Cada vez que respiramos, podríamos estar inhalando fragmentos diminutos de plástico. En los últimos años, la preocupación por la contaminación por plásticos ha crecido, especialmente por su acumulación en los océanos. Sin embargo, lo que aún pasa desapercibido para muchas personas es que los plásticos también están presentes en el aire que respiramos.
Un adulto puede inhalar más de 48.000 partículas microplásticas al año sin siquiera notarlo. Estas partículas, imperceptibles a simple vista, flotan en el ambiente como un polvo invisible que se cuela por nuestras ventanas, se posa sobre nuestros muebles y, lo más inquietante, entra a nuestros pulmones.
Este año, el Día Mundial del Medio Ambiente (5 de junio) se centra en la contaminación por plásticos. Y tal vez ha llegado el momento de mirar no solo al suelo o al mar, sino también al cielo.
La ruta aérea de los microplásticos
Cuando pensamos en contaminación plástica, lo habitual es imaginar botellas en la playa o bolsas flotando en el mar. Pero los plásticos también se fragmentan con el tiempo —por la radiación solar, el viento o el uso— hasta convertirse en partículas de menos de 5 mm: los llamados microplásticos.
A estos se les conoce como microplásticos secundarios, porque se originan a partir de la degradación de objetos plásticos más grandes. Sin embargo, existe otro tipo de microplásticos que no provienen de esa descomposición, sino que son fabricados directamente como partículas diminutas: los microplásticos primarios. Estos se utilizan de forma intencionada en numerosos sectores industriales y comerciales. Por ejemplo, como ingredientes en productos cosméticos y de cuidado personal, como exfoliantes o maquillajes. También son comunes en revestimientos textiles, pinturas, detergentes, fertilizantes de liberación lenta e incluso como abrasivos industriales.
Estas partículas pueden terminar en el aire por distintas vías: emisiones directa al ambiente, el desgaste de los neumáticos en las carreteras, el lavado y secado de ropa sintética, el polvo urbano, ser expelidas por las olas en el mar o arrancadas y arrastradas desde este por tormentas severas. Una vez allí, pueden ser transportadas por el viento a miles de kilómetros de distancia.
Ya es habitual que se detecten microplásticos en zonas urbanas densamente pobladas. En ciudades españolas se ha estimado que se depositan desde la atmósfera entre 2.000 y 28.000 partículas microplásticas al año por metro cuadrado, con los mayores valores en ciudades como Madrid y Barcelona. Pero lo realmente preocupante es que también se han detectado en lugares remotos como la cima del Monte Everest, en muestras de agua de nubes tomadas en las cumbres de las montañas de Japón o la atmósfera tanto del Ártico como de la Antártida. Es decir: no importa si vivimos junto al mar, en la montaña o en el centro de una ciudad. Los microplásticos ya son parte del ciclo atmosférico.
Lo que entra por la nariz no se queda en el viento
El gran desafío ahora es entender qué efectos tienen estos microplásticos sobre nuestra salud. Ya se sabe que pueden llegar al sistema respiratorio, y que algunos, por su tamaño y forma, podrían incluso penetrar en los tejidos más profundos del pulmón.
Y no solo importa el plástico en sí. Muchos microplásticos viajan “cargados” con contaminantes químicos: metales pesados, pesticidas o aditivos tóxicos que pueden desprenderse una vez dentro del cuerpo. Es como si no solo respiráramos polvo, sino también un cóctel invisible de sustancias no deseadas.
Estudios recientes han demostrado que ciertas partículas plásticas pueden causar inflamación, estrés oxidativo e incluso respuestas inmunológicas alteradas en tejidos pulmonares expuestos en laboratorio. Aun así, los efectos a largo plazo en humanos siguen siendo objeto de investigación.
La preocupación se vuelve mayor cuando pensamos en la exposición diaria, especialmente en personas vulnerables: niños, ancianos o quienes viven en zonas con alta contaminación atmosférica. ¿Estamos ante un nuevo tipo de contaminación invisible que podría afectar nuestra salud de forma crónica?
¿Qué podemos hacer si ni siquiera los vemos?
Frente a este problema, la solución no está (solo) en dejar de usar pajitas. Es necesario pensar en cómo producimos, consumimos y desechamos los plásticos. Como ciudadanos, podemos reducir el uso de ropa sintética, optar por transporte público (para limitar el desgaste de neumáticos), ventilar de forma estratégica o apoyar iniciativas que promuevan materiales biodegradables y políticas públicas contra la contaminación.
Desde la ciencia, seguimos investigando cuánto plástico hay en el aire, para poder comprender mejor cómo y desde dónde se originan, cómo se transportan, qué factores favorecen estos procesos y qué consecuencias tienen. En mi caso, me dedico al estudio de los microplásticos atmosféricos porque creo que no podemos proteger lo que no vemos si no lo entendemos primero.
Este 5 de junio, mientras celebramos el Día Mundial del Medio Ambiente, recordemos que la contaminación por plásticos no solo flota en el mar: también flota, en silencio, entre nosotros. Y respirar debería ser un acto limpio y seguro.
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Yasser Morera Gómez
Investigador del Instituto de Biodiversidad y Medioambiente BIOMA de la Universidad de Navarra.
05.06.2025
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