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Primavera

Alejandro Lecumberri

Alejandro Lecumberri, alumno de 1º de Philosophy, Politics & Economics,
reflexiona acerca de la competencia del gobierno actual en el período de
cuarentena y la conciencia social española destinada a florecer (algún día).

 

Kano Eino, Birds and Flowers of Spring and Summer 
Edo period, latter half of 17th century (fragmento)

Si hace tan solo unos meses alguien hubiera planteado una situación como la que estamos viviendo hoy, sería tachada como algo de película. ¿Encerrados en nuestras casas? ¿Multados por salir a la calle? ¿Sin universidad? ¿Hospitales desbordados? Parecería sin duda una idea propia de mentes simpatizantes con la idea de un futuro apocalíptico.

Sin embargo, esta situación hasta hace poco inimaginable nos ha permitido contemplar la fragilidad del mundo puramente humano. Mientras la naturaleza sigue su curso… ¡aquí estamos nosotros! Viendo cómo nuestra experiencia de la realidad parece derrumbarse como un castillo de naipes.

Puede que la frase anterior sea algo alarmista. Pido disculpas. Si algo caracteriza a nuestra especie es la resiliencia: no ha habido ni un solo momento en nuestra historia en el que el ser humano no haya sabido proyectarse hacia el futuro y recuperarse después de la catástrofe. Viviremos una crisis económica —algunos afirman que sin precedentes—, y luego todo volverá a la normalidad… Como ha ocurrido siempre. 

Y, en efecto, ya nos estamos recuperando. Por lo menos emocionalmente. Aunque el número de contagios sigue aumentando –claro que a un menor ritmo–, la actitud general es muy positiva: la alegría de nuestras gentes es visible en las calles abarrotadas de paseantes. Yo era el primero que no podía evitar sonreír. Salir después de 48 días fue una experiencia muy emotiva. 

Sería bonito hacer una pequeña reflexión. Creo que la actitud vital de muchos de nosotros ha crecido al ritmo de la primavera. En invierno, nos encerramos. Pero mientras estábamos en casa, el verde de los árboles y los parques comenzó a brotar. Y cuando por fin salimos, las ciudades nos abren los brazos, llenas de vida, de color y de los más agradables aromas. ¡Nos dan la bienvenida! 

Contemplando esta alegría me he reafirmado en que el ser humano como especie casi siempre ha sabido adaptarse a la adversidad. En los últimos tiempos, al menos en Europa, ha sido gracias a la solidaridad característica de nuestra sociedad occidental. Una solidaridad de la que todos nosotros hemos sido partícipes: tan solo tenemos que asomarnos por la ventana a las 20h para ver a toda una nación unida en apoyo a nuestros profesionales de la salud. 

Este valor tan “primaveral” está profundamente arraigado en el espíritu de nuestro país, y como otros debe materializarse en el consenso y la colaboración por medio de las instituciones políticas que representan la voluntad del pueblo y sus valores

Por la misma razón, los gobiernos de casi todos los países del mundo —en mayor o en menor medida— se habían volcado en la defensa de la vida contra el mal invisible que se nos vino encima. Se habían manifestado como fiel escudo de la sociedad… ¿Y qué pasó con España?

Al comienzo del confinamiento, me resultaba sorprendente el hecho de que, siendo uno de los países con las medidas más estrictas, España se situara en el ranking como el número ocho en el mundo en cuanto a proporción de contagios. Los países más afectados fueron los denominados “microestados”: Ciudad del Vaticano, Andorra, San Marino, Luxemburgo, Islandia, Islas Feroe y Gibraltar, por orden. Después, en octavo lugar, se situaba España: segundo lugar en cuanto a número total de contagios, a número total de muertes (después de Italia) y de las muertes en proporción al total de habitantes...

Es triste pensar que, siendo un país que hace gala de una sanidad pública, universal y de calidad, nos encontrábamos en los puestos más altos en cuanto al número de contagios y también de fallecimientos. A día de hoy, poco ha cambiado, y es cierto que las cifras están ya escritas. El objetivo ahora es afrontar una desescalada organizada.

Aún así, me cuesta comprender el porqué de esta situación. En ningún momento pierdo la fe en la sanidad española, ni he de hacerlo: he sido partícipe de la vocación y el compromiso de nuestros profesionales de la salud desde niño, dentro de mi propia familia. La actitud de nuestros profesionales ha sido siempre ejemplar, y su ejemplaridad se está viendo multiplicada durante esta crisis sanitaria. 

Tampoco creo que sea un problema de recursos. Eso sí, cualquier crisis comprende toda una cadena de causas mínimas, entre las cuales siempre hay una que destaca más. En este caso, muchos estaremos de acuerdo que ha sido un problema de gestión por parte de nuestro gobierno. 

Desde un primer momento su respuesta parecía insuficiente: se actuó tarde, infravalorando drásticamente la gravedad de las consecuencias, aun conociendo el alcance de la pandemia en otros países. Se permitieron manifestaciones multitudinarias y se organizaron actos políticos en un momento en el que la Organización Mundial de la Salud destacaba la importancia de tomar medidas de prevención. Lamentablemente, estos hechos ponen de manifiesto una actitud egoísta, priorizando intereses políticos y partidistas frente a la salud de los ciudadanos.  

Hay otro hecho que resulta también desafortunado. Algunos líderes políticos, los cuales deberían ser un ejemplo de conducta por el cargo institucional que ostentan, mostraron síntomas de contagio días después de haber asistido a dichos eventos y manifestaciones. He aquí el rostro de nuestro pueblo ante el mundo...

Existe a su vez un debate acerca de las consecuencias de la centralización del material sanitario. El objetivo de esta medida era el de asegurar que todo el material de protección necesario estuviera disponible.

Conozco de primera mano un caso muy revelador: una clínica concertada de Navarra tomó la iniciativa individual –incluso antes de que se decretara el estado de alarma– de adquirir los materiales necesarios para afrontar esta crisis sanitaria. Se trabajó día y noche para conseguir el aprovisionamiento de materiales. Cuando el gobierno tomó la decisión de centralizar, estos materiales fueron requisados y estuvieron 10 días retenidos en aduana.

Nos encontramos con cantidades ingentes de material sanitario retrasado por las medidas de centralización o retenido en aduanas debido a problemas burocráticos. A día de hoy esto sigue suponiendo un problema: nos encontramos con pruebas defectuosas y en muchos casos insuficientes. Y, además, sin poder hacer pruebas generales

La iniciativa individual, o por lo menos regional, demuestra ser más efectiva. Cada región conoce sus necesidades particulares. Parece que la centralización no consigue responder de manera eficiente a la demanda general de material. Parece incluso entorpecer la distribución.

Con todo esto, no quiero decir que nuestros políticos al mando sean unos criminales, como ha sido afirmado por determinados grupos de la oposición. Nadie busca responder mal a una situación de crisis de manera deliberada. Creo que se trata, simplemente, de un problema de incompetencia. Y si esta ha sido su respuesta ante la crisis sanitaria, temo profundamente por las consecuencias que la inminente crisis económica nos pueda acarrear.

La economía se sustenta en la confianza de los ciudadanos. Si no hay confianza en la idea de un futuro mejor, los niveles de consumo e inversión bajarán: es el problema de la incertidumbre.

De ahí que para un ciudadano medio ya es dificil confiar en un gobierno que ha demostrado no estar a la altura de los acontecimientos. A esto se añade la multitud de consignas populistas de nuestro vicepresidente enfocadas a hacer frente a esta crisis sanitaria. Además de atentar contra la libertad de los ciudadanos, las medidas populistas “a la venezolana” no suelen traer consigo consecuencias positivas para la economía: de hecho, muchas veces llevan a la miseria.

Por otro lado, el déficit público se está disparando. Al tiempo que la actividad económica se ha detenido casi por completo –lo cual imposibilita la recaudación de impuestos–, el Estado debe pagar miles de millones de euros en ERTEs, paro, sanidad, etc. No hay ingresos, pero el gasto público continúa aumentando.

Otro problema añadido que surge al intentar romper con esta dinámica destructiva es el endeudamiento. En tiempos de crisis e incertidumbre, las transacciones económicas, principal fuente de recaudación de impuestos, disminuyen drásticamente. Si el Gobierno no es capaz de recaudar el dinero necesario, debe endeudarse. 

Descartando la posibilidad de la quiebra, la única manera de devolver el dinero prestado es mediante los recortes, disminuyendo el gasto público. Sin embargo, aquí nos asalta un problema que afecta al sentido de la propia existencia de los partidos que nos gobiernan. ¿Cómo va a disminuir el gasto público el Partido Socialista? ¿Cómo puede Pablo Iglesias, abogado de un salario universal y de la abundancia, recortar en pensiones, sanidad o educación? ¿Acaso podrán negar el núcleo de su ideario a favor del pueblo? ¿Y qué quedará de ellos entonces? Parece que estamos liderados por partidos que apenas son capaces de tomar la decisión que necesita nuestro país.

Necesitamos generar confianza en un futuro mejor, por un lado, y aceptar la situación sin resignación, por otro. Necesitamos apelar a un pacto político en el que se escuchen verdaderamente todas las posturas. 

Los españoles debemos mentalizarnos de que es imposible salir de una crisis de tal magnitud sin un esfuerzo heroico y personal. Si conseguimos un pacto político que rechace las posturas más radicales y que demuestre saber responder ante situaciones de crisis, la confianza aumentará junto a la paz de todos.

Por eso es necesaria la participación de todos los partidos moderados en la toma de decisiones, con el apoyo de la ciudadanía. De la unión nace la fuerza. Solo así podrán ofrecer al país lo que este necesita: así se demostró en el año 2012, tras posiblemente la peor recesión económica de la historia de nuestra democracia. A pesar de las duras críticas por parte de algunos sectores políticos y de gran parte de la sociedad, España creció, gracias a las medidas adoptadas, a un ritmo muy por encima de la media europea.

El principio es básico: no se puede coger de donde no hay. Con un déficit público por las nubes, una deuda disparatada, una falta de confianza y un decrecimiento sistemático del PIB, es sencillamente imposible mantener el mismo nivel de vida. Hay que disminuir el gasto, sobre todo en aquellos lugares donde no aporta ningún valor añadido a la sociedad. Y sabiendo que gracias a ello, en un futuro cercano, volveremos a vivir un crecimiento económico. Esta certidumbre fomentará el consumo, y así entraremos en una dinámica económica ascendente. 

Los españoles han demostrado, unidos, que son capaces de resistir una crisis sanitaria. Los españoles se han quedado en casa en un acto de conciencia social. Han demostrado su capacidad para cohesionarse. Es hora de dejar atrás el particularismo y afrontar esta crisis unidos. Se trata de un mensaje de aceptación. Es un sacrificio que debemos hacer por nuestro país y por nuestras gentes, y no quedará en vano. Y en un futuro no tan lejano, recordaremos esta crisis como un ejemplo más de esa resiliencia que tanto nos caracteriza. Y al igual que la primavera sigue floreciendo mientras nuestras vidas parecen paradas, un futuro mejor irá tomando su forma en nuestro interior para manifestarse después. Todo volverá a la normalidad… Como ha ocurrido siempre. Y yo seré el primero que no podrá evitar sonreír.

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