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El arte de jugar al Lego

Danila Andreev

Danila Andreev, alumni de Filología Hispánica y antiguo editor de la revista BeBrave,
ofrece una fascinante reflexión acerca de la importancia del proceso creativo como
uno de los pilares del trabajo humanístico. 
 

El arte de jugar al Lego

Los que jugábamos al Lego de pequeños sabemos muy bien que se trata de todo un mundo apasionante escondido en una caja preciosa (y si son varias, mejor). A los que nunca lo habéis hecho o solamente tenéis una vaga idea del asunto, os invito a que os lo imaginéis. No he escogido este tema por una infantil añoranza ni por bromas de mal gusto, sino por una clara experiencia creativa.

Al fin y al cabo, ¿qué es un Lego? Una caja coloreada que te ofrece unas verdaderas aventuras; pero dentro, todo un mundo que puedes construir con tus propias manos: una infinidad de combinaciones limitada tan solo por la cantidad de piezas. Pero esto no es una promoción del Lego, sino una imagen del universo de las disciplinas humanísticas.

Pongamos que tienes 6 años y tus padres te compran el Lego de Harry Potter. La alegría es inmensa. Primero montas lo que te sale en la caja (el castillo de Hogwarts, la sala de banquete, la cabaña de Hagrid, etc.). Realizas uno por uno todos sus posibles escenarios y, al cabo de un tiempo, acabas algo aburrido. Entonces, te pides otro Lego con el que pasa lo mismo. Así sucesivamente hasta que te encuentras ante un montón de Legos, todos mezclados y metidos en una misma caja.

¿Qué haría un niño con tanta riqueza? La respuesta sale sola: mezclarlo todo. Montar una macro-batalla-cósmica-universal como en las mejores tradiciones de la épica clásica: los ninja se alían con las princesas para conquistar una granja usurpada por los caballeros medievales y su cruel líder, el maldito Niño con Gafas y su varita mágica. Y si le añadimos un par de cochecitos, espadas láser y un valiente vaquero Woody (el del Happy Meal), ¡mejor! 

Así es como los niños crean mundos en su cabecita, pero no es un mero fantasear. Gracias a estos juegos, las realidades imaginarias obran en el mundo real. Esta capacidad de trabajar y recrear (que, en mi opinión, se pierde en gran parte en los videojuegos) se llama imaginación trascendental y es muy importante para el universo de las Letras. Hablando mal y pronto, se trata de la auténtica creatividad.

El arte de jugar al Lego

Alejandro Llano (uno de los filósofos más agudos de nuestra época y antiguo rector de la Universidad de Navarra) escribió que la creatividad es el “ejercicio de la inteligencia como capacidad de salirse de los supuestos”. En la vida hay muchos supuestos que el propio mundo, sin mala intención, nos impone. Justamente, esta superación la vincula Llano con la mencionada imaginación trascendental - la capacidad de configurar mundos no basados en la experiencia, pero que es posible que lleguen a realizarse.

Superamos las barreras elaborando mundos que no han sido, pero que pueden ser. A esto se podría añadir que para responder ante la realidad (y sus supuestos, manipulaciones y limitaciones) hay que tener mucha cabeza, desde luego, pero con esto no basta. Hace falta mucha sensibilidad.

Con todo esto, los libros que habéis leído, las pelis de superhéroes, las series de 200 mil capítulos, ¿quién los hace? O las grandes ideas de negocios tipo Google, Netflix, Instagram o Facebook… Todo esto, ¿acaso no es un Lego? Con razón hoy en día se busca gente creativa. 

Pero, ojo, no se trata de saber de diseño, escuchar mucha música y dibujar doodles en los apuntes, sino de saber pensar y pensar a fondo, como una respuesta propia de la sensibilidad afinada. Al final, es el “ejercicio de la inteligencia”, ¿recuerdas?: es ella la que nos da esa “capacidad de salirnos de los supuestos”.

A lo que voy es que la mayor parte del trabajo de un filósofo, filólogo, historiador o literato es pensar. Configurar mundos posibles, generar conocimiento, contribuir a la cultura. Hacer los Legos de los conceptos, palabras y relatos. Pensar y “salirnos de los supuestos” y, en última instancia, darle a la vida un sentido que ni la tecnología ni la salud pueden dar. 

Un problema podría ser que el sentido se ha convertido en algo consumible,
pero no voy a entrar en esto aquí; que este comentario se quede tan chulo
y enigmático, y con los puntos suspensivos… 

Está claro, sin embargo, que todo el mundo piensa en alguna medida (aunque a veces parezca que algunos consiguen evitarlo). Los “intelectuales sensibles”, los humanistas, no nos podemos creer el ombligo del mundo, pero hemos convertido el pensamiento en nuestra profesión.

Imaginaos ahora un mar de Lego, hasta el horizonte y sin fondo. En sus profundidades podéis encontrar castillos y naves estelares, a los personajes ficticios e históricos, un par de civilizaciones perdidas y unos cuantos monstruos que habían sido hombres antaño… 

Este es nuestro mundo humanístico. Da miedo, ¿eh? Son las historias, ideas, opiniones, imágenes, impactos - un inmenso montón de experiencias sobre la vida humana. Y si no sabes nadar en ese mar, vas mal.

El arte de jugar al Lego

Pero no nos conformemos con tan solo ser buenos nadadores. Los que nos dedicamos a estudiar al ser humano y su vida somos profesionales de este mar: pescadores, marineros, buceadores, vigilantes de la playa o entrenadores de natación. 

Ahora que lo pienso, todo oficio pasa de maestro a aprendiz. Así nuestros conocimientos no son nuestros. Ante esta necesidad de formarnos responde la institución universitaria (o debería responder más, en algunos casos). En concreto, nuestra querida Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra, a la que debo mi lealtad y admiración. No solo nos enseña a nadar, sino que nos esclarece un oficio, nos introduce en esta artesanía de explorar los mares.

Con esta perspectiva, de hecho, nació BeBrave. Lo vi con claridad mientras trabajaba como su editor: hubo un deseo claro por parte de los autores (tanto estudiantes, como los alumnos de Bachillerato) de compartir las sensibilidades artísticas, de desatar con el intelecto inquieto los nudos de la sociedad. Cada uno puso su propia pieza de Lego para construir algo inmenso (se me ocurre un Halcón Milenario tamaño XXL).

Para muchos, estos artículos, relatos o poemas han sido las primeras publicaciones en su vida. Y me acuerdo perfectamente de cada una de aquellas piezas y de cómo las hemos ido puliendo y encajando. Poco a poco, espero, sus autores se convertirán en un capitán Ahab de Moby Dick, en un Ulises, en un Simbad (siguiendo la alegoría marina). 

Aunque, ahora que lo pienso, lo mejor es que cada uno acabe siendo más él mismo que nunca. Confío en que BeBrave sea una herramienta adecuada para ello.

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