El Médico naturista y su ejercicio profesional: la Deontología de la Medicina Naturista
Gonzalo Herranz. Departamento de Bioética, Universidad de Navarra
Sesión II en el I Seminario interdisciplinar sobre Medicina naturista, medicina académica: reflexiones para una aproximación
Facultad de Medicina, Universidad de Salamanca
Salamanca, 17-18 de mayo de 1991
El Código de Ética y Deontología médica
Las relaciones profesionales entre médicos naturistas y médicos académicos
La obligación de validar, mediante la investigación, las prácticas naturistas
Sean mis primeras palabras para manifestar mi agradecimiento al Prof. Antonio Carreras por la invitación que me ha hecho a tomar parte en este Seminario. Por un lado, ser invitado a Salamanca es siempre un honor para un universitario, pues estar aquí unas pocas horas es un regalo. Además, el tema que me ha ofrecido me ha obligado a revisar un problema sobre el que no se reflexiona demasiado.
En mis consideraciones de esta tarde, parto de la idea, declarada en el título de este Seminario, de que, por un lado, entre Medicina académica y Medicina naturista se dan algunas importantes diferencias de criterio sobre el modo de comprender la enfermedad y el papel que el médico debe jugar en su tratamiento y prevención. Y de que, por otro, existe entre ellas un núcleo común, que comprende elementos tan decisivos como la genealogía hipocrático-galénica de ambas Medicinas, la educación básica obtenida en las mismas Facultades, o la colegiación en el seno de la misma corporación profesional.
Este último rasgo, la integración de todos los médicos naturistas en la Organización Médica Colegial, podría llevarnos a la inmediata y válida conclusión de que el problema cuya discusión se me ha encomendado no existe: no hay ni puede haber una Deontología específica de la Medicina naturista, pues, para la Organización Médica Colegial, no hay más que una Deontología médica, universal y única. “Los deberes que impone este Código –dice el artículo 2.1 del vigente Código de Ética y Deontología médica– obligan a todos los médicos, cualquiera que sea la modalidad en que la practiquen”. La modalidad naturista es una de ellas. No tiene por qué haber una deontología peculiar para la Medicina académica y otra, distinta, para la Medicina naturista. Si ambas son modalidades legítimas del ejercicio profesional, ambas deben guiarse e inspirarse en los comunes preceptos del Código.
Sin embargo, en la práctica no sólo existen problemas específicos y reales que afectan más directamente o más frecuentemente a una y otra modalidad de ejercicio profesional. Hay también documentos deontológicos que están dirigidos a iluminar esos problemas y que, en nuestro caso, constituyen un punto de referencia importante para describir la Deontología de la Medicina Naturista. Conviene señalar entre paréntesis que, en realidad, no hay documentos específicos sobre Medicina Naturista, sino sobre Medicinas Alternativas, Complementarias o No Convencionales. Comprendo que, para muchos de ustedes, no es legítimo colocar a la Naturista entre las Medicinas de esas denominaciones. Para los que así piensan, vuelvo a decir que el problema cuya discusión se me ha encomendado no existe.
Pero, si es legítimo distinguir entre una y otra Medicina, me parece que nos conviene, para empezar, tomar conocimiento de los documentos deontológicos arriba aludidos. Son algunos artículos del Código de Ética y Deontología Médica y una Declaración de la Comisión Central de Deontología. Empecemos por esta última.
En febrero de 1985, a instancias reiteradas de los Doctores Palafox y Peral, la Comisión Central de Deontología ofreció al Consejo General de Colegios Oficiales de Médicos un paquete de medidas relacionadas con el ejercicio de las Medicinas Alternativas, entre los cuales se contaba la publicación de un documento institucional titulado “Declaración y Recomendaciones acerca de las Medicinas Alternativas y Complementarias”. El Consejo General, por razones que desconozco, no hizo público el documento. Creo que merece la pena conocer cuál era el parecer de la Comisión Central de entonces. Lo esencial de aquel proyecto de Declaración decía así:
“Desde diferentes instancias se le ha pedido (...a la Comisión...) un dictamen acerca de los aspectos deontológicos de las llamadas Medicinas Alternativas... La Comisión desea someter a la consideración del Consejo General los siguientes principios por si estima interesante su divulgación entre los médicos y el público...:
1. Toda verdadera Medicina ha de tener un firme compromiso científico, tanto en su corriente ortodoxa dominante, que basa en el método científico-natural la investigación de las causas, los mecanismos y los remedios de las enfermedades, como en sus formas alternativas, que basan en diversas intuiciones sus teorías patogénicas y sus prácticas terapéuticas. La Medicina debe mantener una constante y aguda conciencia crítica y revisar de modo permanente la eficacia de sus procedimientos y doctrinas. A esta actitud revisionista y crítica están obligados de modo especial los médicos que profesan las Medicinas Alternativas.
2. Una y otras Medicinas –la ortodoxa y las alternativas– están obligadas a responder a las necesidades de los enfermos y a protegerlos de daños y riesgos poco razonables. Esta obligación de beneficio al enfermo y de control de calidad de la atención médica se ha desarrollado en la Medicina tradicional según criterios científicos muy precisos por medio de la investigación clínica (diagnóstica, farmacológica, quirúrgica, etc.), mientras que, en las Medicinas Alternativas, no se ha producido un desarrollo paralelo de esos criterios.
3. En consecuencia, los médicos que siguen líneas no ortodoxas, están obligados a ser extremadamente competentes en la función diagnóstica y en la correcta indicación y aplicación de las medidas terapéuticas; y también a llevar un archivo debidamente anotado de sus enfermos, que les permita el registro objetivo de sus observaciones y haga posible una rigurosa evaluación de la eficacia de sus métodos. Lo mismo que los médicos ortodoxos, están obligados por las normas del Código de Deontología Médica, y, en concreto, por el precepto de mantenerse plenamente capacitados y al día en su formación científica (artículos 5 y 29); por la norma de compartir con sus colegas, sin ninguna reserva profesional, los nuevos conocimientos científicos que posean (artículo 18), y por el mandato de abstenerse de prácticas carentes de fundamento o inspiradas en el charlatanismo (artículo 32); si por un lado, disfrutan de libertad de prescripción (artículo 13), están, por otro, particularmente obligados a no recomendar o aplicar exploraciones o tratamientos peligrosos (artículo 30), y siempre deben someterse a las normas sobre publicidad establecidas en el Capítulo IX del Código.
4. Una práctica verdaderamente competente en Medicina sólo puede ser llevada a cabo gracias a la formación intelectual y del carácter que proporcionan los estudios, la cultura y la ética propios de la profesión médica. Debe, por tanto, calificarse de intrusismo la irrupción en el campo de la Medicina de personas carentes del título de Médico. Nadie que no sea Médico puede autodenominarse profesional de la Medicina ni ejercerla, sea ésta ortodoxa o alternativa. En servicio del público debe establecerse una clara distinción entre los médicos y quienes no lo son. Es una falta deontológica, tal como señala el artículo 32 del Código, la asociación o cooperación de unos y otros de tal naturaleza que pueda inducir a engaño, pues equivaldría a encubrir a quien, sin poseer el título de Médico, ejerce de algún modo la profesión o se equipara de hecho a los médicos.
5. La Comisión desea proponer al Consejo General que, previo el correspondiente informe de la Asesoría Jurídica, solicite de los Poderes públicos las siguientes acciones:
a) La creación, en las Facultades de Medicina, de Escuelas Profesionales para promover la capacitación y la investigación en aquellas modalidades de Medicinas Alternativas que ofrezcan mayores perspectivas de eficacia.
b) El reconocimiento de las Asociaciones de médicos que practican las diferentes modalidades de Medicinas alternativas, si su finalidad es fomentar la formación de sus miembros y la investigación y evaluación de sus técnicas, siempre que respeten las normas del Código de Deontología.
c) La concesión, a fin de completar la fraccionaria legislación vigente, de reconocimiento legal a aquellas modalidades de Medicinas alternativas que todavía no lo posean, habida cuenta de que se trata de actividades médicas, cuyo ejercicio por quienes no posean el título de Médico debe ser considerado como intrusismo.
d) Una acción vigorosa contra el intrusismo.”
Hasta aquí el texto de la Declaración aprobada por la Comisión Central de Deontología en su sesión del 23 de febrero de 1985. Las referencias de artículos y capítulos del Código de Deontología corresponden al de 1979, no al actual, de 1990, en el cual esas normas y preceptos siguen vigentes.
El Código de Ética y Deontología médica
Para completar el conjunto de los textos deontológicos de aplicación a la Medicina naturista, y como elemento fundamental de ese conjunto, es necesario hacer referencia a algunos artículos del vigente Código de Ética y Deontología médica.
Hay, en primer lugar, en el Capítulo V, dedicado a tratar de la Calidad de la Atención Médica, tres artículos que le son más inmediatamente aplicables. Reiteran parte de la doctrina contenida en la Declaración. Pero aprovecharé la oportunidad de citarlos para comentarlos con algún detalle.
Señala el artículo 24.1 que “En tanto las Medicinas no convencionales no hayan conseguido dotarse de una base científica aceptable, los médicos que las aplican están obligados a registrar objetivamente sus observaciones para hacer posible la evaluación de la eficacia de sus métodos”.
Define este artículo la actitud corporativa ante las Medicinas alternativas, actitud que viene marcada por una aceptación confiada y libre de prejuicios doctrinales, pero condicionada a la verificación objetiva de sus resultados, de su eficacia. Es, hay que reconocerlo, una actitud muy templada y serena para los tiempos que corren, en los que la Medicina se ve metida en un campo de encontradas tensiones sociales, culturales, económicas y políticas.
Hubiera sido muy fácil hoy, cuando asistimos en Medicina a un progreso científico sin precedentes y en nombre de ese progreso, caer una rígida exigencia de ortodoxia, en una destemplada condena de la Medicina no-oficial. Porque el progreso médico no consiste sólo en conquistar nuevos conocimientos y procedimientos, sino, y de modo especial, en refutar ideas falsas, en desechar remedios dañinos, fútiles o ilusorios, carentes de fundamento y de efectos mensurables. Y, porque precisamente no es fácil desprenderse de ideas, criterios o hábitos muy arraigados cuando se demuestra que se han quedado obsoletos, los promotores del progreso pueden caer fácilmente en un celo desmedido.
Y hubiera sido hoy muy fácil caer en esa actitud condenatoria, o, por el contrario, adoptar una postura irresponsablemente tolerante. La tentación de tolerancia es hoy muy fuerte. El desempleo médico constituye ya desde hace años una situación de alto riesgo, profesional y deontológico, en el que no pocos médicos se ven forzados a aceptar salidas profesionales de escasa dignidad. Además, crece el número de médicos que ven en la práctica de las Medicinas exóticas un modo de satisfacer ciertas modas sociales y de obtener un rendimiento económico seguro, pues una parte considerable del público no oculta sus resentimientos contra la Medicina académica y se inclina por una Medicina más dulce, más natural y menos agresiva que la Medicina ortodoxa. No sabemos hasta dónde llegará este movimiento que traduce, al campo de la Medicina, el fenómeno social más amplio del rechazo de lo tecnológico-industrial y la vuelta a la naturaleza y al ecologismo. Se ha llegado a afirmar que la Medicina académica es un producto residual de la Medicina del XIX ingenuamente cientifista, mientras que la Medicina holística es lo moderno y lo “progre”. La autorización sin límites de las variantes todas de las Medicinas alternativas puede llegar a gozar de protección oficial. Los Ministerios de Salud no ven con malos ojos el auge de esas prácticas y su aceptación social, pues sustraen de los sistemas nacionales de salud a bastantes pacientes, con el consiguiente alivio económico para la maltrecha economía ministerial. Por ello, son cada vez menos los Gobiernos interesados en controlar de cerca la práctica de las Medicinas sectarias y que hacen la vista gorda ante la prohibición legal del curanderismo. Crece el número de los países que toleran, ante la mirada complacida de la Organización Mundial de la Salud, la práctica de las formas alternativas de curar.
Pienso que la actitud ética que define el Código y que informa a la Declaración es templada y serena, porque nace de una saludable perspectiva histórica. La visión del pasado nos muestra cuán relativos son los límites que separan a la Medicina ortodoxa de sí misma y de las otras Medicinas. La Medicina verdadera está, por esencia, abierta al progreso. La Medicina académica contendrá siempre en su seno ideas patogenéticas o terapéuticas transitorias, caducas, destinadas en un futuro más o menos próximo a ser desechadas y sustituidas por otras más válidas. Siempre ocurrirá que lo que en cada momento es aceptado como respetable y aun avanzado por la Medicina “oficial” será posteriormente objeto de rechazo, e incluso de irrisión, al igual que hoy lo son muchos procedimientos que gozaron de respetabilidad en el pasado. Pero no todo es relativo en este campo. Hay una obligación moral de tratar según el arte médico del momento. Nunca será ético usar terapias irracionales, basadas en falseamientos de la ciencia, o remedios esotéricos, cuya composición se mantiene secreta, que no pueden ser sometidos a evaluación.
Además, no sé si de modo coyuntural o si se trata de un defecto permanente, la Medicina académica, mejor dicho, una fuerte mayoría de los médicos ortodoxos no son capaces de ofrecer remedio a un número considerable de pacientes que se presentan con “enfermedades indiferenciadas”, con trastornos crónicos y fastidiosos, para los que ni descubren bases fisiopatológicas objetivas ni tratamientos eficaces. Por desgracia, esos médicos no suelen mostrar mucho interés por esos pacientes tan difíciles ni les dedican el tiempo necesario para ayudarles a sobrellevar sus síntomas. Son precisamente esos pacientes, resentidos contra la Medicina oficial, los que recurren a las Medicinas alternativas, en las que, al parecer, encuentran el alivio y el consuelo que no fue capaz de darles la Medicina científica. Es esta una situación que la Medicina ortodoxa ha de encajar con humildad.
Además, tanto la Declaración como el artículo 21.1 insisten en que es un requisito ético dar fundamento científico a la práctica de la Medicina toda, a la de las Medicinas no convencionales también. De ahí se deriva la obligación de todos los médicos, incluidos los que siguen sistemas no convencionales, de revisar críticamente su modo de actuar, para adaptarlo o mantenerlo acorde con los criterios científicos del momento. Interesa insistir en que cuando el médico, en virtud de su libertad terapéutica, incorpora a su práctica algún sistema de diagnóstico o tratamiento no validado por la Medicina oficial –ya sea a título de simple añadido a una práctica por lo demás ortodoxa de la Medicina, ya sea en dedicación exclusiva a alguna de las variantes de la Medicina alternativa–, la tolerancia deontológica se obtiene a cambio de no abdicar de dos obligaciones fundamentales: la de ofrecer al paciente un tratamiento profesionalmente aceptable, para no caer en la falta deontológica de inadecuación de cuidados; y la de distinguir claramente entre procedimiento evaluado y ya recibido en la lex artis y procedimiento experimental, no evaluado todavía críticamente, y para cuyo aplicación ha de seguir las normas éticas que regulan la experimentación biomédica.
En todo caso Código y Declaración establecen que es una exigencia fundamental que los médicos anoten sus observaciones, con honestidad y objetivamente. Porque sólo así se hace posible el análisis crítico de los protocolos clínicos de los enfermos que han tratado y la consiguiente determinación de si esas prácticas no ortodoxas tienen alguna eficacia y en qué grado aproximado. La Medicina ortodoxa exige eso mismo de cada uno de los nuevos procedimientos diagnósticos y terapéuticos que quieren abrirse camino hacia la práctica oficial. Si el médico que sigue alguna forma de Medicina no ortodoxa descuidara esta obligación (artículos 15.1 y 15.4), le sería muy difícil demostrar que su comportamiento es el de un médico verdadero, ya que toda terapéutica genuina se caracteriza por haber superado el requisito de demostrar que posee una calidad y eficacia comprobables. Ese es un rasgo fundamental e irrevocable, que distingue al ejercicio de la Medicina de las prácticas de los curanderos y brujos.
Precisamente, para señalar la frontera que separa el ejercicio deontológico de la Medicina de su corrupción, se han incluido en el Código los dos artículos siguientes: el 24.2 y el 24.3. El primero dice así: “No son éticas las prácticas inspiradas en el charlatanismo, las carentes de base científica o las que prometen a los enfermos o a sus familiares curaciones imposibles; los procedimientos ilusorios o insuficientemente probados, la aplicación de tratamientos simulados o de intervenciones quirúrgicas ficticias o el ejercicio de la Medicina mediante consultas exclusivamente por carta, teléfono, radio o prensa”. No todo su contenido, así lo espero, tiene relevancia para el Médico naturista, pero sí algunas partes de él. La condena, en primer lugar, de las diferentes formas de charlatanismo, que tienen como rasgo común inducir en el paciente la convicción de que el médico charlatán es de algún modo superior a sus otros colegas, por lo que, de algún modo, su atención médica es también superior y más ventajosa. La tentación de charlatanismo puede hacer víctimas entre los médicos que se sienten dotados de capacidades, diagnósticas o terapéuticas, especiales o que se creen en posesión de teorías o intuiciones inatacables. Se puede incurrir en la falta deontológica de charlatanismo lo mismo al hacer uso de cualquier forma de publicidad, que al hablar directamente con un solo paciente. En este artículo se condena la práctica de prometer curaciones o de alcanzar unos resultados determinados gracias al tratamiento aplicado (incluso comprometiéndose, si el tratamiento no fuera de la agrado y satisfacción del paciente, a devolver el dinero). Tal conducta constituye una adulteración radical de la Medicina, que consiste en aplicar medios y prestar servicios, no en garantizar resultados. Tanto el charlatanismo como la promesa de resultados pueden caer en lo prohibido por la reciente Ley 3/1991 de Competencia desleal. Es obvia la indignidad ética de engañar la buena fe de los pacientes, ofreciéndoles remedios de eficacia o toxicidad desconocidas, o aplicándoles procedimientos mágicos, ficticios o ilusorios.
Finalmente, el artículo 24.3 advierte que “No es deontológico facilitar el uso del consultorio, o encubrir de alguna manera, a quien, sin poseer el título de médico, se dedica al ejercicio ilegal de la profesión”. Es lógico que el Código prohíba, al margen de la legislación penal sobre intrusismo, la asociación o cooperación de los médicos con personas no médicas. Reitera el Código lo señalado por los Estatutos Generales de la Organización Médica Colegial en los apartados d) y g) de su artículo 44, que prohíben al médico “prestarse a que su nombre figure como director facultativo o asesor de centros de curación, que no se ajusten a las leyes vigentes y al Código deontológico”.
La asociación, con el propósito de atender a pacientes, entre médicos y no médicos, incluyendo entre éstos a los que poseen diplomas sin valor legal, se presta a engañar al público, pues a muchos les induciría a pensar que la atención ofrecida por un grupo del que forma parte un médico colegiado tiene la garantía, ética y profesional, de la Organización Médica Colegial.
Esto es lo que, en esencia, nos dice el Código de Ética y Deontología médica acerca de las Medicinas alternativas. Quisiera comentar a continuación dos cuestiones que me parecen de interés: la deontología de las relaciones profesionales entre médicos naturistas y médicos académicos, y la obligación ética de validar, mediante la investigación, las prácticas naturistas.
Las relaciones profesionales entre médicos naturistas y médicos académicos
El Capítulo VII del Código, que trata de las relaciones de los médicos entre sí, impone la obligación ética de la confraternidad profesional, deber que es clasificado como primordial, y sobre el que sólo tienen preferencia los derechos del paciente. Señala que el trato mutuo entre los médicos debe estar marcado por la deferencia, el respeto y la lealtad; prohíbe la crítica despectiva de las actuaciones de los colegas; establece que la sede adecuada para resolver los disentimientos en cuestiones científicas, profesionales o deontológicas no es la polémica pública, sino la discusión en privado o en el seno de sesiones apropiadas y que se debe acudir al arbitraje de los Colegios para dirimir esos conflictos. Y recuerda que el deber de fraternidad no puede inhibir la obligación de denunciar, objetiva y discretamente, las infracciones a las reglas deontológicas o la falta de competencia de los colegas.
No son siempre cordiales las relaciones entre académicos y naturistas. Se dan grados variables de incomprensión y desprecio mutuo, y una permanente guerra de ideas. Es hasta cierto punto lógico que los médicos se apasionen en la defensa de las doctrinas en las que creen firmemente, en las intuiciones que ven confirmadas por resultados observables. Y es casi inevitable que su amor por la verdad les lleve a considerar con desdén o como positivamente heréticas las ideas que están más allá del margen de lo que ellos profesan, a atribuir a errores diagnósticos o de observación los logros de los antagonistas, a exagerar sus fracasos. En una palabra, se tiende a tomar partido polarmente. La modalidad contraria recibe una condena sin matices, maniquea.
La mutua incomprensión se mantiene y se refuerza con la colaboración de los pacientes. No se frena al enfermo que, defraudado del otro sistema, despotrica del trato allí recibido. Al contrario, se le permite desahogarse a gusto. A veces, el médico se suma a las críticas despectivas al colega, burlando el mandato deontológico que prohíbe hacerlas en presencia del paciente, de sus familiares o terceros. En particular, es siempre particularmente dolorosa para el médico la “huida” de alguno de sus pacientes al otro sistema.
El académico puede encenderse en un celo debelador contra la importación de ideas exóticas o la aplicación de remedios empíricos; contra la interpretación simbólico-irracional de la sintomatología o la explotación astuta de la personalidad hipocondríaca; contra la medicalización del achaque inocuo o el abuso del médico como placebo. El cultivador de la Medicina naturo-holística tiene a muchos de sus colegas académicos como agentes de una Medicina sin alma y sin corazón, incompasivos, víctimas de la tecno-adicción, olvidados del hombre enfermo y de sus necesidades de consuelo, sólo preocupados por las moléculas, las células y los mecanismos, sin interés por la prevención, capaces de gastar ingentes cantidades de dinero para muy poco beneficio de muy pocos enfermos.
La solución de este conflicto interprofesional no se puede lograr por el insulto o el cisma, sino por medio de unas relaciones respetuosas. Conviene curar los fanatismos mediante un poco de autocrítica. Es necesario reconocer los elementos comunes: la herencia hipocrática, la unidad de la ética profesional, el respeto del paciente, la deontología de la indicación médica. Todos han de reconocer que de la tecnología médica se puede hacer un uso sabio o un abuso supersticioso. Pero también todos han de aceptar que son también posibles la sabia abstención o el desprecio criminal de esa misma tecnología. Todos habrán de coincidir en que muchas situaciones no se resuelven si no es recurriendo a vieja sabiduría que no olvida la unidad somato-psíquico-espiritual del hombre, pero han de aceptar también en que hay desarreglos en que esa sabiduría puede ser un estorbo, pues sólo necesitan de unas reparaciones técnicas.
En las relaciones interprofesionales debe estar siempre presente la obligación de recurrir a un colega competente, siempre que así lo aconseje el mejor interés del enfermo. Es esta una regla tradicional de la Deontología médica, que figura en todos los Códigos, antiguos y modernos. El Código Internacional de Ética Médica de Londres la recoge con estas palabras: “El médico debe a su paciente toda su lealtad y los recursos de su ciencia. Siempre que una exploración o un tratamiento superen la capacidad del médico, este deber llamar a otro colega calificado en la materia”. Decir al paciente que busque la ayuda de otro colega puede hacerse a veces muy costoso, pues el médico piensa que ello puede dañar su prestigio ante el paciente y sus allegados, o que equivale a reconocer ante ellos su propia limitación. Pero el médico ha de sacrificar su orgullo personal y sus prejuicios de escuela y, ante el bien del paciente, aconsejar la consulta con un colega competente en la materia.
La obligación de validar, mediante la investigación, las prácticas naturistas
Pienso que un mejor conocimiento mutuo y el deber de ser buenos colegas pueden contribuir en gran medida a la paz entre académicos y no convencionales en el terreno del ejercicio profesional. Sin embargo, la integración en una unidad sólida no puede venir mientras no se logre validar, mediante la investigación científica, las prácticas no convencionales. No es posible esa plena integración mientras persista la incomunicación que viene de usar dos lenguajes diferentes: el de la ciencia experimental y el de las intuiciones; el lenguaje científico de las moléculas mediadoras de los procesos fisiopatológicos –del que no quedan excluidas ni la curación de las enfermedades ni la reparación de las lesiones–, y el lenguaje intuitivo de la fuerza vital natural; el lenguaje científico del holismo homeostático –el de las vías neuroendocrinas bien caracterizadas y de los mensajeros que conciertan a unas células con otras, unos órganos con otros, unas funciones con otras–, y el lenguaje del holismo intuitivo que habla de energías no identificadas, no mensurables, que actualizan la misteriosa sabiduría del cuerpo.
Hay que superar, como señala con optimismo el artículo 24.1 (“En tanto las llamadas Medicinas No Convencionales no hayan conseguido dotarse de una base científica aceptable”), la insatisfactoria situación presente. Hay que hacer pasar por el cedazo de la validación científica a esas doctrinas y sus prácticas, para desechar lo inválido y quedarse con lo eficaz. A mi modo de ver, la validación investigativa de la Medicina naturista ha de lograrse a dos niveles.
Hay que esclarecer, para empezar, mediante una rigurosa caracterización de las indicaciones y de los resultados terapéuticos, cuál es la eficacia clínica real de las diferentes tendencias y técnicas de las Medicinas no convencionales. Hay que determinar cuáles son sus puntos fuertes y dónde están situados sus límites. Una vez separado el trigo de la paja, hay que proceder a desarrollar la farmacología fundamental de esos métodos, traduciendo sus propiedades a un lenguaje de modos y mecanismos de acción demostrables y reproducibles. Son dos empresas nada fáciles.
La primera debería abordarse ya inmediatamente. Lo manda el Código, como hemos visto hace un momento. Lo exigen además los pacientes. El artículo 4.3 del Código proclama que “La principal lealtad del médico es la que debe a su paciente y la salud de éste debe anteponerse a cualquier otra conveniencia”. Carece de importancia que, a priori, la salud del paciente se obtenga a través de la Medicina académica o por medio de tal o cual técnica alternativa o complementaria. Lo que más importa, siempre y en todo caso, es la calidad de la Medicina, su eficiencia curadora. Ese es el campo en que han de competir la Medicina académica y las otras Medicinas. Todas han de someterse a esa prueba única, a ese control, a esa validación. Y los resultados de esa prueba han de expresarse en números reales: de seres humanos, de cuadros nosológicos, de síntomas, curados, prevenidos, aliviados. La exigente metodología de la Farmacología clínica o, mejor todavía, la Epidemiología clínica, enriquecida por una Clinimetría que preste atención y cuantifique con validez estadística las respuestas de los pacientes a los tratamientos, incluidas las respuestas subjetivas, tienen ya instrumentos para ir haciendo la comparación de una y otras Medicinas en términos de eficacia real. Las reglas del juego han de consensuarse, pero han de ser las mismas para todos los contendientes, pues hay que jugar limpio.
La segunda empresa, la de esclarecer los mecanismos de acción demostrables a través de los que operan los regímenes terapéuticos o sobre los que se fundamentan las teorías o las explicaciones patogenéticas, es más difícil, pero igual de necesaria. Exige un trabajo concienzudo de diseño honesto, de investigación rigurosa, de deducciones críticamente fundadas. Es también obligación común a la Medicina académica y a la naturista. Algunos tratamientos de la Medicina académica son demasiado agresivos y amenazadores de la vida: no es lícito usarlos jamás por pura intuición, por razonamiento inductivo, por el capricho de probar a ver qué pasa. Es necesario conocer cómo actúan y cuáles son sus efectos. Podría pensarse que los medios que emplea la Medicina naturista son mucho más inocuos, y que con tal de que no priven al paciente de una terapéutica verdaderamente eficaz, nada se pierde por aplicarlos. Pero eso es una falsificación de la Medicina, pues equivale a usar remedios ficticios, ilusorios, de acción indeterminada.
Es un imperativo ético aplicar una norma única de calidad para el ejercicio profesional. Ni puede haber médicos de primera y de segunda clase, ni tampoco pacientes de primera y de segunda clase. Es necesario validar con la investigación los riesgos potenciales y los beneficios netos de toda intervención médica. Frente a esa norma común hay que confrontar ambas Medicinas. La Medicina académica ha recorrido ya un largo trecho de ese camino. Habrá que desbrozar el que haya de recorrer la Medicina alternativa. Hay que diseñar, en pasos sucesivos, un lenguaje común en el que todos nos podamos entender, en el que quepa determinar cuándo y cómo se media la función placebo del médico, y cómo se expresa fisiopatológicamente el deseo de curarse del paciente, cuál es el mecanismo por el que actúa su fe en su médico, como intervienen, y en qué sectores del enfermar, la materia o la energía que, a través de la palabra, la dosis homeopática, la estimulación que se aplican. Sólo si se hace una investigación objetiva, reproducible, validable, la Medicina complementaria puede, a imitación de la académica, alcanzar derecho de plena ciudadanía en los consultorios y hospitales. Lo escaso y discutible de la investigación fundamental en el área de las Medicinas complementarias las hace vulnerables a las pretensiones irracionales de gentes que, con o sin título de médico, siguen ofreciendo a los crédulos una pintoresca variedad de esos tratamientos ilusorios o insuficientemente probados, prohibidos por el artículo 24.1.
Es seguro que se necesitan nuevos modelos de investigación para conseguir la integración de la Medicina Complementaria en la Medicina Académica. Creo firmemente que merece la pena hacer ese esfuerzo, que puede beneficiar a muchos pacientes y suponer un formidable alivio en el gasto médico de las sociedades modernas. Me alegra que en el seno de una Facultad de Medicina se haya celebrado este encuentro de aproximación entre académicos y naturistas. La Deontología nos muestra que el camino a seguir pasa por el respeto al paciente, por el respeto colegial mutuo y por el respeto a la entraña científico-natural de la Medicina.
Muchas gracias.