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RU-486 y la ética social

Gonzalo Herranz Rodríguez.
Profesor de Ética Médica de la Universidad de Navarra.
Artículo de opinión publicado en El Mundo, el 1-XI-98.

El autor del artículo se define contrario al aborto. Una vez declarada su posición ofrece algunas objeciones serias a la píldora RU-486, que proceden, fundamentalmente, de dos campos: de la ética médica y de un amplio sector del feminismo.

Una cosa es evidente: la RU-486 es un agente de división, un fuerte polarizador de opiniones. Desde que fue presentada hace unos años como emblema de la libertad reproductiva ha sido objeto de debates encendidos entre partidarios y detractores. Para unos, es un regalo afortunado para la mujer, pues permite escoger el modo de abortar; para otros, es un arma química sofisticada y mortífera, una mina antipersona, diseñada para destruir vidas inocentes.

Soy civilizadamente contrario al aborto. Para contribuir al debate social sobre la aprobación administrativa de la RU en España, voy a ofrecer algunas objeciones serias a la píldora, que vienen, por extraña coincidencia, de dos campos: de la ética médica y de un amplio sector del feminismo.

La ética médica -desde el juramento hipocrático a la Declaración de Ginebra- impone el máximo respeto a la vida humana, a todo ser humano sin discriminación. El rechazo de la RU cobra particular energía, no porque sea simplemente abortiva, sino porque, en su diseño ideológico, que no en su práctica, pretende trivializar el aborto, reducirlo a una rutina, sin dimensión psicológica ni responsabilidad ética.

Tal trivialización del aborto por la RU-486 se da, para empezar, al nivel biológico. La RU, en su condición de antihormona, tergiversa el lenguaje molecular que es necesario para mantener el embarazo, va separando poco a poco, pero de modo muy preciso, al embrión de la madre, y lo mata, lenta e inexorablemente, a lo largo de uno o dos días. Muerto el embrión, sus restos son eliminados gracias al efecto de una prostaglandina. El acto mismo del aborto no es muy diferente de un menstruo algo más abundante y fastidioso de lo normal.

Desde el punto de vista humano, estamos ante una variante, más prosaica y vulgar, de aborto, carente del dramatismo y la tensión del aborto quirúrgico, que aspira a convertir ese drama humano en algo irrelevante, en algo parecido a tratar con un vermífugo, un parásito intestinal: todo consiste en ingerir un preparado y esperar sus efectos.

La RU está diseñada justamente para eso: para desdramatizar el aborto, para blanquearlo, para que todos nos olvidemos de él, para que nadie sienta remordimientos por la vida engendrada y selectivamente destruida.

Más aún, los promotores del aborto farmacológico nos dicen que la cosa está sólo empezando y que no tardará en llegar el momento en que se podrá separar definitivamente sexualidad y procreación, pues una píldora tomada regularmente desalojará del útero cualquier embrión no deseado que pueda ocuparlo. Y, esto es lo esencial, sin que nadie sea consciente del hecho. Los embriones no entrarán siquiera en esa mínima categoría de víctimas que son los desaparecidos, pues serán, simplemente, ignorados. Lo demoledor de la RU-486 consiste en desproblematizar afectiva y racionalmente el aborto, en extinguir lo poco de humano que le queda todavía ligado al inevitable trauma de sentir que la criatura está siendo aspirada o reducida a fragmentos. Que el aborto siga siendo problema es un bien social y personal. No cabe aquí un peace process. Es preferible reconocer a cara descubierta las flaquezas humanas y vivir en la agonía y precariedad moral, que instalarse confortablemente en una sociedad que ignora que vive en la mentira pactada y que, para eliminar el pecado, no duda en colocar a lo perverso la etiqueta de bueno y avanzado.

En la oposición a la RU no están solos los pro vida. Un amplio sector del feminismo ha atacado la píldora abortiva con la mezcla de lucidez y coraje que le es típica. Todos los argumentos con que se había querido promocionar a la RU como droga-milagro han sido desmontados por esas mujeres. Dicen, y no les falta razón, que la RU es un fiasco: resulta que lo que iba a ser el aborto desmedicalizado, el aborto do-it-yourself, exige mayor supervisión médica; resulta que la promesa de aborto privado en casa exige tres o cuatro visitas a un centro oficial autorizado, con sus esperas, a veces largas; resulta que lo anunciado como aborto libre implica ingerir unas pastillas ante testigos, y someterse a ecografías vaginales de control, y pasarse 48 horas con dolor de vientre y, a veces, sangrar más de lo deseable. Para remate, se encuentran con que lo que iba a ser más barato, resulta más caro. Además, el aborto con RU, con su pesada carga tecnológica y su nada despreciable tasa de complicaciones, es peligroso para la vida y la salud de muchas mujeres. En conclusión y muy feminísticamente, dicen que sean los hombres quienes se traguen la píldora, pues Baulieu acaba de descubrir que la RU lesiona la membrana de los espermatozoides y podría disminuir la fertilidad del varón.

Para dejar clara mi postura, he de decir que no me opongo, ni nadie en su sano juicio podría hacerlo, a las aplicaciones clínicas que la RU pueda tener en el tratamiento de un pequeño número de auténticas enfermedades. Puedo, por ello, comprender que la Dirección General de Farmacia estudie la posibilidad de licenciar el uso restringido de la RU en España, para los que hay sistemas alternativos, rápidos y eficaces, de importación controlada. Lo que no puedo entender es que el Gobierno, en un momento en el que trata de contener el gasto farmacéutico eliminando de las listas de medicamentos los de baja utilidad terapéutica, autorice un fármaco tan cargado de desventajas biológicas y de conflictividad social.

La RU-486 -no hay mal que por bien no venga- debería ser como una banderilla de fuego en el morrillo de nuestra pluralista sociedad de hoy. Unos pueden, muy posmodernamente, asistir impávidos a la destrucción de muchas vidas humanas, tan significativas y valiosas como las suyas propias. Otros pensamos que el mundo está necesitado de rebeldes, de gente que ponga el dedo en la llaga del aborto, de gente que trate de impedir que la peligrosa medicina RU-486 se ponga al alcance de ciertos niños.

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