna declaración a su favor, fue colgado en la vigilia de Pascua… fue un engañador”. Y parecido leemos en el tratado Sanhedrín 107b: “Jesús el Nazareno ha practicado la magia y ha descarriado a Israel”.

¿Puede decirse aún, pues, que lo que leemos en el evangelio es fruto de la imaginación de cristianos griegos de un siglo posterior, que nada conocían del mundo judío, y que articularon su enseñanza moral con la biografía de un personaje inexistente o desconocido? La balanza científica se inclina cada vez más hacia la historicidad del evangelio, lo que no significa en modo alguno que creer en el evangelio sea ahora cuestión de ciencia: sigue siendo religión, cuestión de fe, de confianza. Pero se crea o no en el evangelio, la ciencia actual (hasta donde puedes seguirme, Carlos, aunque no tengas fe) no disocia el Cristo de la fe de los cristianos de un Jesús histórico del que poco o nada se supiera. Ambos son el mismo, al que llamamos Jesucristo, y sí que sabemos de su vida y de su enseñanza: esencialmente lo que leemos en el evangelio, demos o no crédito a su enseñanza y a las señales que los discípulos dicen que obró.

Esta es la situación actual, tras el giro historicista del último cuarto de siglo llamado tercera investigación sobre Jesucristo (se llama primera investigación a esa escéptica iniciada en el siglo XVIII, y segunda investigación sobre Jesús al primer giro historicista iniciado tras la segunda guerra mundial, o más bien una década después). No un Jesús histórico distinto del Cristo de la fe, sino un solo Jesucristo del que cada vez hay mayor soporte científico como aval de su historia que da contenido a nuestra fe. Es lo que Ignacio Ellacuría llama “esencial conexión del Jesús histórico con el Cristo de la fe, en lo que es la unidad principal de Jesu-Cristo” (Ellacuría, 9.4.1c). “Ir en busca de lo revelado (el Cristo resucitado) al margen del revelante (Jesús histórico) es una forma de negar la mediación histórica de Dios, que es Jesús de Nazaret” (Ellacuría, 9.7.1).

Abramos ahora un Nuevo Testamento. Nos encontramos, primero de todo, con el evangelio de Mateo. No se dice en parte alguna que su autor sea el apóstol, pero así lo afirma un testimonio de Papías, padre apostólico por ser discípulo de Juan, y otros testimonios del siglo II. Aunque este dato es ciertamente compatible con que el autor material fuese un discípulo suyo, no se ve razón por la que Mateo, siendo uno de los doce y sabiendo escribir, pues era recaudador de impuestos, no pudiera dejar escritas sus enseñanzas cuando rondaba los cincuenta años. Y es que, como luego justificaré, Jesús murió con 36 años, luego de tres de vida pública, el 7 de abril del año 30 de la era cristiana, a las tres de la tarde. Suponiendo que los discípulos de entonces tuviesen las edades de nuestros estudiantes de ahora, entre 15 y 25 años, podemos suponer que esa edad tuviese Mateo durante la vida pública de Jesús, luego en la década de los sesenta, en que la investigación data los tres evangelios sinópticos -algunos los datan en los setenta11- parece adecuado que un maestro de unos 50 o 60 años que sabe escribir, se aplique a redactar lo que durante décadas ha venido predicando.

La investigación sobre los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos, Lucas) ha venido a concluir que, tras un período de predicación oral no sistematizada, vino otro (hacia la década de los cincuenta) en que se predicó una colección de sentencias (Logioi) o enseñanzas de Jesús, orales, o incluso quizá escritas, pero luego perdidas, en arameo: la llamada fuente Q (=Quelle=fuente). Según la tradición (por ejemplo, el testimonio de Clemente de Alejandría) hubo una primera biografía de Jesús escrita por Marcos con las enseñanzas de san Pedro (parece lógico por ser la enseñanza del primero de los apóstoles, y también lógico que no la escribiera el mismo Pedro, pues un pescador de entonces normalmente sería analfabeto; en cambio, Marcos aparece como escogido por Pablo y Bernabé para que les acompañara en la predicación, así que debía tratarse de un joven letrado). La idea de Mateo al componer su evangelio parece natural, de hecho, la misma idea que tuvo Lucas: enriquecer la breve biografía escrita por Marcos con las enseñanzas de Jesús que memorísticamente se venían predicando, es decir, con la fuente Q (la tradición de enseñanza de la Torah entre los judíos fue siempre memorística, y aún lo es). Así en Mateo y Lucas, la fuente Q es reconocible como aditamento a la biografía que toman del evangelio de Marcos por el hecho de que son enseñanzas que aparecen en ambos evangelios en el mismo orden; y a lo que ambos, Mateo y Lucas, añaden a este material como su aportación propia se ha llamado fuente M (Mateo) y fuente L (Lucas). Los elementos M y L son congruentes con la personalidad e intención de uno y otro autor al escribir el evangelio: Mateo, como he dicho, es un judío dirigiéndose a la comunidad de judíos conversos de Antioquía de Siria, con la intención de mostrarles que Jesús es el Mesías esperado en el cual se han cumplido las profecías (Mesías=Cristo=Ungido=Rey), aunque Rey no político, como muchos lo esperaban. Lucas, un médico gentil que se dirige a una comunidad de conversos gentiles, por lo que subraya la misericordia de Dios para con todos los hombres, no solo para con el pueblo judío, hasta el punto de que el suyo es llamado el evangelio de la misericordia.12

La otra fuente de los evangelios es Juan, sea o no el discípulo de Jesús, pues tampoco esto es materia de fe, aunque hay mayor razón para afirmarlo ya que en este caso así se dice en ese evangelio. Y algunos científicos consideran también como fuente el llamado evangelio de Tomás, aunque este solo añade unos pocos logioi o dichos de Jesús a los que ya aparecen en Q o son una especie de eco de los anteriores. Quedan así cinco fuentes para los evangelios: Q, Marcos, M, L, Juan (y una sexta fuente, muy breve, para quienes incluyan el evangelio de Tomás).

Así pues, no es dogma de fe como afirmas tú que fueran estos los autores, pero lo fueron, y, si no ellos, discípulos de los apóstoles que escribieron lo que enseñaban. A esa enseñanza uno puede dar crédito si tiene fe (=pisté=confianza), y puede no darlo, por lo que no te pido que me sigas hasta ahí.

Como apoyo a estas atribuciones, y porque no te parezcan gratuitas, te copio algunos testimonios de padres de la Iglesia, apostólicos y apologistas, del siglo II, como san Papías de Hierápolis, san Ireneo de Lyon y san Clemente de Alejandría:

“El Evangelio según Marcos se empezó a escribir de la siguiente manera: en tiempos en los que Pedro publicaba la palabra en Roma y exponía el Evangelio bajo la acción del Espíritu, aquellos que en gran número estaban presentes en aquella ocasión le pidieron a Marcos que, puesto que llevaba mucho tiempo acompañando a Pedro y se acordaba de las cosas que él había dicho, pusiera por escrito sus palabras; así lo hizo y les dio el Evangelio a los que se lo habían pedido; cuando se enteró de ello Pedro, no dijo nada ni para impedirlo ni para promoverlo (...) Pero el último de todos, Juan, sabiendo que los hechos externos ya habían quedado claros en el Evangelio, urgido por sus amigos e inspirado por el Espíritu Santo, escribió un Evangelio espiritual” (Clemente de Alejandría, según Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica, 6, 14, 5-7).

“Marcos, que fue intérprete de Pedro, puso cuidadosamente por escrito, aunque sin orden, lo que recordaba de lo que el Señor había dicho y hecho. Porque él no había oído al Señor ni lo había seguido, sino, como dije, a Pedro más tarde, el cual impartía sus enseñanzas según las necesidades y no como quien hace una composición de las sentencias del Señor, pero de modo que Marcos en nada se equivocó al escribir algunas cosas tal como las recordaba (...) Mateo dispuso los discursos del Señor en la lengua de los hebreos, y cada uno los interpretó como pudo” (Papías de Hierápolis, según Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica, 3,39,14-15,16. Te recuerdo que Papías es Padre apostólico, es decir, discípulo directo de los apóstoles, concretamente de san Juan)

“Mateo publicó entre los hebreos en su propia lengua una forma escrita de Evangelio13, mientras que Pedro y Pablo en Roma anunciaban el Evangelio y fundaban la Iglesia. Fue después de su partida cuando Marcos, el discípulo e intérprete de Pedro, nos transmitió también por escrito lo que había sido predicado por Pedro. Lucas, compañero de Pablo, consignó también en un libro lo que había sido predicado por éste. Luego, Juan, el discípulo del Señor, el mismo que había descansado sobe su pecho, publicó también el Evangelio mientras residía en Éfeso” (San Ireneo, contra las herejías, 3.1, 1)

“El cuarto evangelio es de Juan, uno de los discípulos. Cuando sus condiscípulos y obispos le animaron, dijo Juan: Ayunad conmigo durante tres días a partir de hoy, y lo que nos fuera revelado contémoslo el uno al otro. Esta misma noche le fue revelado a Andrés, uno de los apóstoles, que Juan debería escribir todo en nombre propio y que ellos debían revisárselo” (Canon de Muratori)14

Pero lo que aporta el dato científico es algo que encaja perfectamente con lo que creemos: los sinópticos fueron escritos en los años sesenta por testigos oculares o discípulos directos de ellos, y el evangelio de Juan fue redactado en torno al año noventa, algo que también resulta natural, pues el evangelio da a entender que era el discípulo más joven, probablemente un adolescente (por eso llega el primero, cuando corren al sepulcro), y, siendo el único apóstol que no murió mártir, la tradición dice que llegó hasta muy anciano (con alguna conmovedora anécdota de su ancianidad, recogida por Eusebio de Cesarea). En los años noventa tendría pues unos setenta y cinco años, ya que Jesús murió en el año treinta, más o menos la edad que tengo yo ahora, precisamente cuando ando tentado, como tantos otros de mi quinta, de escribir mis recuerdos de juventud, así que la cosa parece natural. De hecho, se ha encontrado un fragmento de papiro del Evangelio de san Juan datado en el año 125, lo que supone un auténtico record para obras de la antigüedad, entre fecha de escritura y fecha del primer fragmento conservado. De los otros evangelios se conservan fragmentos más amplios del siglo II y III (lo que también es un record) y el primer libro con los cuatro evangelios seguidos, tal como los leemos ahora, es el código sinaítico de principios del siglo V15.

¿Cómo hemos fijado la crucifixión de Jesús -de la que tenemos noticia también por otras fuentes- en el 7 de abril del año 30? Porque los evangelios convergen en que sucedió en la tarde de la Pascua o Parasceve, que cayó ese año en el día anterior al Sabath. Esto significa que la primera luna llena de primavera fue en viernes, lo que solo pudo haber ocurrido el 7 de abril del año 30, o en fecha tan anterior o posterior en varios años que resulta ya incompatible con el resto de los datos históricos, entre ellos el de que Jesús tuviese unos treinta años en el año 15 de Tiberio (como leemos en Lucas 3,1), es decir en el año 28 de nuestra era (o año 27, según cierto cómputo alternativo); su vida pública duró tres años breves, pues san Juan cuenta cuidadosamente tres pascuas, lo que sitúa su vida pública en los años 28, 29 y 30 de nuestra era, es decir cuando Jesús tenía 33, 34, 35 años, o quizá un año más.

¿Y en base a qué dato histórico, esa edad de Jesús?, es decir, ¿cómo establecer el año en que nació? De él se sabía que era de Belén, procediendo de allí su familia por vía paterna. Alguien ha dicho que se trata de un engaño, pero, ¿por qué ha de ser un engaño que yo sea valenciano, lo que mis familiares y amigos saben, y yo mismo no podría ocultar? Con mayor razón, en el mundo judío, donde la tribu de procedencia era más importante que ahora el DNI. Pero se ha dicho que se escribió así para hacerlo nacer en el lugar de la profecía. Esto podría ser creíble en el caso de Mateo, un judío dirigiéndose a una comunidad judía, siempre atento al cumplimiento ¡a veces impresionante! de las profecías16. Pero es que converge con Lucas, precisamente quien narra prolijo las circunstancias del nacimiento en Belén, sin decir nada de tales profecías que probablemente ni conocía, y menos las conocían los gentiles a quienes se dirigía. Lucas dice haberse informado de los testigos oculares de los hechos, y ¿por qué tendrían que engañarle? La familia viajó a Belén para el empadronamiento -por el que cada uno viajaba a su ciudad de origen- que, en efecto, Herodes el Grande llevó a cabo en el año 6 a.C. No fue un empadronamiento en todo el orbe (romano) como dice Lucas al principio del capítulo segundo, pero sí tuvo esa universalidad el empadronamiento del año 15, siendo Cirino gobernador de la Siria (tal como Lucas dice). Al haber sido el empadronamiento principal de esa época, el que habría quedado en la memoria colectiva de los judíos, Lucas, que habría oído hablar de él, debió pensar que fue el que llevó a la familia a Belén. Esto es en caso de que se traduzca Lucas 2,2 como “este censo fue el primero del gobierno de Siria por Cirino”. Pero es que “proté” puede traducirse no solo como adjetivo “primero” sino también como adverbio “antes de”, resultando entonces: “este censo fue antes que el del gobierno de Siria por Cirino”, es decir el que todos recordaban, en cuyo caso podemos ahorrarnos esa explicación.

Sea lo uno o lo otro, esta ambigüedad viene como de molde para recordar que así como no hay ciencia natural revelada (como hemos recordado de san Agustín en De Genesi ad Literam) tampoco hay ciencia historiográfica revelada; solo consideramos revelación y objeto de fe las verdades espirituales, relacionadas con la salvación, y pongo otro ejemplo: En Las tradiciones de los judíos, dice Flavio Josefo que San Juan Bautista fue decapitado por el tetrarca Herodes Filipo, hermano del tetrarca Herodes Antipas, debido a la enemiga que le tenía Herodías, quien había abandonado a su marido. Pero pone a Herodías como madre de Salomé, la esposa de Herodes Filipo, mientras que Marcos y Mateo ponen a Herodías como la esposa del tetrarca. Está claro que los evangelistas han podido confundir la madre con la hija, o bien el error es del historiador Flavio Josefo, pero no se nos ocurre dar la razón a los primeros por el hecho de ser evangelistas, porque errare humanum est, y solo consideramos inspirados y objeto de nuestra fe los aspectos espirituales de la Buena Nueva. Lo que está claro en este detalle, como en tantos otros, es que ya nadie, creyente o no creyente, puede seguir diciendo con seriedad que el evangelio sea un constructo griego del siglo II sin relación con el mundo judío del siglo primero.

Así pues, Jesús nació en el año 6 a.C. y fue crucificado en el año 30 p. C., a los treinta y cinco años de edad, quizá uno más.

Quisiera hacer, por último, un comentario a propósito de esta edad de treinta y cinco años, o algo más. Supongo que, habiendo estudiado conmigo la carrera de matemáticas, recordarás la transformada de Fourier, que convierte la frecuencia (color) en espacio, y el espacio en frecuencia; pues bien, usando esta transformada se ha podido obtener, automáticamente, con solo ordenador (a-kiro-poietos, es decir, no-por mano-hecho, sin intervención de mano humana), la imagen transformada de Fourier de la sábana santa, donde el color rojo de la sangre que deforma la imagen de la sábana (hasta hacer parecer un viejo al azotado y crucificado con corona de espinas) queda convertido en espacio, de modo que se puede prescindir fácilmente de la zona espacial correspondiente a la frecuencia del color rojo. Entonces, se pide a la computadora que vuelva a hacer transformada de Fourier para obtener la imagen original, la cual aparece entonces sin la contribución del color rojo -ha quedado filtrado-, es decir, aparece la imagen original de la sábana sin la deformación que producía la sangre que la impregnaba: aparece un rostro limpio, de un varón más bien cejijunto, nariz pronunciada, de unos treinta y cinco años, quizá algo más. Se trata de un hallazgo reciente de Nello Ballosino, publicado con profusión de detalles científicos y procesuales, y está disponible en internet la imagen “a-kiro-poietos” que de este modo se obtiene: es impresionante ver la fotografía de un hombre del siglo I, cuando no hay ninguna otra anterior al siglo XIX en que se inventó la fotografía. Fíjate, Carlos, en que no he apelado a la fe, de modo que hasta aquí me puedes seguir: no he dicho que tal hombre sea Jesús.

Pero apelo a la ciencia para decir que esa tela es del siglo I, y no es del siglo XIV: los expertos en datación por carbono 14 consideran que aquella prueba fue inválida pues la tela había sido carbonizada al incendiarse, y porque se le echó entonces agua encima para apagarla, todo lo cual enriquece la proporción de carbono 14, haciendo aparecer la muestra como reciente. Añade a esto que -aparte la conocida historia de la sábana en siglos muy anteriores al XIV- se ha encontrado una pintura dos siglos anterior a ese en que fue datada en la que se reproduce a un lado, junto al dibujo de la imagen de la sábana, el dibujo del tipo de trenzado de su tejido, con la clara intención de que no haya lugar a equívoco o falseamiento alguno. En resumen, el carbono 14 no ha permitido datar la sábana. Pero una reciente publicación por el equipo del científico italiano Liberato de Caro, del Instituto de Cristalografía del Consejo Nacional de Investigación, utilizó un método de dispersión de rayos X de gran angular para examinar el envejecimiento natural de la celulosa. Aplicado a la síndone y publicado en el artículo “Datación por rayos X de una muestra de lino de la Sabana Santa de Turín” del pasado 11 de abril, esta nueva técnica de rayos X de más alta precisión para estimar la antigüedad que la proporción del carbono 14, ha dado este resultado: siglo I. Así pues, no se afirma aquí que la imagen sea de Jesucristo, pero sí que la ciencia ha determinado que esa sábana es del siglo I (aparte de que lleva esqueletos de polen que solo se encuentra en Palestina, y un rastro de polen de los distintos lugares de la historia que se le atribuía, según un prolijo estudio de criminología realizado en los años setenta). Así pues, tratándose de ciencia, leyendo tú mismo cualquiera de los múltiples artículos escritos sobre el tema, si es que lo deseas17. De hecho existen varias revistas -y también libros- sobre sindonología, pues así se llama la ciencia transversal que estudia esta síndone única, donde no solo se halla el negativo de la primera fotografía de la historia, sino que aparece con información tridimensional, lo que ha permitido -akiropoietos- obtener por ordenador la imagen en tres dimensiones, algo que no ha sido posible todavía con fotografía alguna, sino solo con combinaciones de fotografías, mediante una técnica inventada por la NASA.

Aunque no lo haya mencionado, al decir que puedes acompañarme hasta la datación por la ciencia de esa sábana, entiendo que se trata de acompañarme hasta cerca de la resurrección de Jesucristo, pero no hasta la misma resurrección, pues es eso exige la fe que no tienes. Puedes acompañarme hasta el momento en que los discípulos de Jesús encontraron el sepulcro vacío y en que dijeron que Jesús se les apareció después de su muerte y sepultura, porque así se lee en los cuatro evangelios, con las convergencias y divergencias propias de testigos, o de quienes lo han oído directamente de testigos, y lo cuentan tiempo después: si el relato es falso todo es convergencia, pues los falsos testigos se ponen de acuerdo en lo que han de decir (fenómeno que se considera en criminología al tomar declaraciones). Pero si es verdadero, y aún más cuando ha pasado mucho tiempo, hay convergencias, divergencias y complementariedades entre los relatos de varios. Ahora bien, pedirte que me sigas hasta aquí no significa pedirte que me sigas en la fe. Pues quien hasta aquí ha seguido, aún puede decir que el sepulcro estaba vacío porque el cuerpo de Jesús fue sustraído, y que quienes creyeron haber visto a Jesús (no ciertamente vuelto a la forma anterior, sino en lo que llamamos los creyentes “cuerpo glorioso”) tan solo tuvieron visiones, no que Jesús hubiese resucitado realmente y se les hubiese aparecido.

Porque éste es el núcleo de nuestra fe: “Si Cristo no ha resucitado, inútil es nuestra predicación, inútil es también vuestra fe” (1 Corintios, 15, 14). Profesamos su verdadera resurrección, no solo que su personalidad y enseñanza permaneciese viva en el espíritu de los cristianos, algo que todo el mundo comprende que sucedió, sin que haga falta fe para afirmarlo.

De hecho, las personas que no creen en la resurrección, en realidad no creen en ningún milagro, y es porque les parece incompatible con la ciencia. Aquello que Louis Pasteur decía, “la poca ciencia aleja de Dios, la mucha ciencia devuelve a él”, se ha cumplido aquí acaso literalmente. Y es que pasó el tiempo en que sólo se podía entender el milagro como una suspensión de las leyes físicas. En el estado actual de la ciencia también podría entenderse algo compatible con esas leyes, pero altamente improbable, o, por decirlo de otro modo, como algo que sólo viola las violables leyes de la probabilidad. Un milagro consiste en que lo altamente improbable, pero posible, suceda. Lo explicaré con tres ejemplos.

Primero, considera un mono que vea a su dueño escribir a máquina y luego es dejado solo con la máquina de modo que se pone a imitarle y a pulsar las teclas. ¿Podría salir una novela, perfectamente puntuada, y tan llena de gracia, sabiduría y sentido, como, por ejemplo, que le saliera el Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha? Podría salirle, en el sentido de que no contravendría ninguna ley de la matemática, ni de la física, ni de la química, ni de la biología. Tal casualidad es altamente improbable, pero es posible, o, al menos, no es incompatible con ninguna de las ciencias.

Segundo, considera una cabina de cristal con un cristal que la separa en dos estancias, y una de ellas llénala con un gas de color rojo, para que quede bien visualizado; como la cabina es transparente, ves un lado lleno de gas, color rojo, y el otro vacío. Retira ahora el tabique de separación entre ambas estancias, y ¿qué ocurre? Que el gas se expande hasta ocupar toda la cabina, todo queda rojo. ¿Por qué sucede esto? Porque sus moléculas se mueven al azar, pero antes chocaban con el tabique de separación y ahora ya no chocan, de modo que ocupan toda la cabina. Pero ahora, vamos a hacer otra cosa. Vamos a partir de la situación en que el gas esté totalmente expandido porque no haya tabique de separación ¿Podría ser que, de repente, todo el gas se situase en el lado izquierdo y allí permaneciese como si hubiese tabique, sin que realmente lo haya? Respuesta: aunque altamente improbable, es posible, pues, moviéndose las moléculas del gas al azar, pudiera ser que todas se movieran en un momento hacia el lado izquierdo, dando lugar a la forma de media cabina, o a cualquier otra forma, como por ejemplo la de un oso que bosteza. Altamente improbable, pero posible, ya que no contradice las leyes de la física.

Tercero, considera un Seat 600 debajo de una rampa, sin gasolina. ¿Podría subir la rampa? De nuevo, altamente improbable pero posible, pues la mecánica cuántica asigna a cada una de sus partículas una probabilidad de aparecer en cualquier otra parte del universo, aunque mayormente aparecen donde les toca. Como cada partícula tiene una probabilidad de aparecer arriba, todo el Seat 600 tiene una probabilidad de aparecer arriba. Y he dicho Seat 600, un modelo que ya no se usa, porque calcular -en orden de magnitud, por supuesto- tal probabilidad fue pregunta en un examen de física cuántica en la universidad de Zaragoza, cuando aún circulaban esos coches tan utilitarios.

La mecánica cuántica dice que nuestro conocimiento de la naturaleza solo alcanza a predecir probabilidades, si bien de manera rigurosa. Pero probable y posible son conceptos distintos. De manera que lo muy improbable puede ser posible, como sostengo que podría ocurrir con los milagros. Esto significa que el milagro consistiría en que lo altamente improbable ocurra, y con ello no se contradice necesariamente ninguna ley de la física. Se trata simplemente de aceptar que lo muy improbable podría suceder en algún caso. Por decirlo con palabras de alguien más autorizado que yo, un profesional de la teología, el luterano Wolfhart Pannenberg: “The idea that God can bring forth what is new and unusual only by breaking the laws of nature has been overruled by the insight that, for all their regularity, the laws of nature do not have the character of closed (or, better, isolated) systems”18.

Y como te veo, Carlos positivista, sonriendo al leer estas cosas, déjame que te cuente mi propio proyecto en relación con este tema del milagro, proyecto en el que cualquiera podría seguirme, y así su realización me resultaría menos trabajosa.

Para empezar, vuelvo a recordarte que el creyente admite la posibilidad de los milagros, porque si no fuera así no creería en la resurrección de Jesucristo y, lo diré otra vez, si Jesús no ha resucitado vana es nuestra fe. Y no solo obró milagros, sino que los puso como señal que habría de acompañar a sus discípulos. Los milagros han seguido dándose y se dan en la actualidad, hasta el punto de que el siglo XX ha sido el más profuso en milagros, ya que es el siglo en el que más beatificaciones y canonizaciones ha habido, y cada una de ellas exige uno (exceptuado el caso del martirio), de tal modo que el positivista que pida una señal, hoy no tiene que ir muy lejos, pues puede consultar las actas de la última beatificación que haya tenido lugar en su ciudad.

O puede acudir al testimonio de otras personas que le merezcan credibilidad, como quizá el premio Nobel de medicina Alexis Carrel, quien, no siendo creyente, pidió ser testigo de un milagro como oportunidad que diera a la fe, y así siguió a una enferma, solo a una, con un cáncer visible que escogió entre muchos como incurable y, según narra en su clásico Viaje a Lourdes, lo vio ceder hasta desaparecer ante sus propios ojos mientras se rezaba el rosario en la gruta. El Seat 600 había subido la rampa.

O el testimonio de gente que quizá te parezca poco creíble, pero 70 000 personas venidas de muchos países y de otros continentes, es demasiada gente poco creíble, ya que todos, creyentes y no creyentes, vieron en Fátima exactamente el mismo milagro, sin que ni uno solo de los presentes lo negara. Consulté hace tiempo en la hemeroteca nacional de Madrid la prensa laica portuguesa, “O Seculo”, del día siguiente, 14 de octubre de 1917 y allí en primera página estaba la noticia con su titular “Com o sol bailou ao meio dia em Fatima”. Su corresponsal, enviado probablemente para registrar el fiasco, lo que había registrado era el milagro. Los testimonios están publicados, innumerables19, y en vida nuestra quedaban aún muchos supervivientes que lo contaban a quien se terciase. Puede decirse que fue sugestión colectiva, pero tal no existe, ya que una persona puede sugestionarse, pero ¿tantas al mismo tiempo, y que todas, sin excepción, vieran lo mismo? ¿Y que al acabar el milagro la tierra estuviera completamente seca, cuando un rato antes corrían ríos de agua, todos allí con sus paraguas como se ven aún en las fotografías? ¿Puede eso ser mera sugestión? O te manchas en el barro o no te manchas en el barro, pero la sugestión no te va a manchar ni a dejar de hacerlo. El Seat 600 volvió a subir la rampa.

Entre intelectuales, incluso católicos, no está bien visto, a veces, hablar de milagros, pero yo sí hablo, y no me importa lo que otros piensen, porque veo las cosas así: en primer lugar, si no puedo hablar de milagros, no puedo hablar de la resurrección de Jesucristo, y por tanto vana es mi fe. En segundo lugar, parto de que los milagros suceden, y entonces me pregunto: ¿por qué no hemos de hablar de ellos? Si Dios se ha tomado la molestia de darnos esas señales20, ¿por qué no hemos de atender a ellas, como si non dentur?

Bien, pues aquí viene mi proyecto. Están los famosos milagros eucarísticos. Han beatificado recientemente (10 de octubre de 2020) a un adolescente italiano, Carlo Acutis, que se dedicó a clasificarlos y a disponerlos, bien documentados, en internet. Mi proyecto es éste:

Confecciónese un listado de milagros eucarísticos lo más completo posible (el trabajo ya hecho por Carlo Acutis puede ayudar).

Prescíndase de todos aquellos que sean posteriores al descubrimiento de los grupos sanguíneos, solo nos valen los anteriores.

De entre ellos, quedémonos sólo con aquellos en los que la sangre ha sido analizada y el resultado está disponible en internet.

Compruébese que todos ellos son del mismo grupo sanguíneo AB que el de la sangre en la sábana de Turín.

¿Por qué esto? Porque si resulta así un listado de n registros, la probabilidad de que en todos ellos la sangre sea AB es 3’4/100 elevado a la potencia n, ya que la probabilidad de que el grupo sanguíneo sea AB es de solo un 3’4%. Yo he empezado a hacer esto, y en los 7 análisis que he consultado -no más porque aún no me he puesto en serio- me he encontrado con sangre del grupo AB (siete, si se incluye la sábana de Turín). Se trata pues de una probabilidad de 3’4/100 elevado a la séptima potencia, lo que resulta en una probabilidad de 1 entre más de 19 mil millones, es decir, entre el doble y el triple de los habitantes actuales de la Tierra. Así que ambos amigos, Carlos positivista e Ignacio crédulo, vamos a hacer juntos un viaje con la imaginación al planeta Tierra, pero imaginándola dos o tres veces más poblada de lo que está, diecinueve mil millones de habitantes ¡Mucha gente!, ¿verdad? Imaginamos Madrid con unos nueve millones de habitantes y así todas las ciudades. Y vamos a ponernos de acuerdo en que si el primer señor que encontramos en el planeta Tierra se llama AB yo tengo razón, y si no se llama así, por ejemplo, si se llama Pepito, la tienes tú. “Oiga, usted, señor, señor (entre tal ingente multitud), ¿cómo se llama usted?” “Pues me llamo AB” “¿Y hay mucha gente en este planeta de 19 mil millones de habitantes que se llame también AB?” “Pues no, mire usted, ha dado usted con el único AB que hay en la tierra, así que ha tenido una suerte verdaderamente extraordinaria”.

Entonces habré ganado yo, y me habrás de invitar a una caña con pincho de tortilla, porque esa misma suerte o casualidad es que siete muestras de sangre tomadas al azar, antes de que hubiese conocimiento alguno de lo que es un grupo sanguíneo, sean todas ellas del tipo AB. Imagínate, Carlos, si sigo con el trabajo que propongo y luego lo publico. Creo que hay más de 20 milagros eucarísticos. Supón, por ejemplo, que encontramos que 15 han sido ya analizados y publicados, y que miramos el grupo sanguíneo y sale, como estoy seguro de que saldrá, tipo AB. ¿Te imaginas lo que es 3’4/100 elevado a la potencia 15? Por lo menos es un artículo publicable en alguna de esas revistas de sindonología, no me digas que no. Aunque está claro que aún se podrá decir que ha salido 15 veces AB por casualidad, pero me gustaría que fuese Richard Dawkins quien me lo dijese21.

Notas

1 Tomaré todas las citas de teología de un autor en particular, Ignacio Ellacuría, y más en particular de esta famosa tesis publicada en el libro homenaje a Karl Rahner de 1995, considerada como la publicación más representativa de este autor, principal exponente e inspirador de la teología latinoamericana. Conociendo tu perfil humano y político, he querido referir los aspectos teológicos a la obra de Ellacuría, porque entiendo que, aun no manifestándote creyente, sientes respeto por la proyección humana de su discurso teológico. Es pues un tema más de acercamiento entre nosotros, pues también yo siento un especial respeto -y más que respeto, acuerdo- con ese aspecto horizontal, además de los verticales, de la teología de mi tocayo vasco. “Ellacu” como sus amigos le llamaban. “Un golpe brutal te ha derribado” (así, la elegía por Ramón Sigé. ¿Escribirá alguien la no menos merecida elegía por Ignacio Ellacuría?).

2 Advierte Ellacuría 3.5 de los peligros que se siguen de “confundir, al menos en los juicios prácticos, la totalidad y la unidad del mensaje de la fe con la totalidad y la unidad de una determinada teología”. Muy actual.

3 Ellacuría 2.4: “La existencia del pluralismo teológico es un dato histórico. Es, asimismo, una necesidad histórica. Dejando aparte el carácter histórico de la salvación como fuente principal del pluralismo, éste, desde un punto de vista teórico, se fundaría en la parcialidad y multiplicidad de las aproximaciones racionales; desde un punto de vista pastoral, se fundaría en las distintas condiciones de humanidad en que viven los cristianos”.

4 Hemos tenido una experiencia muy reciente de esta riqueza, y de esta pluralidad en el quehacer teológico, en la llamada teología latinoamericana que ha interpretado facetas muy importantes del Reino de Cristo como transformación, ya, aquí y ahora, de situaciones de injusticia, que compete pues a los auténticos cristianos emprender. Nada quita del Reino escatológico la urgencia de su proyección -como deber- en el aquí y ahora: “así en la Tierra como en el Cielo”, y “en la Tierra” no es sólo, aunque sí principalmente, transformación de nuestros corazones, sino, como consecuencia, transformación de la historia y de la ciudad de los hombres que a cada uno de nosotros ha tocado vivir. Ellacuría, 9.4d: “La conexión entre las series verticalista y horizontalista, así como su necesaria superación, no se logra ni por el camino idealista de las intenciones, ni por la apelación a un futuro postmundano ni a un presente transmundano. Se logra en la realidad histórica, poniendo aquellas acciones que a la par hacen historia y hacen salvación”. Ellacuría, 5.6: “Cada vez más se ve la necesidad… de una teoría en conexión con una praxis socio-política, que englobe la dimensión personal y dé [sin acento en el original] encarnación a una transcendencia que supera en la historia a lo histórico”. Y, finalmente, advirtiendo de un peligro reduccionista en los dos extremos, Ellacuría, 6.5.5: “Se ha superado el tratamiento puramente especulativo y aun meramente interpretativo de la fe, pero a veces se propende a reducir el saber teológico a su función tranformativa y liberadora”.

5 Nos enseñaron que la Iglesia considera ambas, Tradición y Escritura, como las dos fuentes de la revelación, pero el Concilio ha precisado más, con hondura teológica: la revelación tiene una sola fuente, Jesucristo, la Palabra o Revelación del Padre; y esta nos llega por ambas, Tradición y Escritura: “Quiso Dios, con su bondad y sabiduría, revelarse a Sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad (cf. Ef. 1.9): por Cristo, la Palabra hecha carne, y con el Espíritu Santo, pueden los hombres llegar hasta el Padre y participar de la naturaleza divina” (Dei Verbum, 2). Y a continuación, el origen de la Tradición: “Cristo nuestro Señor, plenitud de la revelación (cf. Cor 1,20 y 3,16-4,6) mandó a los Apóstoles predicar a todos los hombres el Evangelio como fuente de toda verdad salvadora y de toda norma de conducta” (DV 7). Se nos ha dado pues estas dos: “La Tradición y la Escritura están estrechamente unidas y compenetradas; manan de la misma fuente, se unen en un mismo caudal, corren hacia el mismo fin. La Sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo. La Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los Apóstoles, y la transmite íntegra a los sucesores; para que ellos, iluminados por el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación. Por eso la Iglesia no saca exclusivamente de la Escritura la certeza de todo lo revelado. Y así ambas se han de recibir y respetar con el mismo espíritu de devoción”.

6 El breve evangelio de Tomás, tan sólo consistente en sentencias, es considerado como fuente por algún experto, aunque no es opinión mayoritaria. Junto a algunas logioi (sentencias de Jesús) a modo de eco de los que ya estaban en la fuente Q, añade otras de carácter gnóstico. El evangelio de Pedro encontrado en el siglo XIX, con dataciones entre el siglo III y el siglo VIII, pero del que dos papiros recientes proporcionarían una discutida atribución al siglo II, viene a ser una ampliación de Mateo, Lucas y Juan, ignorante de Marcos.

7 En esta exposición omito dar nombres, que un experto podría reconocer en cualquiera de estas posturas, porque así me ahorro tener que justificar mis asignaciones, lo que alargaría el escrito; digamos que ha habido de lo uno y de lo otro, y en diversos grados, como no podía ser de otro modo.

8 Estos giros historicistas incluyen flexibilizaciones de los criterios de historicidad aplicados inicialmente a los textos, así como ampliaciones a más criterios. Su exposición haría este escrito demasiado técnico y largo, pero lo que podemos retener es que, a la par que los descubrimientos arqueológicos, los aún más importantes descubrimientos filológicos han avanzado siempre a favor de la historicidad del evangelio, y de la antigüedad de su previa tradición oral, que en la actualidad se considera pre-pascual. Esto significa que no solo es del siglo I, y no del siglo segundo como supusieron las primitivas investigaciones, sino tradiciones orales que se remontan al tiempo mismo en que Jesús predicaba (con parábolas, por ejemplo, que Jesús exponía de modo distinto en distintos lugares).

9 De hecho el mejor griesgo es el de Lucas, pues era greco-parlante por haber nacido, al parecer, en Antioquía, como nos dicen algunos padres, por ejemplo, S. Jerónimo. De hecho se cree que escribió el evangelio en el mismo Antioquía, aunque algunos expertos se inclinan por Roma, al igual que los Hechos. Ambas hipótesis son plausibles pues, aunque muestra un muy buen conocimiento de la comunidad cristiana antioquena, la secuencia histórica de evangelio y Hechos termina en Roma, con el encarcelamiento de Pablo. Su escrito refleja además, desde su mismo prólogo, el hombre culto que era, pues es llamado por S. Pablo “mi querido médico”.

10  “Él, en efecto, llevó a cabo hechos sorprendente, siendo maestro de personas que acogen de buen grado lo que es verdad. Y se ganó a muchos que eran judíos y también a muchos de origen griego. Él era el Mesías. Y aunque Pilato, por una acusación de nuestros dirigentes, lo condenó a la cruz, los que lo habían amado antes no dejaron de amarlo. Al tercer día se apareció vivo otra vez. Los profetas de Dios habían profetizado esto y muchísimas otras maravillas sobre él y hasta el día de hoy el grupo de los cristianos, llamados así por su causa, no ha desaparecido” (Antigüedades de los judíos, 18, 63-64). Hemos puesto en cursiva lo que parece interpolación por un cristiano, habida cuenta de la referencia que Agapios, obispo de Hierápolis, hace de este texto: “Josefo dice que en esta época hubo un hombre sabio que se llamaba Jesús, que se comportó bien durante su vida y fue conocido como un hombre virtuoso. Muchos judíos y mucha gente de otras naciones se hicieron discípulos suyos. Y Pilato lo condenó a la crucifixión y a la muerte, pero los que habían sido discípulos suyos no dejaron de serlo y explicaron que se les había aparecido tres días después de su crucifixión y que estaba vivo. Y puede ser por eso (según ellos) que fuera el Mesías acerca del cual los profetas habían dicho cosas maravillosas”.

11 No plantean problema estas divergencias en la datación. Ésta se establece a partir de inferencias internas: la de Marcos, por ejemplo, alrededor de la muerte de Pedro (Ireneo dice que poco después, y Clemente de Alejandría dice que poco antes); y la muerte de Pedro fue en el 65, probablemente. A partir de ahí, juega un papel principal el discurso apocalíptico de Jesús, y la suerte de Jerusalén descrita en él (que, en algunos rasgos de Lucas, parece narrada post eventum, tras la destrucción de Jerusalén por Tito en el año 70). Pero esto no tiene mucha importancia mientras los evangelios sean apostólicos, es decir, de la época apostólica, en la cual se inscriben claramente ambas décadas. El apócrifo más antiguo, Tomás, es del 150, más o menos, aunque ha habido alguna propuesta aislada de datación tan temprana como los sinópticos.

12 El rostro de Dios más enfatizado en el evangelio de S. Lucas es, en efecto, el de la misericordia: “Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso”, Lc, 6,36). O el entrañable pasaje: “Pero los fariseos y los pecadores murmuraban diciendo: Este recibe a los pecadores y come con ellos. Entonces les propuso esta parábola: ¿Quién de vosotros si tiene cien ovejas y pierde una, no déjà las noventa y nueve en el campo y sale en busca de la que se perdió hasta encontrarla? ”, (Lc. 15, 2-4); o la alegría de la mujer que encontró la dracma perdida, así la alegría en el cielo por un pecador que se convierte (Lc, 15, 8); o el Padre que espera al hijo que le ha abandonado (Lc. 15, 11-32). Lo verá de lejos aparecer y lo cubrirá de besos sin dejar que se arrodille. “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti” (el hijo mayor, en cambio, se sentía con derecho por sus propios méritos, porque había cumplido la Ley). Es el Salvador a quien unge la mujer pecadora… Es el evangelio de la misericordia, el evangelio dirigido a nosotros, no a aquel hijo mayor de la parábola sino a nosotros, al hijo pródigo, a los gentiles. Y son las entrañas de misericordia del buen samaritano -¡un gentil!- en una de las parábolas propias del evangelio de S. Lucas, y de las más bellas del evangelio.

13 Como todos los evangelios están escritos en griego, se trataría pues de que el evangelio de Mateo fuese traducción de un original arameo, aunque hay autores que opinan que ese original podría ser precisamente la perdida fuente aramea Q.

14 El Canon de Muratori (el investigador italiano que lo encontró) es de la segunda mitad del siglo II, se cree que en torno al año 170. Su autor más probable es S. Hipólito de Roma, y está escrito en latín. Contiene la primera enumeración explícita de todos los libros que la Iglesia considera, en base a la Tradición, como libros canónicos del Nuevo Testamento.

15 Con todo, es posible que se haya encontrado algo más antiguo, pues un papirólogo alemán ha publicado recientemente un estudio por el que el papiro P64, fragmento del Evangelio según San Mateo, sería del siglo primero, e incluso podría ser del año 60 d. C. ¡La época en que ese Evangelio se escribió! Fragmentos algo mayores que el P52 son dos del Evangelio de San Mateo, el P77 y el P104, conservados en la Sackler Library de Oxford, datados entre el año 150 y 200. El siguiente en interés es el fragmento P53, conservado en la biblioteca de la universidad de Michigan (Ann Arbor). Se trata de doce lineas completas de los Hechos de los Apóstoles (del pasaje en que S. Pedro resucita a una niña: “Tabita, kumi!”). Y por citar lo más antiguo que tenemos de S. Pablo, en la biblioteca Chester Beatty de Dublin se conserva una página entera de la epístola a los Gálatas, una copia del año 200 aproximadamente. El verdadero “pelotazo” en esta materia lo dio, tan temprano como en el siglo XIX, el joven lingüista Constantin von Tischendorf cuando descubrió el Codex Sinaiticus del que te he hablado, al parecer olvidado como material para alimentar una chimenea, en el Monasterio de Santa Catalina, en pleno desierto del Sinai. Se trata de un manuscrito del siglo IV. Fue adquirido en 1933 por varias bibliotecas, y la mayor parte de él se conserva en la British Library de Londres. Contiene, completos, los cuatro evangelios, en el orden habitual, comenzando cada uno con la atribución a su autor. Se trata pues del ejemplar más antiguo del que disponemos de los cuatro evangelios. Estos son ciertamente los más antiguos, pero tenemos en la actualidad alrededor de dos mil manuscritos con el original griego de los Evangelios. Todo esto es un auténtico record, comparado con cualquier otra obra de la antigüedad, de la que nadie duda, pues no compromete nuestras vidas.

16 “Han taladrado mis manos y mis pies, puedo contar todos mis huesos. Ellos miran, me observan, se reparten mis ropas y echan a suerte mi túnica”, Salmo 22 [21 en la Vulgata], 17-19, entre muchas otras profecías que más parecen palabras de historiador que de profeta.

17 Sobre la falsedad de la datación del carbono 14 aparecido un libro de Werner Bulst con el título “El análisis del carbono 14 en la sábana santa fue un fraude”, pero no puedo recomendarte algo que aún no he leído, ni voy a demorar esta carta tan solo por leerlo.

18 Wolfhart Pannenberg, Systematic Theology, vol. 2, T&T Clark International, London - New York 2004, p. 73.

19 Por ejemplo, un libro colección de testimonios de gente de todo tipo, los que eran creyentes y los que eran ateos, los ricos y los pobres, los cultos y los incultos: Al habla con los testigos. El milagro solar de Fátima. Ediciones “Sol de Fátima”. Madrid, 1988.

20 Juan, 10, 37-38: “Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, creed en las obras, aunque no me creáis a mí, para que conozcáis y sepáis que el Padre está en mí y yo en el Padre”. Marcos, 14, 17: “A los que crean en mí les acompañarán estos milagros”, y a continuación describe varios ejemplos “en mi nombre expulsarán demonios, hablarán lenguas nuevas, agarrarán serpientes con las manos, y, si bebieren algún veneno, no les dañará, impondrán las manos sobre los enfermos y quedarán curados”.

21 Vaya esta alusión a los “milagros” con una especial cautela de tipo teológico. Los signos principales de credibilidad no son estos, o no lo son principalmente, aunque merezcan la reverencia de haber sido obrados e incluso profetizados por el Señor. Al hablar de “hacer creíble, en una situación determinada, la totalidad del mensaje cristiano”, Ellacuría (10.5) advertirá muy oportunamente que “la credibilidad del mensaje cristiano, mostrada por la teología y por la acción de la Iglesia, debe consistir en aquellos signos que realizan en la historia la salvación”. Y en Ellacuría 10.5.2: “El “hacer creíble” no reduce la teología a lo que solía entenderse por teología fundamental, porque la credibilidad buscada no es un presupuesto anterior, sino algo intrínseco al mensaje y a la situación”.