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Dios salve a Reino Unido


Ivan Sánchez
Iván Sánchez Marañón, estudiante de 3º del Grado en Filosofía, Política y Economía (PPE), analiza la situación actual de Reino Unido tras el fallecimiento de la reina Isabel II, el pasado mes de septiembre. En su artículo, nuestro alumno reflexiona sobre el legado de la monarca y sobre la inestabilidad política en Inglaterra, que atraviesa momentos de grandes cambios.


La muerte de la reina Isabel II tras 70 años gobernando Reino Unido y el consiguiente ascenso al trono de Carlos III colmaron los medios de comunicación hace un par de meses. Pudimos ver una infinidad de noticias en torno a Isabel II: recordando su reinado, siguiendo su entierro y analizado la multitud de actos que se están llevando a cabo en Reino Unido. Desde entonces, encontramos un interés mucho menor por el nuevo monarca, Carlos III. Sin embargo, el futuro de toda una nación depende de su reinado, y el legado de Isabel II se convertirá en poco más que añoranza y nostalgia si el rey no está a la altura de las circunstancias. Por desgracia, a todas las crisis en las que se encuentra sumida el país, se le suma el propio ascenso de Carlos III a la corona.

Para empezar, mientras que Isabel II contaba con el apoyo de la mayoría de la ciudadanía, el nuevo rey no tiene tanta suerte y es percibido como alguien un tanto caprichoso, presuntuoso y, sobre todo, incapaz de gobernar un país en una situación tan delicada como la actual. Todo lo anterior, sumado al mal recuerdo que arrastran los incidentes en torno a la princesa Diana, hacen que Carlos III no sea demasiado querido por sus nuevos súbditos. Esta falta de popularidad es peligrosa. Si el rey no cuenta con una aceptación por parte de la población lo suficientemente alta, es muy probable que esta pérdida de reputación terminase por repercutir no solo sobre la persona del rey, sino sobre la propia institución de la Corona. En otras palabras, uno de los problemas más importantes que puede suponer la coronación de Carlos III es que la sociedad inglesa se divida entre quienes estén a favor de la monarquía y quienes estén en contra. Lo cual supondría otra división más entre las muchas que azotan al país.

Por otra parte, es difícil negar que la monarquía —cuando cuenta con el debido respaldo por parte del pueblo— pueda llegar a erigirse como una institución que aporta estabilidad a la política de todo el territorio. Por ello, que una institución tan longeva, que, bajo el liderazgo adecuado, cuenta con un enorme potencial para lograr el orden y la paz internas se encuentre ahora bajo amenaza no puede ser algo beneficioso. Esto no quiere decir que el debate sobre la Corona no deba ser abordado, simplemente apunta a que ahora no es el momento adecuado para llevar a cabo esta discusión, pues el país necesita estar más unido que nunca para sobrevivir.

Para solucionar estos peligros bastaría, a priori, con que el nuevo monarca demostrara que está capacitado para asesorar y dirigir a la nación por el buen camino. El verdadero problema estriba, precisamente, en que Carlos III no transmite dicha imagen. Volviendo a lo que hemos mencionado, este nuevo rey parece estar más centrado en sus propias preocupaciones que en las de la ciudadanía, y no se muestra como alguien capaz de coger las riendas en un momento tan arriesgado como en el que nos encontramos. Y, desgraciadamente, el hecho de que hubiese decidido tomarse un día de vacaciones tras apenas 5 días en el cargo parece confirmar nuestras sospechas. Si esto es así y Carlos III acaba siendo el líder endeble que parece que va a ser, el Reino Unido se encontrará en serios problemas.

Por si fuera poco, la fugacidad del gobierno de Truss complica todavía más la situación y alimenta la hoguera de inestabilidad política que abrasa al país. No olvidemos que estamos hablando de un gobierno que lleva 5 primeros ministros en apenas 6 años. Ante tal escenario, tener que lidiar con un cambio de monarca que no parece apto para hacer frente a los desafíos no se presenta como un horizonte muy prometedor. En otras palabras, el liderazgo parece quedar a la deriva y el nombramiento de Carlos III no haría más que agravar las dificultades, haciéndolas más dolorosas si cabe.

En suma, la muerte de la reina Isabel II y el consecuente nombramiento de Carlos III supone la guinda al pastel de inestabilidad que atraganta al Reino Unido. En una coyuntura repleta de problemas como la recuperación económica tras la pandemia, la guerra de Ucrania y la crisis de energías que ahogan a Europa, sumados a la inestabilidad interna causada por la polarización y la excesiva alternancia de gobiernos, la muerte de Isabel II ha dejado huérfano a todo un país. ¡Dios salve al Reino Unido! Porque el rey no lo hará.


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