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Esta semana contamos con la colaboración de Marcelo Gutiérrez Ancira, estudiante de 3º del grado en Filosofía. Con este artículo reflexiona acerca de uno de los grandes temas que atraviesan la existencia humana: quién es el hombre.


Si no se encuentra algo digno de ser llamado Dios, uno debe jugar a ser el dueño del mundo. ¿Qué otra alternativa hay al intentar situarse en la existencia? Al hombre le resulta imposible ser indiferente ante lo que le sucede en la vida. Esto se puede ver desde las actividades más vitales. Comer una vez no significa que no se volverá a tener hambre. Ante la indiferencia, uno no tiene criterio para moverse. Sin movimiento, uno muere. Ante la imposibilidad de la indiferencia, el criterio de lo bueno y lo malo o bien nos es dado por una fuerza externa, o bien lo inventa cada uno. Si el sentido de vida nos es dado, ¿por qué queremos sentirnos libres? El hombre busca afirmarse libre como ser subordinado. Quiere ser jugador y pieza de un tablero simultáneamente. Por otro lado, si el hombre se da sentido a sí mismo, ¿cómo debe afrontar su cansancio, aburrimiento, y sufrimiento en vista a un sentido arbitrario? Al jugar a ser el dueño del mundo el hombre carece de un sentido trascendental que justifique su existencia a largo plazo. Por ambas vías, se descubre una tensión interna entre querer ser algo con justificación trascendental, y alguien que se autodetermina. Algo y alguien.

Se puede decir, sin mucha necesidad de justificar, que el hombre es algo que piensa. Es una cosa racional. Es algo viviente con experiencia de sí mismo. Pero ¿se puede decir que es alguien? Ser una cosa pensante es una manera de ser entre muchas otras. Las cosas inertes son movidas por otras cosas en movimiento. Las plantas son cosas con una manera de ser que las hace crecer, nutrirse, y reproducirse. Los animales son cosas con una manera de ser que, además, les permite tener experiencias sensibles. El hombre es otra cosa con otra manera de ser. Tiene otra naturaleza. Cada cosa tiene su propia naturaleza. Ningún hombre decidió nacer, por lo que su manera de ser le es dada. El hombre es algo con una naturaleza ajena a la elección de cada uno. Es un algo entre otras cosas con otras maneras de ser. Se puede decir que le tocó ser algo que piensa. Ni el hecho de ser algo, ni su naturaleza, fue elección. Le fueron dados. ¿Cómo puede un hombre justificar que no solo es algo que piensa, sino que también es alguien? Si a uno le es dada su naturaleza, ¿puede considerarse libre? 

Ser alguien necesariamente significa ser alguien para otro. ¿Cómo se puede llegar a ser alguien para uno mismo? Uno para sí mismo es una cosa entre cosas. Al ver el mundo, se considera distinto a las cosas que observa. Entre ellas, descubre que hay otras personas. Es solo en relación con otros que tiene sentido hablar de identidad. Quizás nadie decide nacer, pero desde que uno nace, ya es alguien para su madre. El hombre no se reduce a ser algo que piensa, sino que desde que comienza a existir ya es hijo. Ya tiene una relación con alguien. Es verdad que uno no elige donde nace, pero a lo largo de la vida uno elige de quienes se quiere rodear. Si ser alguien se entiende en referencia a otros, entonces quién se puede llegar a ser se desarrolla en relación con ellos. Quizás la libertad siempre sea limitada por el contexto temporal en el que se encuentre uno, pero la manera en que vive sus relaciones con las personas que le rodean es voluntaria. Uno no elige a sus padres, pero sí el tipo de hijo que quiere ser. Uno no elige a sus compañeros, pero sí el tipo de compañero que quiere ser. La libertad no se obtiene al obrar, sino al aceptar el mundo en que uno se encuentra. Únicamente a partir de que uno reconoce dónde está, puede pensar en a dónde quiere ir y cómo llegar ahí. 

El hombre puede volverse alguien para otros en un marco temporal por las relaciones que forma, pero sigue careciendo de un sentido trascendental. Para encontrarlo es necesario superar la temporalidad misma. En una primera instancia, se puede superar la temporalidad individual al reconocerse como un miembro de una familia, que es una cadena con ancestros y posibles descendientes. Al extender esta lógica a una escala social, uno puede identificarse con su comunidad o nación, permitiéndole ser alguien dentro de algo mayor. Aun así, las naciones y la vida misma se entienden dentro de un marco temporal. Se necesita creer en una base atemporal que sostenga la posibilidad de la temporalidad misma. Esa base atemporal debe ser pensada como algo verdadero y existente. Habrá quienes obren por cosas como “la verdad”, “la felicidad”, “el placer”, “el poder”, “la justicia”, etc. y obran como si buscar eso fuera fundamento suficiente para la vida misma. Aquello que se busca es el fundamento que mueve al hombre a seguir viviendo. Eso es –en un sentido amplio– el dios de cada uno que nos hace vivir para algo fuera de nosotros mismos. No es una demostración de la existencia de Dios, pero muestra que sin un Dios la vida carece de un sentido trascendental.

De esta manera, descubrimos que actuamos como algo que participa de alguna cosa mayor y que somos alguien para las personas que nos rodean.

Si quieres seguir filosofando, puedes contactar conmigo en el siguiente correo: agutierreza.1@alumni.unav.es


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