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El Olimpismo en la tensa tregua entre dos guerras (1920 - 1940)

EXPOSICIÓN VIRTUAL

Aplicaciones anidadas

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Al término de la I Guerra Mundial, muchas cosas cambiaron sobre la tierra. La fe en el progreso indefinido del ser humano se vio cuestionada y el brillante futuro que se vislumbró en buena parte del siglo XIX quedó en entredicho. La crítica a los fundamentos del orden recibido se generalizó y el período posterior a 1918 se caracterizó por la intensa vivencia del presente, sin volverse a un pasado al que se declaró culpable y sin mirar a un futuro que ya no se pintaba tan halagüeño.

Uno de los frutos del optimismo en el ser humano fue el movimiento olímpico, una declaración de esperanza en la mejora individual y colectiva a través del deporte y la salud física. Entendida de forma completamente altruista, buscaba el internacionalismo y la colaboración desinteresada como medio de acercamiento de las naciones. Ese fue el espíritu detrás de las gestiones del barón Pierre de Coubertin, que en 1892 consiguió poner en marcha la restauración de los Juegos Olímpicos.

En sus primeras convocatorias, las olimpiadas buscaron establecer un sistema de encuentro caracterizado por el amateurismo y la complementariedad de las prácticas deportivas. Pese a las dificultades, las convocatorias de Atenas 1896, París 1900, San Luis 1904, Londres 1908 y Estocolmo 1912, fueron consolidando un modelo deportivo en el que cada nación acabó buscando un triunfo que reforzara su identidad colectiva.

Con la Gran Guerra se puso de manifiesto el auge de los nacionalismos y, a su finalización, el temor a su renacimiento. Los recelos y tensiones de un tiempo de turbulencias, surcado por crisis económicas y el recuerdo lacerante de la contienda y su capacidad destructiva, marcaron unas convocatorias olímpicas que trataban de mantener la concordia y convivencia entre naciones. En Amberes 1920, París 1924, Amsterdam 1928, Los Ángeles 1932 y Berlín 1936 se buscó sanar las heridas de la contienda, pese a la conciencia de la inquietud y agitación que fenómenos como la Revolución Rusa de 1917, el fascismo italiano desde 1922, o el nazismo desde 1933, llevaron a una Europa en proceso de recuperación y llena de contradicciones, dubitativa entre los caminos antagónicos que se le presentaban y con el olimpismo capeando un doloroso temporal.

En esta exposición, constituida primordialmente por los materiales procedentes de la Biblioteca General y sobre todo del Archivo General de la Universidad de Navarra, con el fondo de Pedro J. Matheu, un diplomático salvadoreño integrante del COI durante estos años de entreguerras, se trata de reflejar la intensa actividad de un movimiento olímpico que buscó puntos de encuentro en torno al deporte, y que siguió pensando en las convocatorias deportivas incluso a pesar de la guerra, como muestran los materiales relativos a las olimpiadas de 1940, de verano en Helsinki y de invierno en Garmisch-Partenkirchen, solo suspendidas con la II Guerra Mundial ya en marcha.


Francisco Javier Caspistegui