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Por qué Beethoven escuchó a los Beatles

Benjamin Waldstein, pseudónimo de un alumno de la facultad de Filosofía y Letras, nos presenta este ensayo tan personal y cargado de un halo de misterio. ¿Escucharon Beethoven y los Beatles lo mismo con siglos de diferencia?


Los últimos estudios psicológicos acerca del valor del lenguaje en la comunicación interpersonal demuestran que lo que se dice apenas es un 7% de lo que se comunica; el tono y los matices, un 38% y, los gestos y señales corporales, un 55%. El primer 45% se usa para transmitir información y el segundo 55% para comunicar estados y actitudes personales (para más información al respecto véanse los estudios de Albert Mehrabian). Esto evidencia que, si hubiera un lenguaje más o menos objetivo que solo se centrase en el tono y los matices a la hora de expresar algo, estaría comunicando más que la voz robótica de Siri o de “OK, Google”. Este lenguaje es el llamado lenguaje musical.

Nietzsche fue quién le dotó de este nombre. Para él, el concepto es el residuo de una metáfora. Aquello que, desligado de toda realidad, queda en el intelecto muerto —muerto porque no tiene la vivacidad de la imaginación—. Si hubiera un lenguaje que no tuviese la capacidad de morir, este sería el lenguaje que apela continuamente a la imaginación y que sirviese de metáfora para todas las cosas, dejando el concepto fuera de sus límites.

Pues bien, ¿por qué Beethoven escuchó a los Beatles? Esa es la pregunta que encabeza el artículo, y siento decepcionar diciendo que, aunque es un título resultón, no es exactamente lo que sucedió sino que, más bien, viviendo ambos en siglos diferentes, fueron capaces de traducir en música el mismo fenómeno: que el individuo está sumergido en un continuo ruido social que no le permite pararse a pensar, a escuchar, a vivir…. Esto se ve en el Cuarto movimiento de la Novena de Beethoven y en la canción de “A day in the life” de los Beatles.

Nadie soporta la quietud del silencio porque este parece acusarnos. Parece decir que nuestra vida es un eterno silencio que nadie está dispuesto a escuchar, que es sosa, vacía, aburrida. Pero quien ha aprendido a escuchar el silencio, sabe que hay formas de mejorarlo. «No rompas el silencio si no es para mejorarlo», dijo Beethoven. ¿Y cómo se mejora el silencio sino es ordenando ese inevitable ruido abrumador?

Una buena forma de traducir esta realidad a música es a través de la disonancia. ¿Por qué disonancia? Porque ese frenesí agotado está formado por las preocupaciones de cada uno, de su ajetreo, de la saturación por intranquilidad. Quien se mete en su abismo, escucha el gemido de la melancolía repetida en infinitos ecos. Y uno cree volverse loco y no encuentra la cuerda a la que agarrarse. Así dice Beethoven tras el acorde disonante con el que también empieza el cuarto movimiento: Freunde! Nicht diese Töne! Sondern lasst uns angenehmere anstimmen und Freundenvollere! —¡Amigos, no entonemos estos tonos, sino otros más agradables y amigables! —. Estos versos, que pertenecen a un poema de Schiller, reflejan la preocupación de que si no hay humanidad en nuestras vidas, una que mire a un mismo horizonte, sólo cabrá lugar para la desesperanza.

Esta disonancia beethoveniana, que aparece dos veces en su cuarto movimiento, es una forma suave de reflejar el ruido que se refleja —también dos veces— en la canción “A day in the life”. Esta trata sobre un día rutinario estándar y en esta rutina es dónde aparece el implacable ruido del frenesí que satura nuestra sensibilidad y nuestra ilusión por continuar viviendo —por continuar escuchando—.

En definitiva, Beethoven escuchó lo mismo que los Beatles. Quizás al músico alemán le bastó escuchar su propio abismo para ensordecer y tener la necesidad de gritar a la humanidad que no habría que entonar esos acordes, sino otros más alegres. Quizás a McCartney y Lennon les bastó ver que, aunque todo el mundo les conocía, ellos no conocían a nadie —quizás no se conocían ni a ellos mismos—, para ser capaces de expresar ese ruido y traducirlo a música. Quizás yo me he sentido tan reflejado con ambas disonancias que me han bastado para traducirlo a estas palabras. 
 

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