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LLAMAS

Por Pilar López

 

Copyright © Peter Castleton
“Rottingdean windmill”, 2010

Antes, a Alonsito no le gustaba jugar cerca del molino. Le espantaba el aire poderoso que recorría las llanuras, para él lejos de casa. Pero cuando conoció a su primer amigo, creció en él una valentía extraña. El molino ya no le daba tanto miedo. 

Escuchó su nombre a lo lejos, una voz reconocida, y cogió el saco pesado. «Es para las cabras», dijo a su madre, y partió. La luz del atardecer doraba las paredes de la casa de Alonsito en pleno invierno. Su madre, recelosa, le observaba correr desde el umbral hacia el molino entre gritos y risas. Las aspas sorteaban el cielo, y bajo sus sombras el amigo reía satisfecho. «Vamos a jugar ya», dijo Alonsito. «Vale. Trae eso. Hagamos una biblioteca infinita», respondió su amigo. Una sonrisa. 

Los libros del saco yacieron después rodeando el molino viejo. «Ahora cierra los ojos», y lo siguiente que vio Alonsito fue un aro de fuego tintando al gigante de cobre y carbón. Los libros que su madre odiaba y que él ansiaba leer ya no existían. Ya eran solo ceniza. Alonsito se sintió desquiciado, no entendía a su amigo, y no quiso verle más. Entonces se abalanzó hacia él. Una valentía extraña. Un empujón y se extinguiría. Saltó y creyó tocar a su amigo pero se topó con el suelo llano, vacío, su rostro a centímetros de las llamas. El aire gélido azotaba el fuego. No tuvo miedo, no huyó. Lo observó morir antes de volver a casa, y le pareció eterno.

«Le ha vuelto a pasar. No tiene remedio. Está loco, igual que tú», dijo la madre.

El padre respondió: «Mi hijo será un caballero. Mi hijo será como su padre. Un héroe». 

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