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Dos o tres legislaturas

Puertas que se cierran, ventanas que se abren. Cuando entramos en la edad adulta, nos enfrentamos a nuestras decisiones y a sus consecuencias. Francisco Javier Merino, ganador de la X edición de Excelencia Literaria, reflexiona sobre el cambio vital y el paso del tiempo desde su experiencia en primera persona.   

Tiempo y distancia. Estos dos factores, al juntarse en la misma operación, actúan de forma exponencial, y son los que convierten los reencuentros entre viejos amigos en acontecimientos llenos de emotividad.

Hace unos días viví uno de estos reencuentros con dos viejos colegas. Si bien conocí a ambos por separado durante mi infancia, fue un encuentro de los tres en la primavera de 2016 el que nos hizo formar nuestro particular grupo. Por aquel entonces me encontraba a escasos días de afrontar uno de los mayores retos de mi vida: el examen de selectividad. Además, en aquellas fechas, los partidos políticos se preparaban para otro gran desafío: las elecciones generales que darían forma a la XII legislatura. Nada ni nadie nos podía advertir lo que iba a depararnos la vida, y no me refiero a la política sino al devenir personal de cada uno de los tres. Sobre ello hablamos precisamente durante aquel reencuentro. Y es que hay algo que ocupa las quedadas entre viejos amigos con mayor fuerza todavía que la emoción del reencuentro: el espacio para la reflexión que estas nos brindan.

Cerveza y refresco en mano, recordamos los mejores tiempos vividos juntos y por separado, como aquellas inolvidables experiencias durante mi etapa universitaria, especialmente el Erasmus que pasé en Roma, lleno de crecimiento personal, amistades internacionales, amoríos imposibles y estropicios propios de un joven recién independizado. De hecho, me acordé del día que acudí a la Embajada de España en Italia, para depositar mi voto en aquellas elecciones generales.

Fue aquella una legislatura exprés, propia de los tiempos políticos que vivíamos. De hecho, a los cuatro meses volvieron a convocarnos a las urnas. Por aquel entonces ya estaba de vuelta en Madrid, con ese malestar que algunos denominan “depresión post Erasmus”, y con más incertidumbres que certezas. Tampoco entonces sospechábamos mis amigos y yo lo que estábamos a punto de padecer; me refiero a lo que supuso cierto virus que paralizó el mundo.

El pasado verano, casi cuatro años después, volvimos a votar. Y lo cierto es que poco han cambiado las cosas en lo que al color del gobierno y al inestable panorama político. En lo personal no podemos decir lo mismo. Tanto mis colegas como yo estamos viviendo nuestras primeras experiencias profesionales. Hemos pasado por la ilusión a causa la graduación universitaria y por el primer día en el trabajo, así como la decepción y el hartazgo a causa de ciertas situaciones una vez asentados en nuestro puesto, la ilusión ante nuevos procesos de selección, etc. Vivimos también el dolor por la pérdida de seres queridos, la alegría por nuevos viajes, la incertidumbre ante las primeras decisiones adultas (entiéndase que nos hemos hecho capaces de asumir las consecuencias de nuestras opciones).

Así, entre cerveza y tapa, tapa y cerveza, dimos un repaso completo a un período de tiempo, ocho años, el espacio que ocupaban dos legislaturas en los tiempos del bipartidismo. Un período lleno de aprendizaje y vivencias en esta época tan cambiante que es la primera juventud. No en vano, dos (o tres) legislaturas dan para mucho desde el paraíso de la juventud.

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