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¿Dios es el mismo en todas las religiones?

Autor: Francisco Gallardo
Publicado en: 50 Preguntas sobre la Fe, 22

Esta pregunta se puede responder de dos modos, dependiendo del sentido que se le dé. Un primer modo es el que atiende a su sentido más literal. En la antigüedad era frecuente considerar que cada grupo social o religión tenía su dios o sus dioses, distintos, por ejemplo, de los del pueblo vecino. La noción de divinidad que está detrás de este planteamiento politeísta es del todo insuficiente de modo que, en el fondo, no hay divinidad, no hay Dios: en todo caso, los dioses serían concebidos al modo humano, como grandes señores. El pueblo de Israel, que vivía rodeado de pueblos politeístas, tenía muy claro que los dioses de esos pueblos no eran tales: «Tienen boca y no hablan –se lee en la Biblia–; tienen ojos y no ven…» (Salmo 115, 5).

Desde luego, no tiene sentido hablar de un Dios por cada religión; no puede haber más que un Dios, el mismo para todos los pueblos, para todas las religiones, en las que al menos se tiene una idea vaga de una divinidad subyacente, quizá oculta tras múltiples dioses, aunque sea el «Dios desconocido» que veneraban aquellos atenienses a los que se dirigió san Pablo (cfr. Hechos de los Apóstoles 17, 23).

El segundo modo es interpretar la pregunta formulada como equivalente a esta otra: ¿la idea de Dios es la misma en todas las religiones? Basta una somera comparación de las distintas religiones para responder que no.

El Catecismo de la Iglesia Católica ilustra muy bien esta realidad cuando dice:

«Desde sus comienzos, la fe cristiana se ha visto confrontada a respuestas distintas de las suyas sobre la cuestión de los orígenes. Así, en las religiones y culturas antiguas encontramos numerosos mitos referentes a los orígenes. Algunos filósofos han dicho que todo es Dios, que el mundo es Dios, o que el devenir del mundo es el devenir de Dios (panteísmo); otros han dicho que el mundo es una emanación necesaria de Dios, que brota de esta fuente y retorna a ella; otros han afirmado incluso la existencia de dos principios eternos, el Bien y el Mal, la Luz y las Tinieblas, en lucha permanente (dualismo, maniqueísmo); según algunas de estas concepciones, el mundo (al me- nos el mundo material) sería malo, producto de una caída, y por tanto se ha de rechazar y superar (gnosis); otros admiten que el mundo ha sido hecho por Dios, pero a la manera de un relojero que, una vez hecho, lo habría abandonado a él mismo (deísmo); otros, finalmente, no aceptan ningún origen transcendente del mundo, sino que ven en él el puro juego de una materia que ha existido siempre (materialismo). Todas estas tentativas dan testimonio de la permanencia y de la universalidad de la cuestión de los orígenes. Esta búsqueda es inherente al hombre» (n. 285).

Si nos preguntamos por los motivos de esta diversidad, podemos individuar, entre otros, dos que resultan muy decisivos:

1. La persona humana desde sus orígenes, como atestigua la historia, se ha preguntado por el sentido profundo de su propia existencia. La respuesta no se encuentra en lo inmediato, sino en un más allá, en algo que trasciende, que remite de un modo u otro a algo divino, infinito; en el fondo, de modo más o menos explícito, a Dios. Pero Dios es infinito y la razón humana es finita y limitada, de manera que no puede comprender totalmente a Dios. Esto hace que personas diversas perciban a Dios de modo diverso. Por ello, han surgido diversas religiones o tradiciones religiosas con concepciones de la divinidad muy distantes entre sí.

2. Los límites del conocimiento humano no implican solo la imposibilidad de entender completamente a Dios, sino también la posibilidad de error, por lo que cabe llegar a hacerse una idea de Dios básicamente falsa, aunque dentro de esa visión errónea puede haber algún aspecto verdadero.

Detrás de esas percepciones diversas de Dios podemos constatar los dos aspectos: la imposibilidad de tener una visión perfecta sobre Dios (cualquier punto de vista que se adopte es parcial) y el hecho de que nos podemos equivocar.

Así, por ejemplo, la percepción panteísta sobre Dios en cierto modo tiene una base real, pues Dios está en todas partes, pero yerra al identificar el mundo con Dios; por otro lado, el deísmo capta en cierta manera la trascendencia de Dios (tal como la define el Diccionario de la Real Academia Española: «aquello que está más allá de los límites naturales y desligado de ellos»), pero a un Dios así no se le puede adorar ni rezar ya que está despreocupado de la realidad que ha creado. El Catecismo se refiere en conjunto a los mitos de las religiones y culturas antiguas: muchas de ellas son politeístas, consideran la existencia de varios dioses, de modo que desaparece un atributo esencial, el de la omnipotencia. Un caso particular, también citado en el texto precedente del Catecismo, es el dualismo, en el que se explica el problema del mal personificándolo en una divinidad antagonista a otra, que sería el dios bueno.

Pero la recta razón es capaz de llegar a la existencia de un solo Dios, dotado de absoluta perfección –incluidas las perfecciones propias de un ser personal–, creador del mundo y que a la vez lo trasciende. Esa es, en términos generales, la concepción cristiana de Dios compartida en parte con el ¿Dios es el mismo en 22 todas las religiones? 22 ¿Dios es el mismo en todas las religiones? judaísmo y el islam. En el cristianismo además se concilia el carácter trascendente con la consideración de que Dios está en todas partes y, de modo particular, en lo más profundo de cada persona, quien recibe el don de la filiación divina, que le capacita para tener un diálogo de tú a tú con Dios. Esto último en el judaísmo se da solo en parte y en el islam no se concibe, por los acentos que pone en la trascendencia de Dios, que no ve compatible con esa cercanía. El cristianismo además ha recibido de Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, la revelación de que en Dios hay tres personas.

Todas estas diferencias en la noción o percepción de Dios, es decir, el hecho de que no todos entiendan lo mismo por «Dios», no excluyen que, en el ámbito de un idioma específico, se le designe con una misma palabra. Por ejemplo, los cristianos árabes, al hablar de Dios o dirigirse a Él en su lengua, dicen «Alá»; y los musulmanes, si hablan en castellano, utilizan habitualmente la palabra «Dios». Como sucede como con tantos otros conceptos, la noción de Dios puede entenderse de manera diferente según la tradición cultural o religiosa en la que se vive.