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Cada vez más alejada de la Alianza, Turquía está creando incomodidad en sus socios occidentales, pero difícilmente será invitada a marcharse

Su estrategia en el conflicto sirio, su acercamiento a Rusia con la adquisición del sistema antiaéreo S-400 y su deseo de proyección en el Mediterráneo oriental, donde está lesionando intereses de Grecia, han llevado en los últimos pocos años a Ankara a una continua fricción con la OTAN. Pero la Alianza no está en condiciones de prescindir de Turquía. No es solamente su valiosa situación geográfica como puente entre Oriente y Occidente, sino que sin Turquía la OTAN estaría menos capacitada geopolíticamente para actuar contra el terrorismo o controlar los movimientos de refugiados y vería mermadas sus capacidades militares de defensa como alianza.

Encuentro entre los presidentes de Turquía y Rusia en Estambul, en enero de 2020 [Presidencia de Turquía]

▲ Encuentro entre los presidentes de Turquía y Rusia en Estambul, en enero de 2020 [Presidencia de Turquía]

ARTÍCULOÁngel Martos

Las relaciones entre la Alianza Atlántica y la República de Turquía están pasando por su momento más tenso de la historia reciente. Y es que la política exterior de Ankara se ha prestado a un continuo vaivén dada la inestabilidad de sus gobiernos desde que el Padre de la Patria, Mustafá Kemal Ataturk, falleciera. La república kemalista proyectaba una imagen de Asia Menor muy distinta a la que conocemos hoy en día: el laicismo y la occidentalización que caracterizaron su legado se ha visto reemplazado por un autoritarismo de tinte islámico moderado (según el propio Recep Tayyip Erdoğan, presidente de la República y líder de la formación AKP).

Esta profunda evolución se ha dejado ver en el ámbito de las relaciones internacionales, como es lógico. La doctrina del neo-otomanismo ha ganado terreno entre los artífices de su política exterior. Turquía busca ahora explotar al máximo su posición como puente entre la civilización occidental y la oriental, a la vez que gana influencia entre sus Estados adyacentes y se perfila como el estabilizador de Oriente Medio.

En este escenario, el principal quebradero de cabeza para los estadistas occidentales es la mejora sustancial de las relaciones de Anatolia con la Federación Rusa, el archienemigo de la OTAN. Esta mejora no se entiende sin recordar una serie de eventos que han llevado a Turquía a distanciarse del continente europeo: la tibia reacción de los gobiernos occidentales ante el golpe de estado de 2016; las reticencias mostradas ante las continuas solicitudes de extradición de los seguidores de Fetulah Gülen refugiados en la UE y EEUU; la negativa de Grecia a extraditar a los militares refugiados tras el golpe de estado; las continuas condenas de la Comisión Europea hacia la política interna de Turquía, y, sobre todo, el sueño truncado de la adhesión de Turquía a la Unión. Es por esto que Turquía ha decidido redefinir su diplomacia atendiendo a sus propios intereses únicamente, basculando entre la ayuda de Rusia y la de la OTAN. La adquisición del sistema antiaéreo ruso S-400 o sus recientes operaciones en el Noreste sirio son ejemplo de ello.

La compra del mencionado sistema de misiles antiaéreos de largo alcance es objeto de gran controversia en el seno de la OTAN. La urgente necesidad de Turquía de disponer de ellos es evidente, ya que se enfrenta a potenciales amenazas de misiles balísticos procedentes de países vecinos. Pero la elección del sistema ruso S-400, tras varios años de negociaciones en los que no fue posible llegar a un acuerdo para la adquisición del sistema norteamericano Patriot, ha provocado un auténtico terremoto, llegando a cuestionarse la continuidad de Turquía en el programa del caza de quinta generación F-35. Consideraciones de orden político parecen haber pesado más que los aspectos técnicos en la adopción de esta decisión, pues ambos sistemas son incompatibles y, tratándose de sistemas de armas de nivel estratégico, tanto desde un punto de vista operativo como geopolítico, su empleo por un país de la Alianza Atlántica resulta problemático. Lo que preocupa a la Alianza es el acceso que el Kremlin pueda tener a información de la organización a través de su tecnología de radar.

El otro acontecimiento que nos lleva a cuestionarnos el futuro de las relaciones de Ankara con la OTAN fue la reciente operación militar turca en el norte sirio. El ejército turco lanzó el 9 de octubre una ofensiva contra las milicias kurdas (YPG, a las que considera terroristas) en el norte de Siria. El trato al pueblo kurdo es el gran punto de disensión entre EEUU y Turquía, ya que se trata de aliados incondicionales de la superpotencia, pero a la vez una amenaza política y de seguridad para la estabilidad de Anatolia.

Ankara había estado presionando a Estados Unidos para establecer una "zona de seguridad" que penetrara en el territorio sirio y había amenazado repetidamente con lanzar una acción militar unilateral si Washington le seguía parando los pies. A principios de octubre, Estados Unidos dio vía libre a la operación al ordenar la retirada de la zona fronteriza a los militares que tenía desplegados en Siria. La Administración Trump abandonó, por tanto, a su suerte a los kurdos con los que combatía al Estado Islámico, dando cancha a Turquía para un mayor control de su frontera con Siria.

El siguiente aspecto que es imprescindible mencionar a la hora de describir las complejas relaciones entre Ankara y la OTAN es la pugna geopolítica constante entre Grecia y Turquía. Si bien ambos son miembros de la OTAN desde la década de 1950, las relaciones entre estos dos países del Mediterráneo oriental siempre se han caracterizado por la permanente tensión que se percibe en ellas, y que por tanto tiene algunas consecuencias en la cooperación militar supranacional. Cabe mencionar aquí los tres principales contenciosos que han dado forma, desde finales del siglo XIX, a este enfrentamiento bilateral: la soberanía del archipiélago del Dodecaneso, la del actual Chipre, y la pugna marítima por la plataforma del mar Egeo. Tal fue la magnitud del litigio que el gobierno griego llegó incluso a decretar su salida de la OTAN en 1974, aunque más tarde se reincorporara.

Si bien este conflicto greco-turco estuvo en auge en la segunda mitad del siglo XX, son muchos los aspectos étnicos e históricos los que hacen parecer a estos dos países irreconciliables, salvo en excepciones históricamente puntuales. Esto hace que el flanco oriental del Mediterráneo, dada su proximidad a un área tan inestable como Oriente Medio, haya sido un foco constante de preocupaciones para los dirigentes de la OTAN. Si bien Grecia ha logrado, tras su transición a la democracia, perfilarse como un aliado estable de la Alianza, Turquía no ha seguido el mismo camino. Ello juega sin duda en su contra tanto en la política doméstica como en sus aspiraciones de soberanía marítima.

Históricamente, es conveniente destacar el creciente papel de Turquía como mediador interregional entre Oriente Medio y Occidente. Quizá respondiendo a una estrategia diseñada por Ahmet Davutoglu, quien fuera ministro de Asuntos Exteriores ya con el gobierno del AKP, Turquía quiso marcar distancias con los EEUU de Bush hijo. Su negativa a colaborar en la invasión de Irak en 2003 le granjeó ciertas simpatías en la región, que ha sabido utilizar en países tan diversos como Irak, Israel o Irán. Sin embargo, a lo largo de los años el gobierno islamista se ha pronunciado varias veces en contra del sionismo y la amenaza que este supone para la estabilidad de la región.

Su distanciamiento con la Unión Europea y su acercamiento en materia económica a Rusia también ha marcado la imagen de la administración turca en la Alianza. Las relaciones con Rusia, a pesar de haber estado marcadas por contenciosos políticos tales como los de la autodeterminación kurda y chechena (apoyada antagónicamente por ambos países), se mantienen a flote gracias al comercio de hidrocarburos. El panorama entonces resulta más favorable al eje ruso que al americano-israelí en la región. Esto, lógicamente, mina la confianza de la OTAN en este país “bisagra”, que ya no se muestra interesado en actuar como tal sino como una potencia independiente y soberana que persigue sus propios intereses, buscando apoyos de la Alianza o del Este según le convenga.

Este alejamiento de la hoja de ruta de la OTAN por parte del Gobierno turco, sumado a un acercamiento en ciertos aspectos al Kremlin y la deriva autoritaria de la Presidencia del país es lo que hace que analistas y líderes internacionales hayan abierto el debate sobre una posible expulsión de la República de Asia Menor de la Alianza. Sin embargo, es poco probable que los aliados decidan prescindir de la importancia estratégica de Turquía. Su situación geográfica la convierte en un país puente entre Oriente y Occidente. Sin Turquía, la OTAN estaría menos capacitada geopolíticamente para actuar, por ejemplo, en lo que respecta a la lucha contra el terrorismo o al control de los movimientos de refugiados. Además, Turquía tiene el segundo mayor ejército de todos los Estados de la OTAN: una exclusión afectaría gravemente sus capacidades militares de defensa como alianza. Por otro lado, las representaciones de Turquía en la OTAN, si bien se han mostrado críticas con la misma como también lo ha hecho la Administración Trump en repetidas ocasiones, no ha manifestado un claro deseo de abandonarla unilateralmente.

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[Jim Sciutto, The Shadow War: Inside Russia's and China's Secret Operations to Defeat America. Hasper-Collins. New York, 2019. 308 p.]

RESEÑAÁlvaro de Lecea

The Shadow War: Inside Russia's and China's Secret Operations to Defeat AmericaCon el fin de la Guerra Fría, en la cual se enfrentaron la antigua Unión Soviética y Estados Unidos de América, país que salió vencedor, el sistema internacional pasó de ser bipolar a una hegemonía liderada por esta segunda potencia. Con Estados Unidos en cabeza, Occidente se centró en la extensión de la democracia y la globalización comercial y si algo concentró su preocupación geoestratégica fueron los ataques de Al-Qaeda contra las Torres Gemelas del 11-S, de modo que el foco de atención cambió y la actual Rusia fue dejada en un segundo plano. Sin embargo, Rusia continuó reconstituyéndose lentamente, a la sombra de su antiguo enemigo, que ya no le mostraba demasiado interés. A Rusia se le sumó China, que comenzó a crecer a pasos agigantados. Llegados a este punto, Estados Unidos empezó a percatarse de que tiene a dos grandes potencias pisándoles los talones y de que se encuentra enzarzado en una guerra que ni sabía que existía: la Shadow War.

Ese el término que utiliza Jim Sciutto, corresponsal jefe de seguridad nacional de CNN, para designar lo que a lo largo de su libro describe con detalle y que en gran medida ha dado en llamarse también guerra híbrida o de zona gris. Sciutto prefiere hablar de Shadow War, que se podría traducir como guerra en la sombra, porque así se denota mejor su carácter de invisibilidad ante el radar de la guerra abierta o convencional.

Esta nueva guerra la comenzaron Rusia y China, no como aliados, sino como potencias con un enemigo en común: Estados Unidos. Es un tipo de guerra híbrida, por lo que contiene métodos tanto militares como no militares. Por otro lado, no contempla un enfrentamiento directo militar entre ambos bloques. En The Shadow War: Inside Russia's and China's Secret Operations to Defeat America, Sciutto explica siete situaciones en las cuales se puede observar claramente las estrategias que están siguiendo China y Rusia para derrotar a Estados Unidos y así conseguir convertirse en las mayores potencias mundiales y poder imponer sus propias normas internacionales.

En primer lugar, es importante destacar que Rusia y China, aun siguiendo estrategias similares, son diferentes tipos de adversarios: por un lado, China es un poder creciente, mientras que Rusia es más bien un poder decreciente que está tratando de volver a lo que era antes. No obstante, ambos comparten una serie de similitudes. En primer lugar, ambos buscan ampliar su influencia en sus propias regiones. En segundo lugar, sufren una crisis de legitimidad dentro de sus fronteras. En tercer lugar, ambos buscan corregir los errores de la historia y restaurar lo que perciben como las posiciones legítimas de sus países como líderes mundiales. Y por último, poseen una gran unidad nacional, por lo que la mayoría de su población haría lo que fuese necesario por su nación.

En la guerra en la sombra, gracias a las normas establecidas por Rusia y China, cualquiera gran actor puede ganar, independientemente del poder que tenga o de la influencia que ejerza sobre el resto de actores internacionales. Siguiendo las teorías de las relaciones internacionales, se podría considerar que esas normas siguen un patrón muy realista, ya que, en cierto modo, todo vale para ganar. El poder de la mentira y del engaño es el pan de cada día, y se cruzan líneas que se creían impensables. Ejemplos de esto, como explica y profundiza el libro, son la militarización de las islas artificiales construidas por China en el Mar de la China Meridional cuando el propio Xi Jinping había prometido no hacerlo, o el hackeo del sistema informático del Partido Demócrata en la campaña de las elecciones estadounidenses de 2016 por parte de hackers rusos, que podría haber ayudado a alzarse victorioso a Donald Trump.

A todo esto hay que sumarle una parte esencial de lo que está sucediendo en este contexto de guerra no tradicional: la idea especialmente equivocada que tiene Estados Unidos sobre todo lo que está ocurriendo. Para empezar, el primer error de Estados Unidos, como explica Sciutto, fue dejar de lado a Rusia como foco relevante en el ámbito internacional. Creyó que, al haberlo derrotado en la Guerra Fría, el país ya no volvería a resurgir como potencia, y por eso no vio las claras pistas que mostraban que estaba creciendo poco a poco, liderado por el presidente Vladimir Putin. Del mismo modo, no supo entender las verdaderas intenciones del Gobierno chino en situaciones como la del Mar de la China Meridional o en la carrera de submarinos. Todo esto se puede resumir con que Estados Unidos creyó que todos los actores internacionales jugarían con las normas establecidas por Washington tras la Guerra Fría, sin imaginarse que crearían un nuevo escenario. En conclusión, Estados Unidos no entendió a sus contrincantes.

En su último capítulo, Sciutto deja claro que actualmente Estados Unidos está perdiendo la guerra. Su mayor error fue no darse cuenta de la situación hasta que la tuvo delante y ahora se encuentra con que está jugando en un escenario en desventaja. Es cierto que Estados Unidos sigue siendo el líder mundial en muchos aspectos, pero Rusia y China le están adelantando en otros, siguiendo las nuevas normas que ellos mismos han establecido. No obstante, un cambio de actitud en las políticas estadounidenses podría girar totalmente las tornas. Así, el autor propone una serie de soluciones que podrían ayudar a Estados Unidos a volver a ponerse en cabeza.

Las soluciones que propone se centran, en primer lugar, en el total conocimiento del enemigo y de su estrategia. Esta ha sido en todo momento su gran desventaja y sería el primer paso para comenzar a controlar la situación. Del mismo modo, recomienda una mayor unidad dentro del bloque aliado, así como una mejora de sus propias defensas. También recomienda conocer mejor el nuevo escenario en el que está sucediendo toda la contienda, por lo que una serie de tratados internacionales que regulasen estos nuevos espacios, como lo es el ciberespacio, serían de gran ayuda. Más adelante, propone fijar unos límites claros a las acciones enemigas, elevando los costes y las consecuencias a dichas acciones. Y por último, anima a Estados Unidos a ejercer un liderazgo claro.

En conclusión, la tesis de Sciutto es que Estados Unidos se encuentra luchando una guerra cuya existencia acaba de descubrir. Es un tipo de guerra a la que no está acostumbrado y con una serie de normas ajenas a lo que predica. Aun siendo todavía el líder del sistema internacional actual, se encuentra perdiendo la partida porque China y Rusia han sido capaces de descubrir los puntos débiles de su rival y utilizarlos a su favor. El mayor error de Estados Unidos fue ignorar todas las señales que evidenciaban la existencia de esta guerra en la sombra y no hacer nada al respecto. Se han introducido escenarios nuevos y se han cambiado las normas del juego, por lo que Estados Unidos, si quiere darle la vuelta a la situación y alzarse una vez más como vencedor, según argumenta el autor, deberá unirse más que nunca internamente como nación y afianzar sus alianzas, y conocer mejor que nunca a sus enemigos y sus intenciones.

En cuanto a una valoración del libro, puede afirmarse que logra transmitir de forma clara y concisa los puntos más relevantes de esta nueva contienda. Consigue dejar claro los puntos fuertes y débiles de cada actor y hacer un balance general de la situación actual. No obstante, el autor no consigue ser demasiado objetivo en sus juicios. Aunque admite los fallos cometidos por Estados Unidos, ofrece una imagen negativa de sus rivales, dando por sentado quiénes son los buenos y quiénes son los malos. Falta esa objetividad en algunos casos, ya que ni los buenos son siempre tan buenos ni los malos son siempre tan malos. Dicho esto, Sciutto realiza un gran análisis de la situación internacional actual en la que se encuentran las mayores potencias mundiales.

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Will success in parts of the Vision 2030's agenda –like diversifying the economy– have a parallel  opening up to religious moderation?

King Salman bin Abdulaziz Al Saud in a recent Custodian of the Two Holy Mosques Chairs Cabinet's Session [Saudi Press Agency]

▲ King Salman bin Abdulaziz Al Saud in a recent Custodian of the Two Holy Mosques Chairs Cabinet's Session [Saudi Press Agency]

ANALYSIS / Marina García Reina

Since King Salman first envisioned the need of a reform of Saudi Arabia towards a less dependent economy on petroleum, gradual changes have been done upon the aim of progress, and, in a more precise way, not to be left behind in the world race led by western countries and the booming Asian giants. The crown prince Mohammed bin Salman Al Saud has positioned himself as the leader of the shift towards a religiously moderate Saudi Arabia within the frame of the Vision 2030 initiative. Predictably, however, the reforms held in the country have been subject to numerous criticism and double readings.

A succinct contextualization

It is convenient to recall the year 1979, when Shiite militants overthrew the secular Shah of Iran and Sunni fundamentalists besieged the Masjid al-Haram (Grand Mosque) in Mecca. That same year, the country's Shiite minority started a revolt in Al-Hasa province, resulting in numerous deaths. The Saudi monarchy responded to those mishaps by moving closer to the Wahhabi (an extremely conservative conception of Islam) religious establishment and restoring many of its hardline stances. As a result, for instance, the government shut down the few cinemas that existed in the kingdom. It was not till 2015 (or 2014, depending on which reforms to base on) when King Salman bin Abdulaziz Al-Saud —along with Mohammed bin Salman (popularly known as MBS), who he promoted to crown prince—, proclaimed reforms in Saudi Arabia towards a more moderate political scenario, opening up a new era of Saudi politics. The two expressed their will to limit the authority of the religious police to arrest citizens. They allowed the first cinemas and music concerts since decades of prohibitions, condemned religious incitement, and gradually granted women several rights.

Vision 2030

First conceived by King Salman, Vision 2030 is meant to be the decisive plan to transform the country by a sweep in economy and society, and Crown Prince Muhammad bin Salman himself has positioned as its spearhead. It is basically the headline upon which all the modernization changes are framed. The plan aims to face the three major challenges that Saudi Arabia has nowadays: unemployment, diversification, and privatization.

It is worth mentioning that in contrast to the great majority of western countries, Saudi Arabia has a growing youthful population. Approximately, 70% of Saudi population is under 30 and the 29% of Saudis between 16 and 29 are unemployed. Vision 2030 includes greater investments in education to train future Saudi leaders, which seems quite unnecessary when noticing that Saudi citizens pay no taxes and receive free education (making up 25% of the total budget), free health care and subsidies for most utilities.

Economy is something that has been worrying most Saudis, since the country’s economy is almost entirely based on petroleum and recently the price of a barrel of oil has ranged between about $46 and $64 in 2019, much lower that what it has ranked for years. Diversifying the economy is crucial for the progress of Saudi Arabia. All in all, Vision 2030 will rely on earnings coming from the Aramco’s IPO (initial public offering), which will be placed in a sovereign wealth fund  —also sourced by Saudi fiscal assets and the sale of state-owned real estate and other government assets—, expectedly resulting into an investment-driven economy rather than a petroleum-based one as it has been for decades. It has also cast serious doubts the nature of the measures that are being developing to modernize the country, especially because the social aspects have been left apart by, for instance, the construction of Neom, a planned futuristic city in the middle of the desert, which is meant to be the great achievement of the crown prince MBS.

Additionally, the initiative has been configured as the political rebirth of the crown prince in the eyes of the international sphere, since it means diminishing the role of government by selling Aramco’s 5% of shares to investors, even so, the enterprise still is under tight control of the royal family. Without going any further, Khaled Al-Falih, the chairman of Aramco, is also the new minister of Energy, Industry, and Natural Resources, which once again brings to light the relation between these two.

The stated target is to increase the private sector’s contribution to GDP from 40% today to 65% by 2030. Much of this private sector growth will come through public-private partnerships, as said before, high-positioned Saudis will have been direct or indirectly pressured to invest in the IPO. The Saudi government has been criticized on several occasions for being corrupted and showing a lack of transparency over its acts. In this area, Vision 2030 hopes to ensure the law and the obligation of honestly reporting every business activities. Under proposal of MBS a follow-up department, headed by a ministerial rank official, has been set up to follow the implementation by government ministries of projects that have been approved.

Anti-terrorist positioning and extremist ideologies

Mohammed bin Salman has severely expressed his aim of not only dealing with extremist ideologies, but also of destroying them. As part of this determination, some clerics, which are meant to form part of the extremist ideology that the leader seems to condemn, have been targeted.

Nevertheless, organizations such as Amnesty International, Human Rights Watch and the Committee to Protect Journalists have demonstrated that these presumed extremist clerics have long records of advocating the type of reform and religious moderation MBS asserts to support. For instance, in September 2017, numerous clerics, journalists and scholars known for their reluctance to MBS policy, which they consider as half-measured and not going straight to the point, were arrested by Saudi security forces. On the other hand, certain state clerics continue unpunished despite publicly criticizing the reforms and inciting hatred against the Shia minority. In particular, two members of the Council of Senior Scholars —the highest religious body in the country, whose role is to advise the King on religious matters by issuing fatwas (judicial advice provided by a religious specialist)— have been in the spotlight for years. These are Saleh al-Fawzan and Samm leh al-Lohaidan, both close to bin Salman. These two scholars are owners of broadcasting channels funded and promoted by the Saudi government from which they divulge their ultra-conservative view of Islam and condemn with the death penalty whatever they consider as violations of religious and moral rules contrary to Islam. An example of such are the declarations made saying that Shiites are not Muslims or that Muslims are not allowed to protest or even publicly criticize rulers as this would lead to rebellion that would in turn justify rulers’ violent response, like those held in 2017.

Together with these personalities, there are others who also hold high-rank positions in the country’s politics and government. Abdulaziz al-Sheikh, for example, is the grand mufti (muslim religious who has the authority to interpret Sharia) of Saudi Arabia. In that capacity, he has issued numerous fatwas and statements preaching the virtues of obedience to existing authorities and submitting to their policies without question. This, once again, raises the question of whether or not Saudi Arabia is actually cleansing extremist ideologies. Some, as Abdullah Almalki —a religious academic—, argue that the sovereignty and free choice of the people must have precedence over any desire to implement Sharia and that justice and free choice must be the pillars of any political community.

Almalki’s father, Salman Alodah, like himself, advocates religious tolerance against calls of jihad in Iraq, Syria, and elsewhere, calling for a democratic change, supporting the empowerment of women, fighting against discrimination, and respecting the religious minorities who are marginalized in the Kingdom. Both Almalki and Alodah were also arrested in the 2017 detentions and referred the following year to court for a secret trial —something that has become common when the accused are moderate voices, feminists and intellectuals—, facing death penalty for their extra-progressive views. Besides these cases, probably the best known one was that of the Washington Post columnist Jamal Khashoggi’s murder at the Saudi consulate in Istanbul in October 2018.

In contrast to some of these powerful men characterized by their severe religious stances, the Saudi society as a whole holds a somewhat more nuanced view of Islam and does not completely identify with them. On this, it is worth recalling the attack on the Shia mosques carried out by Daesh in May 2015. The event was followed by mass funerals in the Saudi streets, which exposed the unity of the Saudi people above sectarian lines.

Al Qaida was apparently eradicated from the country and, as a result of that, it moved its operations to Yemen, where Saudi Arabia’s military force together partnered with the UAE —with limited US support, it must be said— and the Yemeni government forces have been doing efforts to combat it, achieving, for instance, the liberation of Mukalla. Specifically, Saudi Arabia blames the failing states of Iraq, Lebanon, Syria, and Yemen as the reason why Al Qaida has not yet been definitively eradicated.

The Iraqi government broke down after the US invasion in 2003, which led to a sectarian  and corrupt government. In Syria, Bashar al Assad led the military uprising and breakdown of authority, providing al Qaida refuge, although he continuously expressed he was combating terrorists, actually al Qaida freely operated in both sides of the border. Saudi Arabia claims that further efforts must be made to remove Assad as an essential part of the battle against terrorism in the region. It also advocates efforts at the international level to stop with the use by terrorists of pro-Palestine propaganda to recruit young members.  

Aramco and the oil crisis

Petroleum prices have dropped considerably in recent years, exacerbating the need of a side Saudi economy which does not revolve around oil. This has become a rough task, taking into account that the petroleum sector employs around the 70% of the population in Saudi Arabia. Aramco’s IPO, which promises to sell shares to investors, has become the center of the Vision 2030 initiative for Mohammed bin Salman.

The reasons behind the IPO are two: money —Saudi Arabia needs greater money inputs in order to accomplish the reform plans and finance the war in Yemen— and the political rehabilitation of the crown prince (MBS) under the consent of the international sphere, portraying, in a way, that the IPO may not be motivated that much because of an economic interest (which of course it is) but more deeply because of a political benefit of claiming that Saudis are opened to the world by selling part of Aramco to foreigners.

The tremendous expectation raised around the IPO can be interpreted as a way of starting attention of the incidents of 2017 and Khashoggi’s murder mentioned before. Aramco’s initial public offering, which started this last December in Tadawul (Saudi Arabia’s domestic stock market), went resoundingly bad after the US attack in Bagdad resulting in the death of the Iranian military commander Qasem Soleimani as well as the Iraqi-Iranian deputy chief of the armed organization Popular Mobilization Committee. Shares of the State petroleum company have dropped in a 1.7%. However, in spite of this event, Aramco’s IPO went reasonably well and the company managed to be valued in $2 billion, which is not surprising considering that the Saudi government has actively encouraged Saudis to invest, meaning that there are investors (people within the orbit of the royal court and big business) who have no choice in the matter because their livelihoods and stature are dependent on proving they support Mohammed bin Salman’s program and retail investors who will invest because of all the hoopla and nationalist sentiment whipped up around the offering.

Women and the guardianship rule

Undoubtedly, changes have been done within the Saudi State to overcome the lack of involvement of women in everyday life. As an example of it, the permission to drive automobiles extended to women has found a significant echo globally. Women make up half of the population in Saudi Arabia. As part of the Saudi transformation of its economy plan, there is a need beyond the sole fact of integrating women in society, namely that of integrating this half of the Saudi population into the labor force.

Women conform nowadays just the 7% of the work force. After the implementation of the Vision 2030 plan, the number is expected to rise up to a 30% by that year. Following a worldwide tendency, more women than men graduate from universities in all disciplines. Furthermore, thanks to efforts attributed to the crown prince and to King Abdullah before him, women can be members of the Consultative Assembly since 2014. Currently, they occupy 20% of its seats. In September 2011, King Abdullah granted women the right to vote, a right they exercised in 2015 for the first time.

Further changes have been done within the country in favor of integrating women, which have gone unnoticed by the public eye. Princess Reema bin Bandar al Saud is an example of that. As president of the Saudi Federation for Community Sport, she has developed different initiatives, together with other ministries, to promote women; for instance, by creating football leagues. Moreover, opening women access to the armed forces has also been a huge step forward considering the impact in the shift of gender perspective. It cannot be omitted that Saudi Arabia has been for decades an extremely conservative country and that what may be seen as basic things for westerners in the 21st century, supposes a top-down reform within their principles, especially considering that they are being introduced in a considerably short time.

Conclusion

Saudi Arabia is facing —and will face in the following years— great challenges to redirect the country’s economy into one less dependent on oil, and to reeducate a youth that has been raised up with almost everything being granted by the government. Finally, there is also the challenge of making bin Salman’s vision more translatable to the western public, which, as said, see the reforms with some skepticism, notwithstanding official energetic and ambitious proclamations. As a summary, society, diversification of economy and governance and bylaws are crucial for the Saudi progress. What is true is that, regardless the reticence of westerners, MBS has gained huge support among his compatriots and is thought to be the reformer he repeatedly self-proclaims to be. This may lead us, Westerners, to consider whether an Islamic conception of renovation of Islam in appliance to govern is similar, and if so, to which extent, to our own conception of it.

Categorías Global Affairs: Oriente Medio Orden mundial, diplomacia y gobernanza Análisis

[Barbara Demick, Querido líder. Vivir en Corea del Norte. Turner. Madrid, 2011. 382 páginas]

RESEÑA / Isabel López

Todas las dictaduras son iguales hasta cierto punto. Regímenes como el de Stalin, Mao, Ceaucescu o Sadam Husein compartieron haber instalado estatuas de esos líderes en las principales plazas y sus retratos en todos los rincones... Sin embargo, Kim Il-sung llevó más lejos el culto a la personalidad en Corea del Norte. Lo que le distinguió del resto fue su capacidad para explotar el poder de la fe. Es decir, comprendió muy bien el poder de la religión. Utilizó la fe para atribuirse poderes sobrenaturales que sirvieron para su glorificación personal, como si fuera un Dios.

Así se ve en Querido líder. Vivir en Corea del Norte, de la periodista Barbara Demick, que trabajó como corresponsal de Los Angeles Times en Seúl. El libro relata la vida de seis norcoreanos de la ciudad de Chongjin, situada en el extremo septentrional del país. A través de estos seis perfiles, desde personas pertenecientes a la clase más baja, llamada beuhun, hasta la clase más privilegiada, Demick expone las diferentes etapas que han marcado la historia de Corea del Norte.

Hasta la conquista y ocupación de Japón en la guerra de 1905 regía el imperio coreano. Durante el mandato del país vecino, los coreanos se veían obligados a pagar elevados tributos y los jóvenes eran llevados con el ejército japonés para combatir en la guerra del Pacífico. Tras la retirada de las tropas japonesas en 1945, se planteó un nuevo problema puesto que la Unión Soviética había ocupado parte del norte de Corea. Esto llevó a que Estados Unidos se involucrara para frenar el avance de los rusos. Como consecuencia, se dividió el territorio en dos zonas: la parte sur ocupada por Estados Unidos y la parte norte ocupada por la Unión Soviética. En 1950 ambas fracciones se vieron envueltas en la guerra de Corea, finalizada en 1953.

Después del armisticio se produjo un intercambio de prisioneros por el cual las fuerzas comunistas pusieron en libertad a miles de personas, de las cuales más de la mitad eran surcoreanas. Sin embargo, otros miles nunca volvieron a casa. Los prisioneros liberados eran introducidos en vagones que partían de la estación de Pyongyang con la presunta intención de devolverlos a su lugar de origen en el sur, pero en realidad fueron conducidos a las minas de carbón del norte de Corea, en la frontera con China. Como consecuencia de la guerra la población se había mezclado y no era posible la distinción entre los norcoreanos y surcoreanos.

Al terminar la guerra, Kim Il-sung, líder del Partido de los Trabajadores, comenzó por depurar a todos aquellos que podían poner en peligro su liderazgo, basándose en un criterio de fiabilidad política. Entre 1960 y 1970 se instauró un régimen que la autora describe como de terror y caos. Los antecedentes de cada ciudadano eran sometidos a ocho comprobaciones y se establecía una clasificación basada en el pasado de sus familiares, llegando a convertirse en un sistema de castas tan rígido como el de India. Esta estructura se basaba en gran parte en el sistema de Confucio, aunque se adoptaron los elementos menos amables de él. Finalmente, las categorías sociales eran agrupadas en tres clases: la principal, la vacilante y la hostil. En esta última se encontraban los adivinos, los artistas y los prisioneros de guerra, entre otros.

Los pertenecientes a la clase más baja no tenían derecho a vivir en la capital ni en las zonas más fértiles y eran observados detenidamente por sus vecinos. Además, se crearon los llamados inminban, término que hace referencia a las cooperativas formadas por unas veinte familias que administraban sus respectivos barrios y que se encargaban de transmitir a las autoridades cualquier sospecha. Era imposible subir de rango, con lo cual este pasaba de generación en generación.

A los niños se les enseñaban el respeto por el partido y el odio por los estadounidenses. La educación obligatoria era hasta los 15 años. A partir de aquí solo los niños pertenecientes a las clases más altas eran admitidos en la educación secundaria. Las niñas más inteligentes y guapas eran llevadas a trabajar para Kim Il-sung.

Hasta el fin de los años sesenta Corea del Norte parecía mucho más fuerte que Corea del Sur. Esto provocó que en Japón la opinión pública se alineara en dos bandos, los que apoyaban a Corea del Sur y los que simpatizaban con el Norte, llamados Chosen Soren. Miles de personas sucumbieron a la propaganda. Los japoneses que emigraban a Corea del Norte vivían en un mundo diferente al de los norcoreanos puesto que recibían dinero y regalos de sus familias, aunque debían de dar parte del dinero al régimen. Sin embargo, eran considerados parte de la clase hostil, puesto que el régimen no se fiaba de nadie adinerado que no fuera perteneciente del partido. Su poder dependía de su capacidad de aislar totalmente a los ciudadanos.

El libro recoge la relación de Japón con Corea del Norte y su influencia en el desarrollo económico de esta. Cuando a principios del siglo XX Japón decidió construir un imperio ocupó Manchuria y se hizo con los yacimientos de hierro y carbón próximos a Musan. Para el transporte del botín se escogió la ciudad de Chongjin como puerto estratégico. Entre 1910 y 1950 los japoneses levantaron enormes acerías y fundaron la ciudad de Nanam, en la que se construyeron grandes edificios: empezaba el auténtico desarrollo de Corea del Norte. Kim Il-sung exhibió el poder industrial atribuyéndose los méritos y no reconoció ninguno a Japón. Las autoridades norcoreanas tomaron el control de la industria y luego instalaron misiles apuntando a Japón.

La autora también describe la vida de las trabajadoras de las fábricas que sustentaban el desarrollo económico del país. Las fábricas dependían de las mujeres por la falta de mano de obra masculina. La rutina de una trabajadora de fábrica, que era considerado como una posición privilegiada, consistía en ocho horas diarias los siete días de la semana, más las horas añadidas para continuar con su formación ideológica. También, se organizaban asambleas como la de las mujeres socialistas y sesiones de autocrítica.

Por otro lado, se enfatiza el hecho de hasta qué punto eran moldeadas las personas, que eran regenerados para ver a Kim Il-sung como un gran padre y protector. En su propósito de rehacer la naturaleza humana Kim Il-sung desarrolló un nuevo sistema filosófico apoyado en las tesis marxistas y leninistas llamado el Juche, que se traduce como confianza en uno mismo. Hizo ver al pueblo coreano que era especial y que había sido el pueblo elegido. Este pensamiento cautivaba a una comunidad que había sido pisoteada por sus vecinos durante siglos. Enseñó que la fuerza de los seres humanos provenía de la capacidad de someter su voluntad individual a la colectiva y esa colectividad debía de ser regida por un líder absoluto, Kim Il-sung.

No obstante, esta idea no le bastaba al líder, que además quería ser querido. La autora afirma que “no quería ser visto como Stalin sino como Papa Noel”: se le debía de considerar como un padre en el estilo confuciano. El adoctrinamiento empezaba desde la infancia en las guarderías. Durante los siguientes años no escucharían ninguna canción, no leerían ningún artículo que no estuviera divinizando la figura de Kim Il-sung. Se repartían insignias de solapa con su rostro, que eran obligatorias de llevar en la parte izquierda, sobre el corazón, y su retrato debía de estar en todas las casas. Todo era distribuido gratuitamente por el Partido de los Trabajadores.

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A demonstration in Beirut as part of 2019 protests [Wikimedia Commons]

▲ A demonstration in Beirut as part of 2019 protests [Wikimedia Commons]

ESSAYDavid España Font

1. Introduction

A shared feeling has been rising across the globe for the last three years, but with special strength during the last six months. The demonstrations since February in Algeria, since September in Egypt, Indonesia, Peru or Haiti, and in Chile, Iraq or Lebanon since October are just some manifestations of this feeling. The primary objective of this essay will not be to find a correlation among all demonstrations but rather to focus on the Lebanese governmental collapse. The collapse of the Lebanese government is one example of the widespread failure most politicians in the Middle East have to meet public needs.[i]

Regarding the protests that have been taking place in Egypt and the Levant, it is key to differentiate these uprisings from the so-called Arab Spring that took place in 2011, and which caused a scene of chaos all over the region, leading to the collapse of many regimes.[ii] The revolutionary wave from 2011, became a spark that precipitated into many civil wars such as those in Libya, Yemen or Syria. It is important to note that, the uprisings that are taking place at the moment are happening in the countries that did not fall into civil war when the Arab Spring of 2011 took place.

This essay will put the focus on the issue of whether the political power in Lebanon is legitimate, or it should be changed. Are the Lebanese aiming at a change in leadership or rather at a systemic change in their political system? This essay id divided into four different parts. First, a brief introduction summarizes the development of the October demonstrations. Second, it throws a quick overview into recent political history, starting from the formation of the Lebanese state. Third, it will approach the core question, namely which type of change is required. Finally, a brief conclusion sums up the key ideas.

2. October 2019

On Thursday October 17th, thousands of people jumped into the streets of Beirut to protest against political corruption, the nepotism of the public sector and the entrenched political class. There hadn’t been a manifestation of public discontent as big as this one since the end of the civil war in 1990. The demonstration was sparked by the introduction of a package of new taxes, one of which aimed at WhatsApp calls.[iii] Roads were blocked for ten days in a row while citizens kept demanding for the entire political class to resign. Although, apparently, the demands were the same as those forwarded in 2011, the protests might have been looking more for a change in the whole political system than for mere changes in leadership.

It must not be forgotten the fact that Hasan Nasrallah, the leader of Hezbollah, warned that such protests could lead to another civil war and that the right to demonstrate had to be abolished as soon as possible. He literally stated: “I’m not threatening anyone, I’m describing the situation. We are not afraid for the resistance; we are afraid for the country.”[iv] Certainly, a change in the political power could make   such a power notably stronger, Hezbollah is now enjoying the weakness of the Lebanese political power and prefers to maintain the status quo.

This arising conflict must be analysed bearing in mind the very complicated governmental structure which seems to be very effective towards conflict avoidance, but not towards development and progress. The country is governed by a power-sharing system aimed at guaranteeing political representation for all the country's 18 sects.[v] Lebanon’s government is designed to provide political representation of all Lebanese religious groups, the largest ones being the Maronites, the Shiite and the Sunni. The numbers of seats in the Parliament is allotted among the different denominations within each religion. The President must always be a Maronite Christian, the prime minister a Sunni and the Speaker of Parliament as Shiite.[vi]

Therefore, it goes without saying that the structure of the political power is designed for survival rather than for coexistence. Each representative is inclined to use his position in favour of the interest of the sects that he belongs to instead of that of the national, common interest. There is no chance for common policies to be agreed as long as any of these interfere with the preferences of any one of the sects.

3. A quick overview into recent history

Since the end of the 16th century, the Ottoman Empire managed to control all the region today known as Levant and Egypt. However, the area known as Mount Lebanon remained out of its direct influence[vii]. The region became a self-governed area controlled by powerful Christian Maronite families. Because the Ottoman Empire did not allow European Christians to settle in the territory and benefit from trading activities, the Europeans used the Lebanese Maronites as their commercial representatives.[viii] This was one of the main ways how the European legacy penetrated the region, and one of the reasons that explains why Christians in Lebanon and Syria had a good command of French even before the arrival of the French mandate, and why they became, and still are, richer than the Muslims.

Following World War I, the League of Nations awarded France the mandate over the northern portion of the former Ottoman province of Syria, which included the region of the Mount Lebanon. This was a consequence of the signature in 1916 of the Sykes-Picot Agreement, by which the British and the French divided the Middle East into two areas put under their control. The British would control the South, and the French the North.[ix]

In 1920 the French carved out the region of Lebanon from their mandated area. The region would later be granted the independence in 1943. The means of such demarcation had as primary objective the guarantee and protection of the Christian’s free and independent existence in the Muslim Arab world, not even the protection of their rights but rather the recognition of their existence. Since the very first moment of Lebanon’s establishment as a separate territory from Syria, Sunni Muslims rejected the very idea of a Lebanese state which was perceived as an act of French colonialism with the objective of dividing and weakening what was perceived to be the united Arab Nation.[x]

Because the preservation of the greater Lebanon was the primary objective for the Christians and they were not going to give up that objective for the sake of a united Arab Nation, a gap between the Maronite and the Sunni communities opened that had to be closed. The legal agreement that came up from efforts in this sense came to be known as the National Pact of 1943 “al-Mithaq al-Watani.”[xi] At the heart of the negotiations was on the one hand the Christians' fear of being overwhelmed by the Arab countries, and on the other hand the Muslims' fear of Western hegemony. In return for the Christian to accept Lebanon's "Arab face," the Muslim side agreed to recognize the independence and legitimacy of the Lebanese state in its 1920 boundaries and to renounce aspirations for union with Syria.[xii]

With hindsight, the pact may be assessed as the least bad political option that could be reached at this time. However, as mentioned earlier, this pact has led to a development of the governmental structure that doesn’t lead to political construction and development but rather to mere survival.

4. Change in leadership or systemic change?

The issue at stake is very much related to the legitimacy that could be given to the Lebanese political power. In order to tackle this issue, a basic approach to these terms is a must.

The concept of political power is very vague and might be difficult to find a set definition for it; the basic approach could be “a power exercised in a political community for the attainment of the ends that pertain to the community.”[xiii] In order to be political, power inherently requires  legitimacy. When the power is fully adapted to the community, only then this power can be considered a political power and therefore, a legitimate power.[xiv] While it is possible to legitimize a power that is divided into a wide variety of sects, it cannot be denied that such power is not fully adapted to the community, but simply divided between the different communities.

Perhaps, the issue in this case is that there cannot be such a thing as “a community” for the different sects that conform the Lebanese society. Perry Anderson[xv] states that in 2005, the Saudi Crown reintroduced the millionaire Rafik Hariri into the Lebanese politics getting him to become prime minister. In return, Hariri had to allow the Salafists to preach in Sunni villages and cities, up to the point that his son, Saad, does not manage to control the Sunni community any longer. How is it possible to avoid such a widespread division of sects in a region where politics of influence are played by every minimally significant power?

Furthermore, in order to be legitimate, power must safeguard the political community. However, going deeper into the matter, it is essential that a legitimate power transcends the simple function of safeguarding and assumes the responsibility of maintaining the development of the community. As mentioned in the previous paragraph, in this case there might be no such thing as a community; therefore, the capacity of the political power in this specific case, legitimacy might be link to the idea of leading the project of building and developing such idea of community under one united political entity. Possibly, the key to achieve a sense of community might be the abolition of confession-based politics however…is it possible?

Additionally, another reason for which I do not believe that there is a full politization of the state is because it has still not transitioned from power, understood as force, into power understood as order. The mere presence of an Iranian backed militia in the country which does have a notable degree of influence on the political decisions doesn’t allow for such an important change to happen. In the theory, the state should recover the full control of military power however, the reality is that Lebanon does need the military efforts of the Shiite militia.  

Finally, a last way to understand the legitimacy of the power can be through acceptance. Legitimacy consists on the consent given to the power, which implies the disposition to obey of the community, and the acceptance of the capacity to force, of the power[xvi]. Until now there has been acceptance. However, being these protests the biggest ones seen since the end of the civil war, it is an important factor to bear in mind. It might be that these protests delegitimize the political power, or they might simply reflect the euphoric hit that many of these events tend to cause before disappearing.

5. Conclusion

After three months since the beginning of the protests, it seems that steps have been taken backwards rather than forwards. Could Hariri’s resignation mean a step forward towards the construction of the community and the abolition of the sectarian division?

The key idea is the nature of the 1943 agreement. The Pact’s core idea was to help overcome any philosophical divisions between the two main communities, the Christian and the Sunni. The Christians were not willing to accept a united Arab Nation with Syria, and the Muslims were not willing to be fully ruled by the Christians. However, 80 years later, the importance of confessionalism in the political structure is still there, it has not diminished.

To sum up, there are two additional ideas to be emphasised. One is that Lebanon was created in order to remain a non-Muslim state in an Arab world, the second one is that the principal reason for stating that the political powers in the Arab world have so little legitimacy is because of the intrusion of other regional powers in the nation’s construction of a community and the persistent war that is being fought between the Sunni and the Shiite in the region in

[i] B. Alterman, J. (2019). Lebanon’s Government Collapses. Retrieved 16 December 2019, from 

[ii] B. Alterman, J. (2019). Lebanon’s Government Collapses. Retrieved 16 December 2019, from

[iii] B. Alterman, J. (2019). Lebanon’s Government Collapses. Retrieved 16 December 2019, from

[iv] B. Alterman, J. (2019). Lebanon’s Government Collapses. Retrieved 16 December 2019, from

[v] CIA. (2019). World Factbook (p. Lebanese government). USA.

[vi] CIA. (2019). World Factbook (p. Lebanese government). USA.

[vii] Hourani, A. (2013). A history of the Arab peoples (p.). London: Faber and Faber.

[viii] el-Khazen, F. (1991). The Comnlunal Pact of National Identities: The Making and Politics of the 1943 National Pact [Ebook] (1st ed., pp. 7, 13, 14, 49, 52,). Oxford: Centre for Lebanese Studies, Oxford. Retrieved from

[ix] Taber, A. (2016). The lines that bind (1st ed.). Washington: The Washington Institute for Near East Policy.

[x] el-Khazen, F. (1991). The Comnlunal Pact of National Identities: The Making and Politics of the 1943 National Pact [Ebook] (1st ed., pp. 7, 13, 14, 49, 52,). Oxford: Centre for Lebanese Studies, Oxford. Retrieved from

[xi] el-Khazen, F. (1991). The Comnlunal Pact of National Identities: The Making and Politics of the 1943 National Pact [Ebook] (1st ed., pp. 7, 13, 14, 49, 52,). Oxford: Centre for Lebanese Studies, Oxford. Retrieved from

[xii] Thomas Collelo, ed. Lebanon: A Country Study. Washington: GPO for the Library of Congress, 1987.

[xiii] Zemsky, B. (2019). 2000 [Blog]

[xiv] Cruz Prados, A. (2000). Ethos y Polis (2nd ed., pp. 377-400). Pamplona: EUNSA.

[xv] Mourad, S. El mosaico del islam: una conversación con Perry Anderson (1st ed., pp. 81-82). Madrid: Siglo XXI de España Editores, S. A., 2018.

[xvi] Jarvis Thomson, J. (1990). The Realm of Rights (1st ed., p. 359). Massachusetts: Harvard University Press.

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US border patrol vehicle near the fence with Mexico [Wikimedia Commons]

▲ US border patrol vehicle near the fence with Mexico [Wikimedia Commons]

ESSAYGabriel de Lange

I. Current issues in the Northern Triangle

In recent years, the relationship between the Northern Triangle Countries (NTC) –Guatemala, Honduras, and El Salvador– and it’s northern neighbours Mexico and the United States has been marked in mainstream media for their surging migration patterns. As of 2019, a total of 977,509 individuals have been apprehended at the Southwest border of the US (the border with Mexico) as compared to 521,093 the previous year (years in terms of US fiscal years). Of this number, an estimated 75% have come from the NTC[1]. These individuals are typically divided into three categories: single adults, family units, and unaccompanied alien children (UAC).

As the Economic Commission for Latin America and the Caribbean (ECLAC) reports, over 65% of the population of the NTC are below 29 years of age[2]. This is why it is rather alarming to see an increasing number of the youth population from these countries leaving their homes and becoming UAC at the border.

Why are these youths migrating? Many studies normally associate this to “push factors.” The first factor being an increase in insecurity and violence, particularly from transnational organised crime, gangs, and narco-trafficking[3]. It is calculated that six children flee to the US for every ten homicides in the Northern Triangle[4]. The second significant factor is weak governance and corruption; this undermines public trust in the system, worsens the effects of criminal activity, and diverts funds meant to improve infrastructure and social service systems. The third factor is poverty and lack of economic development; for example in Guatemala and Honduras, roughly 60% of people live below the poverty line[5].

The other perspective to explain migration is through what are called “pull factors.” An example would be the lure of economic possibilities abroad, like the high US demand for low-skilled workers, a service that citizens of NTC can provide and be better paid for that in their home countries. Another pull factor worth mentioning is lax immigration laws, if the consequences for illegal entry into a country are light, then individuals are more likely to migrate for the chance at attaining better work, educational, and healthcare opportunities[6].

II. US administrations’ strategies

A. The Obama administration (2008-2015)

The Obama administration for the most part used the carrot and soft power approach in its engagement with the NTC. Its main goals in the region being to “improve security, strengthen governance, and promote economic prosperity in the region”, it saw these developments in the NTC as being in the best interest of US national security[7].

In 2014, in the wake of the massive surge of migrants, specially UACs, the administration launched the reform initiative titled the Plan of the Alliance for Prosperity (A4P). The plan expanded across Central America but with special focus on the NTC. This was a five year plan to address these “push factors” that cause people to migrate. The four main ways that the initiative aims to accomplish this is by promoting the following: first, by fostering the productivity sector to address the region’s economic instability; second, by developing human capital to increase the quality of life, which improves education, healthcare and social services; third, improving citizen security and access to justices to address the insecurity and violence threat, and lastly, strengthening institutions and improving transparency to address the concerns for weak governance and corruption[8].

This initiative would receive direct technical support and financing from the Inter-American Development Bank (IDB). In addition, major funding was to be provided by the US, which for the fiscal years of 2015-2018 committed $2.6 billion split for bilateral assistance, Regional Security Strategy (RSS), and other regional services[9]. The NTC governments themselves were major financiers of the initiative, committing approximately $8.6 billion between 2016-2018[10].

The administration even launched programs with the US Agency for International Development (USAID). The principle one being the Central American Regional Security Initiative (CARSI), with a heavy focus on the NTC and it’s security issues, which allotted a budget of $1.2 billion in 2008. This would later evolve into the larger framework of US Strategy for Engagement in Central America in 2016.

The Obama administration also launched in 2015 the Deferred Action for Childhood Arrivals  (DACA), which currently allows individuals who were brought to the US as children, and have unlawful statuses to receive a renewable two-year period of deferred action from deportation[11]. It is a policy that the Trump administration has been fighting to remove these last few years.

Although the Obama administration was quite diplomatic and optimistic in its approach, that didn’t mean it didn’t make efforts to lessen the migration factors in more aggressive ways too. In fact, the administration reportedly deported over three million illegal immigrants through the Immigration and Customs Enforcement (ICE), the highest amount of deportations taking place in the fiscal year of 2012 reaching 409,849 which was higher than any single one of the Trump administration’s reported fiscal years to date[12].

In addition, the Obama administration used educational campaigns to discourage individuals from trying to cross into the US illegally. In 2014 they also launched a Central American Minors (CAM) camp targeting children from the NTC and providing a “safe, legal and orderly alternative to US migration”[13]. This however was later scrapped by the Trump Administration, along with any sense of reassessment brought about by Obama’s carrot approach. 

 

Number of apprehensions and inadmissibles on the US border with Mexico [Source: CBP]

Number of apprehensions and inadmissibles on the US border with Mexico [Source: CBP]

 

B. The Trump administration (2016-present)        

The Trump administration’s strategy in the region has undoubtedly gone with the stick approach. The infamous “zero tolerance policy” which took place from April-June 2018 is a testimony to this idea, resulting in the separation of thousands of children from their parents and being reclassified as UAC[14]. This was in an attempt to discourage individuals in the NTC from illegally entering the US and address these lax immigration laws.

From early on Trump campaigned based on the idea of placing America’s interests first, and as a result has reevaluated many international treaties and policies. In 2016 the administration proposed scaling back funds for the NTC through the A4P, however this was blocked in Congress and the funds went through albeit in a decreasing value starting with $754 million in 2016 to only $535 million in 2019.

Another significant difference between the two administrations is that while Obama’s focused on large multi-lateral initiatives like the A4P, the Trump administration has elected to focus on a more bilateral approach, one that goes back and forth between cooperation and threats, to compliment the existing strategy.

Towards the end of 2018 the US and Mexico had announced the concept of a “Marshal Plan” for Central America with both countries proposing large sums of money to be given annually to help improve the economic and security conditions in the NTC. However in this last year it has become more apparent that there will be difficulties raising funds, especially due to their reliance on private investment organisations and lack of executive cooperation. Just last May, Trump threatened to place tariffs on Mexico due to its inability to decrease immigration flow. President López Obrador responded by deploying the National Guard to Mexico’s border with Guatemala, resulting in a decrease of border apprehensions by 56%[15] on the US Southwest border. This shows that the stick method can achieve results, but that real cooperation can not be achieved if leaders don’t see eye to eye and follow through on commitments. If large amount of funding where to be put in vague unclear programs and goals in the NTC, it is likely to end up in the wrong hands due to corruption[16].  

In terms of bilateral agreements with NTC countries, Trump has been successful in negotiation with Guatemala and Honduras in signing asylum cooperative agreements, which has many similarities with a safe third country agreement, though not exactly worded as such. Trump struck a similar deal with El Salvador, though sweetened it by granting a solution for over 200,000 Salvadorans living in US under a Temporary Protection Status (TPS).[17]

However, Trump has not been the only interested party in the NTC and Mexico. The United Nations’ ECLAC launched last year its “El Salvador-Guatemala-Honduras-Mexico Comprehensive Development Program”, which aims to target the root causes of migration in the NTC. It does this by promoting policies that relate to the UN 2030 agenda and the 17 sustainable development goals. The four pillars of this initiative being: economic development, social well-being, environmental sustainability, and comprehensive management of migratory patters[18]. However the financing behind this initiative remains ambiguous and the goals behind it seem redundant. They reflect the same goals established by the A4P, just simply under a different entity.

The main difference between the Obama and Trump administrations is that the A4P takes a slow approach aiming to address the fundamental issues triggering migration patterns, the results of which will likely take 10-15 years and steady multi-lateral investment to see real progress. Meanwhile the Trump administration aims to get quick results by creating bilateral agreements with these NTC in order to distribute the negative effects of migration among them and lifting the immediate burden. Separately, neither strategy appears wholesome and convincing enough to rally congressional and public support. However, the combination of all initiatives –investing effort both in the long and short run, along with additional initiatives like ECLAC’s program to reinforce the region’s goals– could perhaps be the most effective mechanism to combat insecurity, weak governance, and economic hardships in the NTC.


[1] Nowrasteh, Alex. “1.3 Percent of All Central Americans in the Northern Triangle Were Apprehended by Border Patrol This Fiscal Year - So Far”. Cato at Library. June 7, 2019. Accessed November 8, 2019.

[2] N/A. “Triángulo Norte: Construyendo Confianza, Creando Oportunidades.” Inter-American Development Bank. Accessed November 5, 2019.

[3] Orozco, Manuel. “Central American Migration: Current Changes and Development Implications.” The Dialogue. November 2018. Accessed November 2019. 

[4] Bell, Caroline. “Where is the Northern Triangle?” The Borgen Project. October 23, 2019. Accessed November 6, 2019. 

[5] Cheatham, Amelia. “Central America’s Turbulent Northern Triangle.” Council on Foreign Relations. October 1, 2019. Accessed November 6, 2019. 

[6] Arthur, R. Andrew. “Unaccompanied Alien Children and the Crisis at the Border.” Center for Immigration Studies. April 1, 2019. Accessed November 9, 2019. 

[7] Members and Committees of Congress. “U.S. Strategy for Engagement in Central America: Policy Issues for Congress.” Congressional Research Service. Updated November 12, 2019. November 13, 2019.  

[8] N/A. “Strategic Pillars and Lines of Action.” Inter-American Development Bank. 2019. Accessed November 10, 2019. 

[9] N/A. “Budgetary Resources Allocated for the Plan of the Alliance for Prosperity.” Inter-American Development Bank. N/A. Accessed November 10, 2019. 

[10] Schneider, L. Mark. Matera, A. Michael. “Where Are the Northern Triangle Countries Headed? And What Is U.S. Policy?” Centre for Strategic and International Studies. August 20, 2019. Accessed November 11, 2019. 

[11] N/A. “Deferred Action for Childhood Arrivals (DACA).” Department of Homeland Security. N/A. Accessed November 12, 2019.  

[12] Kight, W. Stef. Treene, Alayna. “Trump isn’t Matching Obama deportation numbers.” Axios. June 21, 2019. Accessed November 13, 2019. 

[13] N/A. “Unaccompanied Alien Children: An Overview.” Congressional Research Service. October 9, 2019. Accessed November 10, 2019.  

[14] N/A. “Unaccompanied Alien Children: An Overview.” Congressional Research Service. October 9, 2019. Accessed November 10, 2019. 

[15] Nagovitch, Paola. “Explainer: U.S. Immigration Deals with Northern Triangle Countries and Mexico.” American Society/Council of Americans. October 3, 2019. Accessed November 10, 2019. 

[16] Berg, C. Ryan. “A Central American Martial Plan Won’t Work.” Foreign Policy. March 5, 2019. Accessed November 11, 2019. 

[17] Nagovitch, Paola. “Explainer: U.S. Immigration Deals with Northern Triangle Countries and Mexico.” American Society/Council of Americans. October 3, 2019. Accessed November 10, 2019. 

[18] Press Release. “El Salvador, Guatemala, Honduras and Mexico Reaffirm their Commitment to the Comprehensive Development Plan.” ECLAC. September 19,2019. Accessed November 11, 2019. 

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Los acuerdos de EEUU con el Triángulo Norte han podido tener un efecto disuasorio antes de entrar en vigor

En el primer mes tras la extensión de los Acuerdos de Cooperación de Asilo (ACA) a los tres países del Triángulo Norte, las aprehensiones en la frontera de EEUU han caído por debajo de los últimos años. La reducción real de la afluencia de migrantes que esto evidencia tiene que ver con el mayor control de México sobre su frontera con Guatemala, pero también puede deberse al efecto disuasorio del anuncio de los acuerdos, cuya implementación no ha comenzado plenamente y por tanto aún deben demostrar si tendrán directa eficacia.

Migrantes hondureños retenidos por la guardia fronteriza de Guatemala, en octubre de 2018 [Wikimedia Commons]

▲ Migrantes hondureños retenidos por la guardia fronteriza de Guatemala, en octubre de 2018 [Wikimedia Commons]

ARTÍCULO / María del Pilar Cazali

Los intentos de entrada en Estados Unidos a través de su frontera con México no solo han vuelto ya a niveles de comienzos de año, antes de que la cifra de migrantes se disparara y cada mes marcara un nuevo récord hasta alcanzarse en mayo las 144.116 aprehensiones e inadmisiones (cifras de la guardia fronteriza estadounidense que permiten valorar indirectamente la evolución de la migración), sino que han seguido descendiendo hasta quedar por debajo de varios años previos.

El mes de octubre (el primer mes del año fiscal estadounidense de 2020), hubo 45.250 aprehensiones e inadmisiones en la frontera sur de EEUU, por debajo de la cifra de los meses de octubre de 2018, 2015 y 2016 (aunque no de 2017). Esto permite vaticinar que el total de aprehensiones e inadmisiones en el nuevo año fiscal quedará claramente por debajo del récord de 977.509 registrado en el de 2019. Ese auge tuvo que ver con las caravanas de migrantes que se iniciaron a finales de 2018 en el Triángulo Norte centroamericano (Honduras, El Salvador y Guatemala), siguiendo una corriente migratoria que, con diferentes intensidades, comenzó en la década de 1980 por inestabilidades políticas y económicas de esos países.

Esta crisis migratoria llevó a que la administración estadounidense del presidente Trump aplicara políticas de deportación más duras, incluyendo el cambio de condiciones para las deportaciones expeditas. Además, la Casa Blanca presionó a México con la amenaza de aranceles a sus productos si no contribuía a reducir el flujo de migrantes que atravesaban suelo mexicano, lo que llevó al presidente López Obrador al despliegue de la recién creada Guardia Nacional en la frontera con Guatemala. Trump combinó esas medidas con la negociación con los países del Triángulo Norte de Acuerdos de Cooperación de Asilo (ACA), que inicialmente fueron denominados impropiamente de “tercer país seguro”, lo que contribuyó a aumentar la controversia que generaron.

Acuerdo con Guatemala

Debido a amenazas estadounidenses de imponer aranceles a Guatemala si no lograba reducir el número de migrantes de ese país o que pasan por él rumbo a EEUU, el gobierno guatemalteco aceptó los términos de un trato anunciado por Trump el 26 de julio de 2019. El acuerdo prevé que quienes solicitan asilo en EEUU pero han pasado previamente por Guatemala, sean llevados de nuevo a este país para que puedan permanecer allí como asilados en caso de reunir las condiciones requeridas. Estados Unidos ve esto como un acuerdo de tercer país seguro.

Un acuerdo de tercer país seguro es un mecanismo internacional que posibilita acoger en un país a quienes solicitan asilo en otro. El acuerdo firmado en julio impede que los solicitantes de asilo puedan recibir protección estadounidense si pasaron por Guatemala y no solicitaron primero asilo allí. El objetivo estadounidense es evitar que los migrantes provenientes de Honduras y El Salvador pidan asilo en EEUU. La responsabilidad de gestionar las solicitudes de protección recaerá sobre Washington solo en tres supuestos: menores de edad no acompañados, personas con visa o documento de admisión emitido por EEUU o personas que no tengan la obligación de obtener una visa. Quienes no cumplan con los requisitos, serán enviados a Guatemala para esperar la resolución de su caso, que podría tardar años. Por otro lado, el acuerdo no impide que los solicitantes guatemaltecos y mexicanos puedan pedir asilo en EEUU.

El presidente de Guatemala, Jimmy Morales, previamente había anunciado que un acuerdo similar podría llegar a ser parte de las negociaciones migratorias que se estaban llevando a cabo con EEUU. En Guatemala, tras el anuncio de lo acordado, surgieron múltiples críticas, porque las condiciones de seguridad de ambos países son incomparables. A esto se le sumaron rumores sobre cuál era el verdadero contenido del acuerdo que Morales había firmado, ya que no fue inmediatamente revelado al público. Ante esta incertidumbre, el ministro de Interior, Enrique Degenhart, declaró que el acuerdo era solo para hondureños y salvadoreños, no para nacionales de otros países latinoamericanos, y que el texto no mencionaba explícitamente el término “tercer país seguro”.

La semana siguiente al anuncio, fueron interpuestos tres recursos de amparo contra el acuerdo ante la Corte de Constitucionalidad de Guatemala, argumentando que el país no está en condiciones de prestar la protección que supuestamente ofrece y que el gasto que acarrearía debilitaría la situación económica de la propia población. Sin embargo, Degenhart defendió el acuerdo diciendo que las repercusiones económicas habrían sido peores si no se hubiere alcanzado el pacto con Washington, porque con los aranceles estadounidenses estaría en peligro la mitad de las exportaciones guatemaltecas y los puestos trabajos que le acompañan a estos sectores.

Estas críticas no provenían solo de ciudadanos guatemaltecos, sino también de figuras públicas como el Procurador de los Derechos Humanos de Guatemala, Jordán Rodas, invocando falta de transparencia por parte del gobierno. Rodas insistió en que Guatemala no está en condiciones de ser un tercer país seguro por sus bajos indicadores de producción, de educación, de salud pública y de seguridad. Parecidas ideas han expresado organizaciones como Amnistía Internacional también, para las que Guatemala no es seguro y no se puede considerar como refugio.

En su pronunciamiento, la Corte de Constitucionalidad de Guatemala afirmó que el gobierno guatemalteco necesita someter el acuerdo a la aprobación del Congreso para que pueda ser efectivo. Esto ha sido rechazado por el gobierno, que estima que la política internacional es competencia directa del presidente del país y por tanto comenzará a implementar lo decidido con Washington sin más dilación.

 

Aprehensiones e inadmisiones realizadas por la guardia de frontera de EEUU, distribuidas por meses durante los últimos años fiscales (FY) [Tomado de CBP]

Aprehensiones e inadmisiones realizadas por la guardia de frontera de EEUU, distribuidas por meses durante los últimos años fiscales (FY) [Tomado de CBP]

 

También con El Salvador y Honduras

A pesar de toda esta controversia generada desde el mes de julio a raíz del pacto con Guatemala, EEUU desarrolló esfuerzos similares con El Salvador y Honduras. El 20 de septiembre de 2019, el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, firmó un acuerdo asimilable a la figura del tercer país seguro, aunque tampoco fue llamado explícitamente así. Compromete a El Salvador a recibir solicitantes de asilo que aún no pueden ingresar a EEUU, similar al acuerdo con Guatemala. El acuerdo de El Salvador tiene los mismos tres supuestos en los que EEUU tendrá que hacer cargo de la protección de migrantes.

El gobierno salvadoreño ha recibido críticas similares, incluyendo la falta de transparencia en la negociación y la negación de la realidad de que el país es inseguro. Bukele justificó la firma diciendo que significaría la extensión del Estatus de Protección Temporal (TPS) para los más 190.000 salvadoreños que viven en EEUU. En octubre de 2019, la cancillería salvadoreña dijo que este acuerdo no es de tercer país seguro porque El Salvador no se encuentra en las graves situaciones migratorias en las que están Guatemala y Honduras en cuanto a flujo de personas, por lo que es solamente un acuerdo de no violación de derechos para minimizar la cantidad de migrantes.

El 21 de septiembre de 2019 el gobierno hondureño también hizo público el anuncio de un acuerdo muy similar al aceptado por sus dos vecinos. Este dice que EEUU podrá deportar a Honduras solicitantes de asilo que hayan pasado por Honduras. Al igual que los otros dos países, el gobierno hondureño recibió críticas ya que no es un destino seguro para migrantes por ser de los países con tasas más altas de homicidio en el mundo.

Pese a las críticas generadas sobre los tres acuerdos, a finales de octubre de 2019 el gobierno de Donald Trump anunció que se encontraba en preparaciones finales para empezar a enviar solicitantes de asilo a Guatemala. Sin embargo, a finales de noviembre aún no se había producido el envío de solicitantes de asilo que no fueran guatemaltecos. La toma de posesión a comienzos de enero del presidente electo, Alejandro Giammattei, que anunció su deseo de anular ciertos términos del acuerdo, puede introducir alguna variante, aunque tal vez su propósito sea arrancar alguna concesión más a Trump, además de las visas agrícolas que Morales negoció para temporeros guatemaltecos.

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Con el acuerdo alcanzado entre la UE y Johnson y los sondeos favorables a este en las elecciones del 12 de diciembre, se vislumbra un posible final del Brexit

Instalación contra el Brexit, durante una protesta en Manchester en 2017 [Robert Mandel, Wikimedia Commons]

▲ Instalación contra el Brexit, durante una protesta en Manchester en 2017 [Robert Mandel, Wikimedia Commons]

COMENTARIO Pablo Gurbindo

Desde el 23 de junio de 2016, fecha en la que se celebró el referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea, la salida de los británicos ha ensombrecido cualquier otro tema, como las trascendentales pasadas elecciones europeas, y ha provocado la división del espectro político británico entre los que apoyan la permanencia y los que apoyan la salida.

 El “Brexit” también se ha llevado por delante a dos primeros ministros: David Cameron, tras el referéndum, y a su sucesora, Theresa May, quien dejó el cargo al no conseguir que su acuerdo alcanzado con la UE fuera aprobado por el Parlamento británico. Y puede ser su sucesor, Boris Johnson, el polémico exalcalde de Londres que hizo campaña por el voto para la salida de la Unión, el que consiga sacar a su país de estos más de tres años de incertidumbre.

La llegada de Johnson al 10 de Downing Street preocupó mucho en las capitales europeas. Desde el principio, afirmó que conseguiría sacar a su país de la Unión Europea, con acuerdo o sin él, antes del 31 de octubre. Y, en septiembre, no se cortó en suspender temporalmente el Parlamento para que la oposición no pudiera vetar una posible salida sin acuerdo. Este cierre fue declarado ilegal por el Tribunal Supremo y la oposición consiguió que la hipotética salida sin acuerdo solo pudiera ser acordada por el Parlamento. A pesar de todo esto, las negociaciones en Bruselas no se detuvieron y, el 17 de octubre, se anunció que se había llegado a un acuerdo.

El acuerdo alcanzado es, en gran medida, similar al que se llegó con Theresa May. El principal cambio ha sido la “salvaguarda” irlandesa, el apartado más criticado en su momento por la oposición y por el ala más dura de los “tories”. Esta medida implicaba que, si la Unión Europea y el Reino Unido no llegaban a un acuerdo para 2020, Irlanda del Norte permanecería en el mercado único y la unión aduanera, mientras que el resto del Reino Unido sí que los abandonaría.

Este sistema provocó un gran rechazo, especialmente en el Partido Unionista Democrático (DUP en sus siglas en inglés). De este partido unionista norirlandés, May y todavía Johnson, dependían y dependen para poder aprobar el acuerdo en el Parlamento británico. Esta preocupación por la nueva frontera entre las dos Irlandas responde al riesgo que supone para los Acuerdos de Viernes Santo. Gracias a estos acuerdos se devolvió la paz a Irlanda del Norte, enfrentada en el siglo pasado entre grupos católicos, que defendían la unificación con Irlanda, y los unionistas protestantes, que defendían mantener los lazos con el Reino Unido. La ruptura de estos acuerdos podría provocar el regreso de la violencia a la isla.

Acuerdo alcanzado

Este nuevo acuerdo sobre Irlanda del Norte, propuesto por Johnson, está basado en tres elementos principales, según indicó el negociador para el Brexit de la Unión Europea, el francés Michel Barnier:

(1) Irlanda del Norte seguirá cumpliendo ciertas reglas aduaneras de la UE, especialmente las relacionadas con bienes y productos. Pero, para evitar cualquier tipo de frontera con Irlanda, los controles solo se harán con los productos que lleguen a los puertos norirlandeses. Estas verificaciones serán llevadas a cabo por los británicos cumpliendo para ello con las normas comunitarias.

(2) Sin embargo, continuará formando parte de la Unión Aduanera Británica, por lo que cualquier acuerdo de comercio que alcance el Reino Unido tras el Brexit incluirá a Irlanda del Norte. El problema es que estos dos elementos entran en conflicto: Irlanda del Norte formaría parte de las uniones aduaneras británicas y también de las comunitarias. Para solucionar el problema que pudiera producir esta “bicefalia aduanera”, a los productos de terceros países –que no vayan después a pasar a otro país del mercado común– se les aplicarán los impuestos del Reino Unido. Pero si los productos tienen el riesgo de pasar al mercado común, las autoridades británicas aplicarán las tarifas comunitarias.

(3) Por último, el acuerdo con Johnson será un acuerdo permanente siempre que la Asamblea de Irlanda del Norte no decida lo contrario. Dicho acuerdo habilita a este órgano a votar si decide mantener o abandonar el estatus acordado, una vez que transcurran cuatro años desde que el protocolo entre en vigor. En el caso de que ratifiquen el acuerdo se extenderá cuatro u ocho años, dependiendo de si es una mayoría simple o si tiene un apoyo mayoritario (con el apoyo de las comunidades protestantes y católicas). En caso contrario, se seguirán aplicando las leyes europeas dos años más, tiempo en el que la UE y el Reino Unido deberán llegar a un nuevo acuerdo.

La prórroga y convocatoria de elecciones

Tras el anuncio del acuerdo alcanzado, restaba lo más complicado: ratificarlo en el Parlamento británico, y en tiempo récord, ya que la fecha límite era el 31 de octubre. Johnson fue forzado por el Parlamento a pedir una extensión a Bruselas hasta el 31 de enero de 2020, en contra de sus deseos de mantener su promesa de salir el 31 de octubre. Esta petición no se libró de polémica al enviar Johnson dos cartas: una pidiendo la extensión, que no firmó, y otra firmada en la que expresaba que vería la extensión como un “error” y que sería “profundamente corrosivo” para su país.

El 29 de octubre el Consejo Europeo aceptó la prórroga al 31 de enero de 2020 para dejar tiempo a la ratificación del Acuerdo de Salida. El Reino Unido podría abandonar la Unión antes, el 1 de diciembre de 2019 (fecha que ya ha pasado) o el 1 de enero de 2020 en caso de que ambas partes ratificaran el apoyo. Esta prórroga fue aprobada por los 27 de forma unánime, a pesar de las reticencias por parte de Francia. El país galo defendía que esta prórroga larga se debía otorgar solo si había seguridad de que habría elecciones en el Reino Unido; de lo contrario, abogaban por una extensión técnica más corta, para que hubiera tiempo para ratificar el Acuerdo de Salida.

Para llevar a cabo el Brexit, Johnson, ante el “obstruccionismo parlamentario” pidió la convocatoria de elecciones anticipadas para cambiar la aritmética del Parlamento y poder aprobar el acuerdo alcanzado con la UE. Esta convocatoria fue rechazada dos veces por el Partido Laborista de Jeremy Corbyn, principal partido de la oposición. Pero tras conocer que el Consejo Europeo aceptaba la prórroga apoyó la convocatoria.

Conclusión

Con elecciones previstas para el próximo 12 de diciembre el viento parece soplar a favor de Johnson. Las encuestas le favorecen con un porcentaje del 40% del voto. Muy por detrás, los laboristas, con un 29%, perderían apoyo a favor del Partido Liberal Demócrata de Jo Swinson, que subiría al 15% (de 7,4% en las anteriores elecciones). Este ascenso de los “Lib Dems” se debería principalmente a su firme apoyo a la permanencia en la UE, a diferencia de Corbyn, que ha mantenido una posición neutral a pesar de que el 70% de los votantes laboristas apoyan la permanencia. Por otro lado, la mayoría conservadora permitiría a los “tories” dejar de depender del DUP para alcanzar mayorías parlamentarias suficientes.

Por si no fuera suficiente, el líder del Partido del Brexit, Nigel Farage, ha anunciado que para facilitar una mayoría conservadora su partido no se presentará en las circunscripciones donde el Partido Conservador ganó en las anteriores elecciones. Para así asegurar la salida del Reino Unido de la Unión y evitar un nuevo referéndum.

Si se cumplen estos sondeos Johnson obtendría su tan ansiada mayoría para poder aprobar la salida.

Después de más de tres años se vislumbra un final plausible al Brexit.

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La avalancha de menores extranjeros no acompañados sufrida por la Administración Obama en 2014 ha sido superada en un 2019 con un nuevo pico migratorio

En verano de 2014, Estados Unidos sufrió una crisis migratoria por un incremento inesperado del número de menores extranjeros no acompañados, en su mayoría centroamericanos, que llegaron a su frontera con México. ¿Qué ha ocurrido desde entonces? Aunque oscilante, el volumen de este tipo de inmigración bajó, pero en 2019 se ha registrado un nuevo récord, de la mano de la ˝crisis de las caravanas˝, que ha llevado al alza de nuevo las aprehensiones totales en la frontera.

Agentes fronterizos de EEUU registran a menores no acompañados en la frontera de Texas con México, en 2014 [Hector Silva, USCBP–Wikimedia Commons]

▲ Agentes fronterizos de EEUU registran a menores no acompañados en la frontera de Texas con México, en 2014 [Hector Silva, USCBP–Wikimedia Commons]

ARTÍCULOMarcelina Kropiwnicka [Versión en inglés]

Estados Unidos acoge a más inmigrantes que cualquier otro país del mundo, con más de un millón de personas que llegan cada año, ya sea como residentes legales permanentes, solicitantes de asilo y refugiados, o en otras categorías de inmigración. Si bien no existe una cifra exacta de cuántas personas cruzan ilegalmente la frontera, las autoridades de Aduanas y Protección Fronteriza de los Estados Unidos (US Customs and Border Control) miden los cambios en la inmigración ilícita a partir de la cantidad de aprehensiones que se realizan en la frontera; dichas detenciones sirven como indicador del número total de intentos de entrar en el país ilegalmente. En cuanto a los datos, se puede concluir que ha habido cambios notables en la demografía de la migración ilegal en la frontera con México (frontera suroeste, en términos oficiales estadounidenses) en los últimos años.

El pico de aprehensiones en la frontera con México fue durante el año 2000, cuando se detuvo a 1,64 millones de personas que intentaban entrar ilegalmente en Estados Unidos. Las cifras han disminuido, en general, desde entonces. En los últimos años ha habido más aprehensiones de no mexicanos que de mexicanos en la frontera con el vecino país, lo que refleja una disminución en el número de inmigrantes mexicanos no autorizados que llegaron a Estados Unidos en la última década. El aumento, de hecho, se debió en gran medida a quienes huyeron de la violencia, la actividad de las pandillas y la pobreza existentes en Guatemala, Honduras y El Salvador, región conocida como el Triángulo Norte centroamericano.

Las naciones incluidas en el Triángulo Norte se encuentran entre las más pobres de América Latina —un alto porcentaje de la población todavía vive con menos de 2 dólares al día (el umbral de pobreza internacional es de 1,90 dólares)—; en ellas apenas ha habido avances los últimos años en la reducción de la pobreza. Dentro de América Latina y el Caribe, Honduras tiene la segundo porcentaje más alto de población que vive por debajo del umbral de pobreza (17%), después de Haití, según los últimos datos del Banco Mundial.

Menores extranjeros no acompañados

Mientras en la última década ha habido menos adultos, sin compañía de familia, que han intentado cruzar la frontera sin autorización, se ha registrado en cambio una oleada de menores extranjeros no acompañados (MENAs) tratando de entrar en Estados Unidos desde México. La migración de menores sin adultos acompañándoles no es nueva; lo nuevo es ahora su volumen y la necesidad de aplicar políticas en respuesta a este problema. El aumento de las aprehensiones de MENAs en el ejercicio 2014 causó alarma y motivó tanto un intenso escrutinio de los medios de comunicación como la aplicación de respuestas políticas; la atención se mantuvo incluso aunque el fenómeno decreció. Los números cayeron de nuevo a poco menos de 40.000 aprehensiones de menores al año siguiente.

La comunidad internacional define a un menor migrante no acompañado como una persona, "que es menor de dieciocho años" y que se encuentra "separado de ambos padres y no está siendo atendido por un adulto que por ley o costumbre tiene la responsabilidad de hacerlo". Muchos de estos menores no acompañados se presentan inmediatamente a la seguridad fronteriza de Estados Unidos, mientras que otros entran en el país desapercibidos e indocumentados. No solo esto, sino que los niños no tienen padres o tutores legales disponibles para proporcionar atención o custodia física, lo cual rápidamente desborda los servicios de las patrullas fronterizas locales.

En 2014 muchos de los niños no acompañados afirmaron que tenían la falsa impresión de que la Administración Obama estaba otorgando "permisos" a los niños que tenían familiares en Estados Unidos, siempre y cuando llegaran como más tarde en junio. Estos falsos convencimientos y bulos propagados fueron aún más potentes este último año, especialmente cuando el presidente Trump continúa reforzando la idea de restringir el acceso de los migrantes a EEUU. Los cárteles han seguido transportando un número cada vez más alto de centroamericanos migrantes de sus países a Estados Unidos.

Momentos críticos de 2014 y 2019

En 2014, durante el segundo mandato de Obama, las aprehensiones totales a lo largo de la frontera con México llegaron a 569.237 (esta cifra incluye las personas "no-admisibles"), un récord solo superado ahora. Si bien el incremento respecto al año anterior fue de un 13%, el aumento fue mucho más notable en cuanto a las detenciones de MENAs; estas pasaron de 38.759 en el año fiscal de 2013 a 68.541 en el año fiscal de 2014 (en EEUU el año fiscal va de octubre de un año a septiembre del siguiente), un aumento de casi el 80%, más de cuatro veces de las registradas en el año fiscal 2011. En el caso de menores procedentes de Honduras, la cifra pasó en un año de 6.747 a 18.244; los de Guatemala subieron de 8.068 a 17.057, y los de El Salvador, de 5.990 a 16.404 (los de México, en cambio, bajaron de 17.240 a 15.634). El mayor número de aprehensiones se dio en mayo, mes en el que las detenciones de MENAs supusieron el 17% del total de aprehensiones.

Desde 2014, las aprehensiones de menores no acompañados, aunque fluctuantes, descendieron en número. Pero en 2019 se ha registrado un nuevo récord, llegando a los 76.020, con un máximo en el mes de mayo. No obstante, ese mes supusieron solo el 9% de las aprehensiones totales, pues en esta ocasión no ha sido propiamente una crisis de MENAs, sino que se ha insertado en un notable pico de las aprehensiones totales. Si bien las aprehensiones generales disminuyeron significativamente durante los primeros seis meses de la presidencia de Trump, luego subieron, alcanzando en 2019 un total de 851.508 (con los "no-admisibles" la cifra llegó a 977.509), lo que supone más del doble respecto a 2018. El número de aprehensiones totales aumentó un 72% de 2014 a 2019 (en el caso de los MENAs el incrementó fue del 11%).

 

 

Aprehensiones de menores extranjeros no acompañados en la frontera entre EEUU y México, entre 2012 y 2019 (gráfico 1), y comparación de 2014 y 2019 por meses (gráfico 2). Fuente: US Customs and Border Patrol.

 

Reacción

Estados Unidos tenía diversas políticas internas destinadas a hacer frente al aumento masivo de la inmigración. Sin embargo, con el abrumador pico de 2014, Obama solicitó la financiación de un programa para "la repatriación y reintegración de los migrantes a los países de Centroamérica y para abordar las causas profundas de la migración de estos  países". Aunque la financiación del programa fue bastante consistente en los últimos años, el presupuesto para 2018 propuesto por el presidente Trump redujo la ayuda a estos países en aproximadamente un 30%.

La Administración Trump ha hecho progresos en la aplicación de su agenda sobre inmigración, desde el comienzo de la construcción del muro en la frontera con México hasta la puesta en marcha de nuevos programas, pero la línea dura ya prometida por Trump en su carrera hacia la Casa Blanca ha demostrado no ser eficaz en impedir que miles de familias centroamericanas atraviesen la frontera sudoeste hacia los Estados Unidos. Con la violencia extrema de las pandillas siendo desenfrenada y la existencia de tecnicismos en el sistema de inmigración de EEUU, la motivación de los migrantes para abandonar sus países permanecerá.

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[Richard Nephew, The Art of Sanctions. A View from the Field. Columbia University Press. Chichester. New York, 2018. 216 p.]

RESEÑAEmili J. Blasco

The Art of Sanctions. A View from the Field

Las sanciones internacionales suelen despertar un vivo debate entre quienes las defienden como un legítimo instrumento de la interacción entre Estados y quienes consideran que su aplicación apenas ha tenido más eficacia que la de aumentar el sufrimiento de enteras poblaciones sin culpa.

A la pregunta de si sirven para algo esas sanciones, que pueden ser de diversa índole pero que sobre todo tienen carácter económico, Richard Nephew responde que depende. Y no es una evasiva, sino en el fondo la defensa que de sus propias herramientas hace un mecánico de la diplomacia estadounidense (Nephew fue director para Irán en el Consejo Nacional de Seguridad y vicecoordinador para sanciones del Departamento de Estado): “Las sanciones no fracasan o tienen éxito. Más bien las sanciones ayudan o no a conseguir el deseado resultado final de un Estado sancionador (...) Las herramientas solo pueden tener un buen desempeño cuando son empleadas con la correcta estrategia; no se puede acusar a la sierra si falla en realizar el trabajo de un destornillador”.

Nephew no es un teórico de las sanciones, sino un “practicante”; el contenido de su libro procede de la experiencia (“Una visión desde el campo” es el subtítulo de la obra). Esa experiencia le hace ser un convencido de la utilidad de esas medidas siempre que se apliquen de modo conveniente. Básicamente pone el ejemplo de dos casos: el de Irak, donde las sanciones no lograron el objetivo buscado debido un mal planteamiento de la presión internacional, que finalmente derivó en guerra en 2003, y el de Irán, donde el régimen de medidas punitivas sobre la República Islámica tuvo su efecto y en 2015 pudo firmarse un acuerdo para frenar el programa nuclear iraní.

Activo participante en la arquitectura sancionadora a Irán, Nephew se extiende especialmente en el caso de las negociaciones con Teherán, tras abordar primero someramente el capítulo de Irak. De todo ello saca conclusiones y presenta sus propios decálogos sobre cómo las sanciones deben abordarse para que puedan resultar eficaces. En las últimas páginas trata de aconsejar cómo conducir un nuevo paquete sancionador sobre Irán, para controlar su programa de misiles y contener su actividad en el exterior a través de proxis, pero sin romper el acuerdo alcanzado (JCPOA) como ha hecho la Administración Trump; cómo gestionar la presión sobre Rusia en relación a Ucrania, y cómo confrontar la actitud de Corea del Norte. No aborda otras situaciones que el debate sobre las sanciones tiene bien presentes, como la dureza de Trump para con Cuba, en el marco de un embargo de décadas que no ha producido cambios en la isla, o el cerco sobre Nicolás Maduro en Venezuela.

Reglas para sancionar con éxito

La principal conclusión de Nephew es que “el conocimiento del oponente de uno, sus tolerancias y sus vulnerabilidades, es el predictor más importante sobre las posibilidades de éxito de una estrategia que se focaliza en sanciones (...) De hecho, para que las sanciones funcionen, uno realmente debe conocer al enemigo mejor que el enemigo se conoce a sí mismo”.

Eso es lo que, en su opinión, falló en Irak. Ciertamente las sanciones fueron efectivas, en tanto que impidieron que Sadam Husein retornara a un programa de armas de destrucción masiva, pero no evitaron una guerra. Y esto porque no se tuvo en cuenta la psicología del mandatario, dispuesto a todo tipo de sufrimiento –que traspasaba a la población, sin miedo a que esta pudiera quitarle el poder–, antes que admitir que no tenía el potente arsenal que supuestamente le encumbraba entre los líderes regionales. La comunidad internacional no entendió qué importante era para él mantener esa simulación, en su pretensión de credibilidad y prestigio, por encima de la presión de cualquier paquete de sanciones.

En el proceso iraquí, además, hubo otras deficiencias, según Nephew: desde el principio se aplicaron sanciones máximas, sin espacio para una política incremental, y a lo largo del tiempo hubo una variación del objetivo, pasando de querer evitar el rearme del régimen a plantear un cambio del régimen mismo (aunque Sadam Husein hubiera aceptado las condiciones que se le planteaban, Washington no hubiera admitido su continuidad en el poder).

Esos errores llevaron a una mayor comprensión de los mecanismos en juego, que se perfeccionaron en el trato con Irán. Nephew indica que a la hora de conocer bien el país objeto de posibles sanciones deben tenerse en cuenta sus instituciones políticas, su sistema macroeconómico y financiero, sus relaciones comerciales, sus valores culturales, su reciente historia, su demografía y el acceso de la población a fuentes externas de información. Eso permitirá identificar las vulnerabilidades y el umbral de dolor que el Gobierno de turno está dispuesto a absorber. Luego tanto las sanciones como las mismas asunciones deben ser continuamente recalibradas, siguiendo una estrategia bien definida. Es importante además que al Estado objeto de las sanciones se le presenten con claridad las condiciones necesarias para que la presión sea levantada, en el marco de una negociación de términos nítidos. Finalmente, hay que tener la disposición a auxiliar al Estado que se presiona a salir de un laberinto cuya salida tal vez no perciba, o incluso a aceptar objetivos más bajos si estos son un resultado también razonable.

El autor afirma que las tres causas más comunes del fracaso de un régimen de sanciones son: quedarse corto, pasarse de largo y objetivos confusos. Estas etiquetas pueden fácilmente aplicarse a procesos pasados, pero no es tan sencillo fijar los pasos de una diplomacia coercitiva de este tipo en conflictos en curso o que puedan ocurrir en el futuro.

Así, el mismo Nephew no tendría plenas garantías de éxito con las sanciones que sugiere para una nueva negociación con Irán con el fin de limitar su programa de misiles y su actuación a través de grupos como Hezbolá. En desacuerdo con la Administración Trump, hubiera preferido mantener el acuerdo sobre el programa nuclear de 2015 (conocido por sus siglas de JCPOA) y el consiguiente levantamiento del régimen de sanciones aplicado previamente, para pasar a otras sanciones distintas que busquen ese otro objetivo. Cierto que está por ver la utilidad del movimiento de Trump, pero es difícil creer que Teherán vaya a renunciar a esas otras actuaciones por una presión que en ningún caso sería tan internacional (China y Rusia solo se prestaron a un frente contra Irán porque en juego estaba que este país se convirtiera en potencia nuclear).

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