La invasión de la pseudo-ciencia

La invasión de la pseudo-ciencia

Autor: Mariano Artigas
Publicado en: Revista Nuestro Tiempo, nº 418, p. 66-73.
Fecha de publicación: abril 1989

La proliferación de la pseudociencia es uno de los fenómenos más llamativos y a la vez más preocupantes de la actualidad.

Estas palabras se encuentran en la contraportada de un nuevo libro de Martin Gardner (La ciencia: lo bueno, lo malo y lo falso. Alianza, Madrid 1988) en el que se recogen 38 artículos en torno a la pseudociencia. A continuación se añade: "Gracias a la libertad de expresión y a la revolución técnica de los medios de comunicación, los gritos de los chiflados y de los charlatanes se oyen en ocasiones con mayor fuerza y claridad que las voces de los científicos".

Gardner afirma: "No creo que la presencia de libros sobre ciencia inútil, promocionados a best-sellers por editores cínicos, perjudique mucho a la sociedad excepto en áreas como la medicina, sanidad y antropología". Esas áreas, en efecto, tienen repercusiones especialmente palpables: el éxito del nazismo, por ejemplo, fue unido a teorías muy particulares acerca del hombre. Nuestra imagen sobre el hombre determina, en buena parte, nuestras actitudes acerca de la sociedad, la religión y la ética. Cabe preguntarse cuál sería, a la larga, el destino de una sociedad cuyos miembros estén convencidos de que no son más que animalitos un poco más listos que sus parientes antropoides, o contemplen en los robots una futura reserva de seres conscientes que aventajarán a los humanos en inteligencia y en inocencia moral.

Pero, ¿qué es la pseudociencia? En una primera aproximación, una teoría puede considerarse como pseudocientífica si, por una parte, se presenta como si estuviera avalada por el método característico de la ciencia, mientras que, en realidad, no satisface las exigencias que ese método implica. El caso es peor cuando, además, se intenta deliberadamente evitar el control propio de la ciencia rigurosa.

Los intentos de precisar más la noción de pseudociencia han dado lugar al problema del criterio de demarcación. Se trata de una cuestión que ha sido considerada por Karl Popper como central en la filosofía de la ciencia.

El criterio de demarcación

El nacimiento de la ciencia moderna en el siglo XVII y su progreso espectacular en las épocas siguientes provocó diferentes estudios dirigidos a establecer qué es lo que da a la ciencia experimental su peculiar fiabilidad. Los intentos se sucedieron hasta nuestro siglo, sin que ninguno de ellos diera en el blanco.

A finales de la década de 1920, los neopositivistas del Círculo de Viena afirmaron que la verificabilidad empírica de las teorías es lo que determina la superioridad de la ciencia. De acuerdo con su punto de vista, sólo las teorías científicas son verificables. Las demás pretensiones de conocimiento, especialmente la metafísica y la teología, escaparían a toda posibilidad de verificación y, por ese motivo, deberían arrojarse a la papelera como algo carente de significado. La verificabilidad empírica sería el criterio de demarcación que separaría los conocimientos científicos, rigurosos y dotados de significación, y las especulaciones metafísicas, arbitrarias y vacías de contenido.

Karl Popper, amigo de algunos miembros del Círculo de Viena, mostró que la verificabilidad no funciona como criterio de demarcación. Uno de los motivos que adujo fue que ese criterio ni siquiera podría aplicarse a la propia ciencia, cuyas teorías no admiten demostraciones concluyentes. De ahí su famosa afirmación de que los positivistas, en sus ansias de aniquilar la metafísica, aniquilan, junto con ella, a la ciencia natural.

En lugar de la verificabilidad, Popper propuso como criterio de demarcación la falsabilidad. Según este criterio, una teoría será científica si de ella se deducen consecuencias que puedan entrar en conflicto con la experiencia. No se trata ya de abandonar la metafísica que, según Popper, tiene sentido y puede ser objeto de discusión racional. De acuerdo con esa perspectiva, una teoría será pseudocientífica si se admite como científica y, a la vez, se la coloca por encima de cualquier posible crítica empírica. Una consecuencia del punto de vista de Popper es que nunca sería posible demostrar la verdad de las teorías científicas; éstas siempre serían hipótesis o conjeturas que se aceptan de modo provisional en la medida en que, por el momento, superan las contrastaciones experimentales a que son sometidas.

Un escéptico convencido

La perspectiva de Popper puede ser sometida a análisis críticos que nos llevarían demasiado lejos. Pero está ampliamente difundida en el mundo cultural contemporáneo. Martin Gardner se identifica básicamente con ella cuando afirma: "todas las hipótesis científicas son conjeturas, a las que tanto los científicos como los legos en la materia asignan grados de creencia entre uno y cero". La diferencia respecto a Popper es que, según el popperianismo estricto, ni siquiera puede hablarse de "grados de creencia".

Gardner es bien conocido por sus colaboraciones en Scientific American, donde fue, durante muchos años, columnista fijo, y por sus libros en torno a cuestiones científicas. Sus amplios conocimientos y sus dotes como escritor le convierten en una de esas personas con las que resulta desaconsejable enfrentarse. Quien desafíe a la dialéctica de Gardner puede estar seguro de que se encontrará con respuestas mordaces, llenas de datos y de lógica.

En 1952, Gardner publicó un libro titulado En el nombre de la ciencia, reeditado posteriormente con el título Modas y falacias en el nombre de la ciencia. Desde aquellas fechas, han sido muchos los artículos que, siguiendo la línea de ese libro, ha dedicado a criticar diferentes manifestaciones de la pseudociencia. Su estilo es el de un periodista profesional: pocos razonamientos y muchos datos, de acuerdo con el lema "una carcajada vale por diez mil silogismos". Esto no significa que esquive la dialéctica; por el contrario, los contra-argumentos que se le han expuesto son examinados y triturados hasta el detalle por su pluma ágil y certera. Dado que ha criticado muchas ideas en el terreno concreto, esos contra-argumentos han sido abundantes. En su reciente libro los recoge en Anexos que figuran después de sus artículos, y van seguidos de las correspondientes contra-réplicas.

Gardner se manifiesta enormemente escéptico respecto a temas como la parapsicología y el origen extraterrestre del fenómeno OVNI, y desplega sus baterías en el afán de mostrar que esas teorías carecen de toda base científica. También critica algunas interpretaciones sensacionalistas de teorías científicas respetables, tales como la mecánica cuántica, los agujeros negros y la teoría de las catástrofes. Sus razonamientos no tocan directamente a la religión; sin embargo, se extienden a diversas manifestaciones del fundamentalismo protestante en los Estados Unidos: a juzgar por los datos, realmente exóticos, que lanza al lector, quizá no le falten motivos. Como su estilo es siempre fuertemente polémico, en ocasiones da la impresión de que se opone a cualquier aceptación de realidades sobrenaturales.

Parapsicología y magia

El blanco preferido de las críticas de Gardner es, sin duda, la parapsicología. Muchos de sus artículos están dedicados a este tema. Las actuaciones de Uri Geller y de sus defensores son examinadas con detalle y trituradas sin piedad.

La parapsicología se ha presentado con las pretensiones de ser verdadera ciencia. Uno de sus argumentos consiste en afirmar que existen capacidades de percepción que no están incluidas en la ciencia convencional. Se trata de una pretensión difícil de refutar. En efecto, la posibilidad existe e incluso es verosímil. Conocemos mecanismos de percepción que poseen diversos animales y que, en cambio, no poseemos los humanos. Ante las críticas, los parapsicólogos señalan que las teorías científicas revolucionarias siempre han debido afrontar la resistencia de los medios científicos establecidos, afirmación que encuentra cierto apoyo en la historia.

Otra cosa son, sin embargo, las razones positivas que se aducen, y ahí es donde Gardner arremete con todas sus armas. Sobre todo cuando los parapsicólogos citan a su favor experimentos realizados bajo control científico. Gardneradvierte que, durante varias décadas, su afición principal ha sido la magia. Señala que, en las experiencias que se aducen, lo que realmente hace falta es un mago experto. Los científicos están acostumbrados al rigor, no a fraudes ni engaños realizados con la ayuda de trucos.

El lector del libro de Gardner asiste a un extenso desfile de experiencias presuntamente científicas que son hábilmente diseccionadas con el fin de mostrar los fallos concretos. Por ejemplo, Gardner explica las mil y una maneras de doblar objetos metálicos en privado y en público, sin que el espectador inexperto advierta los fraudes.

Algo semejante ocurre cuando los parapsicólogos aducen en su favor el testimonio de científicos de prestigio. Por ejemplo, se incluyen dos cartas de Albert Einstein que explican por qué pudo ser utilizado, en contra de sus convicciones, como si militara a favor de la parapsicología. Un caso más grave fue el de John Archibald Wheeler, uno de los patriarcas vivientes de la física moderna, cuya autoridad también fue utilizada por los parapsicólogos. Wheelerredactó al respecto un extenso escrito y envió una carta fuertemente crítica al presidente de la Asociación Americana para el Progreso de la Ciencia.

Sin embargo, algunos científicos de prestigio se han mostrado favorables a la parapsicología. Entre la variada documentación ofrecida por Gardner se encuentra una amplia carta, publicada en una prestigiosa revista de Nueva York, que está firmada por varios fisicos, entre ellos el premio nobel Brian D. Josephson. Las réplicas de Gardnerrecalcan, una vez y otra, las sospechosas conexiones entre estudios aparentemente científicos y manipulaciones que se encuentran en el ámbito de la magia teatral.

Ovnis y extraterrestres

Gardner no niega que existan problemas para explicar algunos datos acerca de los Ovnis. Pero se opone fuertemente a la utilización de este fenómeno en beneficio de teorías fantasmagóricas en las que se asiste a presuntos encuentros con seres extraterrestres. Sus críticas se concretan alrededor del film Encuentros en la tercera fase, de Steve Spielberg, y de la novela asociada a ese film.

Según la interpretación deGardner, el entusiasmo por los encuentros con extraterrestres puede deberse a que algunos buscan ahí una especie de salvación que sustituya a la redención religiosa: "para aquellos que no pueden creer en la Segunda Venida, ni en las esperanzas mesiánicas del judaísmo ortodoxo, ¡están los OVNIS! Si la Tierra está siendo visitada por extraterrestres, si el cielo (como señala un sahdu indú en Encuentros) está cantando para nosotros, seguramente los aliens deben ser amistosos o ya nos habríamos enterado de lo contrario. Esta posibilidad infantil es la que ha mantenido en el candelero a los platillos volantes durante treinta años. ¡Treinta años! Exactamente la edad del Sr. Spielberg" (el artículo está fechado en 1978).

A esto añade Gardner que "obviamente, no hay modo de que el Ejército del Aire o quienquiera que sea pueda demostrar que no nos visitan naves alienígenas". Podríamos añadir que, incluso científicos agnósticos como Carl Sagan, que se muestran convencidos de que el universo debe estar relativamente lleno de otros seres inteligentes y alimentan la ilusión de encontrarse algún día con ellos, advierten que, con toda probabilidad, esos seres deben encontrarse, como mínimo, a bastantes miles de años-luz.

Siempre cabe recurrir, como de hecho sucede, a fantasías sobre las posibilidades de pasar de un universo a otro, como por arte de magia, a través de los misteriosos agujeros negros y blancos, o cosas por el estilo. Precisamente una de las características de la pseudociencia es que explota en su favor la convicción, que parece fundamentarse en el siempre creciente progreso científico y técnico, de que "todo lo que no es manifiestamente imposible, es posible, e incluso probable". De este modo, quienes hacen sonar la llamada a la racionalidad, pueden ser tachados de retrógrados o poco abiertos a las maravillosas sorpresas que puede depararnos el progreso futuro.

Desde luego, quien piense que los extraterrestres están ya aquí, debe enfrentarse con hechos difíciles de explicar. Por ejemplo, la existencia de muchos observatorios astronómicos, altamente especializados, en todo el mundo. Parece impensable que no existan datos públicos fiables al respecto. A menos que se recurra a una conjuración que, desde luego, debería tener una escala mundial. Según algunos expertos en el tema, que narran sus encuentros personales con los extraterrestres con una paz notable, existen documentos concluyentes cuyo conjunto tendría un peso muy considerable. El inconveniente es que son secretos.

A lo largo de sus artículos, Gardner menciona no pocos libros de carácter pseudocientífico que alcanzan tiradas enormes. Podrían añadirse a su repertorio obras de Erich von Däniken, Juan José Benítez y otros, en donde se establecen conexiones entre no pocos fenómenos religiosos, que incluyen los narrados por la Sagrada Escritura, y actuaciones de seres extraterrestres. Continuando el argumento antes mencionado, parecería que en algunas ocasiones la fe religiosa que se basa en motivos auténticos se abandona en beneficio de especulaciones fantasmagóricas que se presentan envueltas en ropaje científico, aunque de científico sólo tengan la apariencia.

Los científicos y la pseudociencia

Los ejemplos de Gardner ponen de relieve que los científicos no están inmunizados frente a la pseudociencia. Gardnerse muestra muy poco partidario de cualquier tipo de fenómenos sobrenaturales, y cita con simpatía a algunos científicos que han publicado obras divulgativas en donde la religión tradicional viene sustituida, en nombre de la ciencia, por una visión materialista (Carl Sagan) o por un extraño panteismo cósmico (Paul Davies).

Sin embargo, en una ocasión sus críticas se extienden a Carl Sagan. A propósito de un pasaje de su libro El cerebro de Broca, afirma: "Este es Sagan con su sentido del humor más caprichoso. Pero nadie podría estar más seriamente preocupado por las fronteras de la ciencia del mañana. Cerca del final de la introducción de su libro, Sagan predice que en las próximas décadas los astrónomos quizá incluso obtengan la respuesta a esta terrible pregunta: ¿Cómo se puso en marcha nuestro cosmos?"

El comentario de Gardner es el siguiente: "Si Sagan no se refiere más que a la decisión entre un modelo de una sola gran explosión y un modelo oscilante que repite explosiones y crijidos sin fin, quizá esté en lo cierto, pero si se refiere a la solución del enigma último del origen del universo, con todos los respetos debo poner inconvenientes. Ninguno de los dos modelos toca el problema metafísico de la génesis. Sobre esta pregunta nadie puede imaginar siquiera ningún progreso de la cosmología que pudiera situar a la ciencia en mejor posición para resolver el enigma de la que gozaron Platón o Aristóteles". Cierto.

Nada hay que oponer a la observación de Gardner. Podría llamar la atención que, en este caso, utilice una crítica suave, que contrasta con su tono hiriente habitual. Se debe, probablemente, a su simpatía por Sagan.

Sin embargo, existen motivos para afirmar que una de las peores formas de pseudociencia es la que proviene de algunos respetables científicos cuya solvencia está fuera de dudas. Y también podría añadirse que este tipo de pseudociencia está en auge. Los casos de Sagan y Davies, cuyas obras han alcanzado gran popularidad, son paradigmáticos, como también lo es que a ellos se haya añadido recientemente nada menos que Stephen Hawking.

En las obras de estos científicos se encuentran exposiciones divulgativas que, en ocasiones, alcanzan una calidad aceptable. Pero también se encuentran reflexiones que van mucho más allá de lo que los métodos científicos dan de sí, y que son tratadas con una pobreza de recursos que sonrojaría a cualquier aficionado que posea una competencia mediana acerca de esos temas. Por ejemplo, en nombre de la ciencia se defienden ideologías materialistas o se afirma que es pensable la auto-creación del universo a partir de la nada.

Este tipo de pseudociencia, que se difunde en forma de libros, entrevistas y artículos asequibles al gran público, tiene un impacto notable en la actualidad. Y el público se encuentra con muy pocas defensas frente a ella. Al fin y al cabo, en los casos ordinarios de pseudociencia, siempre cabe recurrir a expertos científicos que aclaren la situación; en cambio, cuando esos expertos hablan de ideas metafísicas acerca del mundo, del hombre y de Dios, y presentan sus opiniones como si fueran el resultado o la proyección de los avances científicos actuales, ¿a quién se puede recurrir? Si es verdad, como algunos afirman, que en la sociedad actual los científicos tienen el prestigio y la autoridad que antes se atribuía a los sacerdotes, parece que el tribunal de última instancia será uno mismo, ya que se trata de dilucidar qué valor tiene lo que dicen los científicos.

Lo malo es que, por culto que uno sea, no siempre es fácil entender qué significa la gravedad cuántica, las supercuerdas o cosas por el estilo. Se trata de teorías muy hipotéticas que ni siquiera los científicos entienden bien. Si uno se las toma en serio, puede acabar en el psiquiatra, que parece destinado a convertirse realmente en el tribunal de última instancia. Pero tampoco el psiquiatra suele ser un remedio muy eficaz para las ideas. Su máxima eficacia consiste, habitualmente, en dar pastillas.

Los anti-depresivos están de moda, y hay motivos para pensar que lo estarán cada vez más. Quizá una manera de evitarlo, con el permiso de la industria farmaceútica, sería contribuir a la crítica de la pseudociencia. Es una tarea a la que Martin Gardner ha dedicado encomiables esfuerzos. Pero queda bastante por hacer.