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Si las orquestas NO fueran liberales


Alonso Schlatter


En esta ocasión contamos con la participación de Alonso Schlatter, estudiante de 4º de Filosofía, que ha querido debatir y contraargumentar al anterior artículo de esta sección Si las orquestas fueran liberales de Asís Cortés. Alonso nos comparte su perspectiva, expone la de otros intelectuales y, además, nos deja recomendaciones musicales que no puedes dejar de escuchar. Y tú, ¿piensas que las orquestas son o no son liberales?

 


Tanto la belleza como el bien y la verdad contienen en su mismo concepto la noción de orden. También la política encierra en sí misma esa noción. Pero hay dos tipos de orden: el orden en relación a otro y el orden en relación a uno mismo. El orden en relación a uno mismo puede ser llamado coherencia, unidad vital, prudencia ―pero una prudencia no entendida en tono moralizante, sino actuar conforme es lógico para uno mismo1― y, musicalmente, se entiende como un acorde (p. e., do mayor) consigo mismo; el orden en relación a otro puede ser entendido como compenetración, concordancia, afinidad y, musicalmente, contrapunto. Curiosamente, con lo que más suele disfrutar el ser humano es con el contrapunto, y por eso J. S. Bach suele ser considerado siempre entre los tres  mejores compositores de música clásica de la historia. Pero también hay contrapunto en la canción electrónica Say my name de David Ghetta, Bebe Rexha y J Balvin, o en Los tontos de C. Tangana y, de forma más evidente, en canciones como The Sound of Silence de Simon y Garfunkel.

Nos encanta el contrapunto porque es un ideal del funcionamiento universal: ojalá todo se complementase y compenetrase de la misma forma que esas dos melodías que separadas son bellísimas y que, juntas, lo son aún más. Sobre todo, esta realidad responde a un anhelo profundo del ser humano: Platón lo llama el amor erótico, que busca esa unión psíquica con el objeto amado más aún que la unión física. ¡Ser el contrapunto perfecto de otra persona! Eso es lo que mucha gente busca y admira cuando lo ve en parejas y amigos («se completaban las frases el uno al otro»; «se notaba que se entendían súper bien», por ejemplo), y es la razón misma por la que The Beatles son una banda histórica: antes de ser famosos ya se pasaban horas y horas durante días y meses tocando juntos, conociendo las debilidades ajenas y explotando las fortalezas de cada quién. También por eso el roce hace el cariño, a saber, porque en la con-vivencia cada uno va conociéndose y es capaz de renunciar a ciertos aspectos de uno mismo con el fin de mejorar la relación en sí. Es experiencia de multitud de compositores tener que renunciar a una línea melódica preciosa para cuadrarlo con su contrapunto, o para hacerlo  menos forzado y mejor, a sabiendas que el contrapunto ―o sea, la relación― será más hermosa si se renuncia a la belleza y perfección de las melodías por separado.

Pero, entonces, ¿qué pasa con el liberalismo o republicanismo ―en sentido clásico―? ¿A qué viene la explicación dada hasta ahora? Pues bien, es la premisa necesaria para refutar lo que Asís Cortés señala como «punto clave en la teoría del profesor Cruz»2: la noción de bien común. Estamos de acuerdo en que sería preciosa la orquesta que, conformada por millones de músicos, resultase como un todo unitario y perfecto, donde tanto el novato como el amateur y el profesional tiene la capacidad de tener este orden en relación a otro y seguir el ritmo de los demás. Pero es que hay un fallo radical en esta teoría y que es la refutación tanto de Álvaro D’Ors como de Montserrat Herrero, a saber, que con el bien común basta con que uno no esté de acuerdo para que no exista. Y es que estar en contra del bien común no es tanto tocar otra pieza sino desafinar la pieza establecida. Porque la sociedad ―para una mayor coherencia y amplitud en la metáfora― debe ser en sí misma una sinfonía irrenunciable para el músico. Más concretamente, sería una sinfonía en la que solo está compuesta el bajo continuo para que el instrumentista pueda tocar con libertad una melodía personal sobre la base de lo que está previsto como el bajo continuo ―marco legal― correcto. Todo lo que se salga de esta base innegable se le llama desorden, caos, crimen, y eso sería ejemplificado en la desafinación del músico, que puede ser voluntaria o involuntaria3.

Si el bien común fuese una sinfonía ya compuesta y dada previamente, ¿dónde estaría la libertad real? En, ¿o bien, quedarse en silencio, o bien, tocar lo preestablecido? ¿Es posible programar un plan de actuación a largo plazo si no es tan solo para establecer un marco de actuación según unas normas claras pero que no se entrometan en la individualidad de cada quién? ¡No… no es posible! Es cierto que «el ser humano, como ser social por naturaleza, está llamado a bienes que superan su bien particular», pero, ¿es exactamente «del mismo modo que un músico está llamado a poder tocar con otros músicos y conseguir entre todos el bien común de una sinfonía, bien inalcanzable individualmente»? Defiendo que no, y que aunque la Novena de Beethoven sea una obra colosal, entiendo que haya quienes prefieran la Resurrección de Mahler. No hay elección perfecta, sino un marco legal propicio que permita perfeccionarse a sus integrantes. La utopía irreal de que todos vamos a estar lo suficientemente educados en inteligencia y voluntad como para seguir un mismo bien común es solo eso: una utopía. Los momentos en los que una nación se aúna de forma sorprendente solo es en situaciones extremas, porque son tales situaciones las que son capaces de integrar el logos con el pathos y con el ethos de forma efectiva. Solo en la acción individual de una persona concreta es posible unificar esos tres elementos, pero es imposible que 48 millones de españoles se aúnen en un mismo bien común porque existe una verdadera pluralidad y diversidad en la sociedad actual que no se puede etiquetar o categorizar (en el sentido de etiquetar o encajonar). Por eso Rawls escribió su Teoría de la justicia en 1971, porque la verdadera pregunta en el mundo actual es cómo aunar lo diferente: cómo hacer una teoría que, sabedora de la gran diversidad social, sea capaz de hacer lo más común posible un marco de justicia.

El liberalismo pretende proteger la libertad individual y la mínima intervención posible del Estado. Las orquestas son, de hecho, liberales ya que, la única forma de que no lo fuese sería con músicos-robot gobernados por el director de orquesta. Pero, ¿qué pasa? Que el director de orquesta solo marca la expresividad y el tempo a seguir. El compositor es quien crea el marco legal propicio ―que más arriba hemos llamado «bajo continuo»― para asegurar un mínimo equilibrio entre las partes. ¡Ah… sí… las orquestas son liberales! Y es el ejemplo preciso para estar a favor del liberalismo. Porque el Estado, siguiendo este ejemplo, toca jazz. Improvisa (¡debe improvisar porque no hay una realidad igual a otra anterior!) sobre una base necesaria para un mínimo funcionamiento que se extiende en el tiempo (porque si no, existiría una clara inestabilidad).

En definitiva, si las orquestas no fueran liberales no habría libertad real, es decir, estaríamos más determinados que condicionados a actuar de una forma u otra. ¿Que «la libertad que permite el liberalismo consiste en elegir entre marcas de detergente»? Sí ―aunque eso es más del capitalismo que del liberalismo propiamente―, pero también me permite realizarme sin depender de que Levi esté de acuerdo o en contra de mis ideales y principios. Y, digo más: el liberalismo permite la elección entre marcas de detergente… y de cosas mucho más importantes. El uso de la libertad es, en definitiva, propio de la educación y voluntad de cada uno. No digo que la noción de bien común no sea un bien o fin deseable, pero sí que digo que solo sería posible, en tal caso, en grupos muchísimo más reducidos. La pregunta contemporánea real por la sociedad es cómo articular la enorme diversidad que hay de personas en el mundo de modo que todos tengan cabida en nuestro mundo. A Aristóteles ni siquiera se le ocurriría una realidad parecida a la de nuestro tiempo porque no se conocía semejante diversidad religiosa, étnica, social, económica e ideológica en el s. IV a. C...

1.- «El hombre, cuya entelequia fuera ser ladrón tiene que serlo, aunque sus ideas morales se opongan a ello, repriman su incanjeable destino y logren que su vida efectiva sea de una correcta civilidad. […] No se confunda, pues, el deber ser de la moral, que habita en la región intelectual del hombre, con el imperativo vital, con el tener que ser de la vocación personal, situado en la región más profunda y primaria de nuestro ser», Ortega y Gasset, J., Pidiendo un Goethe desde dentro, p. 406. < http://agendadefilosofia.mywebcommunity.org/arc/ortega_goethe.pdf >.

2.- CORTÉS, A., Si las orquestas fueran liberales, BeBrave: Opinar.

3.- Hablo de desafinación y no de disonancia, porque la disonancia es el motor del cambio: es una tensión previa a una resolución más satisfactoria. Además, la distinción entre “voluntario” o “involuntario” en las acciones es un tema de central importancia para el derecho.

Nota: El anterior artículo ha sido en respuesta al artículo que mi colega Asís Cortés publicó en esta misma revista hace un mes. Más allá de lo que pueda parecer, no es un mero quedarse en el ejemplo e intentar ver los errores de este, sino usar precisamente el mismo modelo para contraargumentar con las mismas herramientas.


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