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Deontología Biológica

Índice del Libro

Introducción I

José María Martínez Doral

La palabra "deontología", que da título a este curso, procede -casi sin modificación- de la reunión de las palabras griegas "deontos" y "logos" y significa Teoría de los deberes, es decir, algo como Ética o Moral.

Desde hace algún tiempo, sin embargo, en el uso académico, la palabra ha experimentado una importante restricción de significado, puesto que no se suele aplicar a la Ética o la Moral consideradas en general, sino a la ética o a la moral de las profesiones. Se habla así de Deontología médica, jurídica, técnica o, concretamente, biológica. Se trata de enfrentarse, desde la perspectiva de una Ética objetiva -una Ética basada en la naturaleza de las cosas- con los problemas humanos, a veces dificilísimos, que plantea la investigación biológica y sus numerosas y cada vez más cuestionables aplicaciones técnicas; con los valores y los deberes del profesional de la Ciencia biológica.

El problema de fondo, que se presenta de manera cada vez más acuciante, es si la Ciencia biológica -y en general, el modo científico de saber- es también una instancia ética de manera que todo lo que biológicamente pueda ser hecho, deba ser hecho o al menos sea justo hacerlo; o si, por el contrario, la Biología no es una instancia última sino un instrumento que puede ser bien o mal utilizado y que requiere, de forma terminante, ser puesto siempre al servicio de los verdaderos fines de la vida humana.

Recordemos -para acercarnos progresivamente a la solución de este problema- que, sin demasiadas reflexiones previas, casi todo el mundo admite estas dos proposiciones complementarias: la primera, que por muy deseables o convenientes que aparezcan a veces determinadas conductas, si hay imperativos éticos que las prohíben, no deben ser realizadas. La segunda, que por muy penosos o exigentes que aparezcan, en cambio, determinados comportamientos es preciso realizarlos cuando así lo prescribe un deber ético.

Dicho de otra forma: hay cosas que no se pueden hacer -honradamente, éticamente-, aunque se pueden hacer -materialmente-, y hay cosas que no se pueden dejar de hacer -honradamente-, aunque si se pueden dejar fácticamente. Uno puede traicionar a su mejor amigo, pero no debe hacerlo. Puede enriquecerse a costa de otros, o explotar inicuamente a los demás, pero no debe. No todo lo que se puede fácticamente hacer, es justo. Hay límites humanos, límites éticos, límites impuestos por las leyes objetivas de la Naturaleza. Y también, al contrario. No sólo hay cosas que no deben ser hechas, aunque puedan hacerse, sino también cosas que se podrían dejar y, sin embargo, han de ser hechas. Hay, en efecto, valores de la vida moral, ante los cuales no cabe ser indiferente, valores que nos instan y que nos obligan, aunque uno puede de hecho no tenerlos en cuenta. ¿Es justo reaccionar de igual modo ante un escaparate y un accidente de carretera? En ambos casos, puedo pasar de largo. En el primero, no importa que lo haga; en el segundo, no debo hacerlo.

La distinción, pues, entre lo que se puede y lo que se debe hacer, entre los comportamientos posibles y los comportamientos justos, parece clara y difícilmente discutible.

Lo que la gente suele discutir es una cuestión previa y más fundamental que, desde hace algún tiempo, y, al menos en el ámbito de nuestra cultura, se presenta sumamente confusa: la cuestión de cuál es el criterio -si es que lo hay- de acuerdo con el que podemos permitirnos practicar aquella distinción. ¿Qué cosas son, en concreto, las que no deben ser hechas -independientemente de que sean materialmente posibles- y cuáles deben ser realizadas, aunque, también materialmente, sean susceptibles de omisión? Y, sobre todo, ¿por qué razón hay cosas que han de ser hechas y otras han de ser omitidas?

La discusión acerca de estas cuestiones es muy viva en nuestra época -nunca ha habido tanto interés, como ahora, por las cuestiones deontológicas-, pero ya desde el comienzo vale la pena destacar que hay, al menos, un punto en que el acuerdo es casi general: el deseo de encontrar una cierta objetividad donde poder asentar sólidamente las valoraciones éticas, el deseo de superar la absurda abdicación de la razón que implica el relativismo ético. Sostener, en efecto, -como sostenía el relativismo- que "dos morales contradictorias son equivalentes", que en ética todo es cuestión de gustos o de preferencias subjetivas, que en el terreno moral no cabe hacer afirmaciones objetivamente válidas, aparece cada vez más como lo que es: un colosal despropósito y una dimisión de la razón. ¿Habríamos de creer que la elección entre libertad y esclavitud, entre amor y odio, entre verdad y mentira, entre honestidad y oportunismo, entre vida y muerte es sólo resultado de otras tantas preferencias subjetivas? ¿Habríamos de pensar que el hombre no es capaz de discernir y de formular juicios morales, tan valiosos como los restantes juicios de la razón? La aspiración, pues, a una ética objetiva es casi general, así como el deseo de superar el subjetivismo relativista. Existe la convicción de que objetivamente hay comportamientos que son mejores que otros, hay comportamientos justos, buenos y otros injustos.

Ahora bien, ¿dónde encontrar esa instancia última, ese criterio firme que nos permita distinguir radicalmente -y de modo inequívoco- lo justo de lo injusto?

Hoy es corriente entre algunos biólogos -y entre muchas otras personas, a causa del extendido prestigio de las Ciencias de la vida- la afirmación de que ese criterio objetivo es, precisamente, la Ciencia biológica. Como el hombre es lo que la Biología constata y, sobre todo, lo que ella llegará a conseguir que sea, no hay ninguna instancia que sea anterior o superior a la Ciencia y a la Técnica biológica. Hay una verdad -y una verdad objetiva- acerca del hombre, pero esta verdad -dirán- es la Ciencia quien la determina.

Quizá no habría inconveniente en admitir una respuesta de este tipo si, efectivamente, la Ciencia biológica fuera capaz de constatar y de configurar una imagen verdadera del hombre. Pero ¿lo es? ¿Puede decirse, en serio, que con los métodos de la Biología somos capaces de dar cuenta cabal de todo lo que hay en el hombre? ¿De su inteligencia, de sus sentimientos, de su lenguaje, de su aspiración a la inmortalidad, de su búsqueda irrenunciable de sentido? La Biología puede darnos una imagen, cada vez más exacta, pero siempre parcial del ser humano, y no puede concebirse un error de interpretación más decisivo -y de consecuencias más imprevisibles- que hacer pasar por plenaria y total esa imagen parcial.

Hay que decir, pues, que el objetivismo científico es insuficiente; es más, puede ser fuente de innumerables errores de apreciación. Una superación radical del subjetivismo ético, una fundamentación satisfactoria de los deberes -y por cierto de los derechos- humanos nos lleva, inexorablemente, más allá de la razón científica, nos conduce a un ejercicio de la razón que sea capaz de hacer patente ante nosotros la verdadera imagen del hombre. En efecto, sólo en esa imagen encontramos el criterio para distinguir lo que es justo o lo que es injusto de aquello que se quiera hacer con él, independientemente por cierto de que pueda hacerse u omitirse. Sólo en las cualidades inherentes al ser humano -otorgadas a él por el Autor de su naturaleza-, podemos hallar el fundamento inequívoco de aquellos deberes y derechos. Una Deontología razonable presupone una Antropología verdadera.

A lo largo de este curso, se irán viendo las posiciones contemporáneas que se han ido enfrentando con los problemas de la Deontología: el ya casi abandonado relativismo -subjetivismo o intersubjetivismo ético-, la pretensión de convertir la Biología en una instancia moral, y, por último, la fundamentación de los derechos y los deberes humanos, en las exigencias personal-comunitarias, hechas patentes por una Antropología filosófica.

Nos plantearemos en primer lugar el tema del conocimiento científico: la fiabilidad y el sentido de la Ciencia biológica y el cómo debe recorrer el científico ese camino de búsqueda de verdad, de conocer la realidad.

Se consideran también una serie de cuestiones concretas -experimentación científica en el hombre, ingeniería genética, tecnología de la generación, ecología, eugenesia, etc.- que plantean, de manera apremiante muchas veces, el insoslayable problema de la relación Ciencia-Conciencia, el problema de la relación Biología-Ética, en una palabra, el problema de la Deontología biológica.

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