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Dios y la ciencia. Jean Guitton dialoga con los científicos

Autor: Mariano Artigas
Publicado en: Publicado en Nuestro Tiempo, nº 468, junio 1993, pp. 80-87.
Fecha de publicación: junio 1993

En un libro reciente que ya ha sido publicado en castellano * (1), Jean Guitton, de la Academia francesa, argumenta que los logros de la ciencia actual llevan hacia Dios. El profesor Mariano Artigas analiza las sugerencias de Guitton, que se basan en ideas ampliamente discutidas por científicos y filósofos en la actualidad.

Desde la antigüedad más remota hasta nuestros días, los pensadores han estudiado la posibilidad de tender puentes entre el mundo visible y el invisible. Siempre han existido dos grandes bloques: unos niegan que existan tales puentes y sostienen posiciones que van desde el materialismo hasta el agnosticismo, y otros afirman que los puentes existen y son transitables. En la época moderna, estas discusiones se encuentran frecuentemente relacionadas con el progreso de las ciencias.

El prestigioso pensador francés Jean Guitton pertenece al segundo bloque, el de quienes afirman la existencia de puentes, y pretende fundamentar sus razonamientos en los conocimientos científicos actuales. En su reciente libro Dios y la ciencia mantiene un amplio diálogo con dos astrofísicos, los hermanos Igor y Grichka Bogdanov, que comparten las ideas de Guitton y les prestan la base científica.

El problema del puente

No son pocos quienes, en nuestros días, afirman que existen puentes entre la ciencia y la religión. Sin embargo, no todos los puentes son sólidos y ni siquiera llevan siempre al mismo lugar. Por ejemplo, Paul Davies escribía en 1983 que en la actualidad la ciencia proporciona un camino más seguro para llegar a Dios que el ofrecido por la religión tradicional, pero el puente de Davies conducía, en aquellas fechas, a una especie de panteísmo en el que se venían a identificar el universo y la divinidad en una mezcla incoherente y explosiva. Davies admite en la actualidad que el puente puede llevar a un Dios personal. Son abundantes las publicaciones en las que científicos, filósofos y teólogos tratan estas cuestiones con éxito desigual.

El puente de Guitton está diseñado para conducir hasta un Dios personal creador. Esta construido sobre pilares firmes: sobre la convicción de que el progreso científico manifiesta la existencia de un orden muy notable, y el orden del universo remite a un Creador inteligente. Lo que resulta problemático es el rigor de las argumentaciones, el paso de la física a la metafísica, o sea, el puente mismo.

En la contraportada del libro se dice que en la actualidad, la ciencia plantea cuestiones que, hasta una fecha reciente, pertenecían a la teología o a la metafísica, y se añade que esto es una evidencia. Es lo mismo que en los últimos años viene repitiendo Stephen Hawking. Las respuestas de Hawking y Guitton son muy diferentes, incluso opuestas, pero en ambos casos se tiene la sensación de que se lleva a la ciencia demasiado lejos, haciéndole decir cosas que realmente no está en condiciones de afirmar.

En efecto, como todo mortal, el científico se plantea problemas metafísicos, que a veces le vienen sugeridos por su trabajo, sobre todo si estudia el origen del universo, de la vida o del hombre. Pero no está claro que esos problemas pertenezcan a la propia ciencia. El motivo es que cada disciplina científica adopta puntos de vista particulares y los interrogantes metafísicos, en cambio, se dirigen a las cuestiones más radicales de la existencia; por tanto, exigen un tratamiento especial que supera las posibilidades del método científico. Cuando no se distinguen suficientemente las dos perspectivas, el puente se queda a medio hacer; en consecuencia, el transeunte que no se detenga caerá en el vacío. En el libro de Guitton, los tres autores exponen reflexiones interesantes, pero en más de una ocasión da la impresión de que pueden caer en el vacío: a veces, porque hacen decir a la ciencia cosas que no está en condiciones de decir, y en otros casos, porque aventuran explicaciones cuya coherencia es dudosa.

El origen del universo

En el primer capítulo se plantea el problema de la creación, a raíz de las explicaciones cosmológicas centradas en la Gran Explosión acaecida hace unos 15.000 millones de años. Casi todo el diálogo consiste en una divulgación de las teorías científicas generalmente aceptadas en la actualidad. De pronto, Guitton dice que ese panorama le hace experimentar un vértigo de irrealidad, como si al aproximarnos al comienzo del universo el tiempo se dilatase hasta llegar a ser infinito, y añade la siguiente reflexión: "¿no es preciso ver en este fenómeno una interpretación científica de la eternidad divina? Un Dios que no ha tenido comienzo y que no tendrá fin no está forzosamente fuera del tiempo, como a menudo se lo ha descrito: él es el tiempo mismo, a la vez cuantificable e infinito, un tiempo donde un solo segundo contiene la eternidad entera. Yo creo precisamente que un ser trascendente accede a una dimensión a la vez absoluta y relativa del tiempo: incluso me parece que esto es una condición indispensable para la creación".

El problema al que alude Guitton es importante, ya que se refiere a la relación entre nuestro mundo, inmerso en el tiempo, y la acción de Dios que está por encima del tiempo. Pero su reflexión no resulta muy clarificadora. ¿Cómo es posible que Dios sea el tiempo mismo, a la vez sujeto a medida (cuantificable) y eterno?, ¿es posible afirmar que Dios es el creador del mundo, como sin duda lo afirma Guitton, añadiendo a la vez que Dios no está fuera del tiempo?

Es importante advertir además que la cosmología científica, en su propio terreno, nada tiene que ver con el vértigo que lleva a Guitton a pensar en una dilatación del tiempo que, cuando se aproxima a la Gran Explosión, se dilataría hasta el infinito. Incluso es posible que la Gran Explosión nada tenga que ver con la creación del universo. En todo el capítulo, tanto Guitton como sus interlocutores pasan por alto esta posibilidad que, sin embargo, resulta crucial.

Ciencia y creación

Por el momento, poco sabemos acerca del origen de la Gran Explosión. Pudiera ser que coincidiera con la creación, pero la ciencia no puede asegurar que así sea. Más aún: nunca lo podrá asegurar. En el terreno de la física, siempre cabrá formular hipótesis sobre posibles estados anteriores del universo; desde luego, si realmente no han existido, no se conseguirá probar su existencia: pero siempre será posible pensar que quizá hayan existido y que, simplemente, no disponemos de teorías bien comprobadas acerca de ellos.

En resumen, la física no puede demostrar que un suceso concreto ha sido el origen absoluto del universo, o sea, la creación. Podemos concluir, mediante razonamientos filosóficos de otro tipo, que debe haber existido la creación, pero no podemos probar que haya tenido lugar en un momento que podamos fechar.

En el curso de sus reflexiones, Guitton cita a John Archibald Wheeler y a David Bohm. Se trata de dos físicos importantes que se han adentrado en especulaciones filosóficas tan discutibles como las que el propio Guitton aventura cuando añade que, en el comienzo de la Gran Explosión, pudo haber "una forma de energía primordial, de una potencia ilimitada. Creo que antes de la Creación reina una duración infinita. Un Tiempo Total, inagotable, que todavía no ha sido abierto o partido en pasado, presente y porvenir. A ese tiempo que todavía no ha sido separado en un orden simétrico cuyo presente no sería sino el doble reflejado, a ese tiempo absoluto que no transcurre, corresponde la misma energía, total, inagotable. El océano de energía ilimitada, eso es el Creador. Si no podemos comprender lo que ocurre detrás del Muro, es porque todas las leyes de la física pierden pie ante el misterio absoluto de Dios y de la Creación".

El valor de las metáforas

Estas reflexiones resultan sugerentes, pero sólo tienen valor como metáforas que no pueden interpretarse al pie de la letra. Hablar de Dios como duración infinita, tiempo total o energía primordial resulta más bien confuso, porque en Dios no hay duración, tiempo ni energía, y la eternidad divina no se despliega en el tiempo.

El lenguaje metafórico es legítimo. Nuestro lenguaje está lleno de metáforas, que se utilizan para explicar de modo figurado algo difícil de expresar, recurriendo a comparaciones con lo que nos es más familiar. Pero Guitton las utiliza en un sentido bastante fuerte, estableciendo una cierta continuidad entre lo que sucede en la naturaleza y lo que podemos decir acerca de Dios, como si la duración, el tiempo y la energía de que habla la ciencia fuesen una prolongación, a escala limitada, de lo que sucede en Dios mismo.

Está fuera de dudas que Guitton admite la trascendencia divina. Lo afirma expresamente al final del libro, a modo de conclusión. Lo que no está claro es el valor de sus metáforas, que además se apoyan en unos hechos que se dan como definitivamente adquiridos por la ciencia cuando, en realidad, caen fuera de su competencia. Guitton da por supuesto que el modelo de la Gran Explosión conduce a la creación absoluta del universo, y sobre esa precaria base afirma que, a través de ese viaje hasta los confines de la física, tiene la certeza indefinible de haber tocado el extremo metafísico de la realidad.

Al final del primer capítulo, Guitton afirma que "el más grande mensaje de la física teórica de los últimos diez años se refiere al hecho de que ha sabido descubrir que en el origen del universo se encuentra la perfección, un océano de energía infinita". En realidad, la física no dice nada semejante. La reflexión de Guitton puede resultar sugerente, pero no pertenece al ámbito de la ciencia y, desde la perspectiva filosófica, plantea dos serias dificultades: por una parte, identifica la Gran Explosión con el origen absoluto del universo, lo cual es inseguro, y por otra, identifica a Dios con una infinitud de energía, lo cual resulta confuso si se habla de energía en el contexto de la física.

Vida, orden y azar

Si las teorías físicas sobre el origen del universo llevan a pensar en un principio ordenador primordial, algo semejante ocurre, según Guitton, cuando estudiamos el origen de la vida. La fantástica aventura que habría dado lugar a los vivientes primitivos a partir de sus componentes químicos, no se explica recurriendo al puro azar, ya que supone que se han dado unas combinaciones sumamente improbables de los componentes. Si se supone que la naturaleza ha dispuesto de todo el tiempo necesario para probar todo tipo de combinaciones químicas hasta que, por azar, se acertó con la correcta, deberá admitirse, por ejemplo, que en esos ensayos se habrían formado un cantidad de compuestos químicos mayor que el nùmero de átomos que existe en el entero universo.

Los argumentos en contra del puro azar son, en efecto, serios, a menos que se admita la existencia de tendencias que se combinarían con una cierta aleatoriedad. A lo largo de los capítulos segundo y tercero, los Bodanov y Guitton exploran los datos científicos que indican la insuficienca del puro azar como explicación del orden natural. En el curso del diálogo, los hermanos Bogdanov exponen las teorías de Ilya Prigogine acerca de la formación de estructuras ordenadas a partir de otras menos ordenadas, así como sus repercusiones para explicar el posible origen químico de la vida.

En esta línea, los interlocutores dedican especial atención al principio antrópico. El universo que conocemos depende de modo crucial de los valores de un conjunto de magnitudes básicas, las constantes universales, tales como la constante de Planck y las intensidades de las fuerzas básicas de la naturaleza. Si esos valores, que se conocen en la actualidad con una gran precisión, fuesen ligeramente diferentes, no podría existir el universo que conocemos. Todo sugiere que el universo ha sido planeado para que, en último término, podamos existir los humanos.

Se trata de ideas muy debatidas en la actualidad, que enlazan con los razonamientos clásicos acerca de la existencia de una finalidad en la naturaleza y que, sin duda, resultan de gran interés. Quienes defienden que la organización del universo es el resultado de procesos casuales se encuentran con enormes dificultades. Guitton y los Bogdanov tienen razón cuando afirman la necesidad de admitir un principio ordenador superior al universo. Sin embargo, los datos científicos por sí solos no bastan para llegar a esa conclusión, a menos que se integren en un razonamiento propiamente filosófico.

Los fantasmas cuánticos

Uno de los aspectos más problemáticos del libro son las interpretaciones filosóficas que, a partir del capítulo cuarto, se exponen a propósito de la física cuántica. En resumen, viene a decirse, de modo repetitivo, que la física cuántica propone una imagen espiritualizada de la materia, proporcionando las bases para una filosofía en la cual se anulan las diferencias clásicas entre la materia y el espíritu: hay espíritu por todas partes, hasta en lo más material.

¿Que hay de cierto en ello? Ante todo, es verdad que el materialismo mecanicista, que pretendía explicar toda la realidad recurriendo a la combinación de partículas materiales, es difícilmente reconciliable con la física actual, porque las presuntas partículas, que serían como trozos últimos de materia, no parecen existir. Las partículas subatómicas de la física actual son algo mucho más complejo. Si se pregunta hoy día a un físico qué son esas partículas, responderá que son los cuantos de los campos básicos de fuerzas, lo cual poco tiene que ver con la imagen de las bolas de billar.

Guitton y los Bogdanov afirman con énfasis que los campos son algo inmaterial, y de ahí extraen conclusiones de gran alcance acerca de la aproximación e interpenetración de la materia y el espíritu. Sin embargo, este razonamiento se basa en una confusión. Los campos de fuerzas de que habla la física son construcciones abstractas, teóricas, matemáticas. Sin duda, se refieren a algo real, pero no son una mera fotografía de la realidad. Y la realidad a la que se refieren es una realidad física, material, no espiritual.

En este ámbito se han acumulado múltiples equívocos de los que son responsables también algunos destacados físicos. Los debates acerca del verdadero significado de la física cuántica han dado lugar a una literatura muy amplia que aumenta de día en día. Los diálogos de Guitton y los Bogdanov no clarifican la cuestión, sino que más bien se apoyan en interpretaciones de dudoso valor, que dan como bien establecidas.

Los autores parecen afirmar, por ejemplo, que el famoso experimento de la doble ranura acerca del comportamiento de las partículas subatómicas establecería la existencia del espíritu, lo cual no resiste un análisis serio. Si lo que se quiere afirmar es que no existe nada puramente material, porque toda materia se encuentra estructurada y, además, está sostenida por la acción divina que da el ser a todo lo creado, no es necesario recurrir a argumentos poco consistentes con una presunta base física.

Ciencia, filosofía y religión: nuevas perspectivas

Es cierto que los nuevos desarrollos de la ciencia en las últimas décadas proporcionan una base de gran interés para la discusión de importantes problemas filosóficos. Uno de los méritos del libro de Guitton es que no sólo subraya este aspecto, sino que, además, incluye muchas explicaciones divulgativas acerca de los avances de las ciencias que resultan clarificadoras para el no especialista. El lenguaje es directo y sencillo, los argumentos son claros, y el lector puede hacerse una idea acerca de bastantes debates científico-filosóficos muy actuales.

Además, las ideas básicas que se defienden en el libro corresponden, con frecuencia, a problemas e intuiciones importantes. Es una lástima que se encuentren mezcladas con interpretaciones de dudoso valor, probablemente debidas al deseo de construir un puente que relacione directamente la ciencia con la afirmación del espíritu y de Dios. Los puentes existen, pero no siempre son tan directos ni tan sencillos como el libro parece sugerir. Requieren un trabajo más arduo, porque las ciencias, por sí mismas, son incompetentes para pronunciarse acerca de los problemas metafísicos, ni en un sentido ni en otro: proporcionan conocimientos que deben ser sometidos a valoración epistemológica e integrados en una reflexión propiamente filosófica. Los autores lo saben y en ocasiones lo afirman, pero a veces parecen olvidarlo.

No cabe hacer demasiados reproches a Guitton si se tiene en cuenta que existe en la actualidad una amplia literatura, por lo general de tendencia materialista o agnóstica, que incurre en defectos semejantes. Pero sería deseable distinguir con mayor claridad lo que dice la ciencia, lo que son interpretaciones discutibles, y los razonamientos propiamente filosóficos que llevan hasta Dios.

  * Jean Guitton, Grichka Bogdanov e Igor Bogdanov. Dios y la ciencia: hacia el metarrealismo; [versión castellana de Martín Sacristán]. Madrid: Debate, 1998. 4a ed.