Blogs

Blogs
Al Dani de 2014

Esta semana contamos con la colaboración de María Miranda, estudiante de 2º del doble grado en Derecho y Relaciones Internacionales. En este relato, nos transmite cómo el paso del tiempo, en apariencia inofensivo, puede cambiarlo todo.

Querido Dani de 2014,

Hoy Patricia, la psicóloga, me ha pedido que te escriba una carta. Así que, evidentemente, quiere que desvele alguna clase de trauma de la infancia. No sé que se cree. No voy a conseguir conectar con mi niño interior, no voy a arrancarme recuerdos ocultos por mi subconsciente, no voy a descubrir una razón por la cual nos hundimos, no se va a desvelar el misterioso secreto por el que las cosas me van como me van; porque no hay ningún secreto, no tengo excusa. Simplemente así he crecido y si no funciono, no hace falta que busquemos la culpa en otros.

La cuestión es que te escribo para contarte cosas y avisarte de otras, para prepararte. Porque aunque tengamos el mismo ADN, somos personas diferentes, no me queda nada de ti, no soy nada de lo que crees que soy. Es curioso ver como diez años cambian a una persona, como la hacen otra. Me he rapado el pelo y tu siempre lo llevas recogido en una coleta, porque mola más. Ya no toco el violín, no soy un gran músico, por ilusionado que estés, no aguantamos más de dos años con las clases, demasiada disciplina. Tampoco seguimos con el atletismo, que sepas, lo hemos cambiado por las pesas y el saco de boxeo. En vez de legos, ahora los libros y fotos ocupan las estanterías de nuestro cuarto. Pinté sus paredes de beige, había que pasar página y superar el turquesa.

No nos parecemos ni en el blanco de los ojos, literalmente. Hay días que llego a casa con las pupilas dilatadas y rodeadas de un tono rojizo, casi todos menos los jueves. Son los días que me toca sesión, pero no es por eso que lo dejo, es porque después vienen Abdu y Marina a recogerme. Te voy a hacer spoiler, la niña que hizo su proyecto de tercero de primaria sobre Taylor Swift, esa personita con el flequillo despeinado va a convertirse en el ser más importante de tu vida, junto con Abdu. Dani, no te olvides de él, el niño nuevo que todavía no sabe hablar español, el que se sienta con las piernas cruzadas encima de la silla, porque a Abdu lo vas a necesitar más que a nadie. Todos los jueves nos damos una vuelta en su coche para despejarnos y quejarnos de la vida.

De ellos sabía que quería hablarte. De lo que vais a compartir, lo que importa. Los recreos, los botellones, la ropa, las charlas al sol, las comidas de domingo echando un piti en la terraza, las mañanas de resaca viendo “Friends”, los piercings en el ombligo, las broncas, los puñetazos en la pared y los derrapes con la bici en el parking del cole. Todo. Incluso cuando no te acuerdes ni de tu nombre, del suyo te vas a acordar. El mejor consejo que te puedo dar es que los cuides más que a nadie; y va a ser el único, porque viendo como me ha ido no soy un modelo a seguir. Ni siquiera para mi yo de ocho años, especialmente para mi yo de ocho años.

Lo último que siento la responsabilidad de decirte, es que lo siento, que es culpa mía y de nadie más. No fueron ni las broncas de papá y mamá, ni el matón que te obligará a aprender a defenderte, ni siquiera fue aquel tipo que te ofreció la primera ralla. No lo fueron, porque fui yo el que convirtió la rabia y los problemas en violencia, el que pasó de defenderse a atacar, el que dijo que sí para parar de pensar. Fui yo el que necesitaba acabar con el dolor de cualquier manera y decidió escoger la peor de todas. Cuando las cosas se hacen de cualquier manera, sin importar cómo, salen mal. En el momento en el que decides no pensar en el cómo, deja de haber un porqué y te conviertes en un puro receptor de estímulos. Te pasan cosas, sufres y ríes sin que tenga nada que ver con la manera en la que se desarrollan las cosas. Te pierdes, te dejas perder, porque en el fondo te repites que no te importa. Es la mayor mentira que decimos hoy en día y que todo el mundo acepta como una manera legítima de vivir. A nadie le da igual todo, porque en el momento en el que eso realmente pasa te quedas sin razones para seguir.

Necesité muchas cosas para darme cuenta. En las películas parece que es un evento impactante: una muerte, un accidente, un susto, una ruptura, una persona. Pero no es cierto, son las miradas. Esas en las que poca gente repara, pero que si se observan de cerca estremecen el alma. Las de tus amigos cuando dejan de reirse contigo, porque ya no hace gracia que te presentes otra vez en su casa a las ocho de la mañana sin ningún lugar al que ir. Las de sus madres que son como tus tías, llenas de preocupación porque notan cómo estás. La de un extraño, huidiza, que da la mano a su hijo y cambia de acera para no cruzarse contigo. Las de tus propios padres, desesperados porque ya no saben ni quien eres. La peor, la tuya misma, porque tú tampoco.

Un día reúnes el valor suficiente para sacar conclusiones de todas esas miradas y te das cuenta de que te has equivocado. Necesitas ayuda y en el segundo en que consigues pedirla todo rueda. Tú eres el motor, si no te esfuerzas no vamos a ninguna parte, pero no estás solo. Después de un tiempo te das cuenta de que quieres volver a estudiar, quieres concentrarte, cuidarte, estar limpio, cambiar. Por eso lo intentas, vienes a terapia, haces deporte, te despiertas y haces estos ejercicios. Luchas contra el mono, te vuelves a caer, pero al día siguiente lo vuelves a intentar, porque aunque a veces no lo veas, tienes razones para hacerlo, gente por la que darte otra oportunidad. Porque vales la pena. Todavía no lo sabes, pero vales la pena.

Con cariño, el Dani de 2024.

Más entradas de blog