material-lealtad-libertad-enfermeria

Lealtad y libertad profesionales de la enfermeria

Prof. Dr. Gonzalo Herranz, Grupo de Trabajo de Ética biomédica, Universidad de Navarra.
Conferencia pronunciada en el Pomeriggio di Studio per il Personale Paramedico.
Lugano, 27 de marzo de 1987.

Índice

Introducción

I. Deontología de la libertad y de la lealtad

II. La defensa diaria de la libertad

III. Algunos puntos de examen

1. Libertad y lealtad hacia uno mismo

2. Lealtad e independencia hacia el enfermo

3. Lealtad e independencia ante el médico

4. Libertad y lealtad hacia la profesión

Introducción 

Nuestro tema de reflexión es Lealtad y Libertad profesionales de la Enfermera. Vaya por delante que soy de la opinión de que la Etica médica y la Etica de la Enfermería tienen mucho que ver con el aprendizaje y la práctica de las virtudes específicas de cada profesión. Es cierto que, en los últimos tiempos, la Etica de nuestras profesiones están siendo arrastradas, no sin riesgos, hacia el campo de gravitación del Derecho. Por ello, conviene de vez en cuando hablar de cómo practicar las virtudes profesionales: de su teoría y de su práctica.

La lealtad nos empuja a mantener las promesas, a odiar el fingimiento, a rechazar las traiciones. Nos hace sinceros, honestos, capaces de sufrir en defensa de las propias convicciones, para no abdicar de ellas. Pero, además, nos hace generosos, pues la lealtad, que nos facilita el cumplimiento de los deberes a los que nos hemos comprometido, nos inspira también la posiblidad de crear otros deberes voluntarios, no codificados. Estos deberes supererogatorios son los que señalan, en último término, la diferencia entre la gente que vive su profesión como una vocación de aquella otra gente que la desempeña como un empleo mercenario.

La libertad, en un contexto profesional es la capacidad de juzgar y actuar sin violencias externas, guiándose por los principios éticos y los compromisos científicos de la profesión. La independencia profesional no es, pues, arbitrariedad o indeterminación caprichosa: es una voluntaria y constante adhesión a ciertos principios y valores elegidos autónomamente, en conciencia, en razón de su superioridad ética.

En la capacidad de crear deberes voluntarios hacen contacto lealtad y libertad. Una persona verdaderamente libre reclama para sí el derecho de hacer las cosas mejor, de servir con más inteligencia y más dedicación. Pero no es éste el único punto en que contactan. Espero demostrar a lo largo de mi charla que son múltiples los lugares éticos en los que lealtad y libertad entran en relación.

I. Deontología de la libertad y de la lealtad 

Lealtad y libertad ocupan un lugar importante en Deontología de la Enfermería. De ordinario, la libertad aparece en los documentos deontológicos bajo la forma de independencia profesional. El Código para Enfermeras del Consejo Internacional de Enfermería, que pretende ser el texto básico de validez universal, afirma en su preámbulo que la enfermera tiene cuatro responsabilidades fundamentales: promover la salud, prevenir la enfermedad, restaurar la salud y aliviar el sufrimiento. (Permítanme hacer entre paréntesis una crítica a la repetición dela palabra salud: promover la salud, restaurar la salud. No lo hago para reprochar al Consejo Internacional de Enfermería su pobreza de léxico, sino para recordar que, antes de la reforma de 1973, se hablaba de un triple compromiso, más de mi gusto: conservar la vida, aliviar el sufrimiento y promover la salud). Sigamos. El Código, después de regalar nuestros oídos con la consoladora profecía de que las enfermeras serán necesarias siempre y en todas partes, afirma que es consustancial a la enfermería el respeto a la vida, a la dignidad y a los derechos del hombre y que la profesión no puede estar restringida por consideraciones de nacionalidad, raza, credo, color de la piel, edad, sexo, afiliación política o de clase social.

Estas cláusulas nos dicen que la enfermera tiene contraídos ciertos compromisos vocacionales que ha cumplir responsablemente y que, para que pueda desempeñar su profesión con calidad humana y con dignidad ética, ha de ser independiente en su trabajo, no puede ser interferida por influencias extrañas.

Todo ésto es muy razonable. La libertad es una condición imprescindible para que el trabajo profesional pueda ser ético: sin libertad no hay mérito moral, no hay espacio para la dedicación generosa. Sin libertad, la lealtad se asfixia.

Pero es también muy interesante. Las responsabilidades de la enfermera miran simultáneamente a varios frentes: al paciente, a su competencia profesional, a la sociedad, al médico y, por último, a sus colegas. Esto crea un amplio retículo de lealtades que pueden interactuar sinérgicamente o pueden, en ocasiones, crear conflictos de muy difícil solución.

II. La defensa diaria de la libertad 

Los documentos deontológicos indican que el compromiso primero de la enfermera consiste en prestar a su paciente el mejor servicio de que sea capaz, tal como se lo dictan su competencia profesional y su conciencia. Pero ocurre, sin embargo, que en la sociedad de hoy, tan pluralista y tolerante en apariencia, la enfermera no se ve libre de presiones administrativas o políticas que tienden a veces a limitar su autonomía y le impiden prestar ese servicio cualificado.

Se hace entonces necesario proclamar obstinadamente que la enfermera no puede abdicar de su independencia profesional. En primer lugar, porque ése es un derecho fundamental que la enfermera tiene como persona humana, como agente moral responsable, pues, en el fondo, la libertad profesional es condición imprescindible absoluta para llevar una vida auténticamente moral. Pero, en segundo lugar, pienso que la libertad del personal paramédico es también un derecho del enfermo, al que no se le puede razonablemente privar de ser atendido por una enfermera competente y concienzuda, que no ceda ante las presiones que puedan perjudicar de algún modo al paciente o limitar injustamente los cuidados que deba recibir. En tercer lugar, la libertad e independencia profesional de la enfermera es un derecho de los que con ella trabajan en la promoción de la salud y en el tratamiento de la enfermedad. En concreto, al médico le interesa decisivamente contar con la colaboración de enfermeras, competentes y concienzudas, que no ceda a las presiones abusivas de la familia, a las exigencias desacertadas del propio enfermo o a los descuidos en los que el propio médico pueda incurrir.

Por lo que acabo de decir podría deducirse que la enfermera vive en un mundo potencialmente cargado de conflictos éticos, que ponen a prueba de vez en cuando su libertad y sus diferentes lealtades. Leyendo las revistas americanas de enfermería, uno a veces tiene la impresión de que en los Estados Unidos las enfermeras llevan una vida de continuo sobresalto. La enfermera se ve atacada allí desde varios frentes. A mí me parece que, en relidad, la situación no es tan dramática.

Por eso, prefiero hablarles de cómo la libertad y la lealtad de la enfermera se manifiestan en cosas más habituales y ordinarias. No digo que no pueda suceder alguna vez que una enfermera tenga que enfrentarse a dilemas morales tremendos, del tipo de los que publica el American Journal of Nursing. Ni niego que no se den problemas en que la independencia profesional se vea en apuros ante presiones políticas. Pero pienso que aprovecho mejor mi tiempo y el de ustedes si lo dedicamos a tratar de la libertad y la lealtad en las acciones cotidianas de una buena enfermera y las consideramos como parte de la esencia ética de la profesión.

III. Algunos puntos de examen 

La conservación de la lealtad y el crecimiento de la independencia profesional necesitan, como el cultivo de todas las virtudes, un sistema, psicológico y moral, de seguimiento. Hemos de monitorizar constantemente el nivel que alcanzan en nuestra conducta, comprobar si crecen o menguan. Para ello necesitamos examinar nuestras acciones y nuestra conciencia. Platón dijo, a este propósito, una cosa muy fuerte: que una vida sin examen no merece ser vivida. El profesional, cuidadoso de su independencia y de su lealtad, se examina porque está pugnando por mantener y acrecentar unas virtudes o unos ideales que no se alcanzan fácilmente y necesita renovar cada dia su programa ético. No es fácil. Ciertos ambientes parecen estar dominados por la rutina o, lo que es peor, por un complot de mínimo esfuerzo. En ellos, a quien no comparte el tono moral de mediocridad obligatoria se le aplica una política de represalias que disuaden de todo liderazgo ético. Frecuentemente, no hay otro remedio que nadar contra corriente. Este ambiente mercenario es, en parte, una de las consecuencias adversas de lairrupción del Derecho laboral en los hospitales, de la necesidad de describir las funciones de cada puesto de trabajo, de evitar interferencias entre las distintas categorías de personal, o de fijar contractualmente. Todo esto ha contribuido, por un lado, a favorecer el orden y el control de la gestión del hospital. Pero, por otro, ha ido haciendo cada vez más difícil la iniciativa personal. Ha reducido el riesgo de explotación injusta de los trabajadores de salud, pero ha provocado la atrofia de la generosidad.

Para sistematizar de algún modo la descripción de la independencia y la lealtad profesionales y ayudar a ese examen, me parece lo más oportuno tratar cuatro aspectos distintos, como si ellas fueran fuente de deberes para con la enfermera misma, para con el enfermo, para con el médico y para con la propia profesión.

1. Libertad y lealtad hacia uno mismo 

¿Es posible que uno tenga conflictos de libertad y lealtad hacia sí mismo? A primera vista, parece que la autonomía ética es una permanente afirmación de independencia y lealtad. Yo y mi libertad vamo siempre juntos. Puedo sufrir ataques de fuera, constricciones a mi libertad, violencia hacia los valores que yo estimo. Pero no parece probable que yo sea capaz de desarrollar una especie de enfermedad autoinmune, atacando mi libertad, siendo desleal a mis propias convicciones.

Y, sin embargo, es en mi interior y contra mí mismo donde se libran algunas batallas morales decisivas. Cierto que la independencia y la lealtad están hechas de fidelidad a los principios éticos de la profesión, pero la vigencia de esos principios, su influencia activa en la vida de cada individuo, su fuerza inspiradora, varían enormemente de unos a otros. Para la enfermera, el respeto a la vida y a la dignidad personal del paciente y la promoción de un ambiente rico en competencia profesional y en valores humanos marcan el campo de su libertad y de su lealtad. Pero esos ideales crecen sólo en un clima de exigencia ética. Una moral del mínimo esfuerzo, a ella aludí antes de pasada, es por desgracia y para algunos un procedimiento muy socorrido de anestesiar la propia responsabilidad. Mi crítica a esta moral de mínimo esfuerzo no parte exclusivamente del análisis del bajo rendimiento laboral, que es en sí un fraude y una injusticia. Creo que el reproche más duro que se le puede hacer es que sustituye los ideales éticos de generosidad y altruismo por un subjetivismo caprichoso, que es la muerte de la verdadera autonomía moral.

¿Cuál es la sintomatología de esta subjetividad desleal? El trabajador sanitario hace entonces acepción de personas, quebranta su compromiso de no discriminar. Clasifica a los enfermos en amables u odiosos. A los unos dedica sonrisas y atenciones en grado proporcional a sus afinidades sociales, a su dinero. A los otros les somete a refinadas formas de castigo y de desatención.

La lealtad debería vacunarnos contra estas flaquezas y prejuicios, contra la terrible capacidad partidismo de que hay en cada uno de nosotros. Y también contra la sed de halagos, gratificaciones y premios, aunque sean injustos, con que a veces nos atormenta la envidia. Estas son tentaciones muy difíciles de resistir. Es más llevadero muchas veces resistir firmemente la persecución que viene de fuera que oponerse a las "razonadas" deslealtades que surgen de dentro de nosotros.

La independencia profesional, la lealtad con uno mismo, tiene también importantes consecuencias intelectuales. A la vez que nos hacen solidarios de un núcleo, pequeño pero importantísimo, de fidelidades, nos hace sumamente libres con respecto a lo que está fuera de ese núcleo. Alguien ha dicho que el factor que principalmente se opone al progreso científico y a la aplicación de los nuevos conocimientos es un tenaz conservadurismo que todos llevamos dentro, hecho, en parte, de la intrínseca viscosidad de la mente, a la que le cuesta sustituir unas ideas por otras, en parte a la falta de curiosidad y, sobre todo, a la resistencia a corregir errores defendibles. Deberíamos tener por una de las mayores alegrías de la vida profesional la de cambiar, la de decir "estaba equivocado" y rectificar. Esto no sólo mantiene la vida alegre, sino que la hace abierta y progresiva. La libertad profesional ha de hacernos verdaderamente libres para todo aquello que no sea el núcleo de compromisos a los que nos liga la lealtad.

2. Lealtad e independencia hacia el enfermo 

Los libros de Etica de Enfermería hacen referencia a los bien conocidos conflictos de lealtad que complican a veces de modo dramático las relaciones entre pacientes y enfermeras, en particular cuando éstas ven solicitada su lealtad por demandas opuestas de pacientes y médicos. Sólo el planteamiento de algunos dilema prototipo, por ejemplo, los relativos a ecomunicar-ocultar información, podrían ocuparnos largamente. Yo prefiero llamar la atención sobre algunas cuestiones más cotidianas y materiales.

La responsabilidad primaria de la enfermera consiste en atender al paciente. Los intereses de éste prevalecen sobre cualquiera otros. Pero, lo sabemos bien, hay una enorme distancia, a veces, entre los pacientes ideales de las reglamentaciones deontológicas y los enfermos de carne y hueso que acuden a las consultas o están ingresados en los servicios hospitalarios. Pienso que no he de detenerme en describir cuán degradada y empobrecida en dignidad queda la humanidad de muchos de resultas de la enfermedad del cuerpo o del alma.

Y sin embargo, a todos sin distinción ha de servir la enfermera. Me gusta presentar a mis estudiantes, para que analicen la calidad de sus propias disposiciones hacia el paciente, el caso que Rubin ofrecía a un grupo de enfermeras que participaban en un curso sobre Cuidados geriátricos.

La lealtad está en respetar al paciente tal cual es: en él hemos de ver por transparencia la figura de Cristo sufriente y servirle con competencia y dedicación. En el respeto al hombre, el servicio adquiere una alta categoría moral. No hay operaciones humillantes para la enfermera que hace del respeto el nervio de su servicio al paciente. Porque la suya no es entonces una servidumbre mercenaria, sino que se convierte en un servicio profesional, inteligente y razonable.

Por este carácter señorial del servicio al paciente, queda excluida la rutina del trabajo de la enfermera, y con ella el riesgo de la deshumanización. Por mucha automatización, por mucha burocracia, por mucha tecnificación que exista en el hospital, la enfermera leal a su paciente no se deja eclipsar en su humanidad. La tecnología nos sirve para servir con más eficacia al paciente y tiene que proporcionarnos ocasiones de tratarle más humanamente. Lo decía con gran precisión la pequeña protagonista de la novela de Matar un ruiseñor de aquel excelente médico, el Dr. Reynolds: "Nunca perdió nuestra confianza: siempre nos decía lo que nos iba a hacer". Es ésta una formidable descripción de lo que ha de ser la lealtad al paciente: cualquiera que sea su edad, decirle qué le estamos haciendo, tratándole así como a un ser humano y no como a una cosa.

Hay un campo que me es particularmente grato de la relación enfermera-paciente. Cuando, por ejemplo, veo en el ascensor del hospital a un paciente que se traslada de un lado a otro, con su línea intravenosa sostenida con una malla y su gotero sostenido por un trípode con ruedas, pienso que es ilimitada la capacidad de las buenas enfermeras de hacer amable la dura situación del paciente hospitalizado. La lealtad tiene aquí un campo espléndido: investigar y aplicar sencillos procedimientos que hagan llevadera la enfermedad, que den la máxima libertad al paciente y le hagan olvidar, en la medida de lo posible, que está en un ambiente extraño. Hay una obligación moral de aplicarse a la investigación específica de la enfermería, esta búsqueda de esa técnología esencialmente humana que alivia, que da libertad y que cuida del paciente como de un ser humano. La humanización de los hospitales de que tanto se habla consiste no en un trbajo de expertos en relaciones humanas, de poner un ombudsman que sirva de pararrayos a la ira del público, sino en esa otra tarea de lealtad a los compromisos profesionales que encuentra su mayor premio en la satisfacción de servir a los seres humanos, en alma y cuerpo. La enfermera que tiene un fuerte sentido de las exigencias éticas de su profesión es una persona independiente, que piensa por su cuenta y que es capaz de emplear y adaptar en beneficio de sus pacientes muchos productos del progreso técnico.

En resumen, la alianza entre independencia de juicio y lealtad al servicio crean una capacidad casi ilimitada de descubrir y satisfacer las necesidades de los pacientes.

3. Lealtad e independencia ante el médico 

El papel que juegan la independencia y la lealtad en las relaciones médico-enfermera es particularmente importante. Son dos aliados que persiguen un mismo propósito, el beneficio del paciente. Y aunque la historia de la alianza médico-enfermera presenta un saldo masivamente positivo, aunque sólo lo midiéramos en el incontable número de alianzas matrimoniales entre unos y otras, es también esa historia testigo de no pocos conflictos. ¿Qué enfermera no tiene un agravio contra algún médico? ¿Cuántas son las que se sienten plenamente felices con el tradicional modelo jerárquico que concede al médico el control casi absoluto en la toma de decisiones?

Hasta hace poco, la metafora que servía para describir la relación médico-enfermera estaba tomada de la simbología militar. Eso era, hasta cierto punto, lógico. La enfermería moderna nació en el campo de batalla, en los hospitales se sangre de la guerra de Crimea. Su creadora, Florence Nightingale, tenía la recia personalidad de un militar y el ethos de la profesión quedó marcado indeleblemente de estilo castrense. La enfermería como profesión es un ejército en lucha permanente contra el dolor, la enfermedad y la muerte.

Exteriormente, las enfermeras van uniformadas. Los intentos hechos en los Estados Unidos de abolir el uniforme han fracasado. La gente no acepta una enfermera en blue jeans. Se organizan según jerarquías: hay enfermeras-jefe, supervisoras, enfermeras de guardia, cuyas cofias muestran, por el número y color de los galones, el grado que ocupan. Pero toda esta jerarquía interna está bajo el control supremo del médico. La Enfermería es un instrumento al servicio del doctor para tratar a sus enfermos.

La metáfora militar consagra de modo magnífico el valor de la lealtad y de la obediencia. Hay quienes piensan que los estereotipos masculino y femenino han contribuido fuertemente a fijar esta imamen y este estado de cosas. La relación ordinaria es una relación de poder: el médico manda, la enfermera cumple.

Pero son cada vez más las voces que se levantan contra esta situación. Para que una relación pueda funcionar bien, afirman muchos, ha de basarse no en el poder, sino en el buen entendimiento mutuo, en la honradez. La enfermera sabe de Enfermería mucho más que el médico. Y con frecuencia, sabe también mucho más que el médico de los problemas de los enfermos. Aun reconociendo que la Enfermería nunca podrá llegar a ser una profesión independiente, se buscan ahora nuevos modelos para la relación médico-enfermera que ocupen el lugar de la ya insatisfactoria metáfora militar. En nuestros días se habla cada vez más de la enfermera como abogada del paciente. Con ello, se pretende dar a la enfermera un margen suficiente de independencia y sustituir la relación de subordinación de la Enfermería a la Medicina por una más verdadera relación de interdependencia.

La independencia, lo repito otra vez, es una necesidad absoluta de la persona si quiere actuar como un ser moral adulto y responsable. Sólo con independencia es posible aceptar el desafío de las dificultades no resueltas y buscarle soluciones nuevas. Sólo con independencia puede haber crítica creadora. Pienso que, con ciertas condiciones, la relación entre médicos y enfermeras verdaderamente independientes podría ser mucho más fructífera que la relación entre los mismos médicos y unas enfermeras simplemente sumisas y pasivas. Pienso igualmente que el diálogo entre independencia y lealtad tiene posibilidades éticas ilimitadas. La independencia, en este contexto, no consiste en verse libre de coacción externa, sino, como señalé al principio, en la capacidad de crearse deberes voluntarios, no estipulados en Códigos o contratos, sino brotados de la fuerza expansiva de la lealtad.

¿Qué caminos están abiertos a esta cooperación? Podría pensarse, y ello ha sido fuente de enojosos conflictos, que la Enfermería debe empeñarse en una guerra de conquista de territorios hasta ahora sometidos a la soberanía del médico. Hay áreas de tecnología, de atención al enfermo, de prevención que la enfermera puede desempeñar. La OMS ha patrocinado la figura híbrida de la Nurse-practitioner, la enfermera suplente del médico. Con ello, se pretende facilitar una atención de salud a países con fuerte déficit de médicos. Pero no pocos Ministerios de Salud de Europa occidental han querido utilizar estas enfermeras-consultoras como mano de obra barata a fin de frenar la escalada del costo público de salud. Lo insatisfactorio de parte de estas experiencias nos dice claramente que la enfermera no es un médico barato. Su valor está en ser una verdadera enfermera.

Creo que el camino a la cooperación futura no hay que ir a buscarlo a lugares exóticos: nos está claramente indicado por los Códigos deontológicos. No faltan quienes tacan a los Códigos de obsoletos. Cierto que los hay viejos, pero no les falta prudencia. El Código español impone el deber de las buenas relaciones entre médicos y enfermeras, basadas en el respeto hacia las personas y hacia el ámbito de las peculiares competencias de cada uno: el médico no puede permitir que la enfermera invada el área de su propia responsabilidad, pero tampoco puede inmiscuirse en las funciones propias de la enfermera.

Hay, pues, una frontera que no puede ser derribada y que señala los deberes y competencias específicos de cada profesión. El médico ha de llevar su carga, intransferible, de la que no puede abdicar. La enfermera tiene también sus obligaciones típicas. Pero lo decisivo para que una frontera sea una verdadera frontera consiste en que, estando muy nítidamente marcada, sea a la vez muy permeable, permita una viva y continua intercomunicación. De lo contrario, se convierte en un Muro de la vergüenza. A través de la frontera médico-enfermera, ha de pasar, en ambas direcciones, mucha información.

Es inevitable que haya conflictos, pues los hay en todas las fronteras. Lo ético es tratar de resolverlos pronto por medio de una negociación sensata. Mi experiencia me enseña que casi siempre los conflictos entre médicos y enfermeras giran en torno a cuestiones de qué es lo mejor para el enfermo, esto es, son conflictos de maximación de la beneficencia. Otras veces, no. Son conflictos de incompatibilidad personal, que no se resuelven y se convierten en una cadena de errores, para terminar con traumáticas e irracionales decisiones. Es muy doloroso.

Estoy persuadido, sin embargo, de que hay recursos para mantener las buenas relaciones y para recomponerlas cuando se han dañado. Todos cometemos errores, pero lo ético es evitar que se hagan irreversibles. Hay que saber dar marcha atrás a tiempo. Del error, como del pecado, sólo se sale mediante un sincero examen de conciencia, con la humilde confesión y con un optimista propósito de la enmienda.

Insisto: hay recursos para prevenir y curar los conflictos entre médicos y enfermeras. Es juicioso tener un prejuicio habitualmente favorable hacia el médico: suponerle la competencia profesional y ética. La enfermera puede seguir fielmente sus órdenes, pues supone que el médico sabe más, lo cual a veces es cierto.

Cuando la enfermera sospecha que el médico está en un error debe hacérselo notal con delicadeza y claridad y sin herir su reputación. Basta muchas veces preguntar simplemente si la orden, tal como ha sido expresada, es correcta; si se ha entendido bien. Las enfermeras expertas saben hacer esto magistralmente. Logran la rectificación del error sin ofender, con elegancia.

Ante una orden que se cree errónea o éticamente inaceptable y que el médico no accede a modificar, es preferible recurrir a alguien que ocupe una posición jerárquica por encima del médico y la enfermera: apelar al Comité de Etica del Hospital, por ejemplo, en el cual, dicho sea de paso, no puede estar ausente una enfermera.

4. Libertad y lealtad hacia la profesión 

La lealtad, hacia la profesión, y también la libertad, se manifiestan, en primer lugar, en la conservación de los valores éticos, de las tradiciones profesionales de servicio y de calidad técnica. Consiste en manifestar un vivo aprecio personal por el pasado, en no ocultar el orgullo de pertenecer a un gremio que ha trabajado silenciosamente para el bien de la humanidad y que constituye uno de los colectivos de mayor elevación ética de la sociedad. Pienso que nadie puede aspirar a vivir ideales éticos elevados sin estar de algún modo enraízado en una tradición, sin tener algunos modelos que imitar. El mimetismo, tanto en lo que se refiere a la psicología como a la ética, puede parecer poco original, pero es inevitable. Es imposible y también una estupidez, pretender ser original siempre y en todo. La imitación es una fuente cuantitativamente muy considerable de la conducta humana. Por eso, es tan decisivo es escoger bien el o los modelos que uno pretende seguir. No faltan figuras imitables ni en la gran tradición universal (por eso conviene conocer la Historia de la Enfermería) ni tampoco en el ámbito local, pues en todos los climas la profesión ha dado a la vida de algunas enfermeras una extraordinaria calidad moral.

La lealtad a la profesión y la libertad obligan a favorecer el progreso y la innovación. Lógicamente, excluyo de este progreso el que tiene que ver con el relacionado con esa área de la que son responsables de modo exclusivo las enfermeras: la investigación e innovación en los cuidados de enfermería, porque a él hice referencia al tratar de la lealtad con el paciente. Quiero, sin embargo, hacer una breve referencia a cómo enfrentar ciertos movimientos muy revolucionarios que, de vez en cuando, parecen conmover los cimientos de las profesiones.

De vez en cuando parecen escucharse trompetas de liberación. Parece respirarse un ambiente de crisis. Nada del pasado es válido. Es preciso dinamitar todo lo hasta ahora construido, para edificar de nueva planta la nueva profesión. A las reivindicaciones de status social se añade un sentido de misión de un nuevo evangelio. ¡Todo, al fin, va a ser posible! Los entusiastas del Nursing process, de la Systemic nursing nos dicen que ya tienen la clave para que las enfermeras empiecen a pensar, a decidir, a ser independientes, a actuar. Se van a enterar al fin por qué están haciendo lo que hacen. Incluso llegarán a enterarse de la verdadera identidad de la Enfermería. Nos muestran unos hermosos diagramas que nos hacen ver su mensaje que, sorprendentemente, incluye la liberación de las tareas rutinarias, repetitivas. La enfermera será una ejecutiva que toma decisiones originales, que lleva una vida de creatividad inagotable, tan intensa como la de un caballero del renacimiento florentino o como un líder de la Francia revolucionaria.

Todo esto, ya lo sé, es una caricatura exagerada. Pero he leído artículos escritos por representantes de la tendencia militante del movimiento del Nursing process que me han recordado algunas de las producciones de los más radicales representantes de la Teología de la liberación o de la filosofía revolucionaria.

Hay una obligación moral de aggiornamento. Y hay también una obligación moral de preservar los valores de la profesión. A veces, parece que el campo de batalla donde se dilucida el futuro de las profesiones está en las sesiones de discusión de los Congresos o en las borrascosas reuniones de las Directivas de las Asociaciones Nacionales. Pero donde de verdad se libra el destino de las profesiones es en el alma de cada uno de sus miembros. Para la enfermera, el diálogo interior entre lealtad y libertad, entre el compromiso de innovar para mejor servir y el de conservar la esencia ética de la profesión para poder acoger el progreso, constituye el nervio de su Etica profesional.

Eso es lo que un médico, preocupado por los valores éticos profesionales de la Medicina, puede decir a las Enfermeras: que la buena práctica de la Medicina depende decisivamente del modo como las Enfermeras viven su compromiso ético de libertad y lealtad.

Muchas gracias por su paciente atención.

buscador-material-bioetica

 

widget-twitter