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'Damnatio memoriae' en el siglo XXI

Paola Bernal, alumna del doble grado en Historia y Periodismo y del Diploma en Arqueología, de la Facultad de Filosofía y Letras, nos ofrece una interesante reflexión acerca de la memoria histórica.

 

Si algo pueden constatar los historiadores es que el ser humano —con independencia de la época, la civilización, la tecnología o la cultura— comparte rasgos y comportamientos que se repiten cíclicamente. Desde la fabricación de jarras —iguales en el Imperio romano y ahora—, el uso político de la oratoria —como Pericles y Obama—, hasta el reciente fenómeno que empezó en Estados Unidos y que ha tenido eco en todo el mundo: derribar estatuas que no se tienen por dignas.

Los romanos empleaban un término para este derrocamiento social: la famosa damnatio memoriae. Traducida como «condena a la memoria», consistía en borrar todo vestigio y patrimonio de una persona —muchas veces senadores o los emperadores mismos— considerada deshonrosa por el pueblo o por sus enemigos políticos. Pero esta práctica no es una invención romana. Hay constancia de ella en civilizaciones tan antiguas como los hititas o los egipcios. Por ejemplo, la faraona Hatshepsut, esposa de Tutmosis II, que desafió las reglas del momento y reinó durante un largo y próspero periodo, sufrió este castigo. Incluso borraron su nombre de la Lista de los Reyes. 

Y algo similar ocurre en la actualidad. Estatuas de personajes históricos, como Cristóbal ColónWinston Churchill o Ulysses Grant, caen de sus pedestales, tachados de racistas, genocidas o esclavistas. A una estudiante de Historia y Arqueología estas noticias le despiertan muchas preguntas. Las sociedades necesitan conocer con profundidad su pasado para crear un sentimiento de identidad, de pertenencia, y alcanzar el ansiado progreso. De este relato, además de los logros, forman parte también aquellos episodios en los que hemos fallado como pueblo. No es una cuestión de orgullo o vergüenza nacional, simplemente sucedieron en un contexto muy distinto al de nuestros días. Negar estos hechos, destruirlos, no lleva a ningún punto, todo lo contrario: mantenerlos frescos en el pensamiento colectivo permitirá que la semilla de comportamientos racistas que ha germinado ya no se perpetúe en nuestra sociedad.

Quizá Edward Colston (1636-1721) no merezca un espacio central en una avenida de Brístol, al suroeste de Inglaterra. Pero después de ver a los manifestantes haciendo rodar el bronce hasta el puerto cabe plantearse si esa carga contra el pasado suscita un cambio real. El alcalde de la ciudad, Marvin Rees, hijo de jamaicano, ha anunciado su intención de guardar la estatua, erigida en 1895, en un museo y ha invitado a la población a mantener «una conversación calmada» sobre la historia de la ciudad, uno de los mayores enclaves británicos implicados en el tráfico de esclavos.

Con el recuerdo de Colston en el fondo del río Avon, «la sociedad de Brístol va a seguir igual», señala Juan Pan-Montojo, vicepresidente de la Asociación de Historia Contemporánea, porque «borrando huellas del pasado no se reforma el presente». Sin embargo, hay otras acciones que pueden llegar a convertirse en instrumentos de cambio. Por ejemplo, conservar la estatua en una institución donde se documente para futuras generaciones y se reinterprete su significado; colocar en su lugar una imagen de una persona que sobresalga por su colaboración social o su solidaridad; o, como apuntan algunos historiadores, intentar restablecer el equilibrio de representación en el espacio público levantando monumentos en memoria de las víctimas anónimas de la esclavitud. 

Cuando las masas airadas se movilizan, dejan poco tiempo para reflexionar o llegar a un consenso. Pero, si todos los personajes caen sin un criterio, ¿cómo diferenciar entre los actos de Cristóbal Colón y los de Iósif Stalin?

Tenemos que decidir en qué lado de la historia queremos estar; no me refiero a dividirnos entre buenos y malos como si el mundo fuera un relato de fantasía, sino entre tibios y visionarios, entre quienes abandonaron sus raíces deliberadamente o aquellos que acogieron su pasado para sembrar el cambio que necesitamos.

Este texto se publicó originalmente en el número 708 de la revista Nuestro Tiempo

 

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