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La cara oculta

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Esther Castells Ganadora de la III edición www.excelencialiteraria.com

Aquellos a los que nos gusta el cine de terror, conocemos bien la saga de películas que componen “Expediente Warren”, que se despidió el mes pasado con un último título que culmina el ciclo de historias del famoso y controvertido matrimonio formado por Ed y Lorraine Warren. Unos espectadores los consideran como un par de cruzados a la vieja usanza contra el mal; otros, meros prestidigitadores. No obstante, es innegable el número de casos en los que trabajaron y la popularidad que alcanzaron, de los que quedan constancia en prensa, libros y películas. Crea o no crea el espectador en la necesidad de su labor, esta resulta, como poco, apasionante.

Interpretados para la gran pantalla por Patrick Wilson y Vera Farmiga, estos dos actores encarnan a un demonólogo y una mujer clarividente que, a lo largo de cincuenta años, combatieron lo más terrorífico del mundo sobrenatural. Ambos eran católicos practicantes y colaboraban con la Iglesia, a la par que asesoraban a líderes religiosos de otras confesiones en la lucha contra las fuerzas del mal. También impartían numerosas conferencias en distintas universidades, a las que acudía gente ávida de respuestas a lo que se encuentra más allá de la razón empírica.

Sin considerar ahora cuestiones de orden cinematográficas, occidente está viviendo un juego absolutamente pendular, es decir, hemos pasado de un extremo al otro ante lo más oscuro de lo sobrenatural: si antes apreciábamos la presencia del mal en muchos lugares y circunstancias, hemos decidido ignorar su existencia hasta convertirla en una ficción de género. O peor aún, hemos decidido que todo debe tener una explicación racional, científica, extirpando en consecuencia la espiritualidad de nuestra naturaleza humana.

Sin embargo, ¿por qué este interés por el cine de terror? A pesar de que la mayoría de las cuestiones que abordan los supuestos problemas generados por el Maligno tienen un origen ajeno, una causa, un motivo y una finalidad, en algunas existe la cara del mal, no como una idea abstracta sino como algo concreto y cuantificable.

No niego la existencia de trastornos y patologías como respuesta a la mayoría de los sucesos paranormales, que explican el noventa y nueve por ciento de los sucesos más oscuros. Pero, ¿qué ocurre con el uno por ciento restante?

Si en pleno siglo XXI nos incomoda la irracionalidad, ¿hay algo más irracional que buscar el dolor ajeno por mero disfrute? Existen mentes enfermas que responden a descripciones psiquiátricas concretas, por supuesto, pero no podemos negar que hay personas retorcidas, objetivamente malignas y lúcidas cuando actúan con saña e infligen daño por puro placer. Este tipo de sujetos se alimentan del sufrimiento ajeno, como si fueran parásitos que se van comiendo el interior de su huésped hasta que lo colonizan por completo. Si podemos afirmarlo respecto al mundo visible, ¿por qué no al espiritual? Aunque usemos lo sobrenatural como recurso estilístico, incluso estético en lo que tiene de macabro, no podemos negar que su peor versión nos aterra. Por eso buscamos una respuesta científica a cuestiones que obedecen a otro plano, al inmaterial.

En otra película del mismo género, “Líbranos del mal”, el padre Mendoza le dice al teniente Sarchie: «Existe el mal primario, el que usted conoce, perpetrado por el hombre, y luego está el verdadero mal». Se refiere a aquel para el que no encontramos una explicación científica, que nos acompaña desde el inicio de los tiempos y encontramos representado en estatuas, pinturas y libros. Es el mismo que aparece en la Biblia, en el Corán y el Talmud, el que pelea por robarnos el alma mediante un combate silencioso e invisible contra el bien, el que nos acecha en la oscuridad, el que se agita a nuestro alrededor.

Las tres religiones monoteístas comparten la creencia en el mal como entidad, representada a su vez en diversos espíritus: los mazzikin judíos, los shayatin musulmanes o los demonios bíblicos, criaturas sobrenaturales en pulso eterno contra el Bien supremo y contra el hombre.

Bien y mal son las dos caras de la realidad. Negar su existencia supone privarnos de los mecanismos para luchar contra la oscuridad. Ignorarlo nos deja indefensos, sin armas para combatirlo, a su merced. Por otro lado, negar su existencia no nos hace inmunes porque, como dice Anthony Hopkins en “El Rito”, «no creer en el diablo no te va a proteger de él». Pero esa es otra historia.

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