Intelligent Design: la creación del cosmos

Intelligent Design: la creación del cosmos

Autor: Santiago Collado
Publicado enAgencia Veritas
Fecha de publicación: 14 de marzo de 2006

Entender correctamente el movimiento llamado Diseño Inteligente (Intelligent Design) exige explicar su origen y distinguirlo del Creacionismo o Ciencia de la Creación, con quien frecuentemente lo asimilan sus detractores. El Creacionismo se desarrolla en los Estados Unidos principalmente durante los primeros decenios del siglo XX y defiende una total subordinación de la Ciencia a las afirmaciones que literalmente se contienen en la Biblia. Esta posición frente a los textos sagrados llevó a sus seguidores a hacer afirmaciones –como que la edad de la Tierra no es mayor de 10.000 años- que entraron pronto en contradicción con las verdades científicamente aceptadas y contrastadas.

En el ámbito científico, la evolución darwiniana se impone solidamente durante la primera mitad del siglo XX. En la medida en que el Darwinismo es aceptado, y rechazado el Creacionismo, también va creciendo un cierto malestar entre algunos científicos que ven cómo se impone, junto con el Darwinismo, una visión de la ciencia predominantemente materialista. En el conjunto de la sociedad estadounidense este sentir es mucho más generalizado. En los años 70 y 80 ven la luz asociaciones y publicaciones que se hacen eco de este malestar pero, a diferencia de lo que ocurre con el Creacionismo, el enfoque que muchas de ellas adoptan es científico. Tratan de poner de manifiesto, desde la misma ciencia, las lagunas e insuficiencias que esconden con frecuencia los argumentos defendidos por no pocos evolucionistas.

Uno de estos grupos es el que, durante los últimos años 80 y principios de los 90, da lugar al Intelligent Design. El personaje que toma las riendas del movimiento en estos primeros años es Phillip E. Johnson. Johnson, abogado de prestigio en la década de los 80, ve en las explicaciones darwinistas que se hacen en publicaciones de entonces –"El relojero ciego" de R. Dawkins, por ejemplo-, argumentos más propios de estrategias jurídicas que del ámbito científico. Johnson decide escribir un libro en el que trata de hacer justicia a los argumentos darwinistas: su título es "Juicio a Darwin" (Darwin Trial). El libro se publica en 1991 y alcanza un gran éxito editorial. Pero el debate entorno al ID no ha empezado propiamente todavía.

En 1996 Michael Behe, profesor de bioquímica en la Universidad de Lehigh, escribe "La caja negra de Darwin". Este libro es muy bien acogido por la crítica y se convierte pronto en un auténtico bestseller. Es entonces cuando el Intelligent Design obliga a salir al ruedo del debate a los darwinistas y cuando comienza realmente la polémica que le enfrenta con el Darwinismo.

La idea principal, brillantemente expuesta en el libro mencionado, es la noción de complejidad irreductible. De una manera muy sencilla se podría resumir diciendo que en los seres vivos, la bioquímica actual nos permite encontrar sistemas que ostentan un tipo de complejidad que no es explicable simplemente por variaciones aleatorias y selección natural, como defienden básicamente los diversos darwinismos. La conclusión a la que llega Behe es que dichos sistemas sólo pueden haber sido diseñados. La ciencia, según Behe, sólo nos permitiría llegar a esa conclusión, no nos facultaría en cambio para poder determinar qué inteligencia ha sido la autora del diseño.

William Dembski, que estaba acabando su tesis doctoral cuando se publicó La caja negra de Darwin, es ahora el defensor más prolífico del movimiento. Sus libros son ya más de una decena. Por su formación en diversas áreas científicas y teológicas, se ha convertido en el líder indiscutible del movimiento. En sus escritos trata de establecer las condiciones que debe reunir un sistema para poder afirmar que en su formación ha intervenido algún tipo de diseño inteligente. Entre sus objetivos está el dotar al ID de carácter auténticamente científico, cosa que por supuesto le niegan los darwinistas y también algunos que no lo son.

Resumimos finalmente algunos puntos que nos parece importante destacar en el contexto del debate ID-Evolución:

1. El cristianismo ha defendido siempre la realidad de la creación del mundo. Pero defender la creación no es igual que ser creacionista. El creacionismo defiende la autoridad de la Biblia, según una interpretación literalista de la misma, en cuestiones meramente científicas. Eso le lleva a hacer afirmaciones que entran en abierto contraste con la ciencia.

2. Es necesario distinguir entre evolución y darwinismo. La evolución es compatible con la doctrina de la creación tal como la defiende la teología cristiana, y también lo es el darwinismo como explicación parcial de la evolución. Lo que es incompatible con la doctrina cristiana es cualquier evolucionismo de tipo materialista.

3. Hay acuerdo entre los científicos en que el darwinismo explica algo de la evolución. No hay tanto acuerdo, pero es hoy bastante claro, que el darwinismo no puede explicar toda la realidad de la evolución sino sólo una parte y bien pequeña.

4. Los defensores del ID no se pueden incluir dentro del grupo de los creacionistas. Por otra parte, la inteligencia a la que se llega a través del ID no tiene por qué ser el Dios de los cristianos. El intento del ID, conseguido o no, de permanecer en el ámbito de la ciencia empírica limita necesariamente el alcance de sus afirmaciones en relación con Dios.

5. Aunque la noción de complejidad irreductible es clara, corresponde a la ciencia determinar si realmente existen en la naturaleza sistemas de complejidad irreductible.

6. El ID constituye realmente un desafío a una explicación de los fenómenos evolutivos hecha desde una visión estrictamente darwinista.

7. Este debate pone de manifiesto la necesidad de comprender mejor la distinción, irreductibilidad y complementariedad existente entre la Ciencia, la Filosofía y la Fe.