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Ciencia, razón y fe: Un reto de nuestro tiempo

Autor: José Manuel GIménez Amaya
Publicado en: Boletín MFC. Nº 103
Fecha de publicación: Diciembre de 2012

Desde ya algunos años, las relaciones entre ciencia y fe están experimentando un acercamiento que sólo hasta hace poco tiempo parecía impensable que se diesen. En mi opinión en este proceso –proceso, en el sentido de que se está desarrollando poco a poco, y de manera muy sutil– han influido sustancialmente, al menos, tres factores.

El primero es de naturaleza religiosa. El prestigio impresionante de los dos últimos pontificados de la Iglesia Católica en los que se ha insistido mucho en la racionalidad de la fe y en la cuestión del conocimiento de la verdad están dando su fruto de forma lenta pero segura. Las catequesis marcadas por un trazo inteligente y atractivo que han impartido Juan Pablo II y las que realiza ahora Benedicto XVI, transmiten con claridad y eficacia la idea de que la Iglesia no es un "gueto" espiritual que nada tiene que ver con el desarrollo y los logros científicos del hombre. Después de las experiencias tan dramáticas contra la existencia humana que hemos vivido y que aún vivimos cada día, ya se empieza a entender que la Iglesia es verdaderamente un garante cierto y vigoroso en la defensa del hombre ante una ciencia sin sentido que se puede volver contra el propio ser humano.

El segundo factor es la propia crisis de las ciencias experimentales que se ha instaurado en los últimos años del siglo pasado y principios de este. También aquí da la impresión de que el peso de un siglo XX cargado de impresionantes y devastadoras tragedias –como no se habían visto hasta ahora en la historia de la humanidad– y en las que la ciencia ha jugado un papel muy relevante en su desarrollo con todo su arsenal tecnológico, pesase de una forma abrumadora sobre la vida humana en la tierra; además se ha puesto de manifiesto el hecho de que la propia ciencia se ve insuficiente para dar respuestas convincentes a los grandes interrogantes del hombre contemporáneo que son, en gran medida, de naturaleza ética y existencial.

Al mismo tiempo las propias ciencias se han visto cercenadas en su abordaje investigador por la propia finitud del método experimental. Esto se ha visto especialmente en aquellas disciplinas característicamente primadas en las últimas décadas: las ciencias biomédicas. Las grandes preguntas sobre el funcionamiento del cuerpo humano, y el desarrollo de trastornos devastadoras como el cáncer y las enfermedades cardiovasculares, neurodegenerativas o mentales están todavía en muchos aspectos sin responder. Asimismo una de estas ciencias biológicas más desarrolladas, la Neurociencia, ha puesto en la palestra que los grandes interrogantes sobre nuestro cerebro y su importancia en nuestro actuar se encuentran todavía a gran distancia de recibir respuestas esclarecedoras.

Y, finalmente, en tercer término la captación de que esta realidad de carencia de expectativas de la ciencia experimental está reclamando una unidad de saber y una interdisciplinaridad que se ven como verdaderamente necesarias para adentrarse en los problemas más complejos del ser humano y de la naturaleza. Sin embargo, estos aspectos han sido muy olvidados en la formación de la gente y ahora no se encuentran plenamente disponibles para quien los quiera utilizar. Hay algo que ha fallado y simplemente volver atrás a rebuscar en el pasado no lo arregla. Se necesita una visión renovada del saber y de su ubicación antropológica en el ser humano.

De ahí el creciente interés de las relaciones ciencia y fe. En este diálogo la cuestión de fondo es el conocimiento de la verdad. Fe y ciencia no se oponen sino que se complementan para llegar a la verdad. Es este uno de los puntos nucleares del mensaje del Papa actual: el convencimiento de que todo lo que realmente es racional es compatible con la fe revelada por Dios y con las Sagradas Escrituras. Autores como, entre otros, el fundador de nuestro grupo de investigación Ciencia, Razón y Fe de la Universidad de Navarra (CRYF), Mariano Artigas, han señalado además con gran acierto cómo la razón en su más amplio sentido –la filosofía– es un puente privilegiado para articular con maestría las relaciones entre la ciencia y la fe.