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La siguiente publicación está a cargo de Teresa Tabuenca, estudiante de Lengua y Literatura Españolas. En ella, Teresa plantea una reflexión sobre los referentes femeninos en nuestra literatura. Al hablar de la Generación del 27 se piensa sistemáticamente en Luis Cernuda, Rafael Alberti, Pedro Salinas, Federico García Lorca y otros muchos escritores que desarrollan su labor literaria entre 1920 y 1930. Sin embargo, en esa larga lista de célebres literatos no se suele destacar el nombre de ninguna mujer. ¿Acaso no hubo escritoras a principios del s. XX?


Ella también pertenece a la Generación del 27


Las mujeres españolas de esta época afrontaban muchas dificultades para acceder a la educación, la cultura y la vida pública. Pese a ello, algunas consiguieron abrirse paso en la sociedad española, marcada por una fuerte discriminación de género, y completar sus estudios académicos hasta alcanzar un nivel elevado de cultural.

En la portada de la Antología de Poesía Española, recopilada por Gerardo Diego en 1914, resulta sorprendente reconocer dos nombres femeninos: Ernestina de Champourcín y Josefina de la Torre, que permanecen semiocultas entre nombres masculinos. Sin embargo, ellas no son las únicas mujeres escritoras de la generación. Concha Méndez, Carmen Conde o María Zambrano también forman parte del movimiento y contribuyen significativamente a la literatura de la época, aunque nunca llegan a recibir el reconocimiento que merecen.

Esto se debe, entre otras razones, a que algunas de ellas están relacionadas con escritores brillantes que, en la sociedad patriarcal española, hacen sombra a las mujeres. Algunos de estos matrimonios entre literatos son los de María Teresa León y Rafael Alberti, María Goyri y Ramón Menéndez Pidal, así como Zenobia Camprubí y Juan Ramón Jiménez.   

Es en este contexto donde surge el Lyceum Club Femenino, una institución cultural fundada  en Madrid en el año de 1926. Su objetivo es promover la educación y el desarrollo intelectual de estas mujeres “olvidadas”, pero instruidas y talentosas. Mujeres que tenían prohibida la entrada a los casinos y a las que, a veces, se les juzgaba por realizar tertulias en los cafés. En el momento de su fundación, el centro cuenta con 115 asociadas, entre las que se incluyen, además de las escritoras citadas, pintoras como Maruja Mallo y las abogadas Victoria Kent y Clara Campoamor.

Esta institución feminista recibe numerosas críticas por parte de los sectores más conservadores y sus socias se enfrentan a acusaciones de conspiración e incluso a amenazas de reclusión u hospitalización.

Inspirado en un Lyceum londinense fundado unos pocos años antes, la institución española nace de la voluntad de algunas mujeres de relacionarse más allá de la esfera del hogar y, en el caso de las escritoras, de impulsar su producción literaria. Constituye un espacio de debate e intercambio cultural en el que se celebran conferencias y conciertos, se imparten cursos y se organizan exposiciones. En palabras de su presidenta, María de Maeztu, el Lyceum trata de asistir a las muchachas que pugnan por abrirse camino en el mundo literario o artístico.

Además, las socias se unen para intervenir activamente, con ánimo pacífico, en los problemas culturales y sociales del país. Cuestionan la condición jurídica de su género e intentan promulgar el cambio de algunas leyes que oprimen a la mujer, pero sus propuestas son rechazadas. Esto no les impide llevar a cabo otras iniciativas como la creación de una guardería, la Casa del Niño, y una biblioteca para ciegos.

Con la llegada de la II República, el Lyceum Club Femenino se convierte en el germen del debate sobre el sufragio femenino y se produce una polarización ideológica que motiva la fundación de otros centros, como la Asociación Femenina de Educación Cívica, que ofrece clases a mujeres que no tienen la oportunidad de acudir a la universidad.

Con el estallido de la Guerra Civil en 1936 se suspende su funcionamiento y algunas de sus socias parten al exilio, mientras otras son depuradas. Las demás se recluyen de nuevo en la sombra.

Estas mujeres, a las que se conoce como Las Sinsombrero, han sido excluidas durante muchos años de la mayoría de las narrativas históricas de la Generación del 27 a pesar de que su contribución a la literatura española ha sido importante. A través de sus obras, liberan las convenciones literarias y reflejan sus inquietudes, dando voz a temas como el feminismo, la justicia social y la democracia.  En definitiva, abren el camino a la inclusión de las mujeres en la Historia de España y, por eso, deben y merecen reconocerse como escritoras relevantes de la llamada “Generación del 27”.


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